LOS REPRIMIDOS
En general —salvo logradas y meritorias excepciones— esta controvertida ciencia ha sido bastante uniforme y regular en dar sus frutos: confundir, desnaturalizar y subvertir todo lo que se vincula con el alma.
Después de todo —pensará alguno afín al gremio— ¿por qué hay que darle cabida al alma en la psicología? Con lo cual, confirmando lo sospechado, habrá que comenzar por devolver el sentido al sonido. Es decir, llamar a las cosas por su nombre.
En la propuesta terapéutica (y —que nadie se engañe— también cultural) del psicoanálisis hay una conclusión clara: “qué nocivo es reprimir”. Así, a secas. La salud que trae no hacerlo consiste, pues, en dejar libre circulación a lo más real que tenemos —según Segismundo Freud— que es el instinto. Y, por supuesto, nada más patógeno y antinatural que dejar que la razón, la religión y la amistad disfracen tanto dinamismo en busca de placer y enmascaren este verdadero motor de la vida.
A no reprimir entonces, atentos a que las cuestiones de fe y moral —que son para la psicología moderna lo que el agua bendita para los endemoniados— sigan atentando tan impunemente contra nuestra felicidad.
Salvo la aceptación de que existe algo que podríamos llamar “represión patógena”, no tenemos en lo demás ningún punto en común.
Ahora bien: ¿Qué hay de cierto en este concepto? ¿Qué definición más amplia podríamos dar de esta realidad, tan activa y tan vivaz?
La represión es negarle a la naturaleza humana —en este hombre concreto— el curso que la perfecciona.
Es represivo —patógenamente represivo— lo que no permite la expresión cabal de nuestra naturaleza corpóreo-espiritual. Metafóricamente, si el alma es orden y melodía, es represiva su prosificación y su cacofonía.
Con lo cual, volvemos a las preguntas fundantes, tantas veces omitidas: ¿qué idea de hombre tienen el marxismo y Freud?, ¿qué idea de hombre tiene la psicología racionalista?, ¿qué idea de hombre tiene el sistema y la política educativa actual?
Quienes intentamos entender al hombre apoyados en la plataforma del sentido común, dóciles al orden natural y auxiliados por la fe, nos preguntamos: ¿No es represivo tener que doblegarse ante el número y la cantidad, la estadística y el recuento, cuando el alma pide calidad, hazañas, excelencia, señorío y virtud?
¿No es insano que el amor anhele la eternidad y no esquive sacrificios —porque todo corazón tiene algo de poeta y algo de guerrero—, y que nos alcancen un preservativo como viático y una sexóloga como musa inspiradora?
¿No es violento querer formar parte de las Fuerzas Armadas de la Patria —esa vocación tan honda, noble y necesaria— y encontrarse impávido sin fuerza, sin arma y sin Patria?
¿No es antinatural promover un diálogo sin logos? ¿O alguien colocó las ventanas sin antes levantar las paredes?, ¿qué haríamos con un albañil que así lo propusiese?
Si existe la pala y existe el arado, ¿no es violento y caprichoso querer trabajar nuestra tierra con la hoz y el martillo? Así se la golpea, pero no se la fecunda.
¿No es insalubre estar hambrientos de la verdad y recibir la chatarra de las ideologías?
¿No es patógeno tener que aceptar que la “cadena nacional” no es la que atravesó el Paraná en la gloriosa Vuelta de Obligado, sino la que sólo ayuda a poner los relojes en hora?
¿No es frustrante estar sedientos de palabras esenciales —“de esas palabras que ya nadie pronuncia”— y recibir por alimento lo elíptico, lo convencional, el retorcimiento terminológico del que no quiere nombrar el orden ni testimoniarlo? ¿No es irónico tener que llamar a una Cámara “honorable”?
¿No es represivo querer saber de la Patria y tener a un funcionario por informante? ¿No es falso que el mejor docente sea el prolijo acumulador de puntajes y no el testigo enamorado de la verdad?, ¿y no es triste que en los actos escolares no sea el orden de los amores y los combates sino el del protocolo el que marque la calidad educativa?
En suma, ¿no enferma querer pan y recibir piedra?
El único medio para ser feliz es la fidelidad a la naturaleza. No hacerlo es reprimirse. En serio, cuidado. La pasión es fuerte pero el alma lo es más, porque tiene por techo la eternidad.
Jordán Abud
1 comentario:
¡Qué escrito hermoso! ¡Cuántas verdades juntas! ¡Cuántos argumentos para desarrollar!
¡Cuántas ideas que sugieren, para debatir y defendernos!
Realmente, el artículo es excelente, y el tema apasionante.
Neroli
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