lunes, 30 de noviembre de 2009


EL TRISTE PAISAJE
DE LA UNANIMIDAD


Por Miguel De Lorenzo

Es casi innecesario describir las abundantes razones que han hecho de la miseria moral acaso la más importante de las instituciones del país.

Aunque lo de estos días en el senado, al votar la ley que establece la extracción compulsiva de ADN si bien forma parte de esa miseria, parece claramente peor. Y lo decimos en la medida que un cuerpo multitudinario amplifica lo deleznable llevándolo a extremos tan altos casi como el número de sus integrantes.

La pretensión de la toma compulsiva de ADN no es nueva. Ya en 2000 la jueza María Martiarena decidió la detención de Natalia Alonso, en ese momento una joven de 22 años a fin de que por la fuerza comprobasen su ADN. Anteriormente otros jueces habían ordenado el procesamiento de su padre —que por esa razón estuvo preso durante dos años— y luego de su madre —presa durante dos meses— ambos declarados luego inocentes. La denuncia había sido efectuada por las abuelas K y a propósito del hecho Carlotto declaró: “que era doloroso pero necesario” y que “había que internar a esa chica como se interna a un drogadicto, para su bien, para volverla normal”

La abuela k, entusiasta del GULAG, pedía la internación, léase prisión, hasta que piense como debe ser, a lo Carlotto, es decir “normalmente”.

Durante 1999 la juez Servini y la cámara federal de Luisa Aramayo y Horacio Vigliani habían ordenado la detención de otra joven, Evelyn Vázquez, a fin que se la sometiera compulsivamente a un examen.

La rusticidad de los fundamentos de la cámara penal provocan cierto escalofrío: “la extracción de unos centímetros de sangre ocasiona una perturbación ínfima, en comparación con los intereses superiores de la sociedad en perseguir adecuadamente el crimen”

Hasta dónde puede llegar la estupidez o el cinismo complice de los jueces que; para: "persiguir adecuadamente el crimen" !encarcelan a las víctimas!

Por cierto no nos atreveríamos a responder si la misma cámara pusiera preso para sacarle “unos centímetros de sangre” o arrebatarle un cepillo dental —contra su voluntad— a un miembro de las abuelas k.

Luego en 2003, la Corte de esa época —con excepción del juez Maqueda— falló contra la primera instancia y la cámara, reconociendo el derecho de la víctima a rechazar la coacción, para la determinación de ADN.

Pero ¿qué era en definitiva lo que habían hecho estas personas? Rechazaban la posibilidad de que grupos políticos investigasen, utilizando sus ADN, quiénes presuntamente fueron sus padres biológicos. Se negaban a vivir hacia atrás. Y a reactivar y profundizar un sufrimiento que los acompaña desde siempre. Se negaban a que otros instrumentaran “a piacere” su doloroso pasado, rechazando terminantemente la posibilidad de vivir en un horizonte determinado por el odio.

Estas abuelas llevan más de quince años acosando, por todos los medios que disponen —y no son pocos— a estas mujeres y hombres heridos hondamente desde el mismo momento de su nacimiento. Por si no bastara, ahora se agrega la inmisericorde aprobación del senado de una ley injusta, que habilita a estos feroces grupos para estatales a hacer añicos la modesta paz en que vivían.

Llevaba razón Bertrand de Jouvenel al decir: “Cuanto más poderosa sea la máquina, tanto más disciplinados son los votos y menos importancia tiene la discusión; esta no afecta ya al escrutinio; los golpes sobre los escaños hacen de argumentos; los debates parlamentarios no son ya la academia de los ciudadanos sino, el circo de los papanatas”.

Siempre ha sucedido, el totalitarismo fomenta la crueldad, y pone en práctica las nuevas formas de persecución, solo que la violencia ahora se origina desde los cómodos despachos legislativos, con leyes pulcramente votadas, y donde como cada sello ocupa su lugar parecería que todo está en orden. Sin embargo se trata de una ley maligna porque violenta la libertad, la dignidad, la vida y la intimidad de las personas que se niegan a que manoseen su pasado —ni siquiera por parte del Estado, que ya sería atroz— sino como en este caso al arbitrio de organizaciones políticas para estatales que tratan de sojuzgarlas desde hace años.

“Cuando a la autoridad representativa no se le imponen límites, los representantes del pueblo no son ya defensores de la libertad sino candidatos a la tiranía” y más adelante continua Benjamín Constant alrededor de 1820: “ la asamblea se precipita en unos excesos que al primer golpe de vista parecerían imposibles, multiplicidad de leyes sin medida, deseo de agradar, oposición al sentido nacional y obstinación en el error, ausencia de toda responsabilidad moral, certeza de escapar escondidos en el número, a la vergüenza de tanta cobardía…”

No obstante sería injusto terminar sin decir que hubo en la sesión un voto en contra.

Aunque no conocemos al senador salteño Agustín Pérez Alsina si sabemos que tuvo la osadía infrecuente de decir no, en soledad, en medio del triste paisaje de la unanimidad de la injusticia.

De alguna manera en nombre de las inocentes víctimas, re-victimizadas se lo agradecemos.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Editorial del Nº 84


EL VICIO SE HA VUELTO COSTUMBRE

Graves hechos se han acumulado en este último bimestre que llevamos sin aparecer. Ninguno cualitativamente distinto a la corrupción habitual ya instalada y dominante. Ninguno tampoco que pueda sorprendernos en demasía. Antes bien, lo sucedido corrobora con creces lo que cualquier argentino decente intuye, padece o manifiesta; a saber, que lo que llamamos gobierno —en el sentido más amplio del término— no es más que una asociación de ladrones, degenerados, mafiosos y embusteros.

No se necesita para probarlo más que la doliente empiria cotidiana, sin mengua de que avezados cronistas lleven meticulosos registros del desastre. Pero si algunos ejemplos representativos se nos pidiera enunciar, empezaríamos por el recuerdo de la planificada embestida anticatólica consumada en Tucumán, durante el pasado octubre, ejecutada por cuantas hordas sodomitas cuentan hoy con el respaldo oficial, bajo la cobertura de “mujeres autoconvocadas”. El sacrilegio no podía haberse consumado sin el apoyo infraestructural del hebreo Alperovich, aliado de los Kirchner y sujeto de inequívocas manifestaciones contrarias a la Cruz. Rescátese empero de tamaña atrocidad, la conducta aleccionadora de tantas familias católicas que ofrecieron valiente resistencia a los endemoniados. Todo elogio resulta pequeño para estos compatriotas henchidos de Fe y de gallardía.

Pondremos como segunda muestra de la descomposición dominante, la entente —cada vez más visible, grotesca y peligrosa— entre el oficialismo y las fuerzas armadas piqueteras, alentadas y subsidiadas por la pareja presidencial, con la misma naturalidad con que tribus de matones privados gozan de absoluta lenidad para castigar cualquier vestigio opositor. Defendiendo a Milagro Sala y sus Tupamaros, nuestra Primera Liposuccionada dijo claramente que a ella “no le sirven los pobres para mostrarlos llorando y pidiendo”, sino en tanto se constituyen en “organización popular y provoca demandas”. Es la estrategia marxista que sintetizara Henri Lefebvre cuando decía que el comunismo no es un humanismo sentimental que se inclina ante el proletariado, como lo hace la gente caritativa, para aliviarle sus debilidades. No; lo necesitan como fuerza insurreccional. O más gráficamente aún, si cabe, como lo manifestara Liu Chao Tchi en su mensaje del 14 de junio de 1950: no se trata de aliviar la miseria de los pobres. Esto es ideal de filántropos, no de marxistas. El objetivo es convertir su resentimiento clasista en el motor de la revolución permanente.

El último dato que aportaremos hoy de esta taxonomía de la inmundicia es la decisión del macrismo de legalizar la coyunda de los protervos, con los mismos argumentos con que lo hiciera Cristina en octubre de 2008. Lo importante es “seguir la dirección en la que va el mundo” y respetar “el derecho de cada uno a decidir aquello que lo hace más feliz”. El “derechista” Mauricio, votado como mal menor por el señoragordismo porteño, no está solo en su epopeya putoide. Por lo pronto le han dado sus respaldos, entre otros, dos amigos del Cardenal Primado: el rabino Sergio Bergman, a quien Bergoglio mismo le prologó su libelo Argentina Ciudadana, y el rabino Alejandro Avruj, a quien se le encomendó profanar el templo de Santa Catalina, el pasado 9 de noviembre, concelebrando con “Raffy” Braun la parodia de La Noche de los Cristales (cfr. Iton Gadol, 11-11-2009 http://www.itongadol.com.ar/shop/detallenot.asp?notid=27728&idioma=0)

Bien advertía Cervantes en su Coloquio de los perros, el mal enorme que se entroniza en una sociedad cuando “la costumbre del vicio se vuelve naturaleza”. Del otro lado de Hispania, Martín Fierro canta para siempre: “Y sepan que ningún vicio, acaba donde comienza”. Por eso no entendemos, ya no la desaprensión ante estos hechos de quienes debieran reaccionar condignamente, sino el candor de quienes siguen insistiendo en que la solución consiste en reanimar a la democracia. Y le piden a la Michetti que vete la contranatura, al Congreso que destituya a los Kirchner, a los asesinos que establezcan la concordia, y al demonio que cierre el Infierno. “Están todos armados”, aclaraba la piquetera Nina en alusión a las bandas que ocupan diariamente las calles. “Habrá muertes de los dos lados”, sentenció el revoltoso Alderete. Ni hablemos de las múltiples alusiones homicidas de los D’Elía boys.

Mientras los enemigos no cesan de reconocer la violencia que protagonizan, convirtiéndola en concreta amenaza, las legiones del candor piden bicentenarios preñados de mágicas reconciliaciones, reparten perdones, unidades nacionales y bendiciones por doquier, y confían en que “el respeto a la Constitución Nacional” nos volverá a todos mansos y hermanos. El deber cristiano de la lucha no está en la inteligencia ni en la voluntad del grueso de los católicos. ¡Ay de nosotros, si no sabemos ponerlo en práctica! ¡Ay de la patria si sigue pareciendo más cuerdo formar un nuevo partido político que imitar el martirologio cristero! La Argentina necesita con urgencia, que vuelva a ondear hasta el tope el estandarte de Facundo Quiroga. Por eso, al menos, queden ofrecidas nuestras pobres manos de testimoniales mástiles.

Antonio Caponnetto

viernes, 20 de noviembre de 2009

20-N


EL JUICIO DE DIOS

Su pueblo, que lo quería a rabiar, lo vistió de gala para el largo y definitivo viaje. Entorchados, galones, estrellas de Capitán General, bicornio flameado de plumas… Forró el interior de su féretro de una seda, recubrió su tumba de mármol, esculpió en el interior cuatro escudos en oro y la cubrió con una pesada losa —mil quinientos kilos— hecha con granito de Galapagar.

Pero cuando todo hubo terminado, cuando el silencio de la noche llenó de soledad la gran basílica, Francisco Franco, solo, cambió sus galas por un pobre sayal benedictino, ciñó su cintura con una usada correa de monje y comenzó, cabizbajo, su camino para presentarse ante Dios.

Los ángeles mudos de la basílica, que formaban su guardia permanente, levantaron la cabeza por primera vez, miraron al caminante y no se atrevieron a seguirle. Marchaba lentamente, con recogimiento, con miedo —por primera vez en su larga existencia— y con esperanza. Confiaba en ser juzgado por el Dios de la clemencia y pensó presentar algo de su vida al Dios de la justicia.

— Cuarenta días de terrible enfermedad, de dolores, de lenta agonía…

— No, se dijo, eso no puedo presentarlo. Lo ofrecí, allá abajo, por España.

— La incomprensión de los enemigos… la traición de muchos que se llamaron, algún día, mis amigos… pero, no. Eso no podía tener valor en el cielo.

— El cerco internacional de los años cuarenta… los atentados… las calumnias… las insidias… Pero eso estaba pagado. Me lo pagaron los españoles en la Plaza de Oriente.

— La guerra del 36… el Alcázar, el Jarama, Belchite, Brunete, Teruel, el Ebro… eso sí que valía, pero no podía presentarlo; eso correspondió al “millón de muertos” que lo protagonizaron y que ya pasaron el juicio de Dios.

(Unos golpes secos, como taconazos de botas militares, sonaban entre los luceros que jalonan el camino; Franco no los oía, pendiente sólo de sus recuerdos, y tampoco vio la hermosa y nutrida guardia que se iba formando tras él).

— ¡Dios! ¡Qué poco tengo para presentarte!

Y rebuscaba en su memoria, recorriendo —de nuevo— toda su vida.

— Quizá las vidas de los soldados que por pericia arrebaté a la muerte en tanta acción de guerra como dirigí… Quizá las vidas de tantos enemigos como perdoné y como hice que otros perdonaran…

— Quizá las iglesias que levanté, la ayuda al clero, a las órdenes religiosas que se dedicaron —con mejor o peor preparación, que eso casi no lo tuve en cuenta— a la enseñanza… Quizá los monasterios reconstruidos, los pueblos adoptados, las viviendas dignas para tantos y tantos españoles… Las escuelas… Las universidades… Las carreteras… Los pantanos…

Franco movió la cabeza y nada de eso creyó digno de presentarle al Señor.

Y llegó a las puertas del cielo y se miraba las manos vacías. Se paró un momento sin querer seguir su camino. Pensó en treinta y siete de paz… En un pueblo que dejaba preparado para otros muchos años… ¿Le valdría eso? Y entró.

Lo esperaba, para acompañarle, un militar. No lo conocía. Era un Centurión romano. Le habló de su pesar y el Centurión le dijo:

— Mira, yo sólo traje en mis manos una frase: “Dómine, non sum dignus ut intres sub tectum meum…” Y me abrió de par en par las puertas de la eternidad.

De pronto, como el día de su entierro en Madrid, vio millares de almas formando fila a un lado y otro del cada vez más ancho camino. Eran las legiones de combatientes de todo el mundo.

— Muchos son españoles —dijo el Centurión—, los conocerás.

— A ese sí. Es el ángel del Alcázar, el que pedía tirar sin odio… Y a ese jesuita laureado también. Lo vi en la Ciudad Universitaria… Y a aquel… Y a esos sacerdotes que asesinaron en la diócesis de Solsona… y a los catorce obispos que me sonríen… y… oye, Centurión: a esos que están ahí no los conozco; son españoles del 36, pero no los conozco…

— Es natural. Esos, que eran buenos, combatieron contra ti. Entendían a su modo a la patria. Dios los perdonó y han venido también a recibirte; como tú dijiste allá abajo, ellos tampoco te tuvieron nunca por enemigo. Ten valor, si los necesitas, serán tus defensores en el juicio.

El camino se había terminado. Y el recuerdo de su vida. Y se miraba, una y otra vez, las manos vacías. Las trompetas del juicio se oyeron con fuerza. Una gran claridad inundó todo a su alrededor.

Francisco, soldado de por vida, no pudo ponerse firme. Encorvó su tranco siempre erguido y cayó de rodillas con los cerrados y las lágrimas surcando sus mejillas. Nada oía y no se atrevía a mirar. Poco a poco fue levantando la frente hasta posar su mirada en el vuelo de una túnica azul que él ya había visto en otra parte. Siguió levantando los ojos y el azul de la túnica se entremezclaba con el alba purísima de un vestido que también creía reconocer. Más arriba, dos manos cruzadas, una sonrisa de madre, una mirada de amor. Sí, allí, sonriéndole, estaba la Patrona de la Infantería, la Madre del soldado español.

— ¡Claro! ¡Acudiré a Ella! Yo devolví el patronazgo a su arma cuando lo suprimió la República. ¡Allí está mi salvación!

Franco, ya con más ánimo, terminó de levantar la cabeza, se puso de pie, dio un suspiro muy hondo y se dispuso a someterse al juicio de Dios.

— Dómine, non sum… y no pudo continuar. Extendió sus manos vacías y ante él, como en el Dar Riffien legionario, se encontraba, con los brazos en cruz, el mismo Cristo de Mena que venera la Legión. Pero ese Cristo, esta vez, no abría los brazos en señal de crucifixión; ese Cristo ahora en Majestad, con los brazos abiertos, acogía sonriente al buen soldado que creía llegar ante Él con las manos vacías. Y su sayal benedictino volvió a cambiarse en galas y sedas por la mirada de Dios.

Y sus manos, sostenidas por la guardia que lo esperaba sobre los luceros, se engrandecían más y más para poder sostener millones y millones de corazones españoles, que sin él saberlo llegaban a sus manos como ofrenda de su vida y de su muerte al Cristo de Mena en el gran juicio de Dios.

Luis Hernández del Pozo

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Aviso



POR LA NACIÓN CONTRA EL CAOS

Actualidad


“EL MODELO” MACRI

Cada vez pareciera ganar más seguidores la creencia de una supuesta neutralidad moral de la técnica.

Por el contrario, siempre nos pareció peliagudo encontrar argumentos con los que, por ejemplo, atenuar la responsabilidad moral de los científicos que participan en el diseño y la fabricación de armas atómicas o biológicas.

Sería inadmisible que el investigador adujera ignorancia sobre el posible uso que pudiera darse a una ojiva nuclear o a un nuevo virus que acaba de diseñar. Ellos conocen bien la utilidad de lo que acaban de hacer.

Si les alcanza o no esa aspirina para calmar su conciencia, no lo sabemos, pero lo real es que desde el punto de vista moral tales tareas no son neutras ni inocentes porque, digámoslo otra vez, no existe la moral de la pura eficacia.

En realidad se trata del relativismo cultural, que se hace ver a cada momento en este comienzo de milenio. Tal como en la ciencia, la técnica, la filosofía etc., también desde la política nos dicen que el pluralismo ético es la manera de ser de la democracia.

En este sentido, hace unos días, el jefe de gobierno porteño, dijo que no apelaría el fallo que ordenó al registro civil que case a dos gays. Sus razones fueron: “es un paso adelante”, “el mundo va en esa dirección”, “es natural, estoy tranquilo y contento, que sean felices,” “esta bien siempre que no afecte a terceros”, etc. y otras igualmente insignificantes.

No sería posible sobre estas difusas vaguedades de Macri sostener una discusión sobre el tema, pero aunque pocos consideren que las decisiones políticas tienen contacto con la razón, no deja de inquietar que los dirigentes consigan con ese libreto tan penosamente vacío, manipular a sus seguidores para que acepten cualquier cosa.

Sería demasiado pedirle a Macri que se detenga a reflexionar un momento antes de apresurarse a tomar semejante decisión. ¿Qué tipo de sociedad querrá construir? Y en todo caso la nueva estructura social ¿la sustentaría en semejantes tosquedades?

Entre los miembros de su partido ¿no habrá quienes sientan el menoscabo de verse comprometidos a aceptar graves determinaciones que prescinden de los principios no ya religiosos sino de la ética natural y afectan fieramente el comportamiento de futuras generaciones basados en que Macri está “tranquilo y contento”? ¿No es demasiado poco para atentar de esa manera contra la familia y en consecuencia contra el bien común?

La tesis relativista de Macri, la del todo bien, y el vale todo, la que probablemente no aplicó ni para el futbol, nos la trae ahora a la precursora y progresista ciudad de Buenos Aires avalando con su no apelación, el “matrimonio homosexual”.

Relativismo y progresismo y conquistas y liberaciones que han hecho del siglo XX uno de los más sanguinarios de la historia. Ese tiempo atroz fue posible por el rechazo, por la negación de cualquier norma moral, fue posible por aceptar que todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor.

Nadie duda de que en el plano político hay diversidad de opciones éticamente aceptables e infinidad de estrategias posibles para llegar a un fin determinado que se ordene al bien común de la sociedad.

Pero hay también otros principios morales “no negociables”, hay principios donde la tolerancia engañosamente entendida no tiene lugar, ni puede invocarse sentimentalismo alguno. Estamos hablando de la dignidad y el respeto de la persona humana desde la concepción hasta su muerte natural y naturalmente del valor sustancial de la familia fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y también de la libertad de los padres en la educación de sus hijos.

Por lo que venimos observando no advertimos mayores diferencias en el modo de entender y ejercer la política entre partidos supuestamente antagónicos. Existe un jefe que, sin debate, ni consultar la opinión de nadie y como en este caso sin razones, un mandamás que unilateralmente decide lo que le parece y por otra parte “sumisos” legisladores que se inclinan silenciosos ante la voluntad del patrón.

Aún la cita de un hombre claramente no religioso como Heidegger puede aportar cierto destello de luz a la conciencia de algunos funcionarios: “Por lo que yo sé —decía el filósofo en una entrevista diez años antes de su muerte— según nuestra experiencia humana e histórica, todo lo esencial y grande ha surgido cuando el hombre tenía un hogar y estaba enraizado en una tradición”.

Miguel De Lorenzo

lunes, 16 de noviembre de 2009

Feliz cumpleaños


A 110 AÑOS DEL NACIMIENTO
DEL PADRE CASTELLANI


- Reconquista, Provincia de Santa Fe,
16 de noviembre de 1899 –

Hoy hay dos Castellanis, uno como
lo ve la gente y otro lo ve Dios:
y yo no sé cual soy yo de los dos
con dos alitas y a los pies un plomo.

A la mañana y maldormido el romo
bambino enfermo y animal feroz
a la hora del crepúsculo el veloz
angelito, o al menos Juan Palomo.

De Dios me importa, no de mí, la ciencia.
Que lo averigüe Vargas este lío
de mi pasado. Hay que vivir aún.

Al morir haré examen de conciencia
si puedo no pensar en Ti, Dios mío;
y si tu luz me inunda como un río
Tunc cognoscam sicut cognitus sum.

Roma, 27 de mayo 1947


El Cura loco*

El “Cura loco”, no te asombre, hombre
que así te llame alguno en son de chirlo
déjale su intención y asume el nombre…

Un pobre loco, por qué no decirlo
ya que el destino me ingirió en plumaje
color carancho corazón de mirlo;

y no me avitualló para mi viaje
y no me acorazó para mi hado
de tener que ser santo a lo salvaje,

loco artificialmente equilibrado
por inyecciones de fe en Cristo y por
inyecciones de aceite alcanforado

pobre gato injertado en gran señor
mal equipado por el rey interno
que me injertó el destino con humor

yo quise ser un ángel y el averno
no me deja ser hombre tan siquiera
y la desproporción es un infierno…

Menos mal que no sirvo para fiera.

Manresa, 14 de enero 1949

* “Usté se va a poner más loco que Castellani”. De una carta de un presbítero monseñor argentino al señor Pedro Carlos Rodino, de Rosario.

viernes, 13 de noviembre de 2009

20 de noviembre de 2005


Solemne Beatificación de
ANACLETO GONZÁLEZ FLORES
El Maestro Mártir de la Guerra Cristera

“La Iglesia está nutrida de sangre de león, no se tiene derecho de renunciar a la púrpura, estamos obligados a mojarla con nuestra sangre.

“Lo que se escribe con sangre queda escrito para siempre, el voto de los mártires no perece jamás.


“Hay que proclamar a Cristo por encima de los puños crispados de los verdugos, por encima de los resoplidos de la bestia infernal de la persecución. Y seguirá habiendo mártires y héroes hasta ganar la guerra y llevar el Ayate hecho bandera de victoria hacia todos los vientos”.


Anacleto González Flores,
El plebiscito de los mártires.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Poesía que promete


ACTOS DE FE,
ESPERANZA, CARIDAD

El acto de fe

Creo obstinadamente en todo cuanto
Dios revelasteis hemos de creer…
Dios, esencial verdad, horra por tanto
de engañarse, engañar o no saber…

Todo cuando de fide enseña el santo
viejo de Roma por la fiel mujer
esposa tuya del manchado manto
mezcla de tierra y luz de rosicler…

creo, Señor. Guarda mis anteojos…
Sin ellos… veo, sí, palacios rojos
la Urbe con la Cúpula en la Loma;

pero con ellos, veo la Paloma
veo la Flor, el Trigo y los Abrojos…
Guarda mi fe, Señor, y —fuera broma—
si aquí no te han de ver pronto mis ojos,
dame la gracia de salir de Roma.


El acto de esperanza

Espero, oh Dios, desesperadamente
lo que me has regiamente prometido
porque eres fidelísimo y potente
en prometer, igual que un rey bebido;

y porque eres la Vida trascendente
ebria de propagarse, espero el nido
y el germinar eterno de la mente
y el descanso en tu seno — o el olvido;

y el don de Ti, con que tu Ser nos das
en nuestro obrar, que has de premiar después
coronando tus flores con tus eras…

De hombres es errar. De santos es
dar marcha atrás. Tú no das marcha atrás
ni yo tampoco, oh dios, ni ante las fieras…
Da lo que pidas, pide lo que quieras…


El acto de caridad

Preso en la red de aquesta sed que muero
corro a tus aguas vivas como el gamo
y como el ciervo herido a tu reclamo
corro tropiezo caigo y desespero.

Con la sangre que mana el pecho fiero
y pies y manos mudamente clamo:
Señor, yo no te digo que te amo
pero quizá Tú sabes que te quiero…

pues eres Nada y yo no quiero nada
nada hay sin Ti en la tierra ni en el cielo
nada en mi noche, nada en mi alborada…

Ansiosa noche oscura de mi anhelo,
que llenará tu voz en oleada
como del sol la matinal mirada
crea la mar y hace nacer el cielo…

R.P. Leonardo Castellani, S.J.
Roma, 12 de mayo de 1947
(tomado de “El libro de las oraciones”)

lunes, 9 de noviembre de 2009

Testigo de cargo


DIEZ AÑOS

En un ventoso Septiembre como el pasado, en el Año del Señor de 1999, “Cabildo” salió de nuevo a la calle porque “alguien tenía que decir la verdad”. Han pasado diez años y podemos vanagloriarnos de haber cumplido con nuestro propósito inicial. Cualesquiera sean nuestros defectos, errores y omisiones, hemos derramado sobre esta Ínsula Barataria que un día fue Argentina, una cuota de verdad casi excesiva. Porque hemos sido los testigos, más que de una crisis, de una decadencia. Uno de esos períodos que hacen montar el malhumor social a cotas impensables y en los que hay pocas ganas de oír críticas.

Asistimos al crepúsculo de Menem, al auge y caída de De la Rúa, al año de los cuatro presidentes y —para culminar— a este triste reino, hoy en desguace, del matrimonio Kirchner. No nos hemos callado: mes tras mes hemos denunciado la altura, la profundidad y la extensión de la crisis. Crisis permanente, instaurada junto con la democracia e hija directa y dilecta de ella.

Cuando el país entero propuso su consigna (“que se vayan todos”) nos sentimos recompensados. Los únicos que hicieron la crítica global de “todos”, los únicos que mostraron el fracaso de toda la clase dirigente partidocrática fuimos nosotros. Desde la “derecha” macrista hasta la izquierda extrema de D’Elía o Hebe de Bonafini, todos los sectores se identificaron con uno u otro de los fracasos presidenciales desde 1983. “Cabildo” mantuvo su dura resistencia sin claudicaciones.

En cuanto a mí, seguí la línea de la revista a través de mis secciones sucesivas (“Cultura y otros negocios turbios”; “Testigo de cargo” y “Diálogos (im)pertinentes”).

Lo que más me llama la atención, si repaso los tomos de “Cabildo”, es la monotonía del escenario público de la Argentina en estos diez años. Casi los mismos protagonistas, los mismos discursos con su mezcla de mitología democrática y cinismo apenas velado, los mismos problemas que se manosean una y otra vez sin resolverlos.

La clave de esta comprobación es que la Argentina vive una crisis dentro de la crisis, una decadencia en el marco de la decadencia de Occidente. Malos vientos soplan de Norte a Sur y de Este a Oeste del planeta, pero aquí los malos vientos se hacen tifones y huracanes por obra y gracia de unas clases dirigentes que solo cooptan borocotós y morenos.

He tenido, dentro de todo, una tarea fácil. Me tocó señalar la cara más repulsiva y más decadente del sistema que nos gobierna: la cultural. Nunca me faltaron temas para la crítica, nunca tuve que inventar nada ni rebuscar nada. Mes tras mes la realidad me entregaba material de sobra que exigía, más que pedía, ser demolido, porque la faz cultural del régimen es la que muestra con mayor claridad y contundencia su quiebra.

Es la hora de decir que no nos hemos limitado a criticar y a demoler. Hemos postulado, al mismo tiempo, las verdades eternas que esconden la clave de arco de un futuro no catastrófico. Pero tampoco ha de ocultarse que la mentira y el error hieren hoy gravemente las instituciones que deberían ser la sede natural de esas verdades y que es ese hecho monumental el que hizo —y hace— nuestra tarea tan ardua.

Sea como sea, esta tarea de recordar las verdades eternas ha sido la misión que hemos asumido. Que Dios nos conserve la vida y el ánimo necesario para seguir en ella diez años más.

QUIÉN MANDA

Mi buen amigo Jose Luis de Imaz publicó, hace muchos años ya, un libro titulado “Los que mandan” que, en clave sociológica, explicaba que en toda sociedad hay quien manda y que lo único que cambia es la titularidad del mando y sus características.

Sigue siendo una verdad, una verdad que no debe confundirse con una simple descripción de la clase política, compuesta por una clase de mandos que muchas veces lo son sólo de nombre. Por ejemplo, si Usted es Ministro de economía de los Kirchner, puede que lo dejen cobrar su sueldo y firmar una que otra Resolución. Pero de mando real, minga (como decía mi tío Eduardo).

Bueno, gracias a los afanes de otro buen amigo, ARP, ha caído en mis manos un recorte del 6 de agosto pasado del diario madrileño “El País”, en el cual van a explicarnos un caso de “Basura para menores”. Leamos. Se trata de un informe de la Asociación de Telespectadores Asociados de Cataluña sobre la programación de la TV local durante la franja especialmente reservada a menores, entre las cinco y las ocho de la tarde.

El informe comienza explicando que en 2004 se firmó un acuerdo de contenidos para ese horario que quedó plasmado en un Código de Autorregulación. Pues bien, del análisis hecho por la Asociación resulta que el 73% de los minutos analizados incumple el Código mencionado. Dije el 73%, no el 5, el 15 o el 27%.

Viene luego una larga lista de los casos concretos en que se funda esta conclusión, lista de la que hago gracia al sufrido lector. Lista que contiene, por ejemplo, “personajes singulares que cuentan sus fantasías eróticas en la tercera edad”, una novela “en la que Santos y Marisela tienen momentos de alto voltaje erótico” y otras menudencias.

Obsérvese que no estamos frente a una intervención del Estado —horror no admisible en la España democrática— sino ante una regulación libremente convenida por los dueños de emisoras de TV… que no la cumplen.

Marx creía que “el gobierno del Estado moderno no es más que una Junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía” (Manifiesto Comunista). Se equivocaba. Lo que sucedió fue otra cosa: junto al Estado surgieron poderes económicos y culturales inmensos, que arrebataron al poder político una parte decisiva de su capacidad de mando. Atrincherados tras la libertad de prensa, los poderosos se permiten educar a la niñez, formar a la juventud y forjar así nuestro futuro.

El Estado liberal se ha autolimitado, se ha inhibido frente a estos poderes que se dan el lujo de dictar su propio Código de Conducta… y violarlo tranquilamente, sin que nadie ose oponerse. Lo que me causa gracia (por decirlo de alguna manera) es que luego los gurúes progresistas se sorprenden cuando los colegios —la educación formal— tropiezan con un educando ineducable. ¿Lograrán algún día entender que la otra educación —la informal, la TV— los ha convertido en lo que son: unos animalitos sin freno ni interés en nada, malcriados por un medio que lo único que transmite es una demencial libertad sin límites?

POCO A POCO

Desde hace unos diez años ha comenzado a surgir una corriente renovadora de la historia del siglo XX. Ya he mencionado al amigo lector algunos de esos títulos y he glosado más de una vez sus contenidos.

Esa renovación no debe confundirse con el llamado “revisionismo”, en el cual hay de todo, desde autores muy respetables hasta panfletarios poco serios. Pero el revisionismo se centra en el problema del holocausto. Los escritores más serios de esa corriente no niegan que haya habido —en la Alemania nacionalsocialista— muerte injusta de judíos. Lo que cuestionan es el número de los muertos y la forma en que murieron.

Los renovadores —por darles un nombre— tienen un punto de vista más amplio. Ven el panorama completo de la Segunda Guerra y cuestionan la versión convencional al respecto. La mayoría no se refiere al Holocausto y varios dan por probadas la tesis de la historia oficial. Pero lo interesante es el rumbo que están tomando estos estudios y la necesidad que originan, de reescribir íntegra la Historia del pasado siglo.

Entre los últimos recortes que me envió mi amigo ARP venía como escondida una página de “El País”, de Madrid, del 22 de junio pasado. El título del artículo que ocupaba toda la página era poco ilustrativo: “El mal estaba en todas partes” pero ya el subtítulo alertaba sobre su contenido: “Nicholson Baker muestra en «Humo humano» cómo la pulsión destructiva de la Segunda Guerra Mundial no era sólo de un bando”. Ah, vaya, esto parece interesante, me dije. Si Dios quiere, en unos días tendré el libro y me comprometo a dar cuenta detallada de su contenido. Pero algo diré como anticipo tomándolo del artículo.

Por lo pronto, estas dos frases categóricas que parecen ser el programa de la obra: “la investigación historiográfica (ha presentado, hasta ahora) el conflicto más devastador de todos los tiempos (con) los caracteres de una lucha escatológica, de un combate contra el Mal Absoluto” y más adelante: “el resultado de este libro es perturbador, como si, de pronto, hubieran sido convocados a escena todos los silencios, todos los equívocos imprescindibles para que la historia de la Segunda Guerra Mundial se pueda seguir contando como hasta ahora”.

La historia siempre ha sido parte —una parte esencial— de la forma que entendemos el mundo. La historia está a cargo de nuestra visión del pasado y enlaza con nuestra idea del presente y con lo que esperamos del futuro. Cuando los redactores de la Constitución europea omitieron, en su Preámbulo, toda mención del Cristianismo, sabían muy bien lo que hacían. Interpretando a su antojo el pasado pensaban construir una Europa sin Dios para el presente y el futuro.

Pero este mundo posmoderno en que vivimos tiene varias patas que lo mantienen en pie. Una de ellas es la versión canónica del siglo XX y de los fascismos que hasta ahora muy pocos se atrevian a cuestionar. Pero se ha abierto una picada y por ella van a ir entrando, poco a poco, estudios simplemente probos y veraces que mostrarán esa trama de mentiras.

Reitero mi compromiso de contarle al lector hasta qué punto el libro sobre el humo humano cumple con las expectativas que el artículo despierta.

EL REINO DE LA IRRESPONSABILIDAD

Como un gas venenoso y reptante, del pantano del progresismo en descomposición se levantan, con ritmo inexorable, consecuencias deletéreas que infestan la sociedad. Una de ellas es la pulsión de muerte, la arremetida ciega contra los más débiles, los que están al comienzo y al fin de sus vidas, cubierto todo con el manto de la libertad de elegir.

Otra es la irresponsabilidad, el no hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones.

Una página con fecha 13 de mayo de 2909 de “La Razón”, el interesante periódico madrileño con ese título, ilustra sobradamente lo que queremos decir:

Vemos por un lado al Ministro español de Trabajo, un tal Corbacho, que “en búsqueda de fórmulas para garantizar las pensiones que pocos años atrás estaban garantizadas y en la actualidad tararí que te ví”. No hace falta conocer el coloquial madrileño para entender que las cosas ya no están como “pocos años atrás” e imaginarse lo que siguió. A saber que don Corbacho dijo que “la primera medida para asegurar las pensiones es fomentar la natalidad”. Estupendo. Sólo que el mismo día que el de Trabajo sacaba esa conclusión digna del remanido Perogrullo, la de Sanidad, doña Jiménez, anunciaba que, en adelante, la píldora “del día después” se dispensará en las farmacias sin necesidad de receta y sin límite de edad. Como gracias a Dios no han conseguido imbecilizar a todo el mundo, salieron los médicos a decirle que eso era una barbaridad ya no desde el punto de vista moral, sino del más humilde de la salud. Porque sucede que la pildorita de marras tiene una cantidad de efectos secundarios que incluyen trombosis… y muerte. Resulta entonces que para comprar una tableta de antibiótico se exige receta a un adulto y para proveerse de la del día después una de quince se la lleva sin preguntas.

Pero lo peor es la irresponsabilidad del gobierno socialista que por la cartera de Trabajo recomienda más natalidad y por la de sanidad otorga a adolescentes un permiso de matar (hijos) sin consecuencias que ya lo quisiera el mítico 007.

EL FLOGISTO

La buena suerte que en general me acompaña (uno de los nombres de la Providencia) me puso en las manos, en el último mes, algunos libros interesantes y bien escritos, cuyas conclusiones trasladaré hoy a mis fieles lectores.

El primero es “El evolucionismo en apuros” por Silvano Borruso (Criterio, Madrid, 2001). Se trata de un pequeño librito, apenas 200 páginas in 8º, pero de contenido explosivo. Con asombrosa erudición va mostrando todas las carencias, incongruencias y silencios del evolucionismo. El autor no propone una teoría de reemplazo. Ni tiene por qué hacerlo. Deja marcados algunos puntos que servirían para edificar una nueva visión de la biología pero lo importante del libro es que cumple plenamente lo que el título promete: mostrar los “apuros” del evolucionismo. Basta esto para entender el estado actual de la cuestión. Porque lo significativo hoy es la batalla por enseñarlo a los legos como si fuera una teoría sin problemas, sin “apuros”. Eso muestra la raíz religiosa que ha tomado hoy el evolucionismo y que con tanta gracia mostró el Dr. Raúl O. Leguizamón en su opúsculo “La ciencia contra la fe” en el que la ciencia del título es la ciencia a secas y la fe es el evolucionismo.

Si hubiera objeciones serias contra la termodinámica ¿se la enseñaría omitiendo esos problemas? El silencio y la reacción indignada contra los que lo objetan es la más clara señal de la forma en que el evolucionismo ha virado de ciencia a (mala) religión.

Borruso recuerda el caso de “el flogisto” como paradigma para entender lo que está sucediendo. A fines del siglo XVII un químico llamado Georg Ernest Stahl enunció la teoría del flogisto (del griego phlox, llama), que venía a ser lo que se “escapaba” de una sustancia en combustión, partiendo de la base de que la materia parecía “perder” algo en ese proceso. La teoría explicaba muchas cosas que preocupaban a los químicos de esa época. Durante todo el siglo XVIII la explicación flogística fue aceptada como verdad científica por especialistas que distaba mucho de ser necios o ignorantes (por ejemplo, J. Priestley). Hasta que Lavoisier, tomando trabajos de laboratorio de otros, demostró que no existía ningún flogisto y que toda la teoría era un gran equívoco.

Comenta Borruso: “Tanto el flogisto como la evolución fueron teorías dominantes durante más de un siglo para explicar determinados fenómenos… Todos los experimentos, aún los que más condenan la teoría, se explicaban en términos de la teoría condenada… (El caso es que) los partidarios de una teoría tienden a apegarse a ella contra viento y marea hasta mucho tiempo después de que la teoría se ha demostrado insostenible”.

Borruso describe así toda la situación intelectual del siglo XXI y no solo la del evolucionismo. El marxismo ha fracasado, el freudismo agoniza, el progresismo está muerto, el evolucionismo se sostiene con una feroz conspiración para silenciar… a sus adversarios. Y sin embargo, los partidarios de esas teorías dominan los ambientes académicos y los medios de difusión, bloqueando así toda posibilidad de reemplazo.

Es una situación sin paralelos. Julián Marías se quejaba, hace tiempo, de la baja catastrófica de la calidad de los productos culturales en oferta. Desde que hizo esta observación han pasado no menos de veinte años y las cosas no han hecho sino empeorar.

Sucede que cuando el intelectual promedio escribe se apoya en los modos vigentes de ver el mundo. Puede agregar algo a esos modos o puede enfrentarlos y proponer una cosa distinta. Pero este bloqueo actual desalienta las continuidades tanto como los disensos. No inspira entusiasmo ni deja pensar los reemplazos.

A la larga, es probable que el andamiaje apolillado de las grandes teorías modernas se venga abajo. Pero entretanto habrá que padecer una intelectualidad que vive apoltronada en “cosas que no son”, como decía Castellani.

SOBRE PADECIMIENTOS

El estado actual de la República Argentina se puede percibir de varias maneras. Una de ellas es la presencia, en la cabeza del Estado, de Néstor y Cristina Kirchner. Otra es recordar que uno de los “intelectuales” que nos representan es el señor Marcos Aguinis.

No voy a gastar en él más pólvora que la que (no) merece un chimango, pero sí voy a demostrar —por enésima vez— la clase de charlatán que es.

En “La Nación” del 27 de agosto pasado escribe un artículo para quejarse de que el gobierno noruego ha decidido honrar la memoria de Knut Hamsum, un escritor que ganó el Premio Nobel y que fue partidario del nacionalsocialismo. Sobre este punto, lo único que queda claro es que el autor de “La cruz invertida” es partidario de instaurar el delito de opinión porque arremete furioso contra Hamsum y los que van a honrarlo porque se atrevió a pensar de manera diferente.

Lo interesante viene a continuación. El artículo se titula “Los escritores y el nazismo” y es todo él una contraposición entre los intelectuales que apoyaron el régimen de Hitler y los que lo combatieron. Para mostrar las diferencias entre ambos enuncia una larga lista de estos últimos, a los que presenta con estas palabras: “Fueron antinazis firmes que pagaron cara su resistencia… Muchos fueron asesinados, otros prefirieron el suicidio, algunos pudieron sobrevivir. Queman los nombres de…”, y aquí viene una lista de diecinueve personas. Veamos: Primero, se incluye a Ana Frank que más allá de las muy fundadas dudas sobre la autoría de su “Diario” no puede definirse como una intelectual. Del resto, una (I. Nemirovsky) murió en un campo de concentración y uno (W. Benjamín) se suicidó para no caer en manos de los nazis. Punto. S. Zweig se suicidó en Brasil en 1940. Doce de los nombrados (J. Roth, R. Musil, G. Scholem, N. Sachs, T. y H. Mann, A. Döblin, H. Broch, E. Canetti, E. Ludwig, Feuchwanger, B. Brecht) murieron en sus camas sin haber padecido, algunos, más que un exilio. Esto, sin contar que los dos últimos (como Semprún), lucharon contra el nazismo pero aprobaron el stalinismo. I. Kertesz y Jorge Semprún viven aún. Este último, Kertesz y P. Levi estuvieron en campos de concentración, pero sobrevivieron. La enorme mayoría de los que enumera Aguinis, entonces, no “pagó cara su resistencia” porque vivió bien, escribió y recibió reconocimientos por ello. Algunos, como Bertold Brecht, vivieron una vida de príncipes gracias a los favores de gobiernos comunistas.

O sea, Aguinis, doce de dieciocho, más del 70%, no pagó ni caro ni barato. Su lista es un mamarracho como todo lo que Ud. escribe para la gilada y no resiste el análisis de alguien que conozca los temas que Ud. manosea con un desparpajo que es lo único que tiene de argentino. Y todo esto para ni hablar de lo que pasaron los intelectuales afines al fascismo. Desde la jaula en que encerraron a Pound hasta la cárcel para Hamsum y Maurras a los 86 años, el fusilamiento de Brasillach, el asesinato de G. Gentile, el suicidio de Drieu La Rochelle y un largo etcétera.

DEBATIENDO

Nada menos que el Holocausto. Así se llama este libro poco común por su declarado afán de ser imparcial (“Debating the Holocaust” por Thomas Dalton, Ph.D. Theses & Dissertations. New York, 2009).

El autor comienza por explicar que no tiene parientes judíos ni alemanes y que no está involucrado emocionalmente con ninguno de los bandos. Pero reconoce la importancia del tema “porque lo que sucedió —o no sucedió— es importante para entender el mundo del siglo veinte y por extensión el mundo de hoy” (pág. 7).

Pero Dalton no se propone agotar la cuestión sino dejar abierto un debate. Comienza sintetizando las alegaciones de los revisionistas, confrontándolas con las (pocas) respuestas de la posición que llama “tradicionalista”, es decir la de los que sostienen la tesis “oficial”: la Alemania nacionalsocialista montó un plan de exterminio con el que asesinó a seis millones de judíos europeos, la mayor parte de los cuales murieron en “cámaras de gas”.

No hay aquí espacio para exponer en detalle el riguroso análisis que el autor hace de numerosos temas como por ejemplo la historia de los campos de concentración conocidos como de exterminio, desde Chelmno hasta Auschwitz. Descubre innumerables afirmaciones “tradicionalistas” imposibles de probar y de incongruencias en las pruebas presentadas. Me parece que lo que resume la conclusión de Dalton es este comentario que figura al final del libro, en la página 225: “Cuando comencé mi investigación para este libro esperaba encontrar una bien documentada, clara y coherente figura del Holocausto como lo relata la versión tradicional. Esperaba encontrar fuerte evidencia —documental, material y forense— que respaldara esa versión. Esperaba encontrar sólida justificación de las cifras de muertos (incluyendo los «seis millones») y sólida base para los métodos de matar y de disposición de los cuerpos. Naturalmente, habría algunos aspectos incompletos en el panorama general. Era de esperar, dadas las horrendas circunstancias. Esperaba, a continuación, encontrar esos defectos implacablemente explotados por un puñado de fanáticos zelotes, los negacionistas, con muchos insultos y poco cerebro. Esperaba encontrar fuertes contra-argumentos tradicionalistas que respondieran directamente y derrotaran decisivamente a los argumentos revisionistas. En verdad, no encontré ninguna de estas cosas”.

Hay que leer el libro de Dalton a partir de esta conclusión. Y entender, entonces, su sorpresa: toda la historia del holocausto reposa exclusivamente en testimonios de sus supuestos sobrevivientes. No hay un solo documento alemán, ni uno: no hubo nunca peritajes, ni opiniones forenses, ni —por ejemplo— búsqueda de las cenizas de ¡seis millones de personas! Como caso judicial, impensable.

Y sin embargo, hubo un juicio: el de Nüremberg. En realidad, fueron varios los que se celebraron en esa ciudad. Cuando Dalton se pone a estudiarlos, se encuentra con un primera sorpresa, un dato poco conocido: el equipo norteamericano que montó todo los juicios era en sus tres cuartas partes judío. “¿Cómo explicar un staff en sus tres cuartos judío en una Nación en la que (los judíos) son una minoría inferior al dos por ciento de la población?” (pág. 39). Y concluye:

“Fueron juicios (los de Nüremberg) de vencedores, conducidos por el bando triunfante, ansioso de castigar a los vencidos, de mostrarlos como bárbaros locos y para justificar sus propias acciones que ocasionaron bajas masivas en la población civil, acciones que hubieran sido declaradas criminales si hubieran perdido la guerra” (pág. 39). Está todo dicho. Todo lo importante.

UN PROBLEMA DE PODER

Sigamos con los judíos. También cayó en mis manos, durante este frío y cálido agosto, un curioso librito de un judío sobre… sus connacionales. (“El poder de la judería”, por Israel Adam Shamir. H. Garetto editor. Buenos Aires, 2009). Pero lo curioso es que es un obra… ¿cómo lo diré? “¿crítica?” No me parece. Yo la calificaría más bien de “realista”, producto de una operación simplísima pero infrecuente: aplicar el sentido común al problema judío. Claro, pero que emprenda esta hazaña ¡uno de ellos! es casi increíble. Se trata de una docena de artículos de desigual importancia pero de idéntico interés. No hay que perderse el primero (“La historia amordazada”) que en un par de párrafos tira a la basura una biblioteca entera de libros sobre los judíos. A favor, sobre todo, pero también algunos en contra.

“Definitivamente, dice Shamir, soy un negador de la existencia misma del antisemitismo en tanto que «odio irracional contra los judíos». No existe tal cosa. Se luchó contra la judería por ser ésta un poder” (pág. 12).

Ya está. Se ha dado un paso de gigante para comprender el problema judío. No son los pobrecitos hebreos los perseguidos por los malvados cristianos, los infames nazis, los atroces iraníes. Es el poder de la judería el que fue combatido por todos ellos. ¡Eh! ¿Va a sostener Usted que en la lucha contra los judíos no se cometieron injusticias, que no pagaron muchas veces justos por pecadores? ¡Desde luego que sí, que hubo errores y horrores! Eso suele suceder en las batallas por el monopolio del poder. En las que recuerda Shamir y en las que no recuerda (por ejemplo, la liquidación de los Templarios, la expulsión de los jesuitas). “El poder crea la demanda de un contrapoder, la fuerza llama a una fuerza contraria y los judíos eran y siguen siendo un poder” (pág. 13).

Y luego: “¿Se puede cuantificar el poder judío?” Tarea nada fácil, pero tampoco imposible. Sea como sea no cabe duda de que “en un auténtico mapa del poder la Judería parecería bastante impresionante, pues los judíos son un poder importante en este mundo que vivimos. Un poder de primera categoría, más fuerte que la Iglesia católica, más fuerte que Italia o cualquier Estado europeo, más fuerte que Shell y AGIP o cualquier multinacional” (pág. 15).

¿Más fuerte que la Iglesia Católica? ¿No se le va la mano a este hebreo? Hay una comprobación de lo que dice Shamir un tanto tosca pero muy ilustrativa. Y está al alcance de tu mano, amigo lector. Escribe una carta criticando al Pontífice y envíala al diario de tu preferencia. Ahora, haz lo mismo con una criticando a los judíos. ¿Es necesario que te explique que la referida al Papa tendrá X probabilidades de ser publicada y la de los judíos, cero? Sí, un poder, de un gran poder se trata. Pero no es un poder cualquiera. Tiene una diferencia fundamental con los poderes que Shamir menciona. “Es tan poderosa que no se ve. Uno no está autorizado para verlo y ese es el tabú más fuerte de nuestros días” (pág. 15).

Ya está todo dicho o todo lo que podamos esperar de Shamir. La judería es un poder. Es un poder enorme. Es un poder invisible. O poco visible, mucho menos que otros inferiores. Formidable. Pero falta algo. A saber: ¿cómo se originó este asombroso poder? Shamir tiene también una respuesta: “El poder de la judería… está basado en el dinero, la ideología y todo lo que pueda servir para asentar cualquier poder” (pág. 20). Correcto, una vez más. Pero insuficiente, una vez más. ¿Cómo acumularon los judíos tal poder, cómo en menos de tres siglos se hicieron más poderosos que la Iglesia Católica, cómo influyen de manera decisiva en la política exterior de la Nación más poderosa de la tierra? El dinero, la influencia intelectual… no bastan. Una explicación basada en la dinámica de todo poder… no alcanza. El pueblo judío y su destino no pueden entenderse en términos puramente históricos y sociológicos. Hay un plus que coloca a este minúsculo grupo humano en la cumbre… por ahora. No se trata de una conclusión basada en una visión trascendente de la Historia sino de una exigencia de honestidad intelectual frente a este fenómeno único e inexplicable con los datos del análisis usual.

Los judíos fueron el pueblo elegido y se convirtieron en el pueblo deicida. Sólo con este punto de partida se puede comenzar a entender este caso único, esta peripecia impar. Pero al libro de Shamir no te lo pierdas, paciente amigo lector.

ROTTER-DÁM NO ES AMSTER-DÁM

Un consuegro holandés me explica que dam quiere decir “dique”, mientras que Rotter y Amster son dos ríos y me informa que los nombres de las ciudades mencionadas se pronuncian poniendo el acento en la última sílaba. Pero no las traemos aquí (a las ciudades) por nada que tenga que ver con sus nombres sino por las características que hoy las distinguen. Ámsterdam es conocida desde hace tiempo por su extenso barrio de prostitutas que se exhiben, literalmente, en vidrieras. Rótterdam tiene, en cambio, una característica nueva y original: es la primera ciudad importante de Europa que cuenta con una población mayoritariamente islámica y que tiene un alcalde de esa religión, nacido en Holanda pero hijo de turcos.

Todo esto lo aprendí gracias a un mail que me manda un buen amigo, GPH, en el que se describe con lujo de detalles esta asombrosa situación. Se titula “En la casbah de Rótterdam” y es un relato, sobre todo, de la desorientación en que viven hoy los habitantes de los Países Bajos.

Hay un dirigente progresista que confiesa haber sido de izquierda pero “ya no cree más en ello”. Hay mezquitas por todos lados, políticos que se oponen a los musulmanes y tienen que vivir protegidos por la policía veinticuatro horas por día. Hay, claro, el recuerdo del famoso Pym Fortuyn, un homosexual ex marxista convertido en líder de extrema derecha y asesinado por ello. Hay, sobre todo, una atroz perplejidad. Las ideas con que se maneja un holandés promedio no le sirven para nada. ¿Progresismo? Pero el estado actual de esa ideología ya no es el relativismo sino la defensa de los derechos y libertades convertidos, paradojalmente, en fuertes obligaciones que implican prohibiciones. Y sucede que el Islam es, desde este punto de vista, retrógrado y negador de muchos de esos “derechos” como los de los homosexuales a ser más que aceptados, mimados.

Pero la confusión de fondo se produce cuando un holandés moderno, cargado de todos los prejuicios de su condición, tiene que evaluar esta islamización que ha dejado de ser una amenaza para devenir un hecho concreto e indudable. ¿Es malo que la población holandesa retroceda y crezca la islámica? Para un progresista consecuente nada puede haber de condenable o preocupante. Hay que pensar en términos de humanidad, no de naciones y entonces, tanto da que desaparezca una etnia sumergida por otra. Esto dice la ideología, pero un holandés concreto no es fácil que reaccione así. ¿Y entonces? En cuanto busca un modo distinto de evaluar la cuestión se tropieza —horror— con el fascismo, que lo obliga a pensar desde su nación y a preocuparse porque está perdiendo su identidad. Sucede que su cerebro está tan condicionado como el de los perros de Pavlov. Sesenta años de lavado de cerebro le impiden pensar en esa forma. Si la humanidad cumple su destino de progreso ¿qué más da que una Nación desaparezca?

Pero —objetará el progre— los árabes no son garantía de progreso. Eso son prejuicios nacionalistas. Todos los hombres son iguales.

Y así se enreda sin encontrar salida este buen burgués holandés, con su país en el que no hay ni un papelito tirado en las calles, donde todo es prolijo y funciona, pero que por alguna extraña razón ha perdido la voluntad de vivir. Porque, como tantas veces en la Historia, aquí se trata de eso, de la demografía, de vivir o morir, de prolongarse en la descendencia o de abroquelarse en un individualismo que es la máscara de un egoísmo sin límites.

La casbah (ciudadela) de Rótterdam no resistiría un cambio de rumbo histórico con crecimiento de la población holandesa que volviera a dejar a los árabes en la minoría que originalmente fueron. Pero esa sencilla solución es más que difícil, imposible. Y convendría que todos los pueblos nos miráramos en ese espejo, porque hoy nadie está exento de una peripecia similar.

MUCHA OSCURIDAD

En “La Nación” del 1/9 nos encontramos con un viejo conocido, Norman Briski, que se presenta anunciando, categóricamente, que ya no es más “ni judío, ni peronista, ni izquierdista”. Lo que sí parece ser es un autor teatral de moda porque en este momento se están representando en la escena porteña nada menos que cinco obras suyas.

No he visto ninguna de ellas ni conozco nada de su —parece— copiosa producción anterior. Me cuidaré, pues, de hacer su crítica aunque mi espíritu agresivo e inconformista tenga la sospecha de que la fama de Shakespeare y Calderón de la Barca podrán sobrevivir a la comparación con este autor.

Pero el largo reportaje que le hace el diario de los Saguier (o vaya uno a saber de quién) nos da algunas pistas sobre su entidad como escritor. Le dice el cronista: “tu creación dramática se liga a mundos de profunda oscuridad. ¿Por qué?” ¡Vaya! Sucede que la palabra “oscuridad” es polisémica, como decimos los pedantes. ¿Qué querrá decir, en el caso de Norman Briski? ¿falta de luz y claridad? ¿muy sombría? ¿Humilde y baja de condición social? ¿falta de luz y conocimiento en el alma o en las potencias intelectuales? ¿falta de claridad en lo escrito? Todos estos sentidos le atribuye a la palabra el Diccionario de la lengua. Ninguno me gusta mucho y si me hicieran a mí la pregunta reproducida creo que me fastidiaría bastante. Pero Norman Briski es mucho más humilde que yo y no sólo no se enoja sino que sale comedidamente a explicarse, reconociendo, implícitamente que lo que escribe es “profundamente” falto de luz o claridad y/o muy sombrío, etc.

Pero la explicación es sencilla. En cinco minutos nuestro autor vomita todos los padres o padrinos intelectuales que tiene: Deleuze, Walter Benjamín, Roland Barthes, Jean Paul Sastre… basta. Nadie es capaz de alimentarse de ese condumio y no ser profundamente oscuro en todos los sentidos que dice el diccionario y cinco o seis más que omitió.

Con oscuridad y todo, lo que dice Norman Briski es interesante. Es una especie de velorio de barrio de todos los modos de ver el mundo que hemos dado por muertos en la notícula sobre el flogisto. Briski “ve terrible” la situación del país, sin ninguna “luz al final del túnel” (en lo cual, curiosamente, coincidimos) pero él saca en conclusión que “ya no es más judío, ni peronista, ni izquierdista”. Y hace bien. O haría bien si en verdad renunciara a esas cosas.

El problema es que uno puede sospechar, válidamente, que sigue siendo judío, peronista e izquierdista… en la versión 2009 que resume esas y otras calificaciones en una: progresista. Claro que el todo es una profunda confusión, desorientación, desconcierto, perplejidad, falta de metas. Pero no hay verdadera renuncia a nada. Al contrario, se aferran a los maderos trizados del naufragio y tratan de convencernos de que, en verdad, están tomando lecciones de natación. Yo no les pido un mea culpa porque (ya lo he dicho) no creo mucho en disculpas que no impliquen una verdadera conversión. Los Briski siguen envenenando con sus oscuridades al Estado, a la juventud que educan, a la sociedad que corrompen desde los medios de comunicación y desde la literatura y el teatro. Creeré en sus arrepentimientos cuando dejen de hacerlo.

Cuando Briski dice que ha dejado de ser esto y lo otro, el cronista le dice “Es muy doloroso haber perdido todo eso”, a lo que contesta “son cosas que uno puso trabajo, abnegación, despojos, todas cosas lindas y uno ve que van a parar al c…” Es decir, invertí mucho en este negocio y resulta que no hay ganancias. O sea, judío sigue siendo.

Y luego dice “me parece que llegué al lugar al que llegamos todos y nos cuesta caminar”. Otra vuelta de tuerca de la oscuridad y la confusión, porque ¿alguien podría explicar cuál es ese “lugar al que llegamos todos” y por qué “les cuesta caminar”? Izquierdista también sigue siendo.

Aníbal D'Ángelo Rodríguez

domingo, 8 de noviembre de 2009

Año tras año, la misma mentira


LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

El próximo lunes 9 de noviembre —si la ira justiciera de Dios no dispone lo contrario— la Iglesia de Santa Catalina de Siena, de nuestra Ciudad de Buenos Aires, sufrirá un gravísimo agravio, como lo padeciera la Catedral Metropolitana en años anteriores, ante las mismas circunstancias. Para que el dolor resulte aún más lacerante, los primeros responsables de tamaña profanación serán nuestros propios pastores.

Se trata de una falsa celebración ritual que se ha vuelto pecaminosa e impune costumbre. La Arquidiócesis de Buenos Aires, por un lado, mediante su Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso; y la tenebrosa B’Nai B’rith por otro, co-celebrarán una “liturgia de conmemoración” en el “un nuevo aniversario de la Noche de los Cristales Rotos”. Tamaño oficio religioso —según lo anuncia regularmente la invitación oficial de rigor— suma, además, los auspicios y las adhesiones de una diversidad de instituciones judaicas, unidas todas con la jerarquía católica nativa para “honrar y recordar” a las víctimas de “los nazis” que “en la noche del 9 de noviembre de 1938, profanaron y destruyeron más de 1000 sinagogas, mataron a decenas, encarcelaron a 30.000 judíos en campos de concentración [saqueando] negocios y empresas”. El convite oficial correspondiente al 2009, por su parte, agrega que el episodio recordado “significó el inicio de la Shoa […] que llevó a la muerte a más de seis millones de judíos, entre ellos un millón y medio de niños” (Cfr. AICA, 3 de noviembre de 2009); esto es, el mito completo y canonizado, presentado con la misma categorizacion dogmática de siempre, contra las más elementales reglas de la estadística demográfica objetiva.

El hecho, por donde se lo mire, constituye una mentira infame y una abominación que clama al cielo.

SUCESIÓN DE IMPOSTURAS

Mentira es que se acuse, sin más, a los nazis, de los luctuosos y reprobables hechos conocidos como la Kristallnacht o Noche del Cristal, repitiendo por enésima vez la versión institucionalizada por la propaganda sionista, el aparato soviético y las usinas aliadas, ya varias y científicas veces rebatida en sólidos trabajos como los de Ingrid Weckert, “Crystal Night 1938 ”, o “Flash Point, Kristallnacht 1938. Instigators, victims and beneficiaries”.

Mentira es que se oculte el asesinato, a manos del judío Herzel Grynszpan, del diplomático alemán Ernst von Rath, cuya alevosía —sumada a otras acciones judaicas de similar tono— motivó la reacción violenta contra los israelitas aquella noche trágica y condenable. Mentira es que se calle la evidente responsabilidad —tanto en el crimen de otro funcionario alemán, Wilhelm Gustloff, como en el aprovechamiento político de los desmanes— de la siniestra Ligue Internationale Contre l’Antisémitisme (LICA), sobre cuyo mentor Jabotinsky podrían escribirse páginas de negras acusaciones.

Mentira es que se silencien las fundadas sospechas de la provocación intencional de este pogrom por la mencionada LICA, eligiéndose cuidadosamente para su estallido la noche del 9 de noviembre, fecha emblemática en la historia del Partido Nacionalsocialista. Mentira es que se escamoteen arteramente los repudios públicos y privados, enérgicos todos, de los principales dirigentes nacionalsocialistas a aquella jornada de desmanes y tropelías, que incluyen declaraciones de Goebbels, Himmler, Hess y Friedrich de Schaumburg; así como órdenes expresas de reponer el orden y de castigar a los culpables, a cargo del mismo Hitler, de Viktor Lútze, jefe de las S.A, y del precitado Goebbels, en su famoso discurso de la madrugada del 10 de noviembre. Mentira es que se omita el Protocolo del 16 de diciembre de 1938, firmado por el Ministro del Interior de Hitler, Dr. Whilhelm Frick, repudiando tajantemente el criminal atropello, no sin analizar seriamente sus reales motivaciones.

Mentira es que se hable de “1000 sinagogas destruidas”, cuando no llegaron a 180, a manos de una chusma incalificable, y de “30.000 judíos encarcelados en campos de concentración”, cuando 20.000 fueron los detenidos para su propia protección, y liberados pocos días después de aquella demencia nocturna, según consta en el Informe de R. Heydrich del 11 de noviembre de 1938, aceptado en el "juicio" de Nüremberg.

Mentira canallesca al fin, la que se asienta en el anuncio oficial de la invitación al recordatorio, y según la cual “el mundo se mantuvo en silencio”. En el mundo entero no se habló de otra cosa que de la supuesta barbarie germana, movilizándose más de 1500 diarios en 165 países, como bien lo relata Salvador Borrego. Hasta tal punto que con razón pudo decir Schopenhauer que “si se le pisa un pie a un judío en Frankfort, toda la prensa, desde Moscú hasta San Francisco, levanta vivas manifestaciones de dolor”.


Como consecuencia de la trágica noche —cuyo vilipendio no dejamos de subrayar— consiguiéronse ipso facto ventajosos acuerdos de emigración para los judíos alemanes hacia Palestina, lo que se consumó ese mismo año 1938, con un número aproximado de 117.000 hebreos. El mismo Hitler envió a Hjalmar Schacht a Londres para que gestionara la recepción de 150.000 judíos, mientras el presidente Roosevelt reunió en Evian-les-Baine a representantes de 32 naciones para organizar la preservación de los hebreos.

Los tres objetivos sionistas se habían cumplido con creces: la difamación sin retorno del régimen nacionalsocialista, el principio del movimiento internacional que llevaría a la caída del Tercer Reich, y el abandono de su supuesta tierra natal, Alemania, de los israelitas allí radicados, trazándose cuidadosamante el plan de ocupar Palestina. ¿A quién benefició aquella noche de sangre y fuego? ¿Quiénes la armaron realmente, si los más destacados jerarcas del Nacionalsocialismo se quejaron amargamente de la misma y ordenaron su inmediato cese?

DEFENDAMOS LA VERDAD

Somos católicos, y se nos crea o no, lo mismo da, nuestras espadas no se cruzan por defender una ideología sobre la cual han recaído oportunas, legítimas y sucesivas reprobaciones pontificias. Pero por modestos y mellados que puedan estar nuestros aceros, saldrán siempre en defensa de la verdad histórica, de los vencidos de 1945, a quienes ningún alegato en su defensa se les permite. Y saldrán siempre en repudio y en ataque de la criminalidad judaica, por cuyas víctimas, que suman millones —sí, decenas de millones— no hay un solo obispo viril que quiera rezar un sencillo responso.

Mentiras múltiples, por un lado, decíamos. Pero abominación que clama la cielo, por otra. Y esto es lo más desconsolador, porque peor que la falsificación del pasado es la falsificación de la Fe. Lo primero es oficialismo historiográfico y puede tener el remedio del buen revisionismo. Lo segundo es la entronización del Anticristo y sólo hallará el remedio definitivo con la Parusía.

En efecto; nada les importa a los obispos que las entidades judaicas con las que se unirán en esta parodia litúrgica, tengan un amplio y ruinoso historial de militancia anticatólica. Nada les importa que la B’nai Brith sea sinónimo documentado de malicia masónica, mafia mundial, ideologismo revolucionario y plutocratismo expoliador y artero. Nada les importa si una de esas instituciones, el Seminario Rabínico Latinoamericano, amén de su frondoso prontuario sionista y marxista, ostente con insolencia el nombre público de Marshall Meyer, conocido y castigado otrora por su flagrante inmoralidad. Nada les importa que uno de los co-celebrantes de la parodia ritual, junto con el inefable Padre Rafael Braun, sea el Rabino Alejandro Avruj, Diretor Ejecutivo de Judaica, organización que se exhibe ostensiblemente “en red” junto con JAG (Judíos Argentinos Gays) para propiciar públicamente las uniones “maritales” entre degenerados (cfr. http://jagargentina.blogspot.com , y Agencia Judía de Noticias, 30-6-08). Nada les importa a estos pastores devenidos en lobos, que todas y cada una de estas entidades, hoy llamadas a una concelebración farisea y endemoniada, hayan sido y sean la prueba palpable del odio a Cristo, a su Santísima Madre y a la Argentina Católica.

LA HEREJÍA JUDEO-CRISTIANA

No; lo único que les importa es consolidar la herejía judeo-cristiana, convertirse en sus acólitos y adalides, y exhibirse impúdicamente ante la sociedad, no como maestros de la Verdad, crucificados por ella, sino como garantes del pensamiento único, tramado en las logias y en las sinagogas. Bergoglio el primero, y tras él sus diversos heresiarcas —más o menos activos o pasivos, acoquinados o movedizos— no quieren ser piedra de escándalo ni signo de contradicción, ni sal de la tierra y luz del mundo. Quieren ser funcionarios potables a la corriente, empleados dóciles de la Revolución Mundial Anticristiana.

Dolorosamente hemos de acotar —como hijos sufrientes y perplejos de la Santa Madre Iglesia— que en tal materia, el mal ejemplo llega de la misma Roma, desde donde parten y se extienden las más innecesarias majaderías y adulaciones a los deicidas. Empezando por la más grave de todas, cual es precisamente la de exculparlos del crimen del deicidio, renunciando a su conversión.

Nuestro respeto es sincero y creciente por los tantos Natanaeles, en cuyos corazones no hay dolo, según lo enseñara el Señor. Nuestra veneración es mayúscula hacia aquellos que, como los gloriosos hermanos Lémann, Sor Teresa Benedicta de la Cruz, el inmenso Eugenio Zolli, o nuestro cercano Jacobo Fijman abandonaron las tinieblas para arrodillarse contritos —victoriosos en su metanoia— ante la majestad de Cristo Rey.

Pero nuestra guerra teológica sigue siendo sin cuartel y declarada contra este sincretismo indigno, ilegítimo y herético, cuyos fautores eclesiásticos —ya hueros de todo temor de Dios y de toda genuina fe neotestamentaria— no trepidan en ofrecerles a los enemigos de la Cruz uno de los templos más emblemáticos de la Ciudad, otrora llamada de la Santísima Trinidad. Hospitalarios con los perversos para celebrar la mentira, quede marcado para ellos el estigma irrefragable de quienes traicionan el Altar del Dios Vivo y Verdadero.

DECÍRSELO EN LA CARA

En la Homilía pronunciada durante la Misa Arquidiocesana de Niños en el Parque Roca, el pasado 24 de octubre, entre murgas y marionetas gigantes —según la noticia oficial— el Cardenal Primado, con esa facilidad ilimitada que posee de aplebeyarlo todo, les dijo a los pequeños: “Nunca le saquen el cuero a nadie. Si ustedes le tienen que decir algo a alguien, se lo dicen en la cara”.

Se lo estamos diciendo en la cara, Eminencia, pero ¿cuál es la parte que no entiende? ¿Que no se puede cometer sacrilegio, que no se debe homenajear una mentira, que no es posible la unidad de los opuestos y la coyunda con los enemigos de la Cruz, que no se debe permitir la concelebración de un ritual mendaz entre un modernista cripto judío y un hebreo promotor de la contranatura, que es inadmisible profanar un antiguo templo porteño para cultivar la obsecuencia con el poder judaico? ¿Cuánto más cara a cara tenemos que seguir proclamando estas dolientes verdades para que sean inteligidas?

Con palabras eternas del Evangelio les llegue, a los intrusos del lunes 9 de noviembre y a quienes les abren las puertas, la admonición jamás periclitada: “¡Matásteis al Autor de la Vida, crucificásteis al Señor de la Gloria!”

Con palabras veraces seguiremos repitiendo lo que todos cobardemente callan: el único holocausto de la historia, lo tuvo a los judíos por víctimarios y a Nuestro Señor Jesucristo por Víctima inmolada.

Con palabras de Santa Catalina de Siena —la dueña de casa del Convento que profanarán estos malditos— repetiremos en alta voz: “Gracias, gracias sean dadas al Dios Soberano y Eterno, que nos ha colocado en el campo de batalla para luchar como valientes caballeros por Su Esposa, con el escudo de la Santa Fe”.

Con palabras del martirologio seguiremos proclamando:
Cristo Vence,
Cristo Reina,
Cristo Impera.
¡Viva Cristo Rey!

Antonio Caponnetto