martes, 9 de octubre de 2007

En la Semana Mayor de la Hispanidad (I)


MADRE
Y REINA
DE AMÉRICA


“Porque así como es cierto que habemos de morir así nos es incierto cuándo ni dónde moriremos, de manera que debemos vivir, y así estar aprestados como si a cada hora hubiésemos de morir”.

Esta frase integra el testamento de Ia reina Isabel I de Castilla, o Isabel la Católica de España. Pero también es legado suyo el impulso que ella, una reina de la tierra, dio a la evangelización del continente descubierto por sus navíos en 1492.

Es el misioneros quiero, antes que conquistadores, lo que animó a la empresa hispánica de dar a luz un nuevo mundo para la Iglesia; el ideal inspirador de España en la conquista fue, al decir del historiador Lesley B. Simpson, “hacer del Nuevo Mundo una verdadera Ciudad de Dios”. O, como escribió la también historiadora norteamericana Erna Ferguson de los descubridores hispanos: “nosotros nos imaginábamos que el conquistador iba en busca de oro, como lo hicieron los hombres de todos los tiempos. Sin embargo él se inspiraba también en el deseo de extender los beneficios del cristianismo a los más remotos confines de la tierra. Este impulso misionero fue en gran parte lo que motivó a fortificar su alto valor personal, su atributo de invencible”.

Pero… ¿quién animaría, a su vez, ese impulso misionero? ¿Quién avivaría el fuego religioso en aquellos rudos marineros de los siglos XV y XVI?

La respuesta la encontramos en, por ejemplo, el grito de Hernán Cortés al internarse en tierra mexicana: “¡Adelante, compañeros, que Dios y Santa María están con nosotros!”

También se halla en el gesto de Alonso de Ojeda, sosteniendo una imagen de la Virgen para animar a sus hombres en medio de los peligros de la selva cubana.

Por Ella fuimos alumbrados a la vida de la gracia, con Ella ingresamos al Cuerpo Místico de Nuestro Señor en la tierra y en Ella se resume nuestro origen y fundación.

América, el continente de la Virgen María: también es su legado el impulso que Ella, la Reina de los Cielos, dio a la evangelización del continente descubierto por sus hijos en 1492.

Somos el fruto más grande de la España Católica, la flor de la Hispanidad, el mundo que forjaron los descendientes de aquellos que fueron bautizados por Santiago Apóstol y se hincaron ante el Pilar bendito de Zaragoza, que salieron un día a la mar para regalarle a la Cristiandad que perdía medio continente, uno entero en el cual, antes que el arado rompiera la costra, de la tierra virgen brotara la Forma.

Ya no están Cortés ni Ojeda. Pero hace cinco siglos que la Santísima Virgen es la Madre de América. Desde el Pilar ha venido para ser Nuestra Señora de Guadalupe, en México, o Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en Cuba. Se ha mostrado Madre. Aquella fe que los descubridores sembraron en Hispanoamérica, se encargaron de arraigarla los misioneros que los acompañaban, para que perdure hasta hoy, a despecho de las sectas, los indigenistas y todos los demás enemigos de España.

Mostrémonos, ahora nosotros, hijos. Defendamos nuestras raíces: la caballerosidad cristiana, la hidalguía española, la tradición católica, la devoción mariana. Cuatro banderas que, abiertas en cruz, nos enseñan el camino del cielo donde se halla, en cuerpo y alma, la Madre de Dios y Madre de América.
Rafael García de la Sierra

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