lunes, 29 de diciembre de 2014

Mirando pasar los hechos


FRANCISCO Y LOS PERROS
EN GONZÁLEZ CATÁN
 
Ocurrió en González Catán, sufrido distrito de la hipertrofia y de la desmesura peronista en el Partido de La Matanza.
 
Debía visitar a uno de mis clientes, Constantino, dueño de una decadente ferretería situada en una excelente esquina pero a la cual ya poca gente entra. En el umbral de la puerta me recibe, cigarrillo en mano, el italiano venido con sus padres a la Argentina cuando tenía cuatro años hace más de sesenta. Su flamante y ostentosa Ámarock blanca sobre la vereda parece decir: después de abrir y cerrar la ferretería todos los días desde hace cincuenta años cuando esto era tierra baldía, la vereda también me pertenece. Pero, a decir verdad y en su descargo, el factor seguridad quizá lo justifica: los robos son el pan de todos los días en la barriadas del conurbano bonaerense.
 
Constantino, de estatura media, cabeza prominente algo tirada hacia atrás y gesto permanente mezcla de disgusto y aire de superioridad, bien podría haber lucido en la puerta de su ferretería una toga blanca de patricio romano en el senado. Sin duda, ese día, como casi todos en las últimas tres décadas de Democracia en la Argentina, Constantino soñaba despierto que su lugar en el mundo estaba más cerca del Tiber que del Matanza. Y, de hecho, así alguna vez me lo expresó. Fruto de algunos de sus cada vez más esporádicos viajes a Calabria había llegado a la conclusión que se había equivocado en permanecer en la Argentina. Atrapado por los años y las propiedades que alguna vez supo construir y con cuya no despreciable renta vive y sostiene la hoy decadente ferretería, ese sueño estaba cada vez más resignadamente lejano. Por lo cual hoy Constantino sigue abriendo su comercio aunque la cosa está cada vez más fea: estos negros de m… ya no gastan la plata o, mejor dicho, la poca que les deja la terrible inflación la gastan en boludeces y zapatillas caras que compran en el nuevo Shopping, me suele decir.
 
Constantino tiene una misteriosa socia a quien sólo una vez vi, sentada en un cuarto sombrío y oculto a la mirada de los clientes, contiguo al salón de ventas, detrás de las severas rejas que protegen el mostrador y la mercadería. Vestida de gris, la obesidad de la socia, inmóvil como un Budha, se desparramaba sobre el escritorio. Entre sus crenchas grises y grasientas me miró con ojos saltones, masculló un saludo y sólo chistó a la jauría que la rodeaba como a una reina babilónica o una de la brujas de Macbeth en el sangriento campo de batalla. Efectivamente, alrededor de la socia de Constantino había entre veinte y treinta perros malolientes recogidos caritativa, piadosa y desordenadamente de la calle. Esta era la causa por la cual yo me resistía cada quincena a ingresar al local, dando el paso decisivo y mortificante de abandonar el aire limpio de la calle por el fétido canino de la ferretería. Tal era el impacto que se recibía al entrar: una especie de golpe de puño de mal olor indescriptible que luego, al retirarse uno la memoria olfativa perseguía durante todo el día.
  
Sin mucho razonar, ahí encontré la obvia explicación de por qué los clientes habían abandonado poco a poco a Constantino y ya no iban a la ferretería más que por lo estrictamente necesario. Lo cierto es que, habiendo tomado confianza con el tano, un día aludí al problema, discreta y diplomáticamente ( los vendedores somos lo primeros asesores comerciales y espirituales de nuestros clientes). A lo cual Constnatino me contestó angustiadamente: “¡¿Qué quiere que le haga?! Es mi socia. Yo gasto cientos de litros de desodorante y limpiapisos por semana. ¡Es mi socia!”
  
Más adelante con más confianza aún, le insistí una vez más con claridad y firmeza de consultor, que si quería sacar adelante la ferretería y recuperar la clientela tenía que deshacerse de los perros. A lo cual Constantino me constestó, esta vez sacando pecho y munido de sólido argumento filosófico-teológico que venía como anillo al dedo para ocultar el desorden de la afectividad humano canina de su ferretería : “No, mire, yo no puedo deshacerme de estos perros… menos aún después de lo que acaba de decir el Papa Francisco: los perros tienen alma y van al cielo y allí los encontraremos. No, yo no puedo ser tan cruel…!”
 
Colofón: he ahí una vez más la ambigüedad, la falacia  y la misericordia en el magisterio y la catequesis de Francisco. ¡Ay! la demagogia de Francisco… disimulando, induciendo y sirviendo de justificación al error y el desorden. Eso sí con gran repercusión mediatica y  rédito de popularidad: son millones los que sin tener las mínimas nociones que la Antropología Filosófica enseña sobre el alma, desconocen que el hombre se asemeja a aquello que mira y contempla… que ignoran que mirando hacia arriba el hombre se espiritualiza en Dios a quien está llamado y que, mirando afectivamente hacia abajo se animaliza; en nuestro caso de marras, perrunamente. Dueño enamorado de bull-dog se parece a bull dog, apasionado dueño de caniche se parece a caniche. En fin, de la próxima franciscada, ¡líbranos Señor!
 
L.A.P
 

jueves, 25 de diciembre de 2014

Poesía que promete


EL SUEÑO DE JOSÉ
 
“Y estando José pensando en abandonar en secreto a María, he aquí que el Ángel del Señor le apareció en sueños, diciendo: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque su concepción es del Espíritu Santo»”
(San Mateo, 1, 20)
 
 
Le pesaban los brazos más que nunca esa noche,
de acarrear la madera, de dar forma a aquel leño,
fatigado de troncos y virutas filosas
el cuerpo le pedía la horizontal del sueño.
 
Sumaba otro cansancio que no da el martilleo
ni el buril contra el cedro o el listón de cerezo,
limaduras del alma cuando duda y vacila
reclamando el sosiego del tálamo o el rezo.
 
A solas con la pena de sospechar amando
—amando la pureza del ser indubitable—
lo vio dormir inquieto la luna nazarena
propicia para un ángel que en el silencio hable.

Lo llamó por su nombre, agregando el linaje
por remembrar promesas como el vino a la Vid,
por disiparle el miedo, el pálpito escondido:
Nada temas José, hijo leal de David.
 
Lo que guarda tu esposa no es obra de la carne,
ni de los terrenales y humanos himeneos,
es el Verbo anunciado desde todos los siglos,
nacerá entre pastores, sonarán jubileos.
 
Alégrate en las nupcias anunciadas al alba,
selladas con el “hágase tu palabra en mi vida”.
Y al mentar al misterio, calló el ángel doblando
en señal de alabanza su ballesta bruñida.
 
Llegada la vigilia y con ella la lumbre
al corazón contrito como al del justo Job,
se hizo lirio el cayado y una rosa el recelo,
su paz era una escala que revivió a Jacob.
 
Danos José la gracia de saber que la Esposa
no es la adúltera oscura de quien la quiere infiel,
no es la merecedora del epíteto duro
sino esa tierra fértil “que mana leche y miel”.
 
Cuida Santo Patriarca al Niño y la Señora,
de los lobos bramando en negras ventoleras,
cuídanos el pesebre, el sagrario y la misa,
quede todo en tus manos augustas, carpinteras.
 
Antonio Caponnetto

lunes, 22 de diciembre de 2014

In memoriam: Carlos Sacheri

  

CARLOS ALBERTO SACHERI
Mártir de Cristo y de la Patria
 
Cuando el dolor es tan intenso y tan desconcertante como el que ha producido en sus amigos la muerte de Carlos Alberto Sacheri, es difícil su expresión. O bien el silencio simple o bien la retórica aunque sincera, engolada y hueca.
 
También los sentimientos se entremezclan. ¿Venganza? ¿Justicia? ¿Perdón? ¿Cómo reaccionar ante tu muerte? ¿Cómo reaccionar ante tu ausencia?
 
Sobre todo ¿cómo evitar el tono intimista para nombrar tu muerte, un tono que no sea la continuación de nuestros diálogos, ahora truncos para siempre?
 
Para siempre. La muerte ha creado un mar inmenso entre vos y tus amigos que quedamos en la tierra y en la vida. Pero nos quedan muchas cosas tuyas.
 
Nos queda tu serenidad. Esa serenidad que se asentaba tan sólidamente en la Esperanza. Y nos queda también tu confianza, reflejo de la Fe en que viviste y por la que moriste. Y nos queda esa forma tan alegre y tan generosa de darte, que se llama Caridad.
 
Estas líneas están escritas para recordar a un amigo asesinado y muerto como mártir y están dedicadas a los que lo conocieron, no a los que lo ignoraron. Que aquéllos digan si exagero.
 
¿Cómo definir a Sacheri? A mí se me ocurre que por su modo de actuar y de pensar y de inspirar, en fin, por su estilo, Carlos era un griego reelaborado en un molde cristiano. Esa ponderación tan suya, esa prudencia bebida en los clásicos, ese equilibrio tan realista, provenían de una síntesis —que en él se daba auténtica y dinámicamente— entre lo griego y lo cristiano, como en la Iglesia Primitiva. Su tan profundo conocimiento de los Padres me lo confirman.
 
Y a ello, sumo el conocimiento de Santo Tomás. ¿Qué empresa la de él, la de Carlos Alberto Sacheri, reconstruir a la Argentina, su patria bien amada, desde una perspectiva aristotélica y tomista?
 
Cabildo debe recoger, claro está, su pensamiento político que, aunque no haya sido original, fue sólido, prudente y, sobre todo, realizable. Su inteligencia no le permitía engañarse. Conocía muy bien los límites de la Patria y, sobre todo, los límites de esta generación que nos gobierna. No soñaba con una Argentina de fanfarrias, de imperios a construir, con una Argentina suficientemente lúcida como para proponerse tareas universales, inalcanzables ahora. Pensaba, más sencillamente, como una Argentina que encarara una primera Cruzada, la de reconquistarse a sí misma para el orden natural de la Gracia.
 
Éste fue, en realidad, su programa político, no expuesto tal vez en forma expresa, pero supuesto en la intención de toda su abundante y varia labor. En realidad, tal como Carlos lo propiciaba,  era un verdadero programa de vida, que comprometía a todos los que lo aceptaban. Era un programa fuerte para católicos que amaran su religión, un programa cotidiano y para la historia. Un plan de vida a cuyo final no se prometía el triunfo en el sentido mundano. Todo en ese programa decía de tensión sobrenatural, de hambre de las cosas celestes.
 
Sacheri fue un político argentino que propuso, a sus compatriotas el bien sobrenatural como meta a seguir, como basamento y fin de un orden social justo.
 
Sacheri no fue, en modo alguno, un iluso ni, menos aún, un utopista. Perteneció a una raza hoy aparentemente desaparecida del país, la de los políticos, tomada esta expresión en su significado clásico. Sabía articular los medios —los escasos medios de que puede disponer un católico nacionalista argentino— apuntando hacia su fin propio, el bien  común y en un orden trascendente, el bien sobrenatural.
 
Por el momento había comprendido con claridad su misión: formar las inteligencias de los jóvenes. A esta labor didáctica se encontraba dedicado: en cierto modo fue el continuador del magisterio del Padre Meinvielle, rescatar a la generación que lo seguía a él. Rescatarla del error, por supuesto, pero sobre todo de la confusión, que hoy es el nombre del error dentro de la Iglesia.
 
Carlos Sacheri fue todo eso, profesión, filósofo, político, periodista, pero ante todo, fue un luchador por la restauración de la Iglesia de siempre. Conoció, definió y denunció —como nadie en la Argentina y como pocos fuera de ella— ese modo delirante del progresismo social que se llama Tercermundismo. Fiscal lleno de energía y apóstol desbordante de caridad, en toda su acción pública y en toda su vida privada se rigió por esa  virtud tan suya y tan cristiana del equilibrio, que es como una forma del amor y de la generosidad. Fue intransigente, sin llegar a la dureza, fue audaz, sin faltar a la prudencia.
 
Fue maestro y apóstol, y murió mártir. Es difícil imaginar un destino más pleno —en una perspectiva cristiana— una vida más rica, una muerte, por así decirlo, más lograda. Porque en el caso de Sacheri, la muerte —aún cuando haya destrozado tanto trabajo en agraz y aventado tantas esperanzas— es como la culminación de toda su vida, como su continuación y no su interrupción. Él, como quería el poeta tuvo su propia muerte.
 
Amó a Cristo y a la Patria en Cristo. No atinó nunca a desvincular a ésta de Aquél. Una Argentina descristianizada le era inimaginable. Fue un solo amor: una Argentina para Cristo y Cristo volviendo la sombra de su Cruz sobre la Argentina.
 
Su partida nos duele y cómo. No se nos diga que es el dolor de la carne. La mística cristiana tiene numerosos textos para iluminar un consuelo sobre este dolor. Elegimos, sencillo, sobrio y aún sublime, de Louis Veuillot, con quien Carlos Sacheri presenta varios puntos en común: “Dios me envió una prueba terrible, mas lo hizo misericordiosamente… La fe me enseña que mis hijos viven y yo lo creo. Hasta me atrevo a decir que yo lo sé…”
 
Carlos Alberto Sacheri vive en el reino de Dios, por quien tanto luchó en la tierra. Fue asesinado, por las manos bestiales de los hijos de las tinieblas, casi en vísperas de Navidad. El nacimiento de Nuestro Señor se encuentra colocado, escatológicamente, en la misma línea que su Cruz. Esta situación es irreversible y resulta anticristiano intentar su alteración. La Cruz es la muerte pero también es la vida. Porque la culminación de esa línea que arranca en la Navidad es la Resurrección.
 
Carlos, cuando murió, venía de comulgar. Hasta esta enorme circunstancia fue prevista por Dios en su misericordia; él, que había sido soldado en vida, murió siendo su custodia.
 
Carlos simplemente se nos adelantó en el camino. Ese camino en cuyo recodo final nos gusta imaginar esta escena casi infantil: Jesús, con tanta suavidad, apenas musitando, “No lloréis. Sólo duerme”.
 
Víctor Eduardo Ordóñez
 

jueves, 11 de diciembre de 2014

Pedagógicas


LA RUINA REAL
DE LA INTELIGENCIA

“El antiguo proceso de convicción por medio de argumentos y pruebas ha sido reemplazado por la afirmación reiterativa, y casi todos los términos que otrora fueron la gloria de la razón conllevan ahora una atmósfera de desprecio”.
(Hilaire Belloc: “Las grandes herejías”)
 
Aloguismo, wishful thinking, pensiero debole: tres términos de acuñación dispar y extemporánea, pero confluyentes en un sinfín de herrumbrosas y actualísimas comprobaciones.
 
El primero, debido al magín de Belloc, aunque alusivo inicialmente al modernismo o “herejía total”, preveía con acierto aquel dislocamiento (a la postre impuesto y campante) por el que la procesión metafísica que va del ser (uno e indiviso) por la verdad al bien invierte los dos últimos términos, haciendo de la verdad algo así como un precipitado del bien, una graciosa concesión adjetiva, prescindible y aun arbitraria, un puro lujo del lenguaje. Consecuencia de un voluntarismo de larga data y paciente erosión, lo que se termina por postular es que la potencia apetitiva no es atraída por la inteligibilidad inherente al objeto, sino que se mueve un poco por necesidad y azar, y que es fatalmente infalible en la elección del mismo.
 
Difícilmente podía desmentirse tan categóricamente esa larga tradición del pensamiento de la que somos todos tributarios, aquella que arranca, lo menos, desde los lejanos siglos en que el mythos cediera la voz al logos en virtud de la más acabada capacidad que éste posee para la representación universal. O, dicho en otros términos, por su mayor eficacia en reunir la multiplicidad de lo real bajo unos pocos y vivaces caracteres.
 
No obstante lo cual, y debiendo reconocerle al mito no escasa virtud representativa y una cierta vigencia del logos en sus mismos pliegues (la potencia alegórica del mito habla de razón, de relación), debemos concluir, vistas las cosas como están, que hoy se ha vuelto a un tipo de conocimiento que no sólo habría que calificar como pre-lógico, sino aun, y en sentido estricto, como pre-mítico.
 
La ruina del logos no ha hecho más que propiciar, al puesto de la representación, la reiteración compulsiva, la re-duplicación, la tosca mímesis: de allí la rigurosa actualidad de las palabras de Belloc arriba enunciadas.  Lo que, pese a los alegatos de rigor en pro de una pedagogía no represiva, supone la más resuelta realización de aquel “la letra con sangre entra”.  O con el hierro candente de las yerras, que no otra cosa ha logrado la asfixiante propaganda. Aquel célebre “miente, miente, que algo queda”, atribuido alternativamente a Goebbels, a Lenin, a Voltaire, a Beaumarchais, y cuya lección algunos rastrean hasta la antigüedad, supone la confianza no ya en el poder sino en la defectibilidad —o aun en la mera defección— de la razón, y en la posibilidad de alcanzar algún tipo de construcción mental al margen de esta facultad.
 
“Se atizarán fuegos para testimoniar que dos más dos son cuatro. Se desenvainarán espadas para demostrar que las hojas son verdes en verano” (Chesterton). El quebranto de la razón especulativa ha hecho del consorcio humano un erial, y ha llevado el desierto allí donde se agolpan muchedumbres.
 
Si hay algo que no escapará al observador son las evidentes muestras de que los niños recién entrados a la edad de razón hacen de las exigencias primarias de la cogitativa y de la razón formal: se pide cuenta de la adhesión o repulsa que merecen tales o cuales objetos, de la valoración que debe dárseles, tanto como de la causa de las cosas, de la distinción y la identidad entre las mismas…
 
Y horroriza comprobar, por ello mismo, cuánto esta disposición natural, llamada a desarrollarse como todo el ser del hombre, viene a menudo a truncarse por efecto de unos hábitos históricos punto menos que increíbles.
 
Acá se nota ciertamente cuánto estrago causa el hastío reflexivo, morbo asaz adecuado a la activa multiplicación de estímulos sensibles y a la huída de toda dificultad que caracteriza al modus vivendi contemporáneo. El juicio especulativo, atinente a objetos más o menos arduos según la índole propia del sujeto, viene a cambiarse por el llamado “juicio electivo” o “de conveniencia”, ilícito atajo por el que el bien pretende definirse con independencia y exclusión de la verdad, o haciendo de ésta una consecuencia de aquél: verdad es lo que me complace. No otra cosa han advertido esclarecidos autores del último siglo: se niega que los juicios de valor sean realmente juicios, reduciéndolos a puros sentimientos.  Wishful thinking o “pensmiento ilusorio”, tal el proceso intelectivo basado apenas en lo que causa gusto.
 
De aquí a la afirmación del presunto derecho a rehuir todo imperativo concreto de la razón hay un breve paso. Así se refirió Gianni Vattimo al pensiero debole o “pensamiento débil”, por él excogitado: como al libre curso interpretativo enfrentado a una lógica “férrea y unívoca”. “Se han disuelto los fundamentos últimos, los principios incontrovertibles, las ideas claras y distintas, los valores absolutos y las evidencias fundantes” y, a cambio de lo que se denuesta como “rigideces” o restricciones inaceptables (la certeza intelectual derivada del hábito metafísico), se multipolarizan los asertos hasta la extenuación.
 
El resultado es conocido de sobra: vulgaridad, ligereza de juicio y —a la postre, y contrariando las premisas declaradas— estrechez e imposición coactiva de los patrones de valoración consagrados por la propaganda. Los hijos de la Revolución (contra)cultural ofrecen, así, una garantía de falibilidad tan redonda y acabada que se diría la más puntillosa réplica de la sapiencia. El mérito será entre ellos una culpa, y la culpa un honor, y el gusto estéril de habitar el “mundo al revés” hará que sus facultades superiores residan en sus pies.
 
Aquel triple movimiento que hace al andamiaje de la vida mental (percibir con claridad, juzgar con verdad, discurrir con rigor) se ha vuelto sospechoso de arrogancia y aun, insólitamente, de fascismo. Estamos de lleno en la anomía mental prevista por Chesterbelloc, que en sus días no había alcanzado aún este asfixiante nadir. Tópico tan amañado como el de la presunta mayor inteligencia de la “generación cibernética”, cuya celeridad de descargas nerviosas admira a tanto anciano irreflexivo, no ha hecho sino aplazar la constatación necesaria (necesaria con valor de diagnóstico y de reto) de la ruina real de la inteligencia.  No se quiere reconocer que, en todo caso, lo único comprobable es la mayor velocidad de respuesta a ciertos estímulos magnéticos, provocada —según señalan los especialistas— por una alteración en las redes neuronales, esto es, en el mismísimo soporte orgánico del psiquismo. Hacer de esto un triunfo de la actividad mental es el colmo de la tontería.
 
Más bien habría que pensar que este hipnotismo generalizado es la vertiginosa consecuencia última del subjetivismo radical, del solipsismo difuminado por la filosofía moderna sobre las conciencias, los indecorosos estertores de una civilización enferma que ya ha sido juzgada, y que se resiste a acatar el fallo. Son conciencias las de estas generaciones ante las que la gnoseología se estrellaría como ante un médano: baste ver la adhesión acrítica de tantos jóvenes a cualquier ideología que se les presente con la suficiente insistencia y con visos de triunfo, la irracionalidad (comparable al de los hinchas de fútbol) que los arrastra a la simpatía partidaria.
 
La política, la vida social, los estudios quedan impregnados por el mismo morbo, y los candidatos a los cargos públicos apelan a estos mecanismos de estímulo-respuesta que implican la manipulación artera de la palabra, asimilada a un acicate informático. Son tantos y tan explícitos los síntomas de esta misma patología, que podrían llenarse páginas de ejemplos reconocibles hasta el cólico.
 
Habrá que reconocer por fuerza que, al cabo de una larga pendiente antropocéntrica, de un desquicio pendular oscilante entre los desatinos del racionalismo y el aloguismo —y que, pese al humanismo expreso, comportó irónicamente la ruina de todo lo que no había en el hombre de caído—, la mayor esperanza que podemos alentar es que la restauración de una cierta dignidad humana ya no depende del hombre en absoluto.
 
Flavio Infante
 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Mirando pasar los hechos


“LA NOCHE DE LOS LÁPICES”,
HOY
 
 
Fue “La Noche de los Lápices” una película dirigida por Héctor Olivera con un guión escrito por Daniel Kon y el propio director, quienes tuvieron el asesoramiento del autodeclarado sobreviviente Pablo Díaz.
 
En la narración de las presuntas vicisitudes de los miembros de una organización perteneciente al entramado terrorista de la banda marxista “Montoneros”, la U.E.S., una de las escenas más repulsivas, destinadas a producir un golpe de efecto en el espectador es la de la violación de una adolescente protagonizada por Miguel Ángel Porro, quien personifica a un miembro de las fuerzas policiales.
 
Solivianta a cualquier persona decente ver la brutal y sádica agresión que escenifica el derechohumanista actor Porro, aún sabiendo que solo se trata de una ficción. El papel del bellaco violador, de degenerado vil y prepotente, está indudablemente bien personificado.
 
¿Arte escénico? ¿Dotes actorales? Parece que no. Hoy, a casi treinta años de la vista cinematográfica, nos enteramos por una de sus ex alumnas que Porro en la realidad era violento, acosador y libidinoso” y que siempre se jactaba de la escena que había protagonizado a un milico que abusa de María Clara Ciocchini”.
 
Y en el colmo de lo canallesco, Porro dirigiéndose a sus niñas alumnas les refería que había disfrutado escenificando su acto delictivo.
 
Así nos lo relata Mariana Pizarro, expresidenta del Centro de Estudiantes de la Escuela Nacional de Arte Dramático “Antonio Cubil Cabanellas”, entre los años 1995-1996 (actual Universidad Nacional de las Artes), quien agrega una pintura definitiva sobre este adalid de los derechos humanos actor y docente: Este señor es muy violento, yo salía de sus clases con el estómago revuelto, con ganas de vomitar, sintiéndome sucia. Creo que todas las personas que fueron víctimas tienen que salir a contar lo que pasó. Para mí es muy importante que no esté muerto y que responda ante la Justicia sobre todos los delitos que ha cometido”.
 
Porro habría intentado abusar de varias jóvenes alumnas y no en ninguna película de propaganda sino lamentablemente en la realidad. Su técnica: “llevaba a las jóvenes hasta su casa, en el auto donde las estimulaba sexualmente, las encerraba y les decía que ellas en realidad lo disfrutaban pero que no se lo estaban permitiendo y que cuando se liberaran iban a poder ser mejores actrices”.
 
Cabe consignar que el tema de los derechos humanos, no su práctica por supuesto como le pasa a la mayoría de sus cultores, fue una preocupación constante de Porrro quien también protagonizó otra película titulada “Ni Vivo ni Muerto” filmada en el año 2002. También en otro tema recurrente del marxismo, la apología de un vulgar delincuente enmarcándolo como un luchador social, “Bairoletto, la aventura de un rebelde”, en 1986.
  
A pesar de las múltiples denuncias se habría cubierto a Porro con un manto de total impunidad permitiéndole proseguir en la docencia, hasta llegar a nuestros días con un presunto caso de envenenamiento en la Escuela Comercial 13 de Villa Ballester.
 
Evidentemente Porro gozó de protección oficial, no se podía dar a publicidad que el protagonista de “La Noche de los Lápices” no era un mero actor. El poder ha dado al terrorismo impunidad ¿Por qué será que a nadie se le ocurrió hacer una película sobre la realidad filmando el asesinato de la hijita del Capitán Viola efectuado por el ERP o el de la niña Paula Lambruschini por Montoneros? ¿Es que no hay subsidio económico del Estado para estos temas?
 
¿Será por que los asesinos de estas inocentes niñas acaso hoy son ministros, gobernadores, legisladores, jueces o importantes periodistas?
 
Fernando José Ares
Fuente: Ámbito Financiero – Radio América
 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Aviso

   
Queridos amigos:
El jueves 11 de diciembre,
a las 19:00, en Junín 1063,
presentaré un nuevo libro titulado:

LA DEMOCRACIA:UN DEBATE PENDIENTE.
Respuesta al Dr. Héctor Hernández.
  
Buenos Aires, Ediciones Katejon,
447 págs., vol. I.

La presentación estará a cargo del Dr. Jordán Abud.

Ese día la obra se venderá a un precio promocional de $ 180.
Para quienes no puedan asistir
y estén interesados en adquirirlo,
deben comunicarse con:
ventas@buencombate.com
o a los siguientes tel.:
Carlos José Díaz: (011)15-6133-4150;
Romina Ayala de Díaz: (011) 15-6237-5117;
(011) 2071-3974 (después de las 17 :00).
 
Asimismo, el libro estará a la venta en diferentes librerías,
sobre las que iremos informando a los interesados.
 
El día de la presentación, Ediciones Katejon
ofrecerá también a precios promocionales
sus títulos anteriores:
Notas sobre Juan Manuel de Rosas
 y Fidelidades, ambos de mi autoría.
 
Mucho les agradecería su asistencia a la presentación
y, sobre todo, la difusión de la noticia.
 
Un abrazo en Cristo y en la Patria
ANTONIO CAPONNETTO