sábado, 13 de octubre de 2007

No dejéis nunca de orar


ORANDO POR LA PATRIA


Entro a una capillita militar, para estar un rato con el Señor. Sobre un banco, algunas estampas con una exquisita imagen de la Virgen y el Niño. Adentro, una oración encabezada “Consagración al Inmaculado Corazón de María”. Venciendo cierta resistencia ante oraciones “inventadas a la moda” que pululan, leo. Y leyendo, me sorprendo: “María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia: en nuestra historia y geografía has mostrado tu amor de predilección por este pueblo de Dios que peregrina en Argentina”. Lenguaje actual, pero invocando una Historia y una Tierra nombrada, tantas veces, por la devoción de los Conquistadores que ponían sus empresas bajo la protección de Santos patronos. Santiago, Santa Fe, o la Santísima Trinidad, y San Luís, y Santa Cruz, y San Fernando, y San Miguel, y San Salvador… Y San Isidro, San Fernando, San Julián, San Borombón... no hablan de una cultura laicista o de pluralismo religioso.

“La misma bandera azul y blanca que la cobija es un signo del amor agradecido que te profesan tus hijos”. Increíble. ¿Quién sabe hoy que la bandera anterior a Mitre, la de Belgrano, llevaba el azul del manto de María, y no el celeste unitario? (Más bien, hoy puede creerse que copia los colores de “lo más grande”, los del seleccionado de fútbol… ¿no?). Pero crece el asombro cuando se invocan costumbres criollas tradicionales: “El mismo saludo que brota espontáneamente de los labios del hombre de tierra adentro…” Costumbre arraigada cientos de años antes de que se definiera el dogma… Como la otra, del Angelus al atardecer, momento que ha pasado a ser llamado, por antonomasia, “la Oración”. Pero, ¿en el Buenos Aires del siglo XXI, qué respondería cualquiera, si lo saludaran “¡Ave María Purísima!”, proclamando la Inmaculada Concepción de María?

Vale la siguiente denuncia: “El mundo secularizado sigue asediando con todos sus medios y procura erradicar la impronta cristiana de nuestra cultura, recibida en la primera evangelización. Por eso acudimos hoy a tu Corazón Inmaculado”. Defensa de la identidad nacional. Juan Pablo II decía, en 1980, que “la identidad nacional es la identidad cultural”, la Tradición nacional. Y los Obispos argentinos, decían, allá por 1959, que “Católico es el origen, la raíz y la esencia del ser argentino”. Y esta oración se remonta a los auténticos orígenes de la Patria: no a 1810, sino a las raíces en los siglos hispánicos que dieron nombres religiosos a las ciudades y a la geografía.

Esto ha sido escrito por algún argentino que exhorta a esgrimir el Santo Rosario: “Armados con él acudimos a Tí en esta coyuntura histórica, en este cambio de cultura, con el firme compromiso de adherirnos fielmente a lo sustancial de nuestra fe…” La “coyuntura” quiere decir un “quiebre”, un “cambio de dirección”, un torcer el rumbo; a tenor de lo anterior, un extravío… Como si la Historia que se dirigía a una Misión providencial, se torciera… Pero lo más grave es el diagnóstico: estamos ante un cambio de cultura. Y si la identidad nacional es la cultura, estamos ante un cambio de nacionalidad. La dirigencia de ocupación que nos impusieron tras la derrota de Malvinas, mandataria de los poderes anticristianos que dirigen la reingeniería social y cultural del mundo entero, está usando con nosotros la subversión gramsciana, para terminar de trastrocar e invertir toda la jerarquía de principios, creencias y virtudes que habían sobrevivido al oficialismo liberal. Nos están robando la Argentina, para dar a esta tierra el destino previsto en sus siniestros planes.

Esta “Consagración…”, ¿qué nos propone? La actitud sugerida no es la de emigrar, huyendo del testimonio y la defensa, sino “el firme compromiso de adherirnos fielmente a lo sustancial de nuestra fe y ofrecerla a quienes con nosotros comparten este suelo bendito”. Porque, de todo lo tradicional, la sustancia nacional es hija de la Fe. Son las virtudes cristianas hechas costumbres criollas, entre las que siempre se contó la hospitalaria apertura al inmigrante. Cierto es que solamente pueden llamarse con rigor “argentinos” los que llevan esas virtudes tradicionales en el alma, asumidas al modo de nuestros mayores; pero siempre han habido gentes virtuosas llegadas desde afuera, que se han identificado y se han adherido a esa sustancia, mientras que otros habitantes, aunque nacidos en esta Tierra, no se enteraron nunca y morirán “turistas vitalicios”…

Antes que la modernosa y artificial queja oficialista, por los “crímenes de los conquistadores contra los derechos humanos” de los santos inocentes aborígenes, antes que el lamento por las idólatras y antropafágicas culturas perdidas, concluye la tácita evaluación con el único saldo verdadero: “…llenos de gratitud por la Buena Nueva que un día se nos anunció…” Y termina, insólitamente, rescatando el simbolismo originario de una bandera, casi siempre víctima de tanta desfiguración historiográfica: “…y ponemos nuestra patria cobijada bajo la bandera azul y blanca de tu manto y sellada por el sol que nos habla de tu Hijo: la Luz que vino a este mundo. Amén. Obispado Castrense - Peregrinación 2006”.

¿Por qué tanto asombro, tanta sorpresa ante esta oración? Si leemos lo que dijo Benedicto XVI al nuevo embajador de Eslovenia, el 16 de septiembre de 2006, comprenderemos que esta oración, además de probar que el Autor de la plegaria sabe historia nacional y tiene alma argentina, también está cumpliendo fielmente aquellos deberes cristianos y cívicos allí explicados; y sirviendo a los derechos populares que, en ese discurso, desarrolla el Santo Padre.

Nuestra sorpresa es hija de una experiencia, triste para los que tenemos doce o catorce generaciones rioplatenses: ver cómo hasta el nuevo clero es hijo de una época sin consciencia histórica, sin patria y sin identidad nacional. Y hasta diría, sin lógica. Hijos de aquella ruptura iniciada por descastados criollos traidores, gobernantes y constituyentes; pero asumida y profundizada por los beneficiarios de dentro y de afuera.

Cuando San Martín, Rosas y Martín Fierro fueron desterrados y perseguidos, dejando al pobre argentino “como quien se desangra”, muchos que pertenecían a esa clase de invasores que vinieron infiltrados en la inmigración, a “hacer la América” —como si la América y la Argentina no estuvieran hechas hace siglos—, ya fuera con espíritu nihilista y resentido, o ya con espíritu burgués, pragmático y codicioso, trabajaron para sustituir el amor a Dios, a la Santísima Virgen y a la Patria independiente, por el resentimiento plebeyo y el odio de clases, en un caso, y por el interés egoísta y el afán de lucro y de placeres, en el otro. Hasta quedar ocupando el panorama social, divididos, enfrentados, cómplices y entreverados, pero unidos en el desprecio y el odio a todo lo esencialmente argentino: “en este país…” que no sienten propio; o aquel invento de la “viveza criolla” que ellos importaron y hoy también encontramos en aquellas tierras europeas de origen, pero que nos atribuyen en el impúdico exhibicionismo de su ignorancia de lo nacional. Algunos de sus hijos, portadores de apellidos “gringos”, tocados por la Gracia, fueron llamados a ser apóstoles de Cristo y de la Iglesia, —aunque, a veces, despertando en sus familias y vecinos el horror, la pena o la desaprobación (“¡qué desperdicio de muchacho!”)—, y se hicieron clérigos.

Pero el Orden Sagrado no confiere nacionalidad. Antes, los argentinos eran todos católicos; ahora, pocos católicos son argentinos. Miren la Oración por la Patria y vean el vacío.
“Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común” “Queremos ser nación…” ¿a partir de cuándo? ¿No lo somos ya, no lo hemos sido, primero durante tres siglos, y luego de décadas de convulsiones, a los tumbos, otros ciento cincuenta años más? En la misma línea se nos convoca “hacia el 2010, el bicentenario de la patria”… En todo caso, será el bicentenario de la Revolución de Mayo, pero no de la Nación, que se llamaba Argentina o “Argentino reino”, ya con Martín del Barco Centenera, en pleno siglo XVI. Se creen que la Patria nació hace un siglo, cuando llegaron sus abuelos. Y la cuestión de la identidad. De lo que siempre figuró en todas las constituciones, estatutos, o leyes fundamentales, desde Felipe IV hasta 1853, nada se dice: ni “la Defensa y extensión de la Fe católica”, ni “la protección de la Santa Religión Católica, Apostólica y Romana”… Ignorancia, virgen de toda historicidad. Pero también de lógica.

La identidad es lo que define, lo que distingue, lo que diferencia y no es ningún otro factor. La pasión por la verdad y el compromiso por el bien común, ¿no son cualidades deseables para todas las gentes? Si es así, no podemos reivindicarlas en propiedad nacionalista. Se trata de algo universalmente bueno, pero genérico, a lo que falta la diferencia del carácter nacional. La misma oración, apenas cambiando lo de Luján y el canto, por otros nombres propios, sería igualmente buena para cualquier nación: Estados Unidos o China, Irak o Bolivia. Si se tratase de pedir esos dones, sin pretender que nos identifiquen como características del alma nacional, la oración no sería equívoca.

¿Acaso la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común, el amor, el perdón, etc., son rasgos exclusivamente argentinos? ¿No existen en ningún otro pueblo? Y si —¡gracias a Dios!— existen y deberían existir en todos y también entre nosotros, entonces, lo que no existe en la oración es lo argentino, la diferencia específica, la esencia metafísica de la nacionalidad. ¿Debería entenderse que no tenemos una patria, ni un carácter propio, que ya no somos nación? ¿O todavía…? ¿Que estamos en un cambio de nacionalidad, como también sugieren ciertos párrafos del “Diagnóstico Pastoral de la Arquidiócesis de Córdoba”, y que se nos propone el desafío de seguir esa corriente para entendernos con gentes cuya cultura es ese producto artificial híbrido, importado por la globalización? ¿Olvidar lo argentino, hacerlo a un lado, para “comunicarnos” con habitantes sin cultura tradicional? San Pablo llegó a Atenas y buscó inmediatamente un rasgo propio, característico, para empezar a predicar.

Si el mal es ausencia de bien, la redacción dada a la “Oración por la Patria” no es buena, en cuanto no consigue identificar por cuál patria rezamos. Habla de identidad nacional, pero no la expresa y quizá la confunde. Que los “turistas vitalicios” no se enteren, es propio de su naturaleza extraña, pero que nuestros Pastores no lo sepan… ¡Cuidado, no decimos que no sean santos y auténticos católicos! Digo que, por lo que allí se atisba, parece que a la hora de aprobar el texto, no saben si son argentinos…

¡Qué bueno y cuán necesario es rezar por la Patria! No nos queda clara, en la “Oración por la Patria”, de qué Patria se trata. Con la “Consagración…” del Obispado Castrense asomamos, sí, a la identidad nacional. Y allí sabemos qué debemos defender, como argentinos y como católicos, porque, en este pretendido cambio de nacionalidad, si “adherimos fielmente a lo sustancial de nuestra fe...”, también estamos defendiendo nuestra Patria.
Edmundo Gelonch Villarino

1 comentario:

PatriayFe dijo...

Que palabras tan sinceras y profundas las suyas, Lic. Villarino. Permítame que guarde para mí una frase de su texto que resume en apretada síntesis el pensamiento de quien esto escribe: "Nos están robando la Argentina, para dar a esta tierra el destino previsto en sus siniestros planes".

Reciba un muy fuerte abrazo en Xto.