“Batman, el caballero de la noche”
BATMAN
LEYÓ A
SOLZHENITSYN
“¡Si todo fuera tan sencillo! Si en algún lugar existieran personas acechando para perpetrar iniquidades, bastaría con separarlos del resto de nosotros y destruirlos. Pero la línea que divide el bien del mal pasa por el centro mismo del corazón de todo ser humano. ¿Y quién está dispuesto a destruir un solo fragmento de su propio corazón?” (Alexandr Solzhenitsyn)
Creo que lo más conveniente será aclarar, de entrada, que Batman: el caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008) no es una “película para chicos”. En absoluto. Tampoco puede catalogársela como una de esas estupideces de acción o de aventuras o de superhéroes, adocenados productos más dirigidos a primates mascapochoclos que a espectadores sensibles y con capacidad de pensar. Nada de eso. Incluso me atrevería a decir que ni siquiera es una “película de Batman”; en todo caso, es una película de El Guasón, la primera de ellas —y la última, si consideramos que el talentoso actor australiano Heath El patriota Ledger murió sin verse en la pantalla convirtiendo a El Guasón en uno de los villanos más villanos de la historia del cine—. Estamos, sí, ante una obra de arte compleja y cerebral y oscuramente retorcida, que trasciende en toda la línea al original espíritu de los personajes de la legendaria historieta del dibujante Bob Kane en que se inspira con tamaña libertad.
Ayudado en los guiones por su hermano Jonathan, el director y guionista inglés Christopher Memento Nolan viene como Del Potro, con cuatro excelentes títulos consecutivos bajo el brazo: Noches blancas (2002), Batman inicia (2005), El gran truco (2006) y la que nos ocupa en la presente nota, estrenada casi simultáneamente en cuarenta países en julio de este año como The Dark Knight —y nótese la sugestiva ausencia de la palabra “Batman” en el título mismo.
En todas estas películas, Nolan parte de situaciones y temáticas sencillas, para luego ir enredando y sorprendiendo al espectador con tramas que se fortalecen de complejidad y significación a medida que avanza el relato.
En ese sentido, Batman: el caballero de la noche puede resultar complicada más que compleja, sensación que en todo caso despejará una segunda vista.
La negra imaginación de Nolan se apoya en los lugares comunes de las anteriores entregas de Batman y sus archienemigos —recuérdense las recargadas versiones de Tim Barton (Batman, 1989, y Batman regresa, 1992), como así también los discotequeros, oligofrénicos y putoides bodrios de Joel Schumacher (Batman Forever, 1995, y Batman & Robin, 1997)—, para destruirlos y hacer con ellos otra cosa. ¿Qué puede llevar a los seres humanos hasta su propio límite?, parece preguntarse y preguntarnos el autor con esta excepcional parábola fílmica. ¿Hasta qué extremos morales puede presionarse a un alma noble e irreprochable para que se cumpla aquello de que no hay peor corrupción que la corrupción de los mejores?
Y es nada menos que El Guasón quien parece tener la respuesta a estos interrogantes. El Guasón, más malo que nunca en esta composición siniestra de Heath Ledger, es más una entidad espiritual —demoníaca, por supuesto— que un hombre de carne y hueso. De origen ignoto y empaque roñoso y grasiento, vestido prácticamente con harapos y pintarrajeado con una máscara repugnante, alejado años luz de las payasescas interpretaciones que del personaje lograron los grandes César Romero y Jack Nicholson, este Guasón consigue hacer caer en sus trampas a la idealista trinidad que pretendía salvar de la Mafia a Ciudad Gótica. Así, el Teniente Jim Gordon (Gary Oldman), el Fiscal de Distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart) y Batman (Christian Bale) entran en el juego de este personaje casi imposible de vencer. Porque al Guasón pergeñado por Christopher Nolan no le interesan ni el poder ni el dinero ni las mujeres, y tampoco es un psicópata asesino. Es, simplemente, el agente del Mal por el Mal Mismo.
En palabras que le pido prestadas a don Enrique Díaz Araujo, este Guasón es un Rebelde de la Nada, la personificación perfecta de la anarquía y la revolución. Y esta interpretación sociopolítica no es antojadiza ni está fuera de la cosmovisión de la película: lejos de eso, lo insinúa el mismo Guasón al hablar de sí. Y al respecto ténganse en cuenta las milagrosas referencias que hace el guión a la Dictadura como una institución clásica, no sólo posible sino en ciertos casos necesaria. Y ni qué hablar de ese irrefutable y explícito mentís al sufragio universal que emana de la escena de los barcos —mucho más detalles no puedo revelar—, acaso uno de los más angustiantes y posteriormente esperanzadores momentos que se hayan visto en el cine y que consigue salvar del nihilismo a una película tenebrosa como pocas.
Frente al horror, frente al caos en que se va convirtiendo la Ciudad, Batman aparece como en un consciente e impotente segundo plano, como si estuviese desdibujado a sabiendas por los hacedores de la película. Forzado a la tortura e imitado por quijotescos seguidores, pensando en un estratégico retiro y arrastrado por El Guasón más allá de su propio límite —como son arrastrados asimismo el Teniente Gordon y el Fiscal Dent, quien devendrá en el dilemático monstruo Dos Caras, con el alma y el rostro equilibradamente desfigurados—, Batman tendrá que hacerse pecado en su propia carne para salvar el Bien Común. Asistirá a la inconcebible destrucción de la batiseñal —¡a hachazos, y propinados por el mismísimo Teniente!—. Se volverá un vigilante nocturno perseguido, apenas un ilegal. Por eso será “mucho más que un héroe”, como dictan las palabras de despedida.
Pero… ¿qué clase de héroe? El espectador avisado —y me abstengo de revelar un elemento clave que hace a la ética del poder— podrá advertir que los buenos de esta película no entonan precisamente un decidido canto de amor a la verdad.
No obstante, y parafraseando el epígrafe con que encabecé este artículo, Batman destruye su propio corazón para salvar el de todos nosotros. Vale la pena concelebrar semejante inmolación desde una butaca y entre las protectoras sombras del cine. Porque afuera de la sala está demasiado oscuro.
BATMAN
LEYÓ A
SOLZHENITSYN
“¡Si todo fuera tan sencillo! Si en algún lugar existieran personas acechando para perpetrar iniquidades, bastaría con separarlos del resto de nosotros y destruirlos. Pero la línea que divide el bien del mal pasa por el centro mismo del corazón de todo ser humano. ¿Y quién está dispuesto a destruir un solo fragmento de su propio corazón?” (Alexandr Solzhenitsyn)
Creo que lo más conveniente será aclarar, de entrada, que Batman: el caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008) no es una “película para chicos”. En absoluto. Tampoco puede catalogársela como una de esas estupideces de acción o de aventuras o de superhéroes, adocenados productos más dirigidos a primates mascapochoclos que a espectadores sensibles y con capacidad de pensar. Nada de eso. Incluso me atrevería a decir que ni siquiera es una “película de Batman”; en todo caso, es una película de El Guasón, la primera de ellas —y la última, si consideramos que el talentoso actor australiano Heath El patriota Ledger murió sin verse en la pantalla convirtiendo a El Guasón en uno de los villanos más villanos de la historia del cine—. Estamos, sí, ante una obra de arte compleja y cerebral y oscuramente retorcida, que trasciende en toda la línea al original espíritu de los personajes de la legendaria historieta del dibujante Bob Kane en que se inspira con tamaña libertad.
Ayudado en los guiones por su hermano Jonathan, el director y guionista inglés Christopher Memento Nolan viene como Del Potro, con cuatro excelentes títulos consecutivos bajo el brazo: Noches blancas (2002), Batman inicia (2005), El gran truco (2006) y la que nos ocupa en la presente nota, estrenada casi simultáneamente en cuarenta países en julio de este año como The Dark Knight —y nótese la sugestiva ausencia de la palabra “Batman” en el título mismo.
En todas estas películas, Nolan parte de situaciones y temáticas sencillas, para luego ir enredando y sorprendiendo al espectador con tramas que se fortalecen de complejidad y significación a medida que avanza el relato.
En ese sentido, Batman: el caballero de la noche puede resultar complicada más que compleja, sensación que en todo caso despejará una segunda vista.
La negra imaginación de Nolan se apoya en los lugares comunes de las anteriores entregas de Batman y sus archienemigos —recuérdense las recargadas versiones de Tim Barton (Batman, 1989, y Batman regresa, 1992), como así también los discotequeros, oligofrénicos y putoides bodrios de Joel Schumacher (Batman Forever, 1995, y Batman & Robin, 1997)—, para destruirlos y hacer con ellos otra cosa. ¿Qué puede llevar a los seres humanos hasta su propio límite?, parece preguntarse y preguntarnos el autor con esta excepcional parábola fílmica. ¿Hasta qué extremos morales puede presionarse a un alma noble e irreprochable para que se cumpla aquello de que no hay peor corrupción que la corrupción de los mejores?
Y es nada menos que El Guasón quien parece tener la respuesta a estos interrogantes. El Guasón, más malo que nunca en esta composición siniestra de Heath Ledger, es más una entidad espiritual —demoníaca, por supuesto— que un hombre de carne y hueso. De origen ignoto y empaque roñoso y grasiento, vestido prácticamente con harapos y pintarrajeado con una máscara repugnante, alejado años luz de las payasescas interpretaciones que del personaje lograron los grandes César Romero y Jack Nicholson, este Guasón consigue hacer caer en sus trampas a la idealista trinidad que pretendía salvar de la Mafia a Ciudad Gótica. Así, el Teniente Jim Gordon (Gary Oldman), el Fiscal de Distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart) y Batman (Christian Bale) entran en el juego de este personaje casi imposible de vencer. Porque al Guasón pergeñado por Christopher Nolan no le interesan ni el poder ni el dinero ni las mujeres, y tampoco es un psicópata asesino. Es, simplemente, el agente del Mal por el Mal Mismo.
En palabras que le pido prestadas a don Enrique Díaz Araujo, este Guasón es un Rebelde de la Nada, la personificación perfecta de la anarquía y la revolución. Y esta interpretación sociopolítica no es antojadiza ni está fuera de la cosmovisión de la película: lejos de eso, lo insinúa el mismo Guasón al hablar de sí. Y al respecto ténganse en cuenta las milagrosas referencias que hace el guión a la Dictadura como una institución clásica, no sólo posible sino en ciertos casos necesaria. Y ni qué hablar de ese irrefutable y explícito mentís al sufragio universal que emana de la escena de los barcos —mucho más detalles no puedo revelar—, acaso uno de los más angustiantes y posteriormente esperanzadores momentos que se hayan visto en el cine y que consigue salvar del nihilismo a una película tenebrosa como pocas.
Frente al horror, frente al caos en que se va convirtiendo la Ciudad, Batman aparece como en un consciente e impotente segundo plano, como si estuviese desdibujado a sabiendas por los hacedores de la película. Forzado a la tortura e imitado por quijotescos seguidores, pensando en un estratégico retiro y arrastrado por El Guasón más allá de su propio límite —como son arrastrados asimismo el Teniente Gordon y el Fiscal Dent, quien devendrá en el dilemático monstruo Dos Caras, con el alma y el rostro equilibradamente desfigurados—, Batman tendrá que hacerse pecado en su propia carne para salvar el Bien Común. Asistirá a la inconcebible destrucción de la batiseñal —¡a hachazos, y propinados por el mismísimo Teniente!—. Se volverá un vigilante nocturno perseguido, apenas un ilegal. Por eso será “mucho más que un héroe”, como dictan las palabras de despedida.
Pero… ¿qué clase de héroe? El espectador avisado —y me abstengo de revelar un elemento clave que hace a la ética del poder— podrá advertir que los buenos de esta película no entonan precisamente un decidido canto de amor a la verdad.
No obstante, y parafraseando el epígrafe con que encabecé este artículo, Batman destruye su propio corazón para salvar el de todos nosotros. Vale la pena concelebrar semejante inmolación desde una butaca y entre las protectoras sombras del cine. Porque afuera de la sala está demasiado oscuro.
Marcelo Di Marco
1 comentario:
Agradezco la notable explicación sobre Batman que nos deja Marcelo Di Marco y me alegro que exista en Cabildo esta sección de crítica cinematográfica tan necesaria en nuetra época.
Rublev Maier
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