BERNARDINO GONZÁLEZ
Seremos breves, como la estatura del personajillo que, para diferenciarse del resto de la población argentina de su tiempo, comenzó a firmar omitiendo su apellido paterno —el González—, usando sólo el de su madre: Rivadavia.
Habiendo accedido al poder, se apropió de los recursos nacionales de la Aduana, y los provincializó, confiscando de esta manera los fondos de todo el interior.
Bernardino se negó a financiar la campaña de San Martín, a la sazón por Guayaquil. Y cuando Sucre ganó la batalla de Ayacucho, convocó una asamblea constituyente en el territorio del Alto Perú, y decretó el nacimiento de la nación independiente de Bolivia. El mulato siguió sentado en su sillón presidencial, sin siquiera quejarse por la segregación de una provincia que nos pertenecía.
Financieramente su gestión no fue mejor. Contrató en 1824 un empréstito con la Banca Baring Brothers, a pesar de que Buenos Aires tenía fondos —por el motivo antes explicado—. El monto del empréstito fue de un millón de libras en metálico. No entraron todas: 120.000 fueron para los comisionistas que prepararon los papeles, y del resto, sólo se recibieron 570.000, pero no en contante, sino en letras de comerciantes ingleses de plaza.
Luego creó un Banco emisor, comandado por extranjeros que se quedaron con la mayoría de las acciones. Decretó que la garantía del empréstito era la tierra pública. Es decir, hipotecó el suelo patrio, y dio origen a la deuda externa.
Bernardino, entre tanto, escribía cartas. En una de ellas, a un amigo suyo de apellido Bentham, hablándole de Inglaterra, se explayó de esta forma: “¡Qué grande y gloriosa es vuestra patria!, mi querido amigo. Cuando considero la marcha que ella sola ha hecho seguir al pensamiento humano, descubro un admirable acuerdo con la naturaleza que parece haberla destacado del resto del Mundo a propósito”.
Y como el clero argentino no estaba en aquellas islas, lo atacó duramente: suprimió los fueros eclesiásticos y firmó un decreto de confiscación de sus bienes, entre los cuales se hallaba... el Santuario de la Virgen de Luján.
¿Por qué confiscaba la casa de nuestra Madre? Así lo explica el energúmeno: “El gobierno, para velar por el cumplimiento del principio de que las instituciones piadosas están obligadas a rendir a algún servicio público que contribuya a la comodidad o al sostén de la moral, y en todo caso al progreso del país que las adopta; procedió a instruirse de cuál era el objeto y servicio del santuario llamado de Luján, cuál era el estado de sus bienes y rentas y cuál su administración. Lo que ha resultado, comprobado es, que no rinde servicio alguno, y que no tiene más objeto que el culto de una imagen”.
Y EL EJEMPLO PARA LA HISTORIA
Los sacerdotes descontentos encabezaron dos conspiraciones, en agosto de 1822 y marzo de 1823. En la Plaza de la Victoria los conjurados marchaban al grito de “¡Viva la religión!” y “¡Mueran los herejes!” mientras repartían rosarios, escapularios y panfletos con unas particulares letanías:
“De la trompa marina, libera nos Domine.
“Del sapo del diluvio, libera nos Domine.
“Del ombú empapado de aguardiente, libera nos domine.
“Del armado de la lengua, libera nos domine.
“Del anglo-gálico, libera nos Domine.
“Del barrenador de la tierra, libera nos Domine.
“Del que manda de frente contra el Papa, libera nos Domine.
“De Rivadavia, libera nos Domine.
“De Bernardino Rivadavia, libera nos Domine.
“Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison.
“Padre Nuestro…”
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Ya va siendo hora de salir, formados procesionalmente, armados del Rosario y los escapularios, a implorarle a Dios Nuestro Señor y a Nuestra Señora de Luján que nos libren de otro que también cumple todos los requisitos para ser un digno sucesor de Bernardino.
¿Pero tendremos sacerdotes que se atrevan, como los de ayer, a encabezar la marcha?
Álvaro M. Varela
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