ESO: ¿QUÉ DEMONIOS
ES SER “PROGRESISTA”?
Conociendo mis gustos, mi hijo José me regaló una separata de “Le Monde Diplomatique” con el título “El progresismo argentino”, escrito por algunos de los más conspicuos representantes de esa ideología: Carlos Altamirano, Atilio Borón, José P. Feinmann, Felipe Pigna y Luis Alberto Romero. Algo como para integrar un conjunto de rock con el nombre de “Los auténticos fracasados”. Porque aunque detenten cátedras, programas de televisión y premios a rolete, son todos tristes desechos del derrumbe de la U.R.S.S. y el socialismo real. Desde entonces, no saben dónde están parados. ¿Cómo habrían de saber qué cosa es el progreso?
Pero me llevé un primer chasco. Porque a partir de la página ocho, nada menos que Carlos Altamirano promete explicarnos “¿Qué es ser progresista?” Caramba, me dije, parece que estoy equivocado en mi prejuicio. Estos chicos sí saben qué demonios es ser progresista hoy, saben en consecuencia qué es hoy el progreso y saben muy bien dónde están parados.
Leamos. La primera página podría, casi, casi, haberla escrito yo. Y de hecho he escrito cosas muy parecidas en esta sección: 1) Hay un anacronismo en llamarse ahora progresistas porque ése es un concepto del siglo XVIII y se basaba en una confianza total en que se estaba frente a “un proceso unitario que tenía como actor al conjunto de la humanidad”, el cual recorrería “etapas de un incremento creciente del conocimiento, del dominio… y de la explotación de la naturaleza. Y además (habría), como parte de este mismo movimiento también un bienestar creciente”. 2) Parece que las cosas no salieron así: Altamirano reconoce que “hoy ser progresista es, en primer término, tener conciencia de los problemas que envuelven la noción de progreso, de la crisis que afecta esta noción misma, porque ha crecido la conciencia contemporánea del lado oscuro que tiene el progreso”. Y porque parece que la noción de progreso “se convirtió en algo (no) evidente sino en un problema que es necesario definir una y otra vez”.
Muy bien, pero de aquí nos caemos a las décadas del sesenta y del setenta y los modos de ver el progreso entonces. Y luego, hasta el final del articulo, en el progreso y progresismo en la Argentina y en Cuba. ¡Un momento! ¿No se nos perdió algo en el camino? Al final, ¿qué demonios es el progresismo? ¿Una crisis? ¿Todo lo que ofreceríamos a los ávidos de soluciones es un aula de debates intelectuales sobre “un problema que es necesario definir”? Lo terrible es que es más o menos cierto. Para las clases instruidas de nuestro tiempo que son, en su mayoría, progresistas, izquierdistas o “modernas”, el progreso es hoy ese problema sobre el que dan vueltas y vueltas en cátedras del primer mundo bien pagadas, en programas de TV que dan popularidad, en artículos innúmeros como el que comento, en debates a escala mundial. El pequeño detalle es que en treinta años de discusiones, congresos y simposios no se sabe que hayan logrado ni un milímetro de adelanto en la tarea de (re)definir el progreso. ¿Y quién le dice que el concepto de progreso está perimido sin remedio y nada ni nadie puede redefinirlo o resucitarlo?
Por suerte para ellos, los intelectuales como Altamirano pueden vivir en su mundo enclaustrado y algunos, de vez en cuando, enseñar (es un decir) en universidades norteamericanas que pagan bien. No hay más riesgos que afrontar, una que otra vez, a locos que asesinan sin más razones que su locura. El último fue el coreano de Virginia. Forman parte del sistema y por suerte no actúan muy frecuentemente.
Mientras tanto, la definición de progreso se hace y se vive en las calles por gentes de la catadura moral e intelectual de los hijos de “Gran Hermano” y de personajes como Ginés González García. Ellos no necesitan (re)definir el concepto todos los días. Saben que en la práctica “ser progresista” es tirar la chancleta, drogarse, abortar cuando un hijo molesta, hacerse maricón y enorgullecerse, etcétera, etcétera. Mientras los intelectuales meditan agobiados por el peso y la solidez del problema planteado, los hombres del común lo han develado sin preocupaciones. Ser progresista es hoy la vida sin honor, sin pudor, sin control, sin conciencia del prójimo. Las niñitas que saltan de un hogar y un colegio católico a juntarse con su “novio” y a vivir “como les da la gana” saben sobre eso que llaman progreso más que estos sabihondos como Altamirano. Cuya definición actual del progreso es como una granada de mano sin seguro que se pasan los intelectuales entre ellos para ver si alguno atina a impedir la explosión.
NO SE PIERDA ÉSTA
¿Entendió lo que escribí en la notícula anterior? Entonces no se pierda ésta. En México, capital, las fuerzas progresistas lograron hacer aprobar el aborto rápido, barato y expeditivo. (Todavía no obligatorio, pero todo se andará). En “La Nación” del 25 de abril leemos la noticia y este párrafo que llamaría delicioso si no fuera repugnante. El Coordinador del Comité de Alternativa (vaya uno a saber qué es eso) Don Jesús Robles Maloof (vaya nombrecito que le pusieron sus padres) declaró: “En un país tan conservador, lo que sucedió es un triunfo de las izquierdas progresistas”. ¿Captó la idea? Mientras Altamirano cobra por (re)definir qué cosa es hoy el progreso, los Robles Maloof —como los González García— la tienen muy clara. El progresismo hoy no es como la antigua izquierda del siglo XX, que apostaba al poder totalitario con el nombre de “dictadura del proletariado”, lo cual debía leerse como dictadura de los comunistas en nombre del proletariado. Las “izquierdas progresistas” son hoy mucho más modestas. Ya no aspiran a asesinar cien millones de personas para hacer surgir de su sangre el hombre nuevo. Ahora se conforma con unos pocos milloncitos anuales de bebés asesinados en el vientre de sus madres. Éstos son sus “triunfos” de hoy. Ésta es su ideología de hoy.
Aníbal D'Angelo Rodríguez
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