martes, 24 de marzo de 2015

Editorial



MULTITUD

Cuando en 1983, el indefendible Proceso cumplía con su objetivo de formalizar una “democracia moderna, eficiente y estable”, delegando el poder al delirio del sumidero partidocrático, abundaron las voces representativas que señalaron a la derrota de Malvinas como causalidad eficiente del nuevo suceso. Y eran esas voces –ya procedentes del inglés , del yankee o del meteco nativo– una alabanza de la rendición argentina, que encontraba así, en tan repugnante óptica, su justificación y consiguiente elogio. No hacía falta entonces abrevar en los griegos para advertir el signo impuro y corrupto bajo el cual nacía la plenitud democrática. Ilegítima por su fundamento, naturaleza y previsible ejercicio, la democracia sumaba así una nueva ilicitud de origen. Sólo las víctimas del colectivo engaño podían ilusionarse al respecto, alimentadas por los miles de victimarios activos, cómplices rentados de la gran perversión que acababan de inaugurar.

El 2015 que iniciamos trae el trigésimo noveno aniversario de esta meta procesista definitivamente consumada. Si se intentara un balance del drama que la irrestricta democracia ha desatado en más de tres décadas, bien podría apelarse a la figura del poseso de Gerasa, de quien nos habla el Evangelio. Sometido a tan luciferiana tiranía, el desdichado “no se vestía, no vivía en una casa, sino en las tumbas”; andaba “arrastrándose engrillado y conducido a lugares inhóspitos”, y cuando el Señor le preguntó su nombre al Maligno que así lo sojuzgaba, “él le contestó «Multitud », porque muchos demonios habían entrado en él” (San Lucas, 8, 26-30).

Tal la situación de esta patria posesa. Despojada de sus atavíos –aquellos que al decir de Marechal, calzaron su pie de hierro y cubrieron de plata festiva su costado– hoy se exhibe atrozmente desarropada y desnuda. Desabrigo de los cuerpos, en tantos compatriotas que la miseria ha tocado porque mandan el mercado y la usura; y desmantelamiento del alma, porque la iniquidad campea, la contranatura se impone, la hediondez ideológica castiga, sea con su escupitajo liberal o con sus excrecencias marxistas. Y a la vez sin casa, pues la sociedad discorde que nos han construido ha tumbado la seguridad de las moradas, befado los hogares cristianos, desmantelado los cuarteles, profanado los templos, desarraigado el sentido de las instituciones naturales y empujado al ciudadano común a la intemperie y al vacío. Patria desnuda y sin residencia soberana, su destino de tumba parece acrecentarse, en cada muerto inocente que se cobra la garantizada delincuencia común, el hambre programada por la clase política y las andanzas del siniestro piqueterismo. No le faltan los grillos y las cadenas a esta tierra posesa, toda vez que se quiera advertir su endeudamiento económico, su vasallaje al Nuevo Orden Internacional, pero sobre todo su esclavitud al materialismo, que tome los nombres o las modas que tome, será siempre manifestación del odio a Dios y a los Diez Mandamientos. Así desfigurada –como el gerasiano del relato neotestamentario– no ocupa esta sociedad un sitial en la historia, antes bien, parece un ser sin vida propia, abandonado en un páramo cualquiera. Multitud es el nombre del Maligno que la tiene doblegada. Multitud que es la sustancia misma de la democracia, la esencia de la mentira electoralista, el núcleo desencajado y vil de la soberanía popular, bajo cuyos auspicios toda inmundicia se consuma y convalida.

En vano se seguirá apostando a este Régimen, ratificado por todas las variantes del sistema, hayan sido civiles o militares sus protagonistas eventuales. En vano se continuarán las prácticas de un modelo que, cada partido a su turno, demostró ser inviable para asegurar el bien común. La democracia no puede dar sino lo que ha dado: desnudez, desarraigo, esclavitud y muerte. Mas no están cerradas las puertas de la esperanza, si se acude a Nuestro Señor Jesucristo, para con que con su Divina Realeza arroje a Multitud a una piara de cerdos, y éstos a su vez, como lo narra el Evangelio, se arrojen a un despeñadero para que el agua se los trague.

Dostoievski supo imaginar a uno de sus Endemoniados, convirtiéndose al final de sus días, y haciéndose leer el pasaje de San Lucas, para terminar como el gerasiano, libre y sano, sentado a los pies del Señor contemplando sus enseñanzas. En la ocasión dice el anciano contrito: “los demonios que salieron de ese hombre enfermo para entrar en los puercos, son todas las plagas, suciedades, miasmas y delitos que se han juntado en nuestra querida patria, la que al final, se desembarazará de todas las impurezas y podredumbres que hoy la hacen sufrir, porque ellas mismas querrán entrar en los puercos. Y entonces la enferma patria se sentará a los pies de Jesús y todos la mirarán con asombro, como asombrados contemplaron los gerasenos al endemoniado aquel que curado escuchaba al Divino Maestro”.

Una vez más surge con nitidez el significado de nuestra lucha: contra Multitud, por el Reinado de Jesucristo en la Argentina. Y una vez más la apuesta empecinada, a que de las cenizas surgirá el rescate. Porque las aquí mentadas, no son las pavesas de las urnas roñosas, sino las reliquias del primer Miércoles de Cuaresma, bajo cuyo signo cerramos estas líneas.

Antonio Caponnetto