lunes, 29 de junio de 2009

Psicológicas


NOSOTROS,
LOS REPRIMIDOS


Si hay una noción que la psicología moderna se ha ocupado de “engordar” y convertir en causa omnipresente de todo mal es la de “represión”.

En general —salvo logradas y meritorias excepciones— esta controvertida ciencia ha sido bastante uniforme y regular en dar sus frutos: confundir, desnaturalizar y subvertir todo lo que se vincula con el alma.

Después de todo —pensará alguno afín al gremio— ¿por qué hay que darle cabida al alma en la psicología? Con lo cual, confirmando lo sospechado, habrá que comenzar por devolver el sentido al sonido. Es decir, llamar a las cosas por su nombre.

En la propuesta terapéutica (y —que nadie se engañe— también cultural) del psicoanálisis hay una conclusión clara: “qué nocivo es reprimir”. Así, a secas. La salud que trae no hacerlo consiste, pues, en dejar libre circulación a lo más real que tenemos —según Segismundo Freud— que es el instinto. Y, por supuesto, nada más patógeno y antinatural que dejar que la razón, la religión y la amistad disfracen tanto dinamismo en busca de placer y enmascaren este verdadero motor de la vida.

A no reprimir entonces, atentos a que las cuestiones de fe y moral —que son para la psicología moderna lo que el agua bendita para los endemoniados— sigan atentando tan impunemente contra nuestra felicidad.

Salvo la aceptación de que existe algo que podríamos llamar “represión patógena”, no tenemos en lo demás ningún punto en común.

Ahora bien: ¿Qué hay de cierto en este concepto? ¿Qué definición más amplia podríamos dar de esta realidad, tan activa y tan vivaz?

La represión es negarle a la naturaleza humana —en este hombre concreto— el curso que la perfecciona.

Es represivo —patógenamente represivo— lo que no permite la expresión cabal de nuestra naturaleza corpóreo-espiritual. Metafóricamente, si el alma es orden y melodía, es represiva su prosificación y su cacofonía.

Con lo cual, volvemos a las preguntas fundantes, tantas veces omitidas: ¿qué idea de hombre tienen el marxismo y Freud?, ¿qué idea de hombre tiene la psicología racionalista?, ¿qué idea de hombre tiene el sistema y la política educativa actual?

Quienes intentamos entender al hombre apoyados en la plataforma del sentido común, dóciles al orden natural y auxiliados por la fe, nos preguntamos: ¿No es represivo tener que doblegarse ante el número y la cantidad, la estadística y el recuento, cuando el alma pide calidad, hazañas, excelencia, señorío y virtud?

¿No es insano que el amor anhele la eternidad y no esquive sacrificios —porque todo corazón tiene algo de poeta y algo de guerrero—, y que nos alcancen un preservativo como viático y una sexóloga como musa inspiradora?

¿No es violento querer formar parte de las Fuerzas Armadas de la Patria —esa vocación tan honda, noble y necesaria— y encontrarse impávido sin fuerza, sin arma y sin Patria?

¿No es antinatural promover un diálogo sin logos? ¿O alguien colocó las ventanas sin antes levantar las paredes?, ¿qué haríamos con un albañil que así lo propusiese?

Si existe la pala y existe el arado, ¿no es violento y caprichoso querer trabajar nuestra tierra con la hoz y el martillo? Así se la golpea, pero no se la fecunda.

¿No es insalubre estar hambrientos de la verdad y recibir la chatarra de las ideologías?

¿No es patógeno tener que aceptar que la “cadena nacional” no es la que atravesó el Paraná en la gloriosa Vuelta de Obligado, sino la que sólo ayuda a poner los relojes en hora?

¿No es frustrante estar sedientos de palabras esenciales —“de esas palabras que ya nadie pronuncia”— y recibir por alimento lo elíptico, lo convencional, el retorcimiento terminológico del que no quiere nombrar el orden ni testimoniarlo? ¿No es irónico tener que llamar a una Cámara “honorable”?

¿No es represivo querer saber de la Patria y tener a un funcionario por informante? ¿No es falso que el mejor docente sea el prolijo acumulador de puntajes y no el testigo enamorado de la verdad?, ¿y no es triste que en los actos escolares no sea el orden de los amores y los combates sino el del protocolo el que marque la calidad educativa?

En suma, ¿no enferma querer pan y recibir piedra?

El único medio para ser feliz es la fidelidad a la naturaleza. No hacerlo es reprimirse. En serio, cuidado. La pasión es fuerte pero el alma lo es más, porque tiene por techo la eternidad.

Jordán Abud

sábado, 27 de junio de 2009

Editorial


LA TRAMPA ES EL SISTEMA

El sistema político que rige los destinos de la nación en los inicios del siglo XXI se sostiene en un presupuesto tan irracional como perverso y es que la democracia es buena de por sí, que ella misma es la legitimidad y que, por lo tanto, es autosuficiente; de hecho no requiere de eficacia ni de sus obras para tener el derecho a mantenerse y a mandar y, en cierto modo, en la última verdad, es la justificación y la “ratio” de toda acción política argentina. La democracia para los argentinos vendría a ser su “way of life”, su destino manifiesto, su impronta, su segunda naturaleza, algo así como la culminación de la nacionalidad misma. Ella —la democracia— es universal, única y variada y tan fuerte que, entienden sus teóricos y sus practicones, puede absorber al pluralismo que, según parece, constituye su esencia. Cuando el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín, en ejercicio de esa oratoria viborante que caracteriza a los radicales y que se les ha pegado a los socialdemócratas, dijo que “con la democracia se come y se educa”, y varios etcéteras más, estaba señalando el signo más propio de la democracia moderna, su totalitarismo: todo dentro de la democracia, nada fuera de ella; con lo que esa democracia podrá ser vista como un imperativo ético por unos, un dogma científico por otros y una fatalidad por nosotros.

Muy pronto la democracia se renovará, lo que es un decir ya que es completamente cerrada y circular y se niega por instinto a cualquier novedad que no provenga de sí misma, esto es de la izquierda. Y para eso cuenta con el poder jurídico y el ideológico —a los que cabe agregar recientemente el de la información—, que le permite seleccionar quienes integrarán sus cuadros de beneficiarios y en qué jerarquía. Esta cansina dinámica se refleja en los rostros agobiados y en los apellidos gastados que apenas se suceden en el “carrousel” electivo que se mueve tan lentamente que da la sensación de la inmovilidad; por otra parte produce el efecto de ir ahorcando cada vez más el real poder del electorado. Ahora la opción es asfixiante de tan estrecha, entre dos formas más o menos conscientes de izquierda, dos deformaciones de dos movimientos que surgieron “nacionales y populares” y que se fueron alterando a medida que se iban extinguiendo.

Pero ¿qué es la democracia? Y si no queremos perdernos en preocupaciones academicistas inapropiadas en épocas angustiantes como la actual, pensemos en la Argentina democrática. Se verá simplemente esto: una abstracción feroz que se vuelve contra la vida, una institucionalidad geométrica y despiadada que quiere matar hasta en sus más pequeños síntomas y en sus más inocentes expresiones a la espontaneidad social y política de una nación que se busca a sí de una manera confusa, aletargados sus reflejos y sus mecanismos naturales por las mentiras y los vicios de una partidocracia endurecida que trata de disimular o de legitimar su condición de oligarquía a través de los comicios. Los comicios son como algunos ritos de los pueblos primitivos que, a través de una mentalidad mágica, creen que determinadas causas producen determinadas consecuencias y así golpean tambores a la espera que los dioses propicios hagan llover. Y no de una manera distinta nuestros modernos democratistas pretenden que una multitud de sufragios emitidos ritualmente cada dos o cuatro años equivalen a la legalización de todos los errores y de todos los fracasos y que un apoyo mayoritario puede otorgar racionalidad a la insensatez. Aquella misma falta de nexo lógico entre causa y efecto que nos hace sonreír altaneros a nosotros —hijos del Iluminismo— ante la vista de las comunidades tribales que buscan la lluvia a golpes, es la que sostiene nuestra conducción política, al suponer que la verdad está en nosotros y que el orden depende de nuestra voluntad, siempre que todo esto esté multitudinariamente manifestado y registrado: muchos imbéciles llegan a la verdad, muchos ambiciosos imponen la justicia, muchos concupiscentes producen la virtud, muchos egoístas crean la concordia; es suficiente para ello el rito del voto —los golpes clamando por la lluvia bienhechora de nuestros ridículos salvajes— y mágicamente, sacralmente, todo empezará a andar bien y se tendrá la verdad, la justicia, la virtud y la concordia.

Pero entre nosotros todo anda mal. ¿Para qué nos sirve, entonces, una ficción tan costosa? ¿Para qué montar tan rocambolesco escenario, adornado por los fisgones y horteras de los partidos políticos, si no hay soluciones reales, respuestas sensatas, salidas viables? Pero esto en democracia, es inevitable: la democracia, como ya lo dijo Maurras, es el reino de las causas brutas ya que allí nada es fijo, todo es movible y precario, nunca se llega a ninguna parte, allí no se puede reflexionar ni siquiera discutir —lo que, según algunos, es lo más provechoso de la democracia—; cuando se discute se lo hace a gritos y, con frecuencia, soezmente, como bien sabemos los contemporáneos de Kirchner, de Bonafini y de D'Elía. Pero, para peor, por lo general no se discute, se negocia o, más estrictamente, se transa, se permuta, se comercia el bien común de los argentinos. Es curioso —además de repugnante— este espectáculo, que no es sólo nuestro, de esconder tras abigarradas metafísicas la alquimia del toma y daca y de las contraprestaciones más rigurosas. Porque, como dicen los analistas que a cada rato nos brotan, en política nada es gratuito, excepto —agregamos nosotros— las derrotas que pocas veces o nunca se pagan.

Si dejamos fuera a los liberales machacones y un tanto pueriles y a los izquierdistas escolares y declamatorios, la polarización se repetirá tan tenazmente como desde 1983, y también tan aviesamente. Una socialdemocracia que toma simultáneamente los rostros del peronismo y del radicalismo no cesará de consumar su clandestina revolución contra el orden natural y uno u otro término seguirá acompañando al otro en tan macabra empresa, como lo vienen haciendo más allá del reparto de prebendas y ventajas en que ambos se encuentran empeñados (que es lo que ellos llaman hacer política). Este peronismo kirchnerista que negocia todo y este panradicalismo irreconocible que promete todo, son hoy por hoy, los nombres de la democracia argentina: encarnan en toda su gráfica virulencia a las lacras mortales de un sistema que terminará con el país si éste no se sobrepone a tiempo a esta dogmática que se le quiere imponer como si fuese su única y definitiva forma de organizarse, como si la democracia fuese un fin o un bien en sí misma, como si la democracia estuviese por encima de la Nación, como si la democracia fuese la sustancia y la Argentina lo adjetivo.

viernes, 26 de junio de 2009

Testigo a la carga


RESPUESTA AL
SEÑOR CANGIANO


Un amigo me comunica un mail que le enviara un tal Cangiano, en el que luce una nota sin firma.

En esa nota se critica una notícula de mi autoría aparecida en la revista “Cabildo”. No contesto notas anónimas, aunque comiencen con un homenaje a mi talento, pero voy a concederle el beneficio de la duda al señor Cangiano y voy a suponer que es el autor de la nota.

Veamos. Mi notícula es una crítica a un texto de la Secretaría de Derechos Humanos en la que sintetiza la historia de la guerra contrarrevolucionaria de esta manera: “El 24 de Marzo de 1976 las Fuerzas Armadas realizaron un golpe de Estado usurpando el poder e instalando, a partir de ese momento, el Terrorismo de Estado en la Argentina , metodología precisa y sistemática, producto de un plan político para la región, que estaba inmersa en procesos de luchas populares de liberación y reivindicaciones sociales en nuestro país”.

Comentando este texto, sostuve que era una versión para “lobotomizados o desinteresados”, pues olvidaba el pequeño detalle de que los jóvenes idealistas reprimidos por los militares “asesinaban, torturaban, secuestraban y ponían bombas”.

El Señor Cangiano (supongamos que sea él) me pregunta en qué desmiente la versión que yo cuento a la de la Secretaría de DDHH y por qué no complementar ambas versiones ya que el “que los «subversivos» (yo no uso ese término, es de Cangiano, con comillas y todo) hayan eventualmente (sic) asesinado, torturado, etc. no indica que las Fuerzas Armadas no hayan usurpado el poder e implantado el terrorismo de Estado”.

Con mucho gusto le explicaré al Señor Cangiano lo que me pregunta.

El —y la Secretaría de DDHH— saben de buena tinta que hubo un plan para la región de reprimir a los jóvenes idealistas. Supongo que se refieren, ambos, al Plan Cóndor pero también a algo mucho más siniestro: un plan imperialista urdido por los Estados Unidos para sofocar esas “luchas populares” y esas “reivindicaciones sociales”. Para aceptar esto hay que pasar por dos pequeños obstáculos. El primero es que entre 1977 y 1980 gobernó los Estados Unidos Jimmy Carter, un presidente de izquierda que puso todos los palos posibles —Patricia Derian incluida— en las ruedas del Proceso. Pero claro que Cangiano tiene una versión del asunto inspirada mitad por Vladimiro Ulianov (a) Lenín y mitad por las películas de la serie Bourne. Los malos son “la CIA y el Pentágono” que trabajan por su cuenta a espaldas del Presidente y el Senado. Pero ese obstáculo es lo de menos. El otro, ya más gordito, es que los militares del Proceso no fueron ni los primeros ni los únicos en reprimir a los jóvenes idealistas con terrorismo de Estado y todo. ¿Esa metodología precisa y sistemática” fue también la de los gobiernos constitucionales peronistas?

¿Se acuerda el Señor Cangiano de la represión legal de los primeros guerrilleros durante el gobierno de Illia? ¿Recuerda la represión legal, sin terrorismo de Estado, que hizo el gobierno de facto pero legalista de Lanusse? ¿Recuerda la amnistía de 1973 y cómo los terroristas “volvieron a matar”? ¿Recuerda lo que pasó en el gobierno CONSTITUCIONAL de Juan Domigo Perón y su señora esposa? Los militares “usurparon el poder” como lo habían hecho otras cinco veces en el siglo, pero no “implantaron el Terrorismo de Estado” Ya estaba implantado dos años antes. No hicieron más que continuarlo, si uno quiere usar una expresión inventada casualmente por los creadores del Estado terrorista. Uno lamenta ciertos métodos del Proceso pero a la luz de lo que pasó tras la actuación escrupulosamente legal de Lanusse se siente tentado a comprenderlos si bien no a justificarlos.

Vamos a ser breves. La versión real, simplificada en pocas líneas, de lo que pasó en la Argentina es esta. A principios del siglo XX Lenín corrigió la versión marxista de la lucha por el poder para el proletariado. En lugar de la huelga revolucionaria había que emprender la guerra revolucionaria. En cumplimiento de esta consigna, desde 1917 hasta 1991 en todos los continentes se desató esa guerra en cuyo desarrollo los revolucionarios asesinaron cien millones de personas. Esa guerra llegó a la Argentina entre 1965 y 1979 y fue enfrentada por gobiernos civiles y militares, constitucionales y de facto. Tanto en algunos gobiernos civiles como en el último gobierno militar se utilizaron métodos ilegales de represión, cuya descripción es para la izquierda la de “terrorismo de Estado” y para las personas sensatas un “exceso en la legítima defensa”.

Esto aclarado, confieso no tener ya paciencia para responder las tonterías que el Señor Cangiano dice en la segunda parte de su nota. Es la versión zurda según la cual:

1) Lo que había en los setenta eran “luchas populares de liberación” y “reivindicaciones sociales en nuestro país” (¿Reivindicaciones sociales contra el gobierno constitucional peronista? ¿En serio?)

2) Los militares “mataron y murieron…para que ocurriera lo que efectivamente ocurrió, para que fuéramos lo que somos, un país arrodillado ante el imperialismo, inmerso en la degradación económica y moral, con millones de compatriotas subalimentados y regenteado por (la) partidocracia…”

Insisto en que no creo que valga la pena refutar estas afirmaciones. Son la versión zurda del conspiracionismo, una especie de enfermedad senil del izquierdismo. Según ella Videla, Martínez de Hoz, Alfonsín, Menem, de la Rúa, Kirchner, son todos parte de ese plan siniestro elaborado en la CIA y el Pentágono. Es que la zurda, sin programa político desde que se cayó el socialismo real, se refugia en esta clase de simplificaciones que pretenden explicar todo y no explican nada. Con ellas tranquiliza su alma y duerme mejor: “todos, todos manejados por el imperialismo”. Solo ellos, los grupúsculos residuales de la izquierda violenta, están libres del pecado. Los guerrilleros urbanos y rurales habrán “eventualmente” asesinado pero su lucha era justa.

Bien. Si el señor Cangiano quiere tranquilizar su alma creyendo estas cosas, allá él. Puedo explicarle algunas cosas pero no puedo rehacer su concepción del mundo. Que le haga provecho.

Aníbal D'Angelo Rodríguez

jueves, 25 de junio de 2009

Poesía que promete


CANCIÓN DE LA
ESPERANZA PATRIOTA

Argentinito que naces
ahora, te guarde Dios:
una de dos Argentinas
te romperá el corazón.

Ya hay una Argentina joven
y hay una Argentina vieja.
Ya hay una Argentina mustia
y hay una Argentina nueva.
Ya hay una patria que es cáscara
de una crisálida eterna,
un alma que se reencarna
y una carne que se enferma.
Ya hay un fuego que ha prendido
y una melodía inédita,
un cantar nuevo que busca
sus nuevas solfas y métricas.
Ya hay una vaga, en el aire,
llamada de primavera.
Ya hay soplos de voluntad
que rizan el agua muerta,
anticipos del violento
ventarrón de la grandeza.
Ya hay algo que hacer, ya hay sueños,
ya hay gritos, ya hay impaciencias,
ya hay odio y amor, rencores,
sacrificios, resistencias,
ya han versos de bronce, ya hay…
Dios, ya hay Dios visible y cerca.
Ya hay de Dios mandato y cifra,
palabra, consigna y seña.
Ya hay de Dios escala y orden
de Por-quién-morir, hay prenda.
Ya hay Nueva Argentina, sueño
por quien se viva y se muera,
el varón que no nació
para arrastrarse por tierra.

Argentinito que naces
tal cual los del año 10
tú verás la otra Argentina,
la que yo quisiera ver.

R.P. Leonardo Castellani, S.J.

Nota: Hemos tomado esta canción de su libro “Decíamos ayer”, Edit. Sudestada, año 1968.

miércoles, 24 de junio de 2009

Alboradas de Reconquista


INVASIONES INGLESAS

Todo lo que existe sólo puede comprenderse con la perspectiva que nos ofrece el pasado. Así en los hombres como en los pueblos. Ya lo decía el poeta: “sólo orillas somos y en lo hondo de nosotros corre / sangre de lo que fue / fluye hacia quienes vendrán / sangre de nuestros ancestros, llena de orgullo e inquietud…” La verdad nos dice con alta voz que “venimos del ayer”. Lo Cristiano Americano, la Patria Grande, son claros frutos de la boda de sangre entre las Españas de Yugo y Flechas con la Roma Católica.

Por ello el Misterio de Iniquidad encarnado en la pérfida Albión se lanzó a despedazarlo. Largo es el rosario de agresiones. En un principio fue Francis Drake con sus saqueos, robos y profanaciones. Luego hizo pie en el Caribe cuando ocupó Jamaica y Honduras y atacó Darien en el siglo XVII, agresión que se repitió con Walpole contra Panamá. En los siglos siguientes aceleró su acción con sectarios pertenecientes a una central ideológica esotérica y juramentos secretos e incondicionales. Las monedas de Judas hicieron el resto, y algunos de esos traidorcitos sin tener conciencia de que nuestra historia es pasión, prometieron a cambio de armas y oro incorporar el Reino de Santa Fe de Bogotá, Maracaibo, Santa Marta y Cartagena a los dominios de Su Majestad Británica.

Esos grupos de obediencias inconfesables sembraron la ideología balcanizadora de la Ecumenidad Hispánica, maniobrando para conducir totalitariamente la política con la “panacea” del constitucionalismo liberal. Para ello utilizaron instrumentos que iban desde los diplomáticos hasta los simples viajeros espías. El caso de Francisco Miranda, agente de Mr. Pitt, invadiendo Venezuela desde puertos yankees, fue sintomático. El Plan del “Precursor” estaba coordinado con una tentativa de conflagración continental preparado en Inglaterra.

El historiador Oriental Felipe Ferreiro, primero en mostrar a la posteridad la secreta conspiración, señaló el importante dato de que “todos los centros adecuados para el incendio general difundirían la versión falsa pero no increíble de que el Trono de las Españas había quedado vacante”.

Versión que podía perdurar sin rectificaciones hasta que la hoguera se extendiese en virtud del dominio de los mares detentado por la Home Flete de Jorge III. La llegada a Buenos Aires de Santiago Burke, ex oficial prusiano amigo del Premier Mr. Pitt, es ejemplo de un espía con toda la barba.

En la capital virreinal trabó contacto con corresponsales de Miranda, entre los que se contaba Saturnino Rodríguez Peña, el futuro secretario de la Infanta Carlota, doctor Presas, y Aniceto Padilla. Detrás de Herr Burke llegó Home Rigss Popham. Venía desde el Cabo de Buena Esperanza con un plan fundamentado en la creencia de “que los nativos estaban muy cerca de la rebelión… y se les podía ganar ofreciéndoles un gobierno liberal”.

Con los hombres del general William Carr Beresford se hizo dueño de Buenos Aires. El golpe asestado en junio de 1806 no fue ni el primero ni el último. El objetivo dominador lo planteó el general inglés William Miller, de gran actuación en el Perú, quien en sus “Memorias” y al referirse a las invasiones de 1806 y 1807 señaló: “Si los ingleses hubieran considerado los acontecimientos locales del país no habrían intentado ocupar Buenos Aires y limitado sus esfuerzos a la posesión de Montevideo, que es la llave del Río de la Plata. De esta plaza podrían haber hecho el Gibraltar de las costas occidentales del Imperio español”.

La pretensión de los jefes militares (Popham y Beresford) de imponer el control británico convirtió los nuevos ataques filibusteros contra Buenos Aires y Montevideo en un desastre.

En 1812, (ya iniciada la Guerra Civil que conocemos como “de la Independencia”) Lord Strangford, en un aparente cambio de la política de Londres, impuso la retirada de las fuerzas portuguesas de la Banda Oriental y envió a su instrumento, don José Rademaker a Buenos Aires para que al acordar la Paz planteara la posibilidad de la Independencia de Montevideo y su jurisdicción aunque dependiendo del gobierno de Cádiz, notorio títere de la masonería inglesa.

La propuesta no se concretó: “Inglaterra, según lo declaraba Lord Castelreaght, debía dirigir su política estableciendo gobiernos locales amigables con los cuales esas relaciones comerciales puedan subsistir, cosa que por si sola constituye nuestro interés”.

Canning y Palmerston en algunos años pondrían en práctica estos principios básicos de la maquiavélica política del Foreing Office. El control de los mares, amén de maniobras diplomáticas y logistas, hicieron imposible la reconstitución del Imperio Católico de las Españas. Acuerdos comerciales y millones de libras esterlinas en préstamos con estilo Shylok, satelizaron al continente y pagaron el reconocimiento de la dolorosa ruptura.

Al promediar la década de 1820 Canning pudo decir: “La América española es libre y si no administramos mal nuestros negocios, ella será inglesa”.

La guerra de 1826 entre Brasil y las Provincias Argentinas por la federal Banda Oriental que deseaba seguir integrando la Patria Grande, podía convertirse en un desastre inglés. Ello hizo que Londres se volcara para obligar a los contendientes a buscar una solución. Esta no fue otra que la expuesta por el “mediador” Mr. Ponsomby con su socio comercial y agente secreto el Oriental Pedro Trápani. La clave estuvo en una república independiente, verdadero Estado Tapón ubicado en la desembocadura del considerado estuario lo que convertiría a la región en un canal de entrada para la Home Fleet y los intereses británicos. Se intentaba cerrar así el camino a Francia y a la naciente presencia norteamericana con un estratégico Gibraltar en la Cuenca de la Platania.

Ni corto ni perezoso, el Coronel John Forbes, Encargado de Negocios yankee en Buenos Aires, escribía al Secretario de Estado Mr. Henry Clay “sobre el intento inglés de crear una colonia disfrazada”. Sin embargo las hábiles maniobras del Lord llegaron a buen destino en 1828. Presionando a Buenos Aires y al Janeiro se firmó la Convención Preliminar de Paz en la que Lord Ponsomby consiguió fuera aceptada la amputación de la estratégica Provincia Oriental. Se daba un nuevo paso hacia la balcanización de nuestra ecumenidad. Primero había sido el Paraguay, luego el Alto Perú, en ese agosto del desgraciado año 1828, la Provincia insignia de José Artigas. Luego se intentarían otras rupturas como las planeadas por el nefasto Florencio Varela cuando escribió: “Lo importante para Entre Ríos y Corrientes es prosperar. Para eso no interesa si son Provincias argentinas o un Estado Independiente”. El mismo “personaje” que con su hermano Juan Cruz aconsejaran el fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego, el gobernante que resistió la “solución” Ponsomby.

Así estaban las cosas, cuando en 1832 el Almirantazgo decidió las medidas “para ejercer el derecho de soberanía de Guillermo IV en las islas Falklands”. La comisión fue cumplida por “marines” desembarcados de la Fragata “Clío”, los que izando la bandera británica comenzaron la construcción de una base militar. Era el 2 de enero de 1833. Veintiséis meses después don Juan Manuel de Rosas asumía el gobierno de Buenos Aires con la Suma del Poder Público y además como Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. De ahí en más su nombre fue símbolo hispanoamericano para “quienes querían seguir hablando español y rezando a Jesucristo”. Su “Sistema Americano” reconstructor de la Patria junto a la Ley de Aduanas de 1835 fueron las armas con las que se opuso a la dependencia económica “que implicaba el liberalismo unido a la ética utilitaria de Bentham”. El accionar armado estaba previsto en un informe del Foreing Office con fecha de 1842, el que sin pudor decía: “En lo que respecta a Gran Bretaña como sus intereses están tan mezclados con su poderío político resulta necesario apuntalar unos a los efectos de mantener lo otro”.

Poco después, en la República Oriental, el Presidente General Manuel Oribe, ponía un cinturón de hierro al Montevideo donde el Almirante Mr. Purvis defendía con sus cañones al iluminismo de ambas orillas. Ante esas murallas se enfrentaron los orientales argentinos con las legiones extranjeras, durante nueve largos años. La inevitable intervención de 1845 fue contestada por el General Rosas con digna altivez en la Vuelta de Obligado, donde se encadenaron las aguas para que siguieran siendo nativas. Rudo combate por la soberanía. Los éxitos del Opio chino no se repitieron en el Plata. Era un nuevo fracaso para las agresiones inglesas en estas latitudes. Pero sobrevino el desastre de Caseros y con él los cambios que hicieron posible la realidad de la profecía de Canning.

La afirmación se aplica a ambas márgenes del Plata, haciéndose necesaria alguna cuartilla más. Tal como decía don Julio Irazusta: “Necesario recuerdo de las circunstancias que contribuyeron a la formación de una política antinacional que corrompe a los buenos e impide la redención de los malos”.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

martes, 23 de junio de 2009

Crónicas futuristas


LA GRAN PERRA

Para entonces, como era natural, la culminación democrática ya había engendrado la única religión obligatoria. Era la adoración de la Tierra y el culto al Big Bang, todo incorporado coronando las creencias afiliadas a la moderna Unión Democrática de Multicredos y Afines.

Simultáneamente, también se habían ido extinguiendo las convicciones y las garantías de seguridad de las sociedades antirrábicas. Y un violento espíritu revolucionario soplaba entre los perros rabiosos, impulsándolos a la definitiva toma del Poder. (Con los eficaces tratamientos jurídico-terapéuticos, ellos habían neutralizado la antigua dolencia —vergonzosa, temible y mortal— transformándola en la aspiración más noble de la especie).

Paralelamente se fue expandiendo con rapidez entre la gente la filosofía antidiscriminatoria, que abolió la distinción odiosa entre animales racionales e irracionales, logrando igualarlos en una misma dignidad. De modo que, adoptada por las Naciones Unidas la última conquista de los DERECHOS BESTIALES (el bestialismo ya reinaba de hecho, con la consagración del celebrado matrimonio mixto humanimal), no le fue difícil a un Galgo Rabioso, apoyado por varios canes vividores, apoderarse del Gobierno con ayuda de la última encuesta del “Movimiento para una Franca Minoría”, que le adjudicaba un 12,13 % de adhesiones. O sea la abrumadora mayoría consagratoria, publicitada a todo color por los diarios más serios; es decir por todos.

A pesar de su aspecto desleído y de su mirada ambivalente, el Galgo Rabioso tenía sus convicciones y sus condiciones.

En primer lugar había que modificar el Diccionario y la Historia. A fin de torcer el sentido de las palabras, para condenar perpetuamente como criminal feroz al represor de la inocencia mordiente. Y desfondar el pasado, inculcando que todas las perreras fueron centros clandestinos de detención y de tortura; que los dogofóbicos (cazadores de perros hidrófobos) y los veterinarios, no fueron más que torturadores vesánicos. Si hubo algún crimen, fue el cometido por ellos. Porque sí, de buenas a primeras, porque eran corrompidos genocidas ansiosos de sangre y de torturas.

En cambio, como ahora se sabe, los perritos rabiosos no habían pasado de cachorros juguetones, llenos de idealismo y de fervor juvenil. ¿Que alguna vez se habían divertido enterrando vivo a algún dogófobo, mordiéndolo cada tanto? ¿Que de vez en cuando, con sus dientecitos solían arrancarle la vida, pedazo a pedazo, a sus presas inermes? ¿Que fieles al Big Bang, hicieron toda clase de inocentes trapisondas?

En todo caso, ello no era otra cosa que la vital manifestación del rechazo de la exclusión y las estructuras oprobiosas. Porque al revés de algún síntoma hidrófobo, aquello había significado la entrega generosa a los ideales de la comunidad canina.

En conclusión, el gran Galgo (ya reconocido como Dogoloco Iº) resolvió imponer la consigna: HUBO UNA SOLA RABIA, LA DOGOFOBIA REPRESORA. Y para iniciar con ello la era de la Nueva Arcanina, derogó el Código Penal por decreto de necesidad y urgencia.

De inmediato instruyó a los periodistas, los politólogos, los analistas, los artistas, los locutores y demás alcahuetes a su servicio —muchos de los cuales habían colaborado con los dogofóbicos— para que en adelante todo dogófobo fuera un Represor-Ladrón de cachorros y el Instituto Pasteur pasara a ser el Museo de la Amnesia. Creó además un contingente de perros falderos a la orden de la Gran Perra —su lógica sucesora— y otro de sabuesos para perseguir dogófobos hasta la última madriguera.

Finalmente, en el paroxismo de su hidrofobia colgó su retrato de Presidente Perpetuo con la ayuda de Taburete, su fiel descolgador oficial, al tiempo que resolvía expulsar de sus dominios a todos los Perros de Policía.

lunes, 22 de junio de 2009

Voces de los de enfrente


CRIMINALES DE GUERRA

Me educaron como judío ortodoxo y sionista. En un estante de la cocina de mi casa teníamos una cajita de estaño para el Fondo Nacional Judío, en la que metíamos monedas destinadas a ayudar a los pioneros que estaban construyendo la presencia judía en Palestina. La primera vez que fui a Israel fue en 1961 y ha regresado allí más veces de las que soy capaz de recordar. Tenía familia en Israel y tengo amigos en Israel. Uno de ellos luchó en las guerras de 1956, 1967 y 1973 y fue herido en dos de ellas. El broche que hoy luzco en la corbata le fue concedido por sus méritos militares y luego me lo regaló. He conocido a la mayoría de los primeros ministros de Israel, empezando por el primero de ellos, David Ben Gurión. Golda Meir fue mi amiga, al igual que lo fue Yigal Allon, quien como general conquistó el Negev para Israel en la guerra de independencia de 1948.

Mis padres vinieron a Gran Bretaña como refugiados desde Polonia. La mayoría de sus familias fueron más tarde asesinadas por los nazis en el holocausto. Mi abuela estaba enferma en la cama cuando los nazis llegaron a su casa en el pueblo de Staszow. Un soldado alemán le disparó un tiro en la cabeza.

Mi abuela no murió para prestar cobertura a los soldados israelíes que asesinan abuelas palestinas en Gaza. El actual gobierno israelí explota cínicamente y sin piedad la inacabable culpabilidad de los gentiles por la matanza de judíos en el holocausto como justificación para asesinar palestinos. La implicación es que las vidas judías son preciosas, pero las vidas de palestinos no cuentan nada. Hace unos días, en Sky News, le preguntaron a la comandante Leibovich, portavoz del ejército israelí, por los ochocientos palestinos que los israelíes llevaban matados en aquel momento —hoy el total alcanza la cifra de mil—. Replicó sin dudarlo que “Quinientos de ellos eran militantes”. He aquí la respuesta de una nazi. Supongo que los judíos que luchaban para salvar sus vidas en el ghetto de Varsovia podrían haber sido descartados como militantes. Tzipi Livni, la ministra de asuntos exteriores de Israel, afirma que su gobierno no negociará con Hamas, porque son terroristas. El padre de Tzipi Livni fue Eitan Livni, jefe de operaciones del grupo terrorista Irgun Zvai Leumi, que organizó la voladura del hotel King David en Jerusalén, en la cual murieron 91 víctimas, entre ellas cuatro judíos.

Israel nació del terrorismo judío. Los terroristas judíos ahorcaron a dos sargentos británicos y destrozaron sus cadáveres con granadas. Irgun, junto con la banda terrorista Stern, masacraron a 254 palestinos en 1948 en el pueblo de Deir Yassin. Hoy, el actual gobierno israelí dice que harán lo necesario, en circunstancias aceptables para ellos, por negociar con el presidente palestino Mahmoud Abbas, de Fatah. Ya es muy tarde para eso. Podían haber negociado con Yaser Arafat, el anterior líder de Fatah, que era amigo mío. En vez de ello, lo sitiaron en un bunker de Ramalá, donde fui a visitarlo. A causa de los errores de Fatah tras la muerte de Arafat, Hamas ganó las elecciones palestinas en 2006. Hamas es una organización profundamente horrible, pero fue elegida democráticamente y es la única que cuenta allí. El boicot de Hamas, en el que incluso ha participado nuestro gobierno, ha sido un error culpable que ha dado lugar a atroces consecuencias.

Abba Eban, el gran ministro de asuntos exteriores israelí, junto al cual hice campaña en muchos estrados, dijo: “La paz se alcanza hablando con los enemigos”.

Por muchos palestinos que los israelíes asesinen en Gaza, no podrán resolver este problema existencial por medios militares. Una vez que los combates terminen, seguirá habiendo un millón quinientos mil palestinos en Gaza y dos millones y medio más en Cisjordania. Los israelíes los tratan como mugre, con cientos de controles de carreteras y los horrendos moradores de los ilegales asentamientos judíos no cesan de acosarlos. Llegará el día, no muy lejano, en el que los palestinos superarán en número a la población judía de Israel.

Ya va siendo hora de que nuestro gobierno le diga claramente al gobierno israelí que su conducta y su política son inaceptables y de que imponga una total prohibición de suministro de armamentos a Israel. Ha llegado el momento de la paz, pero de una paz auténtica, no de la solución por conquista que pretenden los israelíes y que nunca podrán alcanzar. No son simplemente criminales de guerra: están locos.

(Palabras del parlamentario británico Sir Gerald Kaufman, ante la Cámara de los Comunes, el 15 de enero de 2009. Publicadas en “International Jewish Anti-Zionist Network”, el 17 de enero de 2009)

domingo, 21 de junio de 2009

Actualidad


PARTICIPACIÓN DE CATÓLICOS
EN DEMOCRACIA:
UN CALLEJÓN SIN SALIDA


Ante las elecciones del domingo 28 de junio, diferentes autoridades eclesiásticas han hablado del modo de participación de los católicos en el sistema político vigente. También desde los púlpitos –éste mismo sábado por la tarde, por ejemplo– se ha hablado del tema. De las mismas, algunas de ellas tomaron estado público, otras no, pero la más significativa tal vez sea la emitida el pasado domingo 14 de junio, por Monseñor Francisco Polti, en su homilía de Corpus Christi, celebrada en la catedral Nuestra Señora del Carmen –Santiago del Estero–, quien dijo algunas cosas que merecen ser analizadas con detenimiento (AICA): “Todos los bautizados católicos, al participar de las elecciones como verdaderos ciudadanos comprometidos con nuestra patria, sabemos muy bien que hay valores fundamentales que no son negociables. Me parece oportuno hoy recordarlos para tenerlos en cuenta a la hora de elegir a los futuros legisladores: el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas”.

No hay duda de que todas las cuestiones que se proponen como criterios “para elegir legisladores” son loables: respeto de la vida del nonato y de la sexualidad tal como Dios la creó, integridad de la institución familiar, libertad de educación de los hijos, bien común. Pero este no es el punto en discusión. Los católicos ya sabemos –o deberíamos saber– que todo eso está muy bien. Lo que verdaderamente nos preguntamos es si este buen propósito tal como está planteado es conducente. A tal fin escribimos estas líneas, pues –por las razones que se verán a continuación– creemos que el mismo planteo es gravemente erróneo y conduce precisamente a afianzar los males que se pretenden evitar.

Ningún partido político está dispuesto a una defensa hasta las últimas consecuencias de todos estos principios. Ninguno. No hablemos ya del PRO, del Frente para la Victoria, de la Coalición Cívica o de los demás partidos políticos, particularmente los de izquierda. Esos están descartados de antemano; por su historia, por su prontuario, por toda la recolección de indignidades que jurídica y legalmente han perpetrado.

Pero lo peor es que tampoco ningún partido político –por más católico que fuera– puede defender integralmente estas verdades.

Y esta imposibilidad no es pasajera, no es una imposibilidad accidental, no es un problema que hoy existe pero mañana podría desaparecer. No, al contrario: Es un obstáculo insalvable.

¿Cuál es ese obstáculo? El obstáculo es el principio mismo de la democracia, que no es otro –veamos si no el artículo 37 de nuestra tan loada Constitución– que la soberanía popular. Dice el estatuto liberal: “Esta Constitución garantiza el pleno ejercicio de los derechos políticos, con arreglo al principio de la soberanía popular y de las leyes que se dicten en consecuencia. El sufragio es universal, igual, secreto y obligatorio”.

En virtud de este principio, la decisión última que abre la puerta a una ley inicua o se la cierra, es la cifra. El número. No las razones, no los argumentos, no la verdad, no el orden ni el derecho. Sólo los números. Por eso, por más que un partido político católico vote en contra de una ley inicua, es evidente que no hace todo lo que está a su alcance para evitar este mal. Y no lo hace porque su reacción ante esta abominación no puede ser sino limitada; se mueve dentro de los cánones del principio de la mayoría, de la legalidad –aunque ilegítima–; se arriesga a perder y, finalmente, termina perdiendo siempre, aceptando el remate de principios y cuestiones morales objetivas. Lo primero que debe decirse es que estamos obligados a impugnar de raíz un sistema que descansa únicamente en la voluntad popular, en las mayorías.

Por eso es que desconciertan, si no entristecen, las ingenuas apelaciones de Monseñor Polti. Una ingenuidad paralizante que acaba en la esterilidad apostólica: Lo que nos está diciendo es, en la práctica, que debemos apoyar el sistema que hace posibles y realiza semejantes iniquidades.

Dolorosa realidad: Los partidos mayoritarios no defenderán –teniendo la fuerza para hacerlo– las cuestiones de orden natural, y los partidos católicos no sólo no tienen la fuerza de la mayoría para defender estas cuestiones, sino que, sobre todo y principalmente, aceptan rifar la verdad en un plebiscito.

Al ir a un plebiscito, aceptan –por más que en su foro íntimo no lo juzguen así– la decisión que saldrá de las urnas. No pueden invocar algo “más allá” de la mayoría, algo “allende” la voluntad popular; no pueden apelar a una legitimidad por encima de la legalidad. No pueden negarle públicamente a las personas su “derecho”, su falso derecho, a llevar al poder a un partido pro abortista, o que por lo menos no tenga una postura claramente antiabortista. No: Los partidos tienen que aceptar, les guste o no, la decisión de las urnas. Por eso, aunque intenten que se los vote con el pretendido fin de defender el orden natural –el sobrenatural conviene no mencionarlo, ya que han abandonado las luminosas enseñanzas del Reinado Social de Cristo, dejando entre paréntesis la Gracia–, ya han perdido de antemano.

El sistema democrático hace posible que una decisión mayoritaria, aunque injusta e inmoral, se convierta en ley.

Hans Kelsen, el famoso jurista judío austríaco, paradigma del positivismo en el siglo XX, vio con toda claridad esta irreductibilidad de alternativas al afirmar, y con razón, que existe una particular filosofía que está detrás del sistema democrático. Y que esa filosofía, que es su fundamento, no puede cambiar sin que ipso facto el sistema mismo deje de ser lo que es. De ahí que haya escrito en su libro Esencia y valor de la democracia, una frase de plena vigencia: “en efecto, si se cree en la existencia de lo absoluto –de lo absolutamente bueno, en primer término–, ¿puede haber nada más absurdo que provocar una votación para que decida la mayoría sobre ese absoluto en que se cree?”

Los católicos, pues, entramos en una permanente contradicción, en una insalvable aporía, si pretendemos defender la verdad en un régimen al que le resulta indiferente la verdad, o que la somete al veredicto mayoritario.

En efecto, es en el mismo punto de partida en que debemos situar la problemática, y así lo hace el mismísimo Kelsen: “La cuestión decisiva es si se cree en un valor y, consiguientemente, en una verdad y una realidad absolutas, o si se piensa que al conocimiento humano no son accesibles más que valores, verdades y realidades relativas. La creencia en lo absoluto, tan hondamente arraigada en el corazón humano, es el supuesto de la concepción metafísica del mundo. Pero si el entendimiento niega este supuesto, si se piensa que el valor y la realidad son cosas relativas y que, por tanto, han de hallarse dispuestas en todo momento a retirarse y dejar el puesto a otras igualmente legitimas, la conclusión lógica es el criticismo, el positivismo y el empirismo…”

El positivista austríaco reconoce y admite la filiación filosófica-política entre el sistema democrático y las corrientes mencionadas. No hay, pues, un indiferentismo axiológico. No hay una absurda creencia en que de cualquier principio puede derivar cualquier conclusión. No hay tampoco un engaño respecto de lo que puede y no puede dar la democracia.

Con sentido ponderativo, por supuesto, pero facilitando la comprensión de los términos, Kelsen nos remite a los pensadores que han defendido la democracia y, además, a los que la han rechazado: “En efecto, todos los grandes metafísicos se han decidido por la autocracia y contra la democracia; y los filósofos que han hablado la palabra de la democracia, se han inclinado casi siempre al relativismo empírico”.

Por su parte, Kelsen entiende por autocracia todo gobierno que reconozca la primacía de una verdad absoluta, independiente de las subjetividades humanas. La cita continúa y es esclarecedora: “Así vemos en la Antigüedad a los sofistas que, apoyados en los progresos de las ciencias empíricas de la Naturaleza, unieron una filosofía radicalmente relativista en el dominio de la ciencia social con una mentalidad democrática. El fundador de la sofística, Protágoras, enseña que el hombre es la medida de todas las cosas, y su poeta Eurípides ensalza la democracia y la paz”.

Pero veamos ahora a los tradicionales enemigos de la democracia. Tal vez nos ayude a tomar partido respecto de ella: “A su vez, Platón, en quien renace la metafísica religiosa contra el racionalismo de la ilustración, declarando contra Protágoras que la medida de todas las cosas es Dios, es el mayor enemigo de la democracia y un admirador y aún propugnado del a dictadura. En la Edad Media, la metafísica del Cristianismo va unida, naturalmente, a la convicción de que la mejor forma política es la Monarquía, como imagen del gobierno divino del universo. Santo Tomás constituye un testimonio culminante en este sentido”.

Y llegado aquí, uno no sabe cómo agradecerle a Kelsen su ponderación por la democracia, ponderación que pone sobre el tapete sus ineludibles fundamentos, destruyendo de raíz el sofisma del indiferentismo axiológico, que pretende –para hablar en criollo– que un olmo produzca peras.

La democracia, nos enseña el hebreo austríaco, sólo puede tener lugar cuando la razón natural y las verdades absolutas están oscurecidas y relegadas al terreno de lo abstracto, de lo imposible, de lo ficticio, de lo irresoluble. Cuando el ocaso de la razón es un hecho, entonces se alza el sistema que pone como categoría fundamental al número, razón por la cual Kelsen admite y confiesa lo siguiente: “si se declara que la verdad y los valores absolutos son inaccesibles al conocimiento humano, ha de considerarse posible al menos no sólo la propia opinión sino también la ajena y aún la contraria. Por eso, la concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo”.

La claridad de este enemigo del orden natural –recordemos su procedencia del positivismo jurídico– es admirable. Ha de considerarse posible al menos no sólo la propia opinión sino también la ajena y aún la contraria, ha dicho el escéptico. Y sabe lo que dice. Traduzcámoslo a la Argentina de hoy y veremos en qué trampa caemos los católicos cuando pretendemos defender la verdad en el sistema democrático.

Si “ha de considerarse posible al menos” no sólo la propia opinión, pongamos, para aclarar, el ejemplo del aborto. Una vez que entramos en Democracia, no nos queda otra salida que aceptar como posible que un partido se presente como partidario del crimen silencioso. Debemos admitirlo, so pena de ser excluidos del redil bienpensante. Y, por ello, con lógica democrática, no podemos negarle derecho a existir a esa posición.

Ahora bien, si no podemos negarle derecho a existir, estamos nivelando a la verdad con el error, a lo bueno con lo malo, a la realidad con la mentira, a la vida hecha a imagen y semejanza de Dios con el asesinato de un niño inocente. Todo eso estamos admitiendo si entramos en el sistema. Estamos nivelando el asesinato abominable, el derramamiento de sangre inocente que clama al cielo por justicia, con el derecho del niño a nacer, como si fueran ambas posiciones igualmente admisibles.

Intentar ganarles dentro del mismo sistema, ingresando en él, termina consolidando la injusta legalidad que permite estas inmoralidades y atrocidades. Cada vez que perdamos una elección, estaremos obligados en virtud del principio democrático a admitir como válida la postura pro abortista. De nada servirá la apelación al derecho natural, a los principios no negociables, porque su mención no podrá pasar de un intento puramente verbal, en el contexto de un sistema que se desentiende por principio de la verdad y del bien objetivos. Porque si la norma fundamental del sistema es distinta y aún opuesta al derecho natural –y en efecto, lo es–, es evidente entonces que la ultima ratio de las decisiones no es la Verdad, no es la realidad, sino el número, la mayoría.

Y este nivelar la verdad con el error no es, como puede pensarse, algo accidental al sistema. Es de su misma esencia. Porque esta nivelación de la verdad con el error, está fundada en la reducción de todo lo que se discute a su condición numérica. No puede eludirse esto ni puede afectarse que se desconocen estas conclusiones. Si el escepticismo y el relativismo mandan, como admite con honestidad intelectual Kelsen, entonces ninguna opinión es más verdadera que otra. Ninguna opinión es más falsa que otra. Sólo queda guiarse por la mayoría: Todo es lo mismo.

“La democracia concede igual estima a la voluntad política de cada uno, porque todas las opiniones y doctrinas políticas son iguales para ella, por lo cual les concede idéntica posibilidad de manifestarse y de conquistar las inteligencias y voluntades humanas en régimen de libre concurrencia. Tal es la razón del carácter democrático del procedimiento dialéctico de la discusión, con el que funcionan los Parlamentos y Asambleas populares”.

Lo dice Kelsen, nada menos que en un libro que lleva por nombre Esencia y valor de la democracia. Por eso, invirtiendo su valoración, lo que debe hacer el católico que realmente quiera defender “la vida desde la concepción”, “el derecho a la educación de los hijos”, “el bien común”, “el matrimonio”, es en primer lugar rechazar de plano el sistema político que hace posible la legalización del aborto, que hace posible el totalitarismo educativo, que hace imposible el ordenamiento al bien común, que hizo posible la ley del divorcio. Si observamos bien, todas, absolutamente todas, leyes injustas y abominables que han alcanzado su promulgación por la vía del sufragio. Han ingresado por medio del voto. Han sido sancionadas a través de la voluntad de la mayoría.

Estas leyes inicuas no fueron sancionadas a pesar de vivir en Democracia.

Fueron sancionadas porque vivimos en Democracia.

He ahí el enemigo: El sistema que difunde la pérfida noción de que todo es lo mismo, la verdad, el error, el bien, lo malo, la belleza, la fealdad.

Por eso es que la participación de los católicos en la democracia no es ni puede dejar de ser un callejón sin salida, una trampa que se arroja a los buenos católicos para que, sin advertirlo, colaboren en la tarea de la confusión de las inteligencias. Rechacemos de plano la mentalidad democrática, niveladora de la luz y de las tinieblas. Y, nuevamente, rechacémosla por aquello que el ya citado Kelsen reconoce sin quererlo: Su culpabilidad en el Viernes Santo.

Hacia el final de su libro el jurista austríaco dice: “En el capítulo XVIII del Evangelio de San Juan se describe un episodio de la vida de Jesús. El relato sencillo, pero lapidario por su ingenuidad, pertenece a lo más grandioso que haya producido la literatura universal, y, sin intentarlo, simboliza de modo dramático el relativismo y la democracia”.

No pierdan el detalle: “Es el tiempo de la Pascua, cuando Jesús, acusado de titularse hijo de Dios y rey de los judíos, comparece ante Pilato, el gobernador romano. Pilato pregunta irónicamente a aquel que ante los ojos de un romano sólo podía ser un pobre loco: ‘¿Eres tú, pues, el rey de los judíos?’. Y Jesús contesta con profunda convicción e iluminado por su misión divina: ‘Tú lo has dicho. Yo soy rey, nacido y venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que siga a la verdad oye mi voz’. Entonces Pilato, aquel hombre de cultura vieja, agotada, y por esto escéptica, vuelve a preguntar: '¿Qué es la verdad?'. Y como no sabe lo que es la verdad, y como romano está acostumbrado a pensar democráticamente, se dirige al pueblo y celebra un plebiscito”.

Poncio Pilato, que pasó a la historia como aquel que se lavó las manos de la Sangre Inocente que estaba a punto de entregar. Poncio Pilato, el perfecto demócrata.

El Relativismo y la Democracia firmaron entonces una alianza que nadie –so pena de hacer mutar la naturaleza de las cosas– puede borrar.

Nuestro camino no puede estar, entonces, en el arriesgar la verdad al capricho y a la veleidad de las mayorías tumultuosas, las mismas que un domingo de Ramos honraron a Cristo, para pocos días después pedir su Crucifixión. Pidamos, por el contrario, la gracia de hacer carne en nosotros mismos estas palabras del salmista, que son el verdadero itinerario de nuestra actitud en el orden político, orden que debe ser restaurado por Nuestro Señor. Roguemos a Dios, entonces, diciendo con el Salmista nuestra oración esperanzada:

“Combate, Señor, a los que me atacan,
pelea contra los que me hacen la guerra.

Toma el escudo y el broquel,
Levántate y ven en mi ayuda;
Empuña la lanza y la jabalina
Para enfrentar a mis perseguidores;
dime: ‘Yo soy tu salvación’”.

Juan Carlos Monedero (h)
20.06.2009

Aniversarios

1821 -17 de junio- 2009

MARTÍN MIGUEL DE GUEMES

“¿No he de alabar la conducta y la virtud de los gauchos?
Ellos trabajan personalmente, y no exceptúan ni aún el solo caballo que tienen, cuando los que reportan ventajas de la Revolución no piensan otra cosa que engrosar sus caudales”.
(Carta a Manuel Belgrano, 1818)

¡Viva la Patria!

Aviso


MEMORIA Y ARCHIVO
de la cultura y del pensamiento nacionalista
presenta
VIVE PELIGROSAMENTE
Apuntes y crónicas sobre el Fascismo Argentino / 1930-1945

Un libro de
Hernán Capizzano

con prólogo de Antonio Caponnetto
180 pág, 35$

Pedidos y consultas


viernes, 19 de junio de 2009

Oh, Corazón, de caridad venero


EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

A fin de que podamos en cuanto es dado a los hombres mortales, comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la alteza y la profundidad del misterioso amor del Verbo Encarnado a su celestial Padre y hacia los hombres manchados con tantas culpas, conviene tener muy presente que su amor no fue únicamente espiritual, como conviene a Dios, puesto que Dios es espíritu. Es indudable que el amor de Dios a nuestros primeros padres y al pueblo hebreo fue de índole puramente espiritual; por eso, las expresiones de amor humano conyugal o paterno, que se leen en los Salmos, en los escritos de los profetas y en el Cantar de los Cantares, son signos y símbolos del muy verdadero amor, pero exclusivamente espiritual, con que Dios amaba al género humano; al contrario, el amor que brota del Evangelio, de las cartas de los Apóstoles y de las páginas del Apocalipsis, al describir el amor del Corazón mismo de Jesús, comprende no sólo la caridad divina, sino también los sentimientos de un afecto humano. Para todos los católicos, esta verdad es indiscutible. En efecto, el Verbo de Dios no ha tomado un cuerpo ilusorio y ficticio, como ya en el primer siglo de la era cristiana osaron afirmar algunos herejes, que atrajeron la severa condenación del Apóstol San Juan: Puesto que en el mundo han salido muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías venido en carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo. En realidad, Él ha unido a su Divina Persona una naturaleza humana individual, íntegra y perfecta, concebida en el seno purísimo de la Virgen María por virtud del Espíritu Santo. Nada, pues, faltó a la naturaleza humana que se unió el Verbo de Dios. Él la asumió plena e íntegra tanto en los elementos constitutivos espirituales como en los corporales, conviene a saber: dotada de inteligencia y de voluntad todas las demás facultades cognoscitivas, internas y externas; dotada asimismo de las potencias afectivas sensibles y de todas las pasiones naturales. Esto enseña la Iglesia católica, y está sancionado y solemnemente confirmado por los Romanos Pontífices y los Concilios Ecuménicos: Entero en sus propiedades, entero en las nuestras; perfecto en la divinidad y Él mismo perfecto en la humanidad; todo Dios [hecho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios.

Luego, si no hay duda alguna de que Jesús poseía un verdadero Cuerpo humano, dotado de todos los sentimientos que le son propios, entre los que predomina el amor, también es igualmente verdad que Él estuvo provisto de un corazón físico, en todo semejante al nuestro, puesto que, sin esta parte tan noble del cuerpo, no puede haber vida humana, y menos en sus afectos. Por consiguiente, no hay duda de que el Corazón de Cristo, unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo, palpitó de amor y de todo otro afecto sensible; mas estos sentimientos estaban tan conformes y tan en armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de caridad divina, y con el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres amores jamás hubo falta de acuerdo y armonía.

Sin embargo, el hecho de que el Verbo de Dios tomara una verdadera y perfecta naturaleza humana y se plasmara y aún, en cierto modo, se modelara un corazón de carne que, no menos que el nuestro, fuese capaz de sufrir y de ser herido, esto, decimos Nos, si no se piensa y se considera no sólo bajo la luz que emana de la unión hipostática y sustancial, sino también bajo la que procede de la Redención del hombre, que es, por decirlo así, el complemento de aquélla, podría parecer a algunos escándalo y necedad, como de hecho pareció a los judíos y gentiles Cristo crucificado. Ahora bien: los Símbolos de la fe, en perfecta concordia con la Sagrada Escritura, nos aseguran que el Hijo Unigénito de Dios tomó una naturaleza humana capaz de padecer y morir, principalmente por razón del Sacrificio de la cruz, donde Él deseaba ofrecer un sacrificio cruento a fin de llevar a cabo la obra de la salvación de los hombres. Ésta es, además, la doctrina expuesta por el Apóstol de las Gentes: Pues tanto el que santifica como los que son santificados todos traen de uno su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos hermanos, diciendo: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos…” Y también: “Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado”. Y por cuanto los hijos tienen comunes la carne y sangre, Él también participó de las mismas cosas… Por lo cual debió, en todo, asemejarse a sus hermanos, a fin de ser un pontífice misericordioso y fiel en las cosas que miren a Dios, para expiar los pecados del pueblo. Pues por cuanto Él mismo fue probado con lo que padeció, por ello puede socorrer a los que son probados.

Los Santos Padres, testigos verídicos de la doctrina revelada, entendieron muy bien lo que ya el apóstol San Pablo había claramente significado, a saber, que el misterio del amor divino es como el principio y el coronamiento de la obra de la Encarnación y Redención. Con frecuente claridad se lee en sus escritos que Jesucristo tomó en sí una naturaleza humana perfecta, con un cuerpo frágil y caduco como el nuestro, para procurarnos la salvación eterna, y para manifestarnos y darnos a entender, en la forma más evidente, así su amor infinito como su amor sensible.

San Justino, que parece un eco de la voz del Apóstol de las Gentes, escribe lo siguiente: Amamos y adoramos al Verbo nacido de Dios inefable y que no tiene principio: Él, en verdad, se hizo hombre por nosotros para que, al hacerse partícipe de nuestras dolencias, nos procurase su remedio. Y San Basilio, el primero de los tres Padres de Capadocia, afirma que los afectos sensibles de Cristo fueron verdaderos y al mismo tiempo santos: “Aunque todos saben que el Señor poseyó los afectos naturales en confirmación de su verdadera y no fantástica encarnación, sin embargo, rechazó de sí como indignos de su purísima divinidad los afectos viciosos, que manchan la pureza de nuestra vida”. Igualmente, San Juan Crisóstomo, lumbrera de la Iglesia antioquena, confiesa que las conmociones sensibles de que el Señor dio muestra prueban irrecusablemente que poseyó la naturaleza humana en toda su integridad: “Si no hubiera poseído nuestra naturaleza, no hubiera experimentado una y más veces la tristeza”.

Entre los Padres latinos merecen recuerdo los que hoy venera la Iglesia como máximos Doctores. San Ambrosio afirma que la unión hipostática es el origen natural de los afectos y sentimientos que el Verbo de Dios encarnado experimentó: “Por lo tanto, ya que tomó el alma, tomó las pasiones del alma; pues Dios, como Dios que es, no podía turbarse ni morir”.

En estas mismas reacciones apoya San Jerónimo el principal argumento para probar que Cristo tomó realmente la naturaleza humana: “Nuestro Señor se entristeció realmente, para poner de manifiesto la verdad de su naturaleza humana”.

Doctrina de la Iglesia, que con mayor concisión y no menor fuerza testifican estos pasajes de San Juan Damasceno: “En verdad que todo Dios ha tomado todo lo que en mí es hombre, y todo se ha unido a todo para procurar la salvación de todo el hombre. De otra manera no hubiera podido sanar lo que no asumió”. Cristo, pues, “asumió los elementos todos que componen la naturaleza humana, a fin de que todos fueran santificados”.

Es, sin embargo, de razón que ni los Autores sagrados ni los Padres de la Iglesia que hemos citado y otros semejantes, aunque prueban abundantemente que Jesucristo estuvo sujeto a los sentimientos y afectos humanos y que por eso precisamente tomó la naturaleza humana para procurarnos la eterna salvación, no refieran expresamente dichos afectos a su corazón físicamente considerado, hasta hacer de él expresamente un símbolo de su amor infinito.

Por más que los Evangelistas y los demás escritores eclesiásticos no nos describan directamente los varios efectos que en el ritmo pulsante del Corazón de nuestro Redentor, no menos vivo y sensible que el nuestro, se debieron indudablemente a las diversas conmociones y afectos de su alma y a la ardentísima caridad de su doble voluntad —divina y humana—, sin embargo, frecuentemente ponen de relieve su divino amor y todos los demás afectos con él relacionados: el deseo, la alegría, la tristeza, el temor y la ira, según se manifiestan en las expresiones de su mirada, palabras y actos. Y principalmente el rostro adorable de nuestro Salvador, sin duda, debió aparecer como signo y casi como espejo fidelísimo de los afectos, que, conmoviendo en varios modos su ánimo, a semejanza de olas que se entrechocan, llegaban a su Corazón santísimo y determinaban sus latidos. A la verdad, vale también a propósito de Jesucristo, cuanto el Doctor Angélico, amaestrado por la experiencia, observa en materia de psicología humana y de los fenómenos de ella derivados: “La turbación de la ira repercute en los miembros externos y principalmente en aquellos en que se refleja más la influencia del corazón, como son los ojos, el semblante, la lengua”.

Luego, con toda razón, es considerado el corazón del Verbo Encarnado como signo y principal símbolo del triple amor con que el Divino Redentor ama continuamente al Eterno Padre y a todos los hombres. Es, ante todo, símbolo del divino amor que en Él es común con el Padre y el Espíritu Santo, y que sólo en Él, como Verbo Encarnado, se manifiesta por medio del caduco y frágil velo del cuerpo humano, ya que en Él habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente. Además, el Corazón de Cristo es símbolo de la ardentísima caridad que, infundida en su alma, constituye la preciosa dote de su voluntad humana y cuyos actos son dirigidos e iluminados por una doble y perfectísima ciencia, la beatífica y la infusa.

Finalmente, y esto en modo más natural y directo, el Corazón de Jesús es símbolo de su amor sensible, pues el Cuerpo de Jesucristo, plasmado en el seno castísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, supera en perfección, y, por ende, en capacidad perceptiva, a todos los demás cuerpos humanos.

Aleccionados, pues, por los Sagrados Textos y por los Símbolos de la fe, sobre la perfecta consonancia y armonía que reina en el alma santísima de Jesucristo y sobre cómo Él dirigió al fin de la Redención las manifestaciones todas de su triple amor, podemos ya con toda seguridad contemplar y venerar en el Corazón del Divino Redentor la imagen elocuente de su caridad y la prueba de haberse ya cumplido nuestra Redención, y como una mística escala para subir al abrazo de Dios nuestro Salvador. Por eso, en las palabras, en los actos, en la enseñanza, en los milagros y especialmente en las obras que más claramente expresan su amor hacia nosotros —como la institución de la divina Eucaristía, su dolorosa pasión y muerte, la benigna donación de su Santísima Madre, la fundación de la Iglesia para provecho nuestro y, finalmente, la misión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre nosotros—, en todas estas obras, decimos Nos, hemos de admirar otras tantas pruebas de su triple amor, y meditar los latidos de su Corazón, con los cuales quiso medir los instantes de su terrenal peregrinación hasta el momento supremo, en el que, como atestiguan los Evangelistas, Jesús, luego de haber clamado de nuevo con gran voz, dijo: “Todo está consumado”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Sólo entonces su Corazón se paró y dejó de latir, y su amor sensible permaneció como en suspenso, hasta que, triunfando de la muerte, se levantó del sepulcro.

Después que su Cuerpo, revestido del estado de la gloria sempiterna, se unió nuevamente al alma del Divino Redentor, victorioso ya de la muerte, su Corazón sacratísimo no ha dejado nunca ni dejará de palpitar con imperturbable y plácido latido, ni cesará tampoco de demostrar el triple amor con que el Hijo de Dios se une a su Padre eterno y a la humanidad entera, de la que con pleno derecho es Cabeza Mística.

S.S. Pío XII
(Tomado de su Carta Encíclica “Haurietis aquas”,
sobre el culto y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús)


jueves, 18 de junio de 2009

Editorial del Nº 81


TESTIMONIAL
ES LO NUESTRO


Convertidos en el acontecimiento político del año, los comicios del 28 de junio, con sus innúmeras interpretaciones anteriores y posteriores, ocupan el centro de la atención de casi todos los mortales de esta ínsula. A nosotros nos llevará apenas un párrafo, y ya lo adivinan los lectores afines o antagónicos.

Un párrafo para decir lo que toda persona sensata conoce, intuye y padece, sin necesidad de frondosas argumentaciones. A saber: que gobierna el país un tropel de delincuentes; que quienes dicen oponérsele pertenecen a otras tantas manadas de idéntica especie aunque de pelajes distintos, y que nada bueno puede brotar de un sistema edificado en la contranatura institucional, legal y moral.

Hay elecciones porque, como escribía Bernard Shaw, los políticos y los pañales necesitan cambiarse a menudo por la misma causa. Tal la materiam signatam que constituye, como todos, el nuevo sufragio universal que se ha adueñado del escenario colectivo. Las plagas egipcias —y bien quisiéramos que no fuera retórica bíblica— se han abatido sobre la patria, mientras quienes se postulan de taumaturgos son esos “tipos trashumantes”, como los llama José María de Pereda, que se comunican con el poder político mediante el Ministerio de Hacienda; esto es, mediante el lucro infame y rabioso. Cese aquí la parrafada de rigor y a otra cosa.

Y esa otra cosa es lo que nosotros podemos y debemos hacer.

Por lo pronto, hacer de nuestras vidas, vidas coherentes. Testimoniales, para seguir usando una palabra que no estamos dispuestos a dejarnos robar. La vida coherente del católico preocupado y dedicado a la política, es aquella que no muda ni permuta ni adultera los grandes e irrevocables principios; antes bien, tanto más los propala como las únicas soluciones posibles cuanto más los pragmáticos se empeñan en considerarlos expresiones de un abstraccionismo obstaculizante. No es “no hacer nada” indicar perseverantemente lo que debemos y lo que no debemos obrar.

Regístrese entre los mentados derechos, el derecho a la congruencia, y sépase que esta fidelidad heroica en lo poco es condición para alcanzar la anhelada fidelidad en lo mucho.

Lo segundo es entender que no nos está permitido el abstencionismo ni el indiferentismo político; mucho menos cuando la tierra natal yace cautiva y engangrenada. Pero hay una distancia insalvable entre participar sujetándose dócilmente a las reglas del Régimen —viciadas con las corrupciones inherentes al mismo— y participar con sentido misional y apostólico, sin necesidad de pasar por la política juego, aportando el consejo, la información, la reflexión y —sobre todo— la ejecución de bienes concretos al servicio de las instituciones de orden natural.

Para optar por este segundo camino, urge que volvamos a las distinciones elementales legadas por la tradición e insensatamente olvidadas. Distinguir, por ejemplo, entre estructuras sociales y estructuras estatales. Si estas últimas son creadas por el poder y desde el poder, las primeras brotan de las relaciones amicales, parentales e institucionales que el hombre entabla en su carácter de ser social por naturaleza. Es el ámbito propicio de las llamadas libertades concretas, y es incluso el ámbito propicio que soñó Gramsci para subvertirlo todo; señal, por lo mismo, de su potencial riqueza para restaurarlo todo.

O la política es servicio al invocado bien común, o es mera conquista del poder estatal. O es oblación patriótica sin buscar recompensas, o es competencia partidocrática, sumisa a las pautas del liberalismo. Hay que dejar de confundir la polis con el kratos, creyendo que únicamente la posesión de este último garantiza y verifica la obligación de ocuparse de la res publica. Y percibir que más valioso que el poder es la autoridad. Fundada en la preeminencia inclaudicable de los valores espirituales y morales, puede darse y se ha dado la paradoja de que las grandes autoridades carezcan completamente de poder, y hasta sean sus víctimas fatales. Mientras los poderosos sin límites carecen completamente de autoridad, y acaban sucumbiendo. Porque si para algo no sirven las tiranías es para apoyarse en su propio sustento.

Todo seguirá su curso de ignominia, antes y después del último domingo de junio. Excepto la voluntad decidida y acerada de los patriotas cabales para seguir testimoniando la verdad entera. Con un testimonio que no rozan las boletas electorales, ni los fraudes del escrutinio, ni la decisión despótica e ignorante de la mitad más uno. Pero que ha de ser el sonido de júbilo y de mando, para que se congreguen en medio de la noche y del desierto, como en la célebre retreta, las voluntades perdidas de todos los combatientes.

Antonio Caponnetto