martes, 21 de octubre de 2008

Ensayo (I)


TEILHARD Y LA GNOSIS

Monseñor Combes se preguntaba en su artículo si el buen Padre se había contentado con leer “Los grandes iniciados de Schuré” o había leído también el libro titulado “La Evolución Divina”, donde advertía algunas reflexiones muy semejantes a las que Teilhard hizo con posterioridad.

La expresión “Cristo Cósmico”, asociada a la evolución planetaria, y algunas especulaciones en torno al origen del hombre fueron en un tiempo la especialidad de Schuré, un poco antes de la Primera Guerra Mundial.

Sobre la impresión que la lectura de Schuré causó en el Padre Teilhard existen dos cartas dirigidas a Margarita Teilhard que dan clara cuenta de ella. En la primera, fechada en noviembre de 1918, le agradece haberle hecho conocer el libro de Schuré porque su lectura le ha permitido sentir “y pensar en el orden de las realidades que les interesaban a ambos”.

El 13 de diciembre escribe a la misma destinataria: “que de golpe he podido remitirme a Schuré, que me ha dado un placer inmenso y complejo: alegría de encontrar un espíritu extremadamente simpático al mío, excitación espiritual de tomar contacto con un alma apasionada por el Mundo, satisfacción de constatar que las cuestiones que me preocupan son aqueílas que han animado la vida profunda de la humanidad, placer de ver que mis ensayos de solución convienen, en suma, perfectamente con los puntos de mira de los grandes iniciados, sin alterar el dogma, y (a causa de la idea cristiana integrada) tienen al mismo tiempo su fisonomía muy particular y original”.

No tengo ninguna de las luces que hacen falta para apreciar el valor de un auténtico gnóstico, y mal puedo emitir un juicio de apreciación sobre Schuré que no sea el resultado de un contacto rápido y muy fragmentario. Me llama la atención que García Bazán, uno de los autores mejor informados sobre la gnosis entre nosotros, ni siquiera lo menciona y mis dos gnósticos preferidos, Guénon y Évola, se refieren a él en muy escasas oportunidades y en tono despectivo. Si bien nada de esto es absolutamente determinante para concluir con los méritos de Schuré, sucede que ocupa un lugar bastante modesto en la jerarquía de los iniciados, y nunca ha sido serio penetrar en la interioridad de una doctrina a través de los sacristanes, y especialmente cuando se trata de un sacerdote que debió haberse nutrido durante algún tiempo con “el pan de los ángeles”, como llamaba Dante a la Sagrada Teología.

M. Jules Artur, en “En relisant Edouard Schuré”, encontraba en los escritos del Padre Teilhard páginas que le recordaban, con todo su énfasis panteísta, a las de Schuré en su libro “La Evolución Divina”. Para muestra, cita un largo párrafo de ese libro que parecería tomado de una obra de Teilhard, si por razones de tiempo no hubiera sucedido todo lo contrario.

“Así desde el origen, desde el período saturniano de la vida planetaria, el pensamiento divino, el Logos que preside especialmente a nuestro sistema solar, tendía a condensarse, a manifestarse en un órgano soberano que sería en alguna medida su verbo y su hogar ardiente. Este Espíritu, este Dios, es el rey de los Genios Solares, superior a los Arcángeles, a las Dominaciones y a los Tronos y a los Serafines, a la vez su inspirador y la flor sublime de la creación conocida, fecundada por ellos y creciendo con ellos para superarlos, destinada a convertirse en la Palabra Humana del Creador, como la luz de los astros es su palabra universal. Tal el Verbo Solar, el Cristo Cósmico, centro y pivote de la evolución terrestre”.

No es necesario ser un crítico muy sagaz para apreciar en uno y otro autor el mismo sesgo imaginativo, que se complace en iluminar amplios panoramas cósmicos como si conociera el secreto de su consistencia; idéntica confusión entre lo espiritual y lo material; un gusto similar por el uso de términos enfáticos que pretenden hacer aceptar como conocimientos científicos las afirmaciones más fantasiosas. Compárese el texto de Schuré con éste de Teilhard y obsérvese la similitud de la inspiración: “En lo que concieme a las relaciones de Cristo con el Mundo, todo el problema teológico actual parece concentrarse en la escalada interior, de eso que se podría llamar el Cristo Universal”.

Es parecer de Jules Artur que Teilhard se habría empeñado en responder con su propio ejemplo a una suerte de profecía que Schuré anunció en un prefacio a “Los Grandes Iniciados”: “Es necesario que la ciencia se haga religiosa y que la religión se haga científica. Esta doble evolución que se prepara conduciría, final y forzosamente, a una reconciliación de ambas en el terreno esotérico. La obra tendrá en sus comienzos grandes obstáculos, pero el porvenir de la sociedad europea depende de ella. La transformación del cristianismo en sentido esotérico entrañaría la del judaísmo y la del Islam, y algo así como una regeneración del brahmanismo y del budismo, en el mismo sentido esto daría una base religiosa para la unidad de Asia y de Europa”.

La declaración de Schuré no puede satisfacer las exigencias de un verdadero gnóstico, para quien el problema no se plantea en el terreno de un sincretismo religioso sino, precisamente, en el de un verdadero conocimiento salvador, al que se llega, real y efectivamente, por la adecuada vía iniciática.

No sé si Schuré o Teilhard afirmaron poseer un conocimiento de esa naturaleza; probablemente no creían tenerlo, pero si la verdadera gnosis no existe y sus pretendidos beneficiarios no pasan de fabricar algunos ingeniosos trucos retóricos, tanto Schuré como el Padre Teilhard pueden ser admitidos en la misteriosa cofradía. Ambos estaban seguros de tener un conocimiento de la realidad a un nivel mucho más profundo que el de los filósofos y científicos. Usaban signos, símbolos y nociones de uso común en las gnosis, y esperaban de este saber una consecuencia redentora. Además, y esta es una nota de suma importancia, conocían el futuro: “Todo el porvenir de la Tierra, escribía Teilhard prodigando mayúsculas, me parece pendiente del despertar de nuestra Fe en el Porvenir”.

No hay fe sin conocimiento; para quien está atento al curso del movimiento que lleva hacia el futuro y sabe leer en sus expresiones lo que vendrá, nada más lógico que una sabia anticipación de los sucesos. “El pasado —aseguraba Teilhard en una carta fechada el 8 de septiembre de 1935— me ha revelado la construcción del porvenir… Precisamente para poder hablar con alguna autoridad del porvenir, es para mí esencial establecerme con más solidez que nunca como especialista del pasado” (“El Porvenir del hombre”).

Rubén Calderón Bouchet

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