sábado, 31 de mayo de 2008

Lecturas de medianoche


LA PARADOJA DE CEFERINO

LA SANTIDAD NO ES OFICIALISTA

La paradoja de la Historia, dice Gilbert K. Chesterton en su “Santo Tomás de Aquino”, es que cada generación es convertida por el santo que más la contradice. Si viviese Chesterton en nuestros días, amén de alegrarse con la beatificación de Ceferino, podría mostrarnos con claridad cómo la figura del “santo de la toldería” nos llega justo ahora, después de tantos años de espera, como especialísimo signo para la conversión de nuestra pobre Patria.

Intentaremos, de la mano del amigo Gilbert, seguir esa idea para entender lo providencial de esta beatificación y qué es lo que nos dice a nosotros hoy.

“El santo es una medicina, porque es un antídoto —dice en el mismo libro—. Y en verdad, ésa es la razón por la cual el santo es de ordinario mártir; se lo toma por veneno porque es un antídoto. Sucede de ordinario que él vuelve al mundo a sus cabales, exagerando lo que el mundo olvida… Sin embargo cada generación busca su santo por instinto y éste no es el que la gente quiere, sino lo que necesita”.

La indiferencia oficial ante la beatificación (uno de los grandes hechos en la historia de la Iglesia en Argentina) parecería contradecir esto último, pero por otro lado, ¿desde cuándo la santidad es oficialista?

La primera pregunta que al enterarse de la buena nueva se hicieron muchos fue: ¿qué hizo Ceferino? Y la respuesta, podría sorprender, porque en su corta vida no encontramos nada especialmente prodigioso. Vivió poco, tuvo un sueño que nunca llegó a cumplir, sufrió mucho y murió lejos de sus mayores afectos. Quizás podríamos nombrarlo el patrono de los fracasados… humanamente hablando, porque en lo sobrenatural, las cosas son distintas. No es hombre el que construye su santidad, sino es el Señor, quien con el asentimiento de ese hombre, el que hace las maravillas. Maravillas que se dan en primer lugar en la interioridad, y que a veces, sólo a veces, se reflejan exteriormente. Éste es el caso de Ceferino.


CRISTOCENTRISMO, NO INDIGENISMO

Podríamos decir que la primera nota de su santidad es su “cristocentrismo”. Constantemente reconoce las maravillas que obró en él Nuestro Señor, y como es justo y agradecido, su obsesión será transmitirles a los demás, especialmente a sus paisanos, cuál es la fuente de sus alegrías y consuelos.

“Quiero ser útil a mi gente”, le dijo a su padre, el temible Cacique Manuel Namuncurá, y rápidamente se dará cuenta de que la mejor forma de ayudar al prójimo es enseñarle la Verdad, “la mayor obra de caridad”, como dice Santo Tomás.

En el año 1900 escribió: “Algún día, cuando sea grande, también le ayudaré a Monseñor Cagliero a convertir a los indios. Los pobres que están allí no saben que hay Dios, no saben que Jesucristo derramó su sangre para salvarnos. Yo tampoco lo sabía…”

Es un enamorado de la Verdad y, por lo tanto, un verdadero misionero. Y aquí está nuestra primera paradoja: un santo que nos remarca lo que muchos cristianos argentinos nos olvidamos: que sólo Cristo salva y que sólo en Él encontraremos la salida para nuestra crisis. Beato Ceferino, haznos creyentes de verdad.

“Debo aprender mejor que todos el Catecismo, porque tengo que enseñárselo después a mi gente. Éstos no saben estas lindas cosas; por eso son malos y se pierden”, dijo alguna vez, y ¡que no lo escuche “el buen salvaje” de Rousseau! Si nos viera ahora, pobre Ceferino, lo diría con mayor dolor y no sólo a los de su tribu.

De la primera “contradicción”, saltamos a esta otra. Hoy está de moda un indigenismo que poco favor les hace a nuestros hermanos. Desde ya que ese indigenismo es hijo de ideologías de “huincas” que por sabidas ni vale la pena mencionar. Lo malo es que —como tantas otras tergiversaciones— el mal indigenismo parece que se impone como un nuevo dogma sostenido por la mentira histórica y, lo que es más grave, entre nosotros por el error teológico. En vez de enorgullecernos por llevar la cruz, nos preocupamos por ocultarla.

¡Y ahí está Ceferino para recordarnos que eso es una verdadera maldad! En su vida podemos ver los males que sufrieron él y su gente por culpa del liberalismo y los bienes sin número que recibieron de Jesucristo; constantemente se va a preocupar por dejarlo en claro en sus escritos.

Podría haber dicho como San Gregorio: “si no fuese tuyo, oh Cristo mío, esta vida sería un abuso”. Beato Ceferino: haznos agradecidos y estudiosos. Sí, porque en ese “debo estudiar” también vemos otra de nuestras llagas: la ignorancia presuntuosa del que cree saber, pero que nunca se preocupó por saber.


NO NOS DEJES CAER EN LA CIVILIZACIÓN

Nada más contrastante, entonces, que su figura, frente al estereotipo argentino. La puerta de entrada a la santidad de Ceferino podríamos decir que fue su humildad y simplicidad; puerta por la que él entró y por la que deberíamos entrar los argentinos como ese antídoto necesario. La humildad es realismo frente a nuestra realidad y es la única forma de mejorar. Beato Ceferino: haznos humildes, porque no lo somos y ahí está una de las raíces de nuestra decadencia.

Su humildad estaba de la mano de una profunda alegría y amabilidad. Ceferino hubiera podido escribir como lema entre sus versos esta estrofa del poema de Belloc: “La cortesía es mucho menos / que la intrepidez del corazón o la santidad /pero, bien meditado, yo diría / que la gracia de Dios está en la cortesía” (aunque esto debo aclarar que también lo robó y ya lo dijo G. K. Chesterton sobre San Francisco).

Y es curioso pensar, siguiendo nuestra línea, si los argentinos somos o no corteses. Si nos dividimos sarmientinamente entre bárbaros y civilizados, deberíamos señalar la cortesía como una cualidad bien gaucha, bien “bárbara” y la prepotencia más bien algo propio del porteño civilizado (aunque la globalización nos uniforme para peor). Beato Ceferino: no nos dejes caer en la “civilización”.

La cortesía ceferiniana, también fruto de una profunda alegría del corazón. De hecho, los primeros testimonios en el proceso de Ceferino hacia los altares remarcan siempre esta cara, también paradójica frente al mundo. “El príncipe de las Pampas”, tal como lo llamaron los diarios italianos al señalar su llegada a la península, era más que pobre, se sabía en camino a una muerte próxima e inexorable, sus sueños nunca se iban a poder cumplir y, sin embargo, siempre se lo veía con una sonrisa, fruto de la Esperanza.

También eso nos está marcando un camino hoy en esta Argentina hundida en los fracasos. Si leemos los diarios nos damos cuenta que peor no podemos estar; si nos ponemos a hacer cuentas humanas, parece que todo está perdido, ¿nos obliga eso a una triste mueca melancólica?

El “celo amargo” es una tentación fuerte en estos días, pero si es “amargo”, es signo de que es un error. Ceferino nos responde con una sonrisa de corazón, porque de última, como diría el cura Castellani, “por nosotros, Dios trampea”. “Jugaba en buena lid / luchó su lucha limpia como un Cid / escondida en la manga la gran carta / de la resurrección. Muertos, reíd. / Reíd de la Natura. Dios descarta… / De su ley inflexible de pelea / burlaos. Por nosotros, Dios trampea”.

El Papa acaba de decir en su última encíclica que la actual “crisis de la Fe” es ante todo crisis de esperanza. Y Ceferino —también en esto— es nuestro remedio y nuestro antídoto.

Toda la Argentina bien nacida debería haber festejado de corazón esta beatificación. Lo cierto es que no lo hizo. No digo que había que irse hasta Chimpay, porque para muchos era algo imposible, pero sí hubiese sido justo que en cada diócesis, en cada parroquia, en cada escuela católica se hubiese vivido con alegría y esperanza. La indiferencia es una maldad indigna de nuestra sangre, pero también es una triste realidad.

En fin, alguna vez escribimos sobre la Argentina como esperanza del mundo, pues bien hoy podíamos pensar en el Beato Ceferino Namuncurá como esperanza de nuestra Patria: marca una huella y promete un milagro.

Ora pro nobis.
Franco Ricoveri

viernes, 30 de mayo de 2008

Un libro para consultar siempre


LOS CRÍTICOS DEL

REVISIONISMO HISTÓRICO


Por Antonio Caponnetto

Dura y rigurosa réplica a los falsificadores
de la historiografía argentina


Plan analítico de la obra

Tomo I (520 páginas)

Libro I. La crítica liberal a la historiografía revisionista

Capítulo 1: Don Emilio Ravignani: intuiciones y apriorismos ideológicos.

Capítulo 2: Grandes paradojas de Ricardo Zorraquín Becú.

Capítulo 3: La fiscalía del Dr. Ricardo Levene.

Capítulo 4: Ricardo Piccirilli y otros simplificadores.

Capítulo 5: Las opiniones de Ricardo Caillet-Bois.

Capítulo 6: José Barreiro y demás juicios facciosos.

Capítulo 7: Las acusaciones de nazismo.

Capítulo 8: El confuso diagnóstico de Ernesto Fitte.

Capítulo 9: La inefable arbitrariedad de Enrique de Gandía.


Libro II. La crítica de las izquierdas a la historiografía revisionista

Capítulo 1: La familia Romero. Francisco, José Luis y Luis Alberto Romero.

Capítulo 2: Halperín Donghi: la insuficiencia del profesionalismo.

Capítulo 3: Diana Quattrocchi-Woison: los males de su memoria.

Capítulo 4: Las opiniones de Hilda Sábato.

Capítulo 5: Hebe Clementi: el resentimiento antinacionalista.

Capítulo 6: Un mal paso: la crítica del Partido Comunista. [Examen de la obra de Leonardo Paso].

Capítulo 7: Nacionalismo e historiografía en Carlos Rama.

Capítulo 8: Ideología y método en Alberto Plá.

Capítulo 9: Oscuridades y contradicciones de José Raed.

Capítulo 10: Dos críticos menores: Fernando Devoto y Alejandro Cattaruzza.


Tomo II (620 páginas)

Capítulo 1: Tres enfoques simultáneos: Edberto Oscar Acevedo, Víctor Saá y Enrique Arana (h).

Capítulo 2: El integracionismo histórico. [Se examinan en este capítulo los siguientes autores: Carlos Marco, Javier Estrella, Alfredo Coronel, José Gabriel, Carlos Segreti, Walter Tessmer, Mario Bottiglieri, Julio Chiappini, Marcos Merchensky, Ataúlfo Pérez Aznar y Rogelio Frigerio].

Capítulo 3: El incongruente relativismo de Antonio J. Pérez Amuchástegui.

Capítulo 4: Los dispares argumentos de Roberto Etchepareborda.

Capítulo 5: La perspectiva sincretista. [Se examinan en este capítulo los siguientes autores: Armando Raúl Bazán, Héctor José Tanzi y Angel Castellan].

Capítulo 6: El extranjero. Clifton B. Kroeber.

Capítulo 7: La pseudoecuanimidad de Félix Luna.

Capítulo 8: Revisionismo y tesis conspirativa. [Se examinan en este capítulo los siguientes autores: David Rock, Daniel Lvovich, Cristián Buchrucker y Juan Alberto Bozza].

Capítulo 9: Juan José Sebreli: las fuentes griegas.

Capítulo 10: Otros críticos menores. [Se examinan en este capítulo los siguientes autores: Maristella Svampa, Olga Echeverría y Honorio Alberto Díaz].

Epílogo Galeato.

Bibliografía.


Un libro del Instituto Bibliográfico “Antonio Zinny”.
En Tucumán 1958, 1º G y H, Capital Federal.
Tel/fax: 4373-0901, ibizii@infovia.com.ar.
De lunes a viernes de 9 a 17 hs.

En Santiago Apóstol:
Riobamba 337, Tel. 4372-9670,

santiagoapostollibros@yahoo.com.ar

En Huemul:
Santa Fe 2237, TE. 4822-1666,
libreriahuemul@arnet.com.ar

jueves, 29 de mayo de 2008

29 de Mayo

DÍA DEL EJÉRCITO

No podríais, aunque quieras, soldado, ser sordo y ciego ante la apremiante angustia de la patria. Y por mucho que acalles las inquietudes de tu propio espíritu, no podrás eludir, en las largas vigilias del servicio, estas preguntas inaplazables: ¿qué es lo que está ocurriendo? Este Estado en cuya defensa arriesgo la vida, ¿es el servidor del verdadero destino patrio?

No puede haber vida nacional en una patria escindida en dos mitades inconciliables. No cabe convivencia fecunda sino a la sombra de una política que no se deba a ningún partido ni a ninguna clase; que sirva únicamente al destino integrador y supremo de la patria.

Normalmente los militares no deben profesar opiniones políticas; pero esto es cuando las discrepancias políticas sólo versan sobre lo accidental; cuando la vida patria se desenvuelve sobre un lecho de convicciones comunes que constituye su base de permanencia. El Ejército es, ante todo, la salvaguardia de lo permanente, por eso no se debe mezclar en luchas accidentales. Pero cuando es lo permanente mismo lo que peligra, cuando está en riesgo la misma permanencia de la patria —que puede, por ejemplo, si las cosas van de cierto modo, incluso perder su unidad— el Ejército no tiene más remedio que deliberar y elegir. Si se abstiene, por una interpretación puramente externa de su deber, se expone a encontrarse, de la noche a la mañana, sin nada a qué servir.

Como en los cuentos, la patria está cautiva de los más torpes y feos maleficios; una política confusa, mediocre, cobarde, estéril, la tiene condenada a parálisis. ¡Que Dios nos inspire a todos en la coyuntura!

José Antonio Primo de Rivera

martes, 27 de mayo de 2008

Poesía que promete


LAMENTO POR
LA PATRIA


Esta Patria, regada con estrellas
y llanto liminar de madrugada;
esta Patria bregada con centellas
de luz en el riomar y en la quebrada
hoy gime de dolor y apostasía
¡Ay, Patria mía!

Sus cielos en la tarde adamascada
son acechados por tornados graves
y ofrecen un perfil de barricada
(el de Aeroflot en redomadas naves)
mientras mi pena canta en su elegía
¡Ay, Patria mía!

Patria de los abuelos europeos
que hilaron en un Puerto su nostalgia
y soñaron allá para sus nietos
una tierra pletórica y solaria.
Y aún desde el cielo ruegan todavía
¡Ay, Patria mía!

Patria de nuestros hijos argentinos
herederos de Dios en la conquista
de España, que con brazo peregrino
cumplió con su misión redentorista.
Aunque hoy muerda otra vez la paganía…
¡Ay, Patria mía!

Esta es la patria amada del amado
del ser que nos sostiene en la vigía;
del que alimenta con manjar sagrado
los sueños calcinados en lejía.
Y que es manantial de mi poesía
¡Ay, Patria mía!

Patria saqueada por los agoreros
por los truhanes y por los mercenarios;
Patria escaldada por filibusteros
por sodomitas y fornicatarios.
Y otros murieron por tu gloria un día…
¡Ay, Patria mía!

Patria injuriada, Patria escarnecida,
Patria deshecha por lenguas mendaces
yo te lloro otra vez estremecida
porque no sé… no sé lo que te pase.
Sólo sé que mi voz dirá sombría
¡Ay, Patria mía!

Amelia Urrutibeheity

lunes, 26 de mayo de 2008

Se presenta nuestro


TESTIGO DE CARGO

Desde hace mucho tiempo me he impuesto la tarea de actuar como “testigo de cargo” de un invisible juicio contra la modernidad. Trato de entrar en todos los rincones sucios y polvorientos de esa señora (la Modernidad).

Pero los otros días me preguntaba: si tuviera que señalar el error central de la modernidad, ¿qué diría? La primera respuesta no es difícil: su abandono de Dios, de lo sagrado y su intento de divinizar al hombre. Desde luego. Pero no es eso lo que me pregunto, sino cuál de los defectos o errores de la modernidad actúa como centro de todos sus otros defectos o errores. En otras palabras: ¿existe un algo en torno al cual se organicen todos —o casi todos— los errores modernos?

Ahora sí: en este sentido, el peor defecto del iluminismo es su individualismo. Es la ruptura de los lazos entre los hombres, de los hombres con el pasado, de los hombres con la tierra. ¿De dónde viene? Como es lógico, de su afán prometeico, es decir de emular la hazaña de Prometeo y robar el fuego de los dioses… sin pagar el precio que pagó el pobre hombre, al que unos buitres le devoran las entrañas por los siglos de los siglos.

De este pecado central de la modernidad se derivan infinitas consecuencias que explican el ochenta por ciento (por decir una cifra) de las cosas que aquí comentamos. El individualismo borra palabras como deber (los derechos son míos, el deber es hacia otro), sacrificio (que implica consideración amorosa del otro), solidaridades que vayan más allá de la beneficiencia (por ejemplo con las generaciones anteriores de la Patria) y un enorme etcétera. Deriva también el concepto loco de libertad absoluta por el cual siempre alguien termina pagando el pato (desde los bebés abortados a las familias destruidas por la picazón que les da a cierta edad y en cierto lugar a los señores maduros.

Todas estas reflexiones se me ocurrieron leyendo una larga nota que firma una señorita llamada Mariana Iglesias y que se publicó hace un tiempo en “Clarín”. Ya el título nos lo dice casi todo: “Elogio a la soltería: cada vez más personas reivindican vivir sin pareja”, y luego nos explica que estos “neosolteros o impares son un grupo de profesionales exitosos que no tienen como objetivo convivir con alguien”.

Luego les da la palabra a algunas de estas “neosolteras” como Valeria, que “está feliz en Palermo donde le quedan cerca todos los bares a los que suele ir con sus amigos” y que añade que “lo está pasando muy bien y disfruta plenamente estar sola”. Otra fémina, que se llama Fabiana nos informa que “después de mucho pensarlo dejó de lado la idea de la maternidad” porque es “demasiado libre y le gusta hacer lo que quiere todo el tiempo”.

No vale la pena continuar, porque el artículo es largo, pero todas repitieron las mismas gansadas. Olvidemos la pregunta kantiana: ¿qué pasaría en el mundo si todas las mujeres imitaran su ejemplo? Y vayamos a la atroz trayectoria del individualismo en el mundo moderno: Primero, familia sí, pero con pocos hijos. Luego, familia no, pero pareja sí, luego pareja no y neosoltería sí. La siguiente es una cápsula para encerrarnos en ella y que los demás no nos molesten. Porque el consumo y hasta “los amigos de Palermo” terminan por fastidiar.

Dénle tiempo al tiempo y ya verán el invento que nos aislará definitivamente de todos los otros. Será el sexo cibernético o el cuartito de la TV en tres dimensiones, como en el libro de Bradbury. Eso, o algo equivalente. Y así tendremos una humanidad de seis mil millones de dioses somnolientos y mortalmente aburridos.

Aníbal D'Ángelo Rodríguez

domingo, 25 de mayo de 2008

Peco, más actual que el diario de hoy


BUENOS AIRES

EN 1810

Mientras la sociedad cerraba celosamente sus puertas a toda idea innovadora, los hombres de arraigo en Buenos Aires repudiaban las corrientes impías (sociales, políticas y filosóficas) que Francia había hecho triunfar con la Revolución. Debe advertirse, no obstante, que una minoría culta y urbana formada intelectualmente en los centros de Chuquisaca o educada en Europa, conocía las ideas preconizadas por los Enciclopedistas y admiraba en silencio los principios liberales que informaron la ideología de 1789.

Pero tal exotismo fue totalmente extraño al espíritu popular argentino de la época. Pues bien: ¿qué causas profundas movieron entonces a los protagonistas de los acontecimientos históricos ocurridos en Buenos Aires en 1810? Vinculados a España, nuestros patriotas —como natural reacción antiborbónica, pues eran aún leales al viejo espíritu de familia común— abrigaban, es cierto, ocultos propósitos de reformismo institucional. ¿Eran legítimas sus aspiraciones a esta especie mínima de independencia a través de nuevas leyes de recíproca hermandad política entre la Monarquía y sus dominios de ultramar?…

La respuesta la brinda el testimonio indubitable de dos importantes protagonistas de la célebre semana de mayo en Buenos Aires, que ratifican claramente lo que acabo de afirmar como historiador argentino. En efecto, basta con leer las opiniones contemporáneas de dos próceres responsables del primer gobierno patrio en 1810; o sea, Cornelio Saavedra y Tomás Manuel de Anchorena, respectivamente. Allí se ve la interpretación “ANTI-IDEOLÓGICA” de nuestra denominada REVOLUCIÓN DE MAYO (todavía en pañales en 1814): impremeditada y auténticamente tradicionalista en sus orígenes.

La Historia Argentina ha sido escrita en nuestro país obre la base de un preconcepto —EL ANTIHISPANISMO IDEOLÓGICO— esgrimido como bandera de guerra para justificar actitudes políticas. Hoy, lograda (en teoría al menos, el objetivo primario) la independencia nacional, el odio al pasado popio resulta deleznable y anacrónico, propio de escritores y panfletistas baratos de izquierda. ¿Prejuicios de resentidos, acaso? Este preconcepto nos viene de lejos y es, puede decirse, el sostenido por dos próceres constitucionales: SARMIENTO, ALBERDI (el cipayesco autor extranjerizantes de “Las Bases” en 1852) y MITRE. Trilogía infalible hasta hoy; a quienes la “Historia regulada” otorga los dones del Espíritu Santo para juzgar sobre nuestro pasado remoto.

Aquellos hombres, mentores del ANTIESPAÑOLISMO COMO DOGMA, menospreciaron las tradiciones virreinales en bloque, como una rémora; no obstante haber ellas plasmado —a través de cinco siglos de unión a España— las épicas virtudes de nuestra raza, cuyo legado hemos de transmitir intacto a la posteridad.

Nuestras “guerras civiles” iniciadas en 1810, evidencian, pues, la profunda impopularidad de logistas y afrancesados facciosos en el escenario nacional, demostrando por lo demás que de aquella enconada resistencia al liberalismo despótico y ateo, ha sido hecha la verdadera Argentina histórica independiente. Historia Argentina que arranca de una tradición viva y no de exóticas ideologías postizas, importadas pro el contrabando mercantil y por intermediarios de la civilización capitalista.

Y bien: ahora más que nunca, la presión de ideologías extrañas vuelve a ahogar la voz de nuestros impávidos ciudadanos indefensos. Es preciso inspirarse en los ejemplos de antaño. El signo de la argentinidad pretérita (hispanocatólica hasta las raíces), debe ser el que presida hoy nuestra emancipación total y la grandeza futura de Hispanoamérica libre.

¡Quiera la Providencia, entre tanto, iluminar con ese espíritu a las nuevas generaciones rioplatenses en los años decisivos que a todos nos tocará vivir! Imitando aquellos tiempos heroicos de 1810 y siguientes, en que gobernaban la Argentina hombres de la Reconquista y la Defensa (patriotas y no políticos profesionales). En cambio, en la actualidad, la dirigen advenedizos complacientes, acostumbrados a capitular; a entregarse “por sistema” a gringos y cipayos de adentro; o sometidos inermes, a los planes chupasangre, caprichosos e imperialistas de los acreedores de afuera… Nada más y ¡VIVA LA PATRIA!

Federico Ibarguren

sábado, 24 de mayo de 2008

Patrona del Agro


24 DE MAYO,
FIESTA DE MARÍA
AUXILIADORA

Oración por el campo argentino

María Auxiliadora, patrona del campo argentino, escucha nuestra oración e intercede por nosotros.

Tú conoces los sinsabores de nuestro trabajo, las penurias que debemos pasar desde que aramos hasta que llega la hora de la cosecha.

Tú sabes que las condiciones climáticas muchas veces son desfavorables y que no siempre las leyes del mercado son justas con nosotros.

Tú comprendes que hay muchas circunstancias que inquietan nuestros corazones y nos hacen olvidar que quien alimenta a los pájaros del cielo y viste las flores silvestres es nuestro Padre Dios que siempre desea nuestro bienestar y dicha.

Enséñanos a confiar en ese Dios amoroso que nos reveló tu Hijo, ese que hace salir el sol gratuitamente cada día y envía la lluvia sobre los campos de justos y pecadores.

Ayúdanos a sentirnos ante Él como niños pequeños en brazos de su Madre cariñosa.

Aparta de nosotros toda superstición y la falsa creencia de pretender controlar a Dios y a la naturaleza con oraciones y fórmulas mágicas.

Que recemos sabiendo que todo depende de Dios; pero que, paralelamente, trabajemos con la constancia y la honradez que corresponde a los Hijos a quienes Dios instituyó dueños y señores de todo lo creado y a quienes confió el cuidado de la obra de sus manos.

Finalmente, dulce Madre nuestra, ayúdanos a descubrir en nuestros hermanos necesitados a tus hijos predilectos y a convertirnos en colaboradores tuyos a favor de quienes invocan tu auxilio.

Amén.

viernes, 23 de mayo de 2008

En la Semana de Mayo (II)


BELGRANO Y LA

NACIÓN ARGENTINA


Me interesa reflexionar sobre Belgrano y la Nación Argentina, debido a que se están programando actividades para celebrar en el 2010 el Bicentenario de la Argentina. En realidad, es un aniversario equívoco. Si se toma la expresión Nación Argentina como equivalente a Estado Argentino, es necesario decir que el mismo no quedó constituido el 25 de mayo de 1810, fecha en que se formó un gobierno propio, pero provisorio, hasta que el Rey Fernando VII —que estaba preso de Napoleón— reasumiera su corona. El Estado Argentino sólo surgiría seis años después, con la Declaración de Independencia.

En efecto, al asumir sus cargos los integrantes de la Junta Provisional Gubernativa, consta en el acta de acuerdos del Cabildo: “el presidente [Saavedra], hincado de rodillas y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestó juramento de desempeñar lealmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro Augusto Soberano Fernando VII y sus legítimos sucesores y guardar las leyes del Reino…”

Por otra parte, si se toma la expresión Nación Argentina en su sentido sociológico, como conjunto de personas que conviven en un mismo territorio y poseen características comunes: étnicas, lingüísticas, culturales, históricas y religiosas, y manifiestan el deseo de continuar viviendo juntas; la Argentina ya estaba consolidada antes del 25 de mayo. Belgrano estuvo vinculado a ambos hitos históricos, pues fue nombrado Vocal de la Primera Junta en 1810; pero antes, en 1806 —año en que quedó manifestada heroicamente la existencia de la nación— había participado activamente en la resistencia ante las invasiones inglesas.

Consideramos que en ocasión de las invasiones inglesas, quedó en evidencia que la Argentina como nación estaba ya consolidada pues:

1) Existía ya en esta parte del territorio del Virreinato del Río de la Plata, mayoría de criollos, algunos de los cuales, como el mismo Belgrano, desempeñaban funciones públicas de importancia.

2) Existía, como lo afirma el sociólogo Guillermo Terrera, una cultura criolla argentina que para los años 1700/1750, tenía caracteres propios y definidos.

3) No existían en número suficiente tropas profesionales para repeler el ataque extranjero, de modo que la resistencia estuvo a cargo de milicias criollas y de los vecinos que se sumaron voluntariamente a la lucha. Sería impensable que esto ocurriera en una sociedad cuyos integrantes se conformaran con ser una colonia. Precisamente, la decisión masiva de combatir de los criollos, revela a un pueblo con identidad propia que asume la defensa de su tierra, pese a la ausencia del Virrey.

Los recuerdos de Belgrano sintetizan bien la opinión general del momento: “me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación, y sobre todo en tal estado de degradación que hubiese sido subyugada por una empresa aventurera…”

En otro pasaje de sus memorias, destaca la actitud de los soldados voluntarios en la Reconquista y posterior Defensa de 1807: “era gente paisana que nunca había vestido uniforme y que decía con mucha gracia que para defender al suelo patrio no habían necesitado aprender a hacer posturas, ni figuras en la plaza pública para diversión de las mujeres ociosas”.

Siendo Belgrano ayudante de campo del cuartel maestre general, tuvo oportunidad de hablar con los oficiales ingleses prisioneros. Al Brigadier General Craufurd, que le insinuó la conveniencia para los criollos de aceptar el protectorado inglés para lograr la independencia de España, le contestó “nosotros queremos el amo viejo o ninguno”. No hubo un doble discurso en las autoridades criollas, sino que el surgimiento de un Estado soberano en el Río de la Plata resultó de un proceso derivado de la crisis del régimen hispánico.

Así lo explica nuestro héroe en sus memorias: “de allí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar con franqueza de sus derechos”.

Dos años después, llegó a Buenos Aires la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía y la disolución de la Junta Central, lo que impulsó a un grupo de patriotas, liderado por el Coronel Saavedra a intervenir para “quitar las autoridades, que no sólo habían caducado con los sucesos de Bayona, sino que ahora caducaban, puesto que aún nuestro reconocimiento a la Junta Central cesaba con su disolución”.

La conclusión de este recuerdo del prócer, en momentos en que la nación argentina se está desdibujando, por la pérdida de la concordia cívica, y el intento de suplantar nuestra tradición cultural por ideas de cuño gramsciano, es que sólo seremos dignos herederos del general Belgrano si situamos el verdadero Bicentenario de la Nación en la emulación del espíritu de la Reconquista, y convocamos a los patriotas dispersos, a modo de retreta del desierto, para los arduos combates que nos esperan si queremos restaurar la Argentina.
Mario Meneghini

miércoles, 21 de mayo de 2008

En la Semana de Mayo (I)


MAYO: HONOR
EN LA FIDELIDAD

El Alzamiento antibonapartista en las Españas de 1808, produjo la reaparición del antiguo espíritu medieval feudalista y municipal que enfrentó al prometeico liberalismo que traían los ejércitos del Corso.

El juntismo español de esos momentos marcó una clave de gloria en el accionar contrarrevolucionario. La misma situación se dio en los Reinos de Indias, donde estaba muy clara la adhesión al Monarca. Fidelidad ya exhibida con altivez en las reuniones de Montevideo y Buenos Aires de agosto de 1806 y febrero de 1807, cuando Liniers fuera proclamado Jefe Militar y luego Virrey. Se daba por entonces el primer fracaso de Gran Bretaña en su intento de destruir el Imperio Hispano Católico transformando sus atomizados restos en dependencias financieras de la masónica City londinense. Honor a la Patria que mostró la “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo” en el Cabildo Abierto del 21 de septiembre de 1808 donde expresó su voluntad de formar “una Junta como las de España”.

El suceso histórico de Mayo de 1810 estalla en el espíritu siempre presente en las “Repúblicas Comunales Indianas” y como resultado de la certeza de la pérdida de todo el territorio de la Madre Patria a manos del jacobinismo napoleónida. El acontecimiento daba un fuerte impulso a lo que se ha dado en llamar Revolución Americana. Ésta, como muy bien lo señalara nuestro Profesor de juventud, el Dr. Felipe Ferreiro: “…no fue un proceso anti hispánico sino una variante regional de la revolución española, y aspiraba a una unión más perfecta pugnando por conseguir un reajuste general administrativo y particularmente mayor autonomía, pero siempre dentro de la unidad hispánica…”

Cabe entonces afirmar, aunque para algunos despistados todavía pueda sonar a herejía, que la Revolución de Mayo fue un acto de Lealtad encaminada precisamente a asegurar el voto a la Corona, emitido por el pueblo de Buenos Aires al jurarla canónicamente el 23 de agosto de 1808, no por imposición de las autoridades, sino contra la cobarde demora. Un relato de esa jornada que aparece en el tomo 1º del Archivo Pueyrredón permite aquilatar el sentimiento fernandista de Unidad de Destino que tenía entonces Buenos Aires y que se extendía por las Capitanías y Virreinatos. Unidad de los Reinos tal como aparecía en la Real Cédula de Carlos V, y luego en el espíritu de la Leyes de Indias. Discrepancias sobre la forma mejor de conducir a los pueblos durante la vacancia del Trono desembocaron en una guerra civil en la que los bandos mostraron su sincera lealtad monárquica. Así, José Artigas, vencedor en Las Piedras y hombre de la Junta Grande de Buenos Aires, propuso al Virrey Elío un armisticio: “…para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano Fernando VII de la opresión del tirano de Europa…”

Perfecta comprensión del acontecimiento de la Patria Grande lo mostró don Juan Manuel de Rosas en meditado discurso ante el Cuerpo Diplomático el 25 de mayo de 1836. Allí lucen los párrafos que reproducimos: “Qué grande, señores, debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía… Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y dignidad sin ejemplo. No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en actitud de auxiliarlos. Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo celebrado en esta Ciudad el 22 de mayo de 1810, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra eterna del gran pueblo porteño. Pero ¡ah! ¡Quién lo hubiera creído! Un acto que ejercido entre otros pueblos con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios, fue interpretado entre nosotros malignamente como una rebelión disfrazada por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente, etc…”

Refiriéndose a esta alocución escribió Don Julio Irazusta: “Ella concilia el hecho de la emancipación con el lealismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo y salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva…” Como bien lo expresa el Maestro, el Restaurador deja muy claro el sentido de la Revolución de Mayo y su rechazo a la versión del siniestro Monteagudo, que difamara a los hombres de Mayo, a quienes señaló como cubiertos por “una máscara inútil y odiosa”. Calumnia que, aunque refutada por el Dr. Vicente Pazos Silva, en aquel momento fue repetida por Mitre en su “Historia de Belgrano”. De ahí tomó categoría de axioma.

El verdadero carácter de la Revolución de Mayo fue de Honor en la Fidelidad y jamás de perfidia culpable de la guerra con la Madre Patria. El enfrentamiento llegó luego del 24 de septiembre de 1810, cuando la masónica Asamblea de Cádiz desdeñó el federalismo natural de Reinos y Provincias, basado en la comunidad de sangre y Fe para instaurar un inmenso Estado centralizado según el modelo de la subversión francesa. Fue el momento en que José de San Martín se incorporó a la lucha de América.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

martes, 20 de mayo de 2008

Difunda la buena música


Y CANTANDO
HE DE LLEGAR
AL PIE DEL
ETERNO PADRE

Estimados lectores: aunque el cantautor pueda ser un heterodoxo, disfruten de esta canción de protesta.


lunes, 19 de mayo de 2008

Un discutible dilema histórico argentino


CIVILIZACIÓN
O BARBARIE


La historia es vida y su persistencia en el presente desde el cual se la evoca es tanto más patente cuanto más vital la recepción hecha por el historiador. No obstante conviene distinguir entre la continuación de un discurso partidario y la exposición hecha por un analista capaz de descubrir el sesgo pasional de los protagonistas y ofrecer sus puestas con la vivacidad del que puede ponerse en todas o casi todas las situaciones que el complejo ámbito de la historia permite vivir. Sarmiento, en sus “Recuerdos de Provincia”, narra la impresión que le produjo la entrada en San Juan de las tropas de Facundo Quiroga. Podríamos preguntarnos si este recurso, escrito en su madurez, refleja con exactitud la auténtica emoción sufrida por el joven Sarmiento o es el producto elaborado y consciente de una imagen forjada por el ideólogo liberal que llegó a ser en el curso de sus rumias reflexivas y sus lecturas. No olvidemos que Quiroga era primo de su padre y que por muy extraña que haya sido la indumentaria de sus soldados y la rusticidad improvisada de sus armas, no había en ello nada que pudiera alarmar la experiencia cotidiana de un sanjuanino de su tiempo. Conocí San Juan antes que fuera reconstruida de nuevo a partir del terremoto de 1944 y no me extraña en absoluto la polvareda levantada por los duros caballitos riojanos del ejército de Facundo. ¿Podría asustar esto a gente acostumbrada a aguantar los embates del viento zonda que dejaban la población metida en una nube de tierra? La idea de que esos jinetes encarnaban la barbarie, es una noción totalmente libresca y el hijo de la muy cristiana Doña Paula Albarracín de Sarmiento sabía muy bien a qué atenerse con respecto a la educación que habían recibido aquellos guerreros armados “a la que te criaste” por su tío segundo Don Juan Facundo Quiroga. El denuesto “bárbaros” hará eco al de “salvajes” aplicado con igual pasión por sus enemigos federales a las tropas que entraron a sangre y fuego en las provincias y dejaron los rezagos de una civilización sembrada con metralla.

Sarmiento reunía todas las condiciones requeridas para hacer vivir un trozo de la historia de nuestro país. No escribía muy bien pero, como dice Borges, es fácil corregirlo pero no escribir con la vivacidad y la fuerza con que lo hacía. Desgraciadamente era un ideólogo y alguien que continuaba el discurso de Rivadavia y convertía el combate librado contra los caudillos federales en el símbolo de una gigantomaquia en la que luchaban dos fuerzas míticas: la civilización contra la barbarie.

Como los que combatían en la realidad eran hombres y no entelequias, el discurso de Sarmiento podía ejercer un fuerte influjo en los que todavía estaban bajo la sugestión de ese mito, pero nos deja completamente fríos a los que queremos, más allá de las consignas publicitarias, penetrar en el espíritu que animaba a quienes sostenían la batalla. Sí, entiendo: la civilización en contra de la barbarie ¿pero quiénes representaban a una y a otra? ¿Los caudillos que encarnaban los usos y las costumbres cristianas sembradas por España o los ideólogos formados en los principios de la ilustración?

No ve quien quiere si no quien puede y esta afirmación que se impone por el peso de la evidencia, se complica un poco pero no pierde veracidad, cuando trasladamos nuestra visión al campo de los hechos históricos. A primera vista los acontecimientos que ofrecen los datos existentes, pocos o muchos, no difieren esencialmente de aquellos que nos toca presenciar en nuestra vida cotidiana: hombres y mujeres movidos por sus ambiciones, sus orgullos, sus apetitos o sus temores debatiéndose en un ámbito cuyo decorado puede diferir del que habitualmente frecuentamos, pero cuyas preferencias valorativas, si son afines a las nuestras, nos permiten ver con más acuidad la secreta presencia de sus almas y penetrar más fácilmente en la hondura de sus sentimientos.

Las dos figuras que se imponen en la tajante dicotomía planteada por Don Domingo Faustino Sarmiento son las del “Chacho” Peñaloza y del propio Sarmiento que la planteó en los dos libros dedicados a Facundo Quiroga y al “Chacho”, y si hemos elegido la segunda, es porque Peñaloza representaba ante sus ojos la verdadera fisonomía del bárbaro con su pintoresco acento riojano y la ostentosa gallardía de su noble talante gaucho.

Se llamó Ángel Vicente Peñaloza, pero como al presbítero que fue su tutor y tío le parecía demasiado largo llamarlo muchacho, pronunciaba únicamente las dos últimas sílabas: “¡Chacho!” y la contracción le quedó como un mote que la admiración y el amor de sus seguidores convirtió en un verdadero título de gloria. Nació en la provincia de La Rioja, en un lugar llamado Huaja que por las condiciones de su tierra, árida, arenosa y seca, era una de las regiones más pobres de ese territorio que nunca se distinguió por su riqueza, aunque sí por la fuerte gradación alcohólica de sus aguardientes y el enjuto vigor de sus combativos habitantes.

El “Chacho” vivió en Huaja, o para decirlo en el resignado lenguaje de sus paisanos, duró en esa comarca hasta que Facundo lo incorporó a sus tropas y le asignó el grado de capitán, porque era aventajado en todo: en estatura, en coraje y en el claro esplendor de sus ojos azules, tan duros en el combate como risueños y amistosos en el trato cordial que el compañerismo de las armas ennoblece.

Él y el “Chico” Peralta, Juan Felipe, fueron los adalides de ese “comitatus” que constituía la escolta de Quiroga y se imponían por la gallardía de sus figuras ecuestres. El “Chico” tenía casi dos metros de alto y un valor en la batalla que sólo podía ser emulado por la ardiente acometida de ese formidable centauro que fue el “Chacho” Peñaloza.

En el famoso encuentro de La Tablada frente a la artillería del General Paz, ubicada de acuerdo con las más correctas normas de la estrategia, el “Chacho” avanza a caballo contra los cañones y enlazando uno de ellos lo arrastra a la cincha de su montado. Los soldados unitarios abren fuego contra el jinete que se desplaza con alguna dificultad y allí mismo hubiera terminado la historia de Peñaloza si Aldao no le ordena cortar el lazo y ponerse a salvo de la fusilería a uña de buen corcel.

Como dijimos era alto y musculoso, de una fuerza hercúlea y con una mirada muy suave y bondadosa cuando cedía a las solicitudes del buen trato y la amistad. Era fama que nunca se dejó llevar por arrebatos de iracundia, como le sucedía muy a menudo a su jefe, Facundo Quiroga, y sin reprochárselo abiertamente, solía no estar de acuerdo con él cuando tomaba medidas crueles con hombres que habían sido vencidos en una batalla. Matar en combate era una obligación del soldado, pero después del entrevero había que dejar lugar al perdón y la generosidad para no endurecer con gestos rencorosos el odio del enemigo.

Hay, en su relación con Quiroga, toda la lealtad y el afecto del buen vasallo con su señor al que ha prestado su homenaje. Cuando se enteró de que su jefe fue asesinado en Barranca Yaco, nació en él la sospecha de que el instigador del crimen fue Don Juan Manuel de Rosas y ya no pensó más, se puso de inmediato en contra del caudillo federal y se plegó a las órdenes de esos furiosos ideólogos que eran, en verdad, sus verdaderos adversarios.

Está en juego su fidelidad al hombre y esto, en su alma de feudal, prevalece sobre cualquier otra adhesión. No creo que sus sospechas tuvieran fundamento, pero esto es más una moción de deseo que un cabal conocimiento histórico, pero cuando penetramos en los entresijos de nuestros conflictos nacionales, es un álbum de familia lo que empezamos a revisar. Mi bisabuelo era federal, rosista y, al mismo tiempo, un poco pariente de Facundo.

No es de extrañar esta repugnancia para aceptar un crimen que impone desmedro a mis propias fidelidades. Peñaloza estaba convencido de que Rosas había maquinado la muerte de Facundo y no se lo perdonó jamás. Era la reacción lógica de la lealtad a su comitatus caballeresco y en la ruda simplicidad de su apasionado afecto, esto estaba por encima de todas las ideologías.

Cuando tratamos de comprender el panorama de nuestras guerras civiles la primera dificultad que sale a nuestro encuentro es la manía de querer meter en un esquema ideológico la complicada complejidad del momento. Rosas, el mejor servido por la inteligencia política y el que conoció con más hondura y perspicacia las necesidades y las exigencias de nuestro pueblo, sabía perfectamente que no se podía imponer en la Argentina un modelo político de factura liberal.

Se había vivido siempre de las decisiones de un gobierno paternal para que de repente nos metiéramos en los berenjenales del parlamentarismo sin estar preparados ni dispuestos para una eventualidad de esa naturaleza. Hombres acostumbrados a no respetar otra autoridad que aquella encarnada en la persona del jefe, no sentían ningún gusto por obedecer los mandamientos abstractos de una constitución o las órdenes de una ley escrita. Se confiaba en la palabra de un hombre real y concreto y se reconocía en su mandato la nobleza de una distinción justa, porque se sabía, sin haber leído a Santo Tomás, que la verdadera justicia es la que hace el justo y no las “güevadas” escritas en un papelucho.

Los unitarios se han encargado, con toda malicia, de mantener en el ánimo de Peñaloza la convicción de que Rosas había instigado el asesinado de Quiroga, así podían contar con un ejército de aguerridos riojanos y hacer frente a los caudillos federales que veían en el “Chacho” un desertor de sus propias filas. Después de unos desgraciados encuentros sostenidos en Mendoza y derrotado por sus antiguos conmilitones, el “Chacho” se vio forzado a pasar a Chile y allí, con toda probabilidad, en contacto con la flor y nata del unitarismo, haya conocido a Don Domingo Faustino, que dejó de él una semblanza en la que resplandecía su desprecio por la figura de aquel paisano analfabeto que hablaba con un golpeado acento riojano.

Escribe Sarmiento que “llamaba la atención de todos en Chile, la importancia que los argentinos, generalmente cultos, daban a este paisano semibárbaro, con su acento riojano y su chiripá y atavíos de gaucho…” Preguntado en una oportunidad cómo le iba por alguien que lo saludaba, contestó con aquella frase que tanto decía sin parecer decir nada: “¡Cómo me va a dir, amigo! ¡En Chile y de a pie!”

Hay que conocer muy bien la idiosincrasia de nuestros paisanos para comprender la trágica situación de un hombre que, alejado de sus pagos, se encuentra despojado de su tropilla. Hay una vidala que se toca acompañada con la guitarra, que termina con un verso donde se resume en pocas palabras esta lamentable condición del hombre sin caballos: “Yo, mi tropilla la tuve / quién me la saca del alma”.

Aunque no sabemos casi nada de su paradero allende la cordillera, nos explicamos fácilmente su deseo de volver a los pagos de Huaja en los llanos de La Rioja. Seis meses duró su destierro y fueron los unitarios, entre los que debía entreverarse el propio Sarmiento, los que intrigaron y pusieron el dinero necesario para que Peñaloza volviera a su tierra y tratara de levantar a sus paisanos contra el gobierno de Rosas. No es nuestro propósito narrar las vicisitudes de esta triste aventura en la que Peñaloza hizo el lamentable papel de insurrecto contra el gobierno federal. Pero impulsado siempre por rencor al que creía culpable de la muerte de Facundo, combatió varios años la dictadura de Rosas y muchas fueron las batallas que ganó con sus aguerridos llaneros sin que se sepa de dónde sacaba los recursos para mantener en pie de guerra una tropa de caballería que solía superar los cinco mil hombres. El levantamiento de Urquiza y la posterior caída de Rosas en la batalla de Caseros lo devolvieron a su auténtico bando y a partir de ese momento surgen a raudales sus enfrentamientos con el que fue su más completo, talentoso y terco difamador: Don Domingo Faustino Sarmiento.

José Hernández escribió una corta biografía sobre Ángel Vicente Peñaloza. El tiempo ha pasado y con él el furor de los insultos partidarios, pero nos resta la posibilidad de examinar con fría objetividad la consigna sarmientina: “civilización o barbarie”, donde por supuesto Sarmiento representaba a la civilización y Peñaloza la barbarie. La historia, siempre pródiga en enseñanzas ejemplares nos ha dejado un vivo testimonio de esta tajante dicotomía en el “Tratado de las Banderitas” cuando el gobierno nacional después de haberse estrellado contra los “montoneros del Chacho” comisionó al R. P. Dr. Eusebio Bedoya para arreglar con el general Peñaloza las condiciones de una paz que diera por terminada la guerra civil.

Peñaloza dirigiéndose a los coroneles Sandes, Arredondo y Rivas les dijo poco más o menos, con su pintoresco acento riojano: “Es natural que habiendo terminado la lucha entre nosotros, por el convenio que acabamos de firmar, nos devolvamos recíprocamente los prisioneros tomados en los diferentes combates que hemos sostenido, por mi parte voy a cumplir inmediatamente con este deber”.

Los jefes destacados por el General Mitre se miraron con consternación, porque en cumplimiento de las órdenes recibidas habían ejecutado sumariamente a todos los gauchos bárbaros caídos en sus manos y no tenían uno solo para ofrecer en canje a la generosa propuesta de Peñaloza.

El “Chacho” que presentía lo que había pasado insistió ante sus confusos enemigos, presentando a todos los prisioneros porteños que había capturado y a los que no les faltaba ni un solo botón del uniforme, preguntó con esa sorna criolla que el acento riojano hacía más lenta y socarrona: “¿Ande están los míos? ¿O será cierto lo que mi han dicho que han sido todos fusilados?”

El R. P. Bedoya no pudo contener sus lágrimas, avergonzado por el porte magnífico del paisano que con su noble gesto de caballerosidad cumplía con todos los honores de la ética cristiana, ante los administradores titulares de la civilización liberal.

El último episodio de esta epopeya civilizada contra los gauchos bárbaros se cumplió en la casa del propio “Chacho” Peñaloza y cuando ya nada hacia prever la reanudación de las hostilidades con el caudillo riojano.

Un comando militar al mando del comandante Ricardo Vera se presentó en el domicilio del General Peñaloza y le exigió la entrega de sus armas. El “Chacho” ofreció su daga, única arma defensiva que llevaba encima, y se constituyó prisionero de Vera. La irrupción posterior del Sargento Mayor Irrazábal y la muerte a lanzazos de un hombre desarmado, ha sido narrada por el mismo Irrazábal en una corta carta a Don Domingo Faustino Sarmiento, entonces gobernador de San Juan y reproducida por Jorge Newton en su libro “El Chacho”. Escribía Irrazábal:

“Pongo en conocimiento de su Excelencia que hoy en la madrugada sorprendí al bandido Peñaloza el cual fue inmediatamente pasado por las armas, haciéndole también algunos muertos entre los que huían despavoridos. También tengo prisionera a su mujer y a un hijo adoptivo. Tomándome gran interés en salvarlo. Dios guarde a S. E. muchos años. Pablo Irrazábal”.

Todo hace suponer que el “Chacho”, aprisionado por Vera, fue asesinado mientras dormía por el valiente Irrazábal. Lo que sucedió con su cadáver pertenece, definitivamente, al ámbito de la truculencia y da asco repetirlo en una breve nota cuyo único propósito es ilustrar una de las maneras que existen de comprender la civilización liberal y sus pródigos beneficios. Para terminar recuerdo una vidala que suele cantarse en los pagos del “Chacho” y que reza así:

“Diz que Peñaloza ha muerto,
puede ser que sea verdad.
Tengan cuidado ¡salvajes!
no vaya a resucitar”.

NOTAS

No podríamos cerrar esta breve estampa de la vida del “Chacho” Peñaloza sin un sentido recuerdo a su legítima esposa, Doña Victoria Peñaloza, que combatió siempre a su lado y como uno de sus más ásperos centauros y sin hacerle asco a los sablazos que llovían en los entreveros. En uno de ellos casi pierde la vida y si no fuera por uno de los capitanes de su marido, Ramón Ibáñez, que la sacó del combate después de dar muerte a uno de sus agresores que la había herido de un mandoble en la cabeza. Doña Victo o “La Chacha”, como solían llamarla, conservó de esta batalla una enorme cicatriz que le desfiguraba a el rostro y que ella disimulaba con el rebozo de su poncho.

Recuerdo que siendo todavía muy jovencito leí el libro “Facundo” de Don Domingo Faustino Sarmiento, libro de lectura obligatoria en las escuelas y que nadie se atrevía a censurar porque venía impuesto por el gobierno como una suerte de sagrada escritura. Uno de mis tíos, algo heterodoxo en materia de enseñanza liberal, me dijo poco más o menos: “El tejón ése escribe bien y el libro contiene pasajes que vale la pena leer, pero con respecto a Facundo, miente como un bellaco y no hay que tomar al pie de la letra todo lo que dice”.

Es ley que cuando el Diablo da malos maestros, Dios nos ofrece un buen tío que corrige las opiniones del Mandinga y como los chicos, en general, y creo que en todas partes del mundo, aceptan con gusto todo cuanto se dice contra las enseñanzas impartidas en las escuelas oficiales, la recomendación de mi tío me sirvió para construirme una coraza a prueba de balas contra los influjos liberales de esos salvajes unitarios, como repitió con mucha gracia el viejo Maurras en su carta al presidente de Francia, cuando dejó la cárcel donde purgaba su “colaboración” con el enemigo para ir a morir a un sanatorio. Maurras añadía: “como decían los viejos argentinos” lo que sumaba a su prodigiosa memoria, la comprensión de este lema que llama “salvaje” a todo pensamiento que niega las distinciones y se erige en norma monocorde de un criterio uniformante.

De cualquier modo el sueño de Sarmiento no logró concretarse del todo, la inmigración italiana no era lo que él soñaba y aunque plantó trigo y echó a perder el castellano con su “cocoliche” y su “lunfardo”, siguieron siendo católicos e introdujeron algunas supersticiones más a las muchas que ya existían. Sarmiento hubiera preferido una inmigración anglosajona con sus entrometidas féminas armadas de Biblias y prospectos para mejorar nuestras relaciones con el prójimo. Hizo todo lo que pudo y la masonería mediante libró a las escuelas de la tutoría de la Iglesia.

Desde ese momento, con el manual de historia argentina de Grosso y los de historia universal de Jules Isaac nos fuimos alejando, paulatinamente, de nuestras tradiciones ancestrales, tan poco acomodadas a las luces de la postmodernidad.
Rubén Calderón Bouchet

domingo, 18 de mayo de 2008

Rompiendo viejos tópicos


MALVINAS:

LA VERDAD ESTAQUEADA

Entre los tópicos arteros que manejan los desmalvinizantes profesionales, al servicio del enemigo británico, figura el del estaqueamiento de los conscriptos. No hay imbécil que no repita este lugar común de la propaganda antiargentina, al solo efecto de retratar a las Fuerzas Armadas como un hato de sádicos. Si tal castigo está previsto en los usos de la disciplina castrense en tiempos de conflagración, si fue una práctica absolutamente eventual y excepcional durante la Guerra del Atlántico Sur, si quienes la sufrieron la merecían por su cobardía o traición, no es tema que desvele a los maquinadores de imposturas. Lo único que les importa a ellos, incluida en primer término a la terrorista Nilda Garré, es aumentar el odio hacia las Armas Nacionales. Pero esta vez han llegado demasiado lejos con la felonía. Han acusado a un hombre íntegro y cabal, que paga con la persecución kirchnerista, su condición de guerrero cristiano y argentino. Nos referimos al Coronel Losito, ejemplo de valor, tenido por tal aún por los mismos invasores. En su defensa nos remitió esta valiente y lúcida carta quien fuera su jefe en la contienda, el Teniente Coronel José A. Vercesi. La reproducimos solidarizándonos enteramente con él, con aquél a quien justísimamente defiende, y con todos aquellos que pelearon bravamente en las Malvinas, por la causa de Dios y de la Patria.


Señor Director:

El diario “Página/12” publicó el día 3 de abril una nota en la que hace referencia a un documento entregado a la Ministra de Defensa, por el ex-combatiente Ernesto Alonso, en el que denuncia torturas recibidas por soldados durante la guerra justa de Malvinas. Uno de los oficiales denunciados es el Coronel Horacio Losito.

El Coronel Losito (entonces Teniente Primero), integró la Primera Sección de la Compañía de Comandos 602, de la que fui Jefe. Nuestra fracción, integrada exclusivamente por Oficiales y Suboficiales, sin soldados conscriptos (como es costumbre en la especialidad), llegó a Puerto Argentino el 27 de mayo de 1982, alrededor de las 20; el 29 de mayo, apenas 36 horas después, iniciamos una operación en la retaguardia de las filas inglesas, sin haber tenido en ese lapso, el Teniente Primero Losito ni ningún integrante de la sección, contacto con soldado conscripto alguno que pudiese haber sido “torturado”.

El 31 de mayo toda mi sección protagonizó el combate de Top Malo House, uno de los encuentros más sangrientos de guerra, enfrentando al Escuadrón para el combate en la Montaña y el Ártico a órdenes del capitán Rod Boswell, una fracción de tropas especiales específicamente entrenada para este ambiente en Islandia y Noruega.

El Teniente Primero Losito sufrió varias heridas en este enfrentamiento, a pesar de lo cual siguió combatiendo hasta perder el conocimiento, causa por la que fue condecorado, en términos honrosísimos.

Asimismo, y a consecuencia de la batalla, cayó en poder de los ingleses como prisionero herido. Este combate, que pocos argentinos conocen, fue desmenuzado y estudiado por los ingleses en un video que lo recrea, editado por la BBC de Londres, en virtud de la inesperada resistencia encontrada, teniendo en cuenta que la relación de poder de combate era de cinco a uno, a favor de los intrusos.

El Teniente Primero Losito, en esas 36 horas que permanecimos en Puerto Argentino, estuvo permanentemente conmigo y mi fracción, ya que como se verá era muy poco el tiempo que teníamos para preparar nuestra operación y meternos en medio del dispositivo enemigo. Estos hechos son fácilmente comprobables y demostrables, por lo que si el señor Ernesto Alonso o cualquier otro ex soldado dice haber estado en contacto con este oficial o cualquier integrante de mi fracción, lisa y llanamente miente. Lo paradójico de esta mentira es, además, que la Compañía de Comandos 602 se formó con cuadros voluntarios que, estando preparados para esta contingencia, sin haber sido hasta ese momento convocados, nos avergonzábamos de ver la guerra por televisión, mientras soldados conscriptos estaban ya en el frente arriesgando sus vidas. Es decir que no surge para destratar a ningún soldado, sino como una expresa manifestación solidaria de la lucha que estaban llevando a cabo.

Por segunda vez en los últimos años debo salir a enfrentar mentiras y falsedades sobre integrantes de mi fracción, que escribió una de las páginas más honrosas y duras de esta guerra, y con cuyas imágenes, en una sociedad sana, podría confeccionarse cualquier película bélica en pro del heroísmo nacional.

Antes fue nuestro “General embajador” quien manifestó en otro medio —y haciéndose eco de la denuncia mendaz de otro ex combatiente— que uno de mis muertos (el Teniente Espinosa, que recibió un impacto de granada en el pecho) ni siquiera había estado en las islas. Ahora es esta canallesca y descarada mentira, que echa sombra sobre uno de los héroes vivos de aquella lucha.

Sr. Director, durante veinticinco años he mantenido un compromiso de silencio y respeto por los muertos de ambas fracciones, conformadas por profesionales que sabían claramente cuáles eran los riesgos a correr; pero también he vivido con profunda tristeza y decepción el hecho de que nadie en esta sociedad caníbal pueda extraer de tantas vidas quebradas una epopeya para recuperar, hacerla trascender y que sirva como aliciente para enfrentar los combates y esfuerzos diarios.

Pero que además se humille a quienes estuvieron a mis órdenes, con mentiras burdas e innecesarias, supera todo límite de tolerancia. Estos Hombres con mayúsculas, los mejores que todo Jefe quisiera tener en combate, que guardan las cicatrices de sus heridas como condecoraciones que ningún poder les podrá birlar, no sólo no merecen este dolor, sino que, contrariamente, merecen el eterno reconocimiento de sus conciudadanos.

Luego de haber enviado la correspondiente carta documento a la publicación falsaria y a quienes la escribieron, y considerando que los responsables del periódico mencionado ni siquiera leyeron su contenido antes de rechazarla, he decidido continuar las acciones legales y además enviar esta carta a distintos medios.

Pero pareciera que la verdad es un peso demasiado grande para este indigno periodismo que, algunas veces por complicidad y otras por temor, llega al extremo de inventar miserias donde no las hubo, contribuyendo a esta parodia de sinceramiento histórico.

Me pregunto cuántas otras denuncias estarán basadas en falsedades como ésta que bien me consta, y cuál es el objetivo final de seguir alimentando esta campaña tergiversadora que parece no tener fin, y que lejos de buscar la verdad sólo consigue generar más odio y rencor entre compatriotas,alimentando la estrategia del enemigo.
José A. Vercesi
Teniente Coronel (R) VGM

sábado, 17 de mayo de 2008

La furia de los vientos desatada

DÍA DE LA
ARMADA ARGENTINA

El 17 de mayo, aniversario de la victoria de nuestros barcos —a las órdenes del Almirante Guillermo Brown— en la batalla de Montevideo, celebramos el día de la Armada Argentina.

A todos los marinos de la Patria que dieron su vida por verla libre, nuestro emocionado recuerdo.

Que la Patrona de la Fuerza, Nuestra Señora Stella Maris, insufle el coraje a nuestros marinos de hoy para expurgar de felones y traidores a la Armada Argentina.

Y que todos sean Pedro Giachino, en un próximo amanecer de restauración nacional.

jueves, 15 de mayo de 2008

Hablemos, Lucas, de filosofía


EL ESTADO, HOY

Platón, como filósofo, propone un modelo político; en las huellas de Sócrates, el “maestro de la política virtuosa”, propone una polis gobernada por verdaderos políticos cuyos afanes no sean perfeccionarse en la técnica para alcanzar el poder, medrar con él y conservarlo, sino por magistrados que se ocupen del bien y del mejoramiento del alma de los gobernados. Aristófanes, como dramaturgo, critica con mordaz lengua a los politiqueros de su tiempo y al relatar la disputa por el poder entre el curtidor y el choricero, dibuja una imagen de los principales actores de la política argentina de comienzos del siglo XXI.

Pero además es tremendo el parecido de ese pueblo ateniense degradado, anestesiado, corrompido, con las masas argentinas de hoy.

El Estado debe ser una persona de bien, debe procurar el bien humano; y como no puede ser neutral ante lo bueno y lo malo, si no lo hace se transforma en el gran corruptor de los hombres: es, como escribe un pensador alemán demente, en lúcido intervalo, “un monstruo frío, el más frío de los monstruos fríos, miente fríamente”.

Un político español, José Calvo Sotelo, escribió en tiempos de la República, un libro publicado bajo el título: “El Estado que queremos”. Era un hombre libre, era diputado y por sus palabras amenazado de muerte por el Ministro Casares Quiroga, una especie de nuestro ministro Fernández de ese tiempo, pero con más entidad que el vernáculo para el mal. Un poeta nuestro relata la tragedia, que comienza con la respuesta del amenazado: “Casares Quiroga, tengo anchas espaldas. Un tiro en la nuca. Pero allí, está España”.

Nosotros podríamos publicar otro libro con un título parecido: “El Estado que padecemos”. Hace dos días, acompañado por un cliente ilustre, el pintor Fernando Cánovas del Castillo, cruzábamos la calle Paraná, muy cerca de aquí, cuando casi nos atropella un antiguo alumno de la Universidad de Buenos Aires, viejo militante en un partido, que en otras épocas generó mejores hombres y mejores conductas, para decirnos, ante un testigo tan calificado, quien todavía cree en algunos de los ídolos políticos de este tiempo: “Doctor, después de treinta años me retracto. Estamos todos sumidos en la inmundicia. Quiero reconocerlo públicamente: tenía Ud. razón en su crítica a los políticos y a los partidos”.

Pero el consuelo del reconocimiento no basta. Tenemos que pensar el tema de la sociedad política, cuya concreción hoy es el Estado. Debemos pensar para dialogar, para debatir, para empeñarnos en una busca polifónica de las vías teóricas que iluminen los caminos prácticos.

Las circunstancias no son favorables. Los vientos que hoy soplan, tampoco. Los signos de los tiempos son negativos. Pero todavía no nos han robado nuestra inteligencia ni nuestra voluntad. Seguimos siendo hombres libres y no integrantes de una masa anónima manipulada por titiriteros; además, lo que no podemos perder es la esperanza de un futuro mejor, porque como bien escribió un gran pensador francés del siglo pasado, “toda desesperación en política es una imbecilidad absoluta”.
Bernardino Montejano

miércoles, 14 de mayo de 2008

In memoriam

El domingo de Pentecostés, 11 de mayo,

ha fallecido nuestro querido amigo


DON ÁNGEL L. M. SALVAT


católico y poeta.


Que descanse en paz.

martes, 13 de mayo de 2008

Asomándonos al Secreto


13 DE MAYO,
FÁTIMA,
TERCER SECRETO

La Santa Sede dio a conocer en junio de 2000 el Tercer Secreto de Fátima. Su texto, sin nada especial ni terrible, no justificaba haberlo mantenido en secreto, contrariando los deseos de Nuestra Señora, quien dijo que debía ser revelado a más tardar en la década del '60.
El Papa Pío XII lacró el sobre, y no lo leyó. El Papa Juan XXIII luego de leerlo, empalideció, y apenas musitó: “Esto no sucederá durante mi pontificado”. Esto nos autoriza a pensar que lo que allí se describe es algo de mucha y trascendente gravedad, lo cual no de desprende del texto leído en 2000, que no asusta a nadie.
¿Realmente habrán dado a conocer el Tercer Secreto? Veamos qué dicen los hombres de la Iglesia que sí lo leyeron, mucho antes de que el Cardenal Bertone lo "presentara" en Portugal.


Cardenal Alfredo Ottaviani
El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe había leido el auténtico Tercer Secreto. El 11 de febrero de 1967, a 50 años de las apariciones, hizo una declaración —en nombre de Pablo VI, o como portavoz oficial del Vaticano— referente al Secreto: “María dió en Fátima un mensaje para todos y uno secreto (…) Oración y penitencia pidió María, como los dos medios capaces de evitar terribles castigos que, como en el Apocalipsis de San Juan, amenazan a un mundo del que se pudiera decir, como dijo el Profeta: «Ha sido profanada la Tierra por sus moradores»”.
Y agregó: “He tenido la gracia y el don de leer el texto del tercer secreto (…) Puedo decirles solamente esto: que vendrán tiempos difíciles para la Iglesia y que hacen falta muchas oraciones para que la apostasía no sea demasiado grande”.

Cardenal Silvio Oddi
El secretario personal del Papa Juan XXIII declaró el 17 de de marzo de 1990: “El Tercer Secreto no tiene nada que ver con Gorbatchov. La Santísima Virgen María nos avisa en él de la apostasía en la Iglesia”.

Cardenal Ciappi
Este Cardenal, fallecido en 1997, teólogo personal de Juan Pablo II, citado por el periódico “Catholic”, en marzo de 2002, señaló: “En el Tercer Secreto se dice, entre otras cosas, que la caída de la fe, la gran apostasía en la Iglesia, comenzará por la cúspide”.

Todo esto concuerda con la famosa frase de Pablo VI: “El humo de Satanás entró por alguna rendija en la Iglesia” (alocución papal del 30 de junio de 1972).

Monseñor Cosme do Amaral
El 10 de septiembre de 1984, Monseñor Alberto Cosme do Amaral, Obispo de Fátima, declaró en la Universidad Técnica de Viena, Austria: “El contenido del Tercer Secreto trata de nuestra Fe. La pérdida de la fe de un continente es peor que el aniquilamiento de una nación. Y es verdad que la fe está disminuyendo continuamente en Europa”.

Padre José Dos Santos Valinho
Sobrino de Sor Lucía, habló mucho con ella. El Padre José, en una entrevista concedida poco antes de la publicación del secreto en junio de 2000, declaró: “Creo que esa parte del secreto concierne a la Iglesia, a su situación interna. Quizá dificultades doctrinales, crisis de unidad, rebeliones, divisiones. La última frase del escrito de mi tía, que antecede a la parte aún desconocida del secreto dice: «En Portugal se conservará siempre el dogma de la fe etc…» Después comienza el fragmento que no conocemos. Pero da a entender que el tema de la parte que falta podría estar relacionado con la última afirmación conocida. Por tanto, en otras partes de la Iglesia este dogma podría vacilar”.

Padre Joaquim Alonso
El Padre Joaquim Maria Alonso, historiador, archivista oficial de Fátima, encargado por el Obispo de escribir una historia crítica y verídica de Fátima, afirmó: “El Tercer Secreto expresa la crisis de la fe en la Iglesia”.
Este Padre habló con Sor Lucía, afirmando públicamente que las “Declaraciones de Sor Lucía”, hechas al Padre Agustín Fuentes, en 1957, son verídicas y auténticas. El Padre Agustín Fuentes, enviado por el Vaticano como investigador oficial, vicepostulador, en la causa de beatificación de Francisco y Jacinta, visitó a Sor Lucía en Coimbra, en diciembre de 1957, y ésta le dijo: “Padre, el demonio está librando una batalla decisiva contra la Virgen; y como sabe qué es lo que más ofende a Dios y lo que, en menos tiempo, le hará ganar mayor número de almas, está tratando de ganar a las almas consagradas a Dios”.

Cardenal Joseph Ratzinger
En su entrevista —aprobada por él mismo— a la revista “Gesù”, en noviembre de 1984, explicó: “El Tercer Secreto (…) se refiere (…) a los peligros que amenazan la fe y la vida del cristiano, y por tanto del mundo. Y la importancia de los novísimos [los últimos tiempos]. El contenido del Tercer Secreto corresponde a lo que ya ha sido anunciado en la Sagrada Escritura,* lo que se ha dicho muchas veces en otras apariciones marianas, en primer lugar la de Fátima; lo que ya se conoce de su mensaje”.

En un nuevo aniversario de su primera aparición en Portugal, pidámosle a la Virgen de Fátima que acelere el triunfo de su Corazón Inmaculado.

* “lo que ya ha sido anunciado en la Sagrada Escritura”, fue expresado también así por el Cardenal A. Ottaviani: “Terribles castigos que, como en el Apocalipsis de San Juan, amenazan a un mundo…”

sábado, 10 de mayo de 2008

Parecidos notables


EL BASILISCO

En el libro de G. K. Chesterton, “De todo un poco”, aparece esta frase: “Qué es lo que Miss Pankhurst imagina que es una regla? ¿Una suerte de basilisco? (…)”. Ante nuestro desconocimiento del significado de dicha palabra, tuvimos que recurrir al diccionario de la Real Academia Española.

Grande fue la sorpresa cuando nos enteramos de que el término tenía cuatro acepciones, algunas de las cuales permiten retratar a cierto personaje de la historia política argentina contemporánea. Corresponderá al lector darse cuenta de quién estamos hablando. Vamos a dar algunas pistas.

Desde el punto de vista etimológico, basilisco, proviene del griego y significa reyezuelo o gobernante de poca monta. Hay dos acepciones más, que son dignas de mencionar. Veamos:

Para la Real Academia, basilisco, el animal, es un reptil americano de color verde muy hermoso y del tamaño de una iguana pequeña. Esta primera pista puede llevar a confusión, ya que nuestro personaje no es ni verde ni muy hermoso; aunque sí dicen que ha logrado juntar en poco tiempo, montones de “verdes” americanos, sin dar explicaciones.

Otro aspecto de su vida —de la del animal, aclaramos— es su velocidad, ya que debe escapar muy seguido de sus enemigos. Empero, la descripción más interesante, y la que seguramente será una de las mejores pistas, es la que nos viene de la mitología.

En efecto, el basilisco era un animal fabuloso al cual se le atribuía la propiedad de matar con la vista. Según la Wikipedia, se trata de una criatura, especie de serpiente con cuernos en la cabeza.

Plinio el Viejo lo describe como una culebrilla de escaso tamaño y pésimo genio, ya que “su potente veneno hace marchitar las plantas y su mirada es tan virulenta, que mata a los hombres”. Se dice que nace a partir de un huevo deforme, puesto por una gallina vieja, y que ha sido incubado por un sapo. ¡Un auténtico adefesio!

Aparentemente, el elixir mágico para liberarse de él, es rodearlo de espejos, ya que al ver su aspecto de esperpento, muere al instante. En el folclore gauchesco se lo describe como una especie de gusano con un solo ojo, que causa la muerte con su mirada.

También hay otra versión que afirma que al nacer nomás, busca lugares altos desde donde acechar a sus víctimas. Las abuelas de Santiago del Estero dicen que su aliento es tan fuerte, que hasta puede marchitar las plantas.

Otras versiones, al fin, afirman que nace de un huevo de gallina, incubado en un nido de serpientes; de allí que San Isidoro de Sevilla (560-636) lo calificara como el rey de las serpientes: “los reptiles se someten a él por su peligrosa mirada y las cualidades de su respiración venenosa”.

La segunda acepción que nos trae el diccionario de la Real Academia acerca de basilisco es bastante breve: es una persona furiosa o dañina. Pero Basilisco también se llamó a un antiguio personaje romano, que hubo de pasar a la historia con más pena que gloria; aunque justo es reconocer que —por esas cosas del azar y de la política— llegó a ser emperador del Imperio Romano de Oriente entre los años 475-476.

En el año 468, el emperador León lo nombra comandante de la conocida misión romana contra Cartago. Basilisco huye en el medio de la batalla. Cuando regresa a Constantinopla, se refugia en la Iglesia de Santa Sofía, para no tener que enfrentarse con el populacho, enardecido por su deleznable conducta y por temor a la venganza del emperador. La hermana de Basilisco, Verina, luego de varios manejos políticos, consigue el perdón imperial para su cobarde hermano, el que es castigado con el exilio en Tracia.

Cumplida la pena, y ya de regreso en el Imperio, lentamente fue ascendiendo en la política, llegando a ser designado caput senatus, “primero entre los senadores” en el año 474.

Para el año 475, ya había llegado a ocupar el cargo de Augusto. Uno de los primeros actos de su gobierno —si es que así lo podemos llamar— es que designó a su esposa Augusta, y también a su hijo César: “Sin embargo, por causa de su incapacidad de gestión como emperador, Basilisco perdió pronto a la mayor parte de sus partidarios”, dice la enciclopedia que venimos citando; y posteriormente agrega esto: “(…) Basilisco se vio obligado a imponer fuertes tributos y a volver a la práctica de subastar los cargos públicos, con el descontento que ello provocó en la población. También buscó fondos de la Iglesia (…) el Patriarca Acacio de Constantinopla, con el apoyo de la población de la ciudad, mostró claramente su desdén hacia Basilisco, cubriendo de negro los íconos de la Iglesia de Santa Sofía”.

Debido al incumplimiento de las promesas a sus generales, y agregado a esto que su “impopularidad se incrementaba cada vez más, por la rapacidad de sus ministros”, Basilisco cayó de nuevo en desgracia. En el año 476, Zenón regresó al poder en Constantinopla. Basilisco, a pesar de los sinsabores que le había hecho pasar a los fieles cristianos, consiguió escondite en una iglesia.

Habiendo sido traicionado por uno de sus seguidores, se rindió ante la promesa de Zenón de no derramar su sangre. Así, junto a su esposa y su hijo, terminaron los días encerrados en una cisterna en Capadocia, hasta la muerte.

Gobernante de poca monta, animal de un solo ojo que mata con la vista, rey de las serpientes, dañino, enemigo de la Iglesia, huidizo en las batallas, rodeado de ministros rapaces, “acomodador” de su esposa, de su hijo y de su hermana, incumplidor de las promesas… Con todas esta acumulación de pistas, ¿no descubrió todavía de quién se trata?

Para colmo de males y para cerrar esta historia, hacemos una advertencia. Dice una página de “ciencias ocultas”, descubierta al azar: “Por desgracia, no hay manera de combatir al basilisco, ya que ni los brujos más experimentados pueden destruir este flagelo”. ¿Estaremos condenados, nomás? Por las dudas, le damos una recomendación: lleve siempre muchos espejos.
Diego García Montaño

viernes, 9 de mayo de 2008

Poesía que promete


ROMANCE DE
MARTITA OFELIA

Martita Stutz, ¿será cierto
que no hay infierno?
Martita Stutz, por lo menos
yo estoy seguro que hay cielo.

¡Hubierais visto la entrada
de Marta Stutz en el cielo!
San Dominguito del Val,
que mataron los hebreos,
Justo y Pastor que mataron
los fachistas de aquel tiempo.
El Santo Niño Pelayo
muerto por los sarracenos.
Santa Inés, muerta de niña
por un lascivo frenético,
y los Santos Inocentes
que por el Niño murieron.
(Cristo a nosotros nos salva,
y a Cristo salvaron ellos),
con los niños bautizados,
que son las flores del séquito,
con las vírgenes intactas,
con las madres que cumplieron,
brincan y gritan y chillan
y con bulla de jilgueros
en torno de un gran soldado
que porta dormido un cuerpo,
entonan el coro antiguo,
inventan un coro nuevo.

“Como una madre bañando
su niñito desnudito,
San Sebastián trae un cuerpo
muerto como un pajarito,
que viva Martita Stutz”.

“San Sebastián pisa fuerte,
como haciendo el ejercicio,
y el cuerpo está recién hecho
por Santa Inés y Tarsicio,
que viva Martita Stutz”.

“El cuerpo está recién hecho
nieve, nácar, rosa y luz.
La niña viene durmiendo
con los bracitos en cruz,
que viva Martita Stutz…”

La Virgen besa sus ojos
para borrar lo que vieron.
El Niño Jesús le pasa
las manitos por el pelo.
Y el Niño Jesús le dice,
del regazo descendiendo:
“—Vamos a jugar, Martita
—tironeándola de un dedo—.
No te avergüences de nada,
que sin querer vos te hicieron”.

Pero Martita no juega
ni en la tierra ni en el cielo:
“—De la tierra en que he nacido
—dice Marta—, me avergüenzo”.
Y se pone de rodillas
entre el coro boquiabierto.

“—Vamos a jugar, Martita

—de noche no más yo rezo—;
ahora es tiempo de jugar,
vamos a jugar primero”.

“—Ahora es tiempo de rezar

por el argentino pueblo,
y los que son para más,
besen la cruz del acero”.
Y se puso de rodillas
Martita Stutz en el cielo.
“—Ruego a Dios, que me ha sacado
de un horror que no me recuerdo,
que no castiguen al monstruo
que vi en el mal sueño, sueño”.

“—Martita, Martita, calla;

Martita, ¡no pidas eso!
Eso es crueldad excesiva,
peor que matarlo a tormentos”.

“—¿Qué pedir al Niño, entonces,

en el primer dulce encuentro?”

“—Pide, Marta, por la tierra

donde reposan tus huesos.
La Conferencia de Lima
con los premios, y los premios,
y los premios literarios
y el progreso y el progreso.
La Avenida, el Obelisco,
la democracia y el crédito.
El libro criollo en París
y el libro francés-porteño.
La prensa mejor del mundo
y el libro barato a un peso.
Las elecciones frecuentes
y los gordos presupuestos.
Mar del Plata, las ruletas,
el Hipódromo, el Congreso,
la plata en poder de pocos
y la Escuela del Gobierno…”

“—¿Y yo qué sé de política?”

—dice Martita sonriendo.

“—Es que con tu vida, Marta,

compramos ese progreso.
Ese progreso epatante,
todo ese progreso inmenso,
con sangre y almas de niños
pagamos ese progreso.
Tú no sabías, Martita,
los avances del progreso.
Tú naciste en esta tierra,
bandera color de cielo.
Te enseñaron qué es la Patria,
que es amor como el paterno.
Te decían en la Escuela
que hay que amar el patrio suelo.
Que Dios mismo lo mandaba,
que es de Dios como un reflejo…
Saliste un día a la calle;
cayó sobre ti el infierno.
Ahora veremos qué dice
la sangre del criollo pueblo.
¡Oh Dios, que no hagan discursos,
que alce un grande y noble gesto!
¡Oh, que limpien los que pueden
la forma de nuestro ensueño!”

“—Mi misión
—dice Martita—,
ha de ser rogar por eso”.

“—¡Oh Dios, escucha a Martita

y el grito de todo un pueblo!
¡Que no caiga sobre todos
lo que unos cuantos hicieron!”
R.P. Leonardo Castellani, S.J.

Nota: Martita Ofelia Stutz, de 9 años, desapareció en Córdoba en diciembre de 1938, cuando iba a comprar una revista infantil, y jamás se supo nada de ella.