LA COMPASIÓN
EVANGÉLICA
FRENTE A
LA EUGENESIA
DEMOCRÁTICA
Para cada vez más médicos, el nacimiento de un hijo minusválido es mirado como un error médico. Para muchos padres, la espera de un hijo sin discapacidades se ha transformado en una exigencia.
Entonces, el encuentro entre estos médicos y estos padres induce a una sobrepuja en favor del examen médico preventivo y de la supresión de los fetos que vienen con anomalías. Esta sobrepuja no solamente es un riesgo para el futuro, sino que conduce bien, gracias a los progresos científicos, a la eliminación precoz y legal de cada vez más numerosas vidas humanas: es la eugenesia democrática.
En Francia, por ejemplo, la ley de 1975 autoriza el aborto hasta las vísperas del nacimiento, con la aquiescencia de dos médicos, si “existe una fuerte probabilidad de que el niño por nacer esté afectado por una enfermedad de particular gravedad considerada como incurable en el momento del diagnóstico”.
Este aborto sin límite de tiempo se intitula “Interrupción Terapéutica de Embarazo” (ITE). Los equipos médicos hablan de una ITE, de manera que algunos pueden olvidarse de que se trata en realidad de un aborto. Por supuesto, hay que refutar el empleo de la palabra “Terapéutica”, pues es un acto que aniquila tanto al paciente como a su enfermedad.
Además, en los estudios de algunos equipos que se denominan a sí mismos traumatizados, se encuentran dolorosas descripciones de fetos abortados extraídos vivos mientras son viables a ese nivel de premadurez.
Hay que agregar que la apreciación de la gravedad de la afección depende tanto del cuerpo médico como de los padres: hay médicos que testimoniaron el frecuente pedido de aborto por parte de parejas por discapacidades que la medicina considera como leves (por ejemplo, falta de un dedo) o perfectamente curables (como un labio leporino).
Desde hace muchos años, los progresos de la radiología médica, apoyados por las disposiciones legales, provocaron una disminución considerable de los nacimientos de bebés con ciertas discapacidades graves perfectamente revelables por las ecografías, como por ejemplo la espina bífida (que es una malformación inferior de la columna vertebral). Para la mayoría de los médicos y de los padres (que no dudan en apelar a la justicia en caso de ausencia de examen médico preventivo), el nacimiento de estos bebés es una falla.
Instituciones dedicadas a los niños afectados con estas discapacidades debieron disminuir su capacidad de acogimiento o cerrar sus puertas, pues prácticamente no hay más niños afectados de espina bífida, sin que esta enfermedad haya disminuido: lo que pasa es que los fetos son abortados.
El descubrimiento de anomalías genéticas (empezando por la trisomía 21) abrió luego el camino a otros medios de examen médico preventivo que permitieron la eliminación de fetos para los cuales la imagen ecográfica no daba indicios suficientes.
La técnica de la toma del líquido amniótico (o amniocentesis), seguida por el análisis cromosómico (o cariotipo) se desarrolló así: la observación de un cromosoma supernumerario sobre el vigésimo primer par de cromosomas atestiguando, salvo error de toma o de interpretación, una trisomía 21 según su descubridor, el profesor Jerome Lejeune.
El profesor Lejeune, apegado al respeto por la vida de todos, se rehusaba sin embargo a revelar la anomalía antes del nacimiento, puesto que no había medios para curar la afección, y porque la única consecuencia posible del descubrimiento era el aborto. Este es el caso que hoy sucede siempre.
Al abrir esta técnica en forma gratuita a las mujeres consideradas de riesgo (especialmente aquellas de más de 38 años), se aumenta la tasa de descubrimiento de la más frecuente anomalía genética. Hoy se cuenta en un tercio a las trisomías 21 descubiertas antes del nacimiento (descubrimiento seguido de aborto). Una etapa más en el descubrimiento de la trisomía 21 llegó con los tests sanguíneos maternales: estos nuevos tests, simples y poco costosos, permiten precisar en las mujeres embarazadas cuál es su riesgo más fuerte, según los años que tengan. La población de mujeres así seleccionadas se ve de esta manera propulsada hacia la amniocentesis. Aún si para una minoría se concretara el riesgo, hay que subrayar la angustia producida por el anuncio del riesgo de trisomía 21 mientras que ninguna verdadera terapia ha sido descubierta (…)
Las prácticas preconizadas corresponden bien a una forma de eugenesia. Algunos objetan que no se trata de una verdadera eugenesia, puesto que se eliminan esas vidas sólo por una decisión personal de los padres y con la justificación de hacer el bien, atenuando los sufrimientos.
Pero el profesor Testard, “padre” del primer bebé de probeta francés, habla de eugenesia democrática. ¿Se puede todavía hablar de decisión personal de los padres, cuando se conoce la presión social, legal y médica? De todas maneras, ¿qué “buena” justificación se puede encontrar cuando se trata de matar a un ser humano inocente?
Además, ciertos estudios económicos han concluido que el costo del cargo de una persona trisómica desde su nacimiento hasta su fallecimiento (que llega cada vez más tardíamente, por el hecho de los progresos médicos y, en particular, desde la invención de los antibióticos) es superior al costo de los exámenes de descubrimiento necesarios para revelar si el feto es portador de esta anomalía en la categoría de edad de las mujeres de menos de 38 años que no se beneficiaban con el reembolso de esta prestación. La existencia de estos estudios demuestra que la supresión de los fetos minusválidos no es solamente una elección individual, sino más bien una orientación de nuestra sociedad.
Hay que resaltar que la técnica de la toma amniótica en sí misma continuó siendo peligrosa para el feto, con porcentajes de mortalidad (aborto accidental) de alrededor del 1%, sin contar las consecuencias mal evaluadas de los errores de diagnóstico (nacimiento sorpresa de niños minusválidos a pesar de un diagnóstico tranquilizador, o aborto de un feto “sano”, sospechoso de discapacidad).
Además, sobre este último argumento, en 1988 se hizo conocer una asociación llamada “para la prevención de las discapacidades”. Ella pidió la autorización para esperar el nacimiento para matar, durante los tres primeros días, a los bebés minusválidos, con el fin —decía— de no arriesgarse a matar fetos sanos por medio de abortos terapéuticos. Estos adherentes tomaron el compromiso “moral” de no dejar sobrevivir a los bebés minusválidos.
Muchos testimonios concuerdan en demostrar el desarrollo de la eutanasia de los bebés minusválidos en los hospitales franceses, sea de manera directa o por omisión de los cuidados necesarios. Y en efecto, a pesar de los argumentos de los médicos que intentaban hacer del nacimiento una “barrera sagrada”, no se ve qué argumento puede pesar cuando se autoriza el aborto hasta el último día del embarazo, para prohibir la eutanasia del bebé minusválido. Cada nuevo descubrimiento de una anomalía genética, cada progreso en las técnicas de descubrimiento viene entonces a incrementar el riesgo para los fetos que tienen una discapacidad.
Es así que la investigación acerca de las miopatías llegó a esto: los bebés de familias que habían renunciado —por el riesgo de discapacidad—a tener hijos después de un primer nacimiento de un hijo miópata, han sido concebidos gracias a las técnicas de descubrimiento que aseguraron que en caso de enfermedad se podría recurrir al aborto. Los investigadores concluyeron que, sin los generosos donantes, estos hijos sanos nunca hubieran nacido. Ciertamente, la dialéctica es eficaz: simplemente, se omitirá decirle al hermano mayor en silla de ruedas, que él también, si se hubiera sabido que sería minusválido y se hubiera podido, no hubiese nacido: habría sido eliminado. Mañana será la medicina preventiva la que permitirá decir cuáles de los fetos son susceptibles de desarrollar enfermedades graves en el curso de su vida, con el fin —pero todavía, ¿con qué criterio?— de aniquilarlos.
Y ya la ley bioética francesa autoriza, en ciertas situaciones, durante las “Procreaciones Médicamente Asistidas” (PMA) el “Diagnóstico Pre-Implantatorio” (DPI), permitiendo seleccionar solamente los embriones que no son portadores de graves anomalías genéticas. Pero, ¿quién tendrá el coraje de oponerse a la presión eugenésica, cada vez más grande en nuestra sociedad? Hasta hay médicos cristianos, persuadidos de que el respeto de toda vida es esencial, que permanecen silenciosos ante el sufrimiento tan profundo de los padres en una sociedad elitista y dura para con los débiles.
Primero hay que tomar plena conciencia de los sufrimientos profundos que para una mujer, un matrimonio o una familia ocasiona la llegada de un discapacitado. Es verdad que se dice que la sociedad mejoró considerablemente las condiciones de acogimiento, cuidados, educación y reeducación de los deficientes mentales, sensoriales o físicos, pero el anuncio de la discapacidad sigue siendo, hoy como ayer, una prueba considerable para la cual no hay solución ideal.
La discapacidad se ve siempre como un drama que culpabiliza a los padres, que les da la impresión de ser aplastados. Y el anuncio quizás sea todavía más cruel con los progresos del descubrimiento prenatal, pues revela la enfermedad en un niño que no se ve: sus padres no tienen la contraparte de la presencia física del niño minusválido al que recibir, para aliviar un poco su herida tan comprensible.
Solos, y a menudo sin sostén concreto, están confrontados a las incitaciones del aborto.
Debido a que no se reconoce más el carácter absolutamente inviolable de toda vida humana desde la concepción, la mayoría de los padres ceden entonces fácilmente a las tentaciones de aborto en estas situaciones dolorosas. Y las personas minusválidas, aún aquellas que tienen una discapacidad mental, empiezan a darse cuenta de que si lo hubiesen sabido, no habrían visto jamás la luz del día. Además, en 1994 se descubrió que el descubrimiento sistemático de la trisomía 21 paradójicamente hizo incrementar los abandonos de niños tras el nacimiento.
Para una sociedad que cree en el progreso sin límite, la eliminación simultánea del problema y de la persona es una comprensible tentación. A menudo, el acto se cumple en la mentira y el silencio.
Solamente mucho tiempo después, a veces, los padres, profundamente heridos por haber debido rechazar el nacimiento de un hijo concebido, descubren la profundidad de su traumatismo. Les habían dicho: “Los hará infelices, y lo será él mismo”. Se había evocado el drama para el resto de la familia, y todo eso no era totalmente falso. Igualmente les habían dicho: “Hay que olvidarlo y concebir otro rápidamente”.
Pero… ¿es posible olvidar? ¿Quién puede erigirse en juez de lo que es aceptable o no en esta tierra, como para pretender tener derecho a la vida? Y aún, en algunos casos, el aborto se había escondido bajo otra codificación quirúrgica, como si se pudiera mentirle a una mujer sobre la vida que lleva.
Para muchas familias, el descubrimiento de una discapacidad conduce a ese engranaje mortal que ve su lucidez y su responsabilidad ampliamente atenuadas, pero que dejará una herida abierta. En el extremo opuesto están los padres que, a veces con heroísmo, rechazan con razón los exámenes que los llevarán irremediablemente hacia el aborto, y empiezan a escuchar comentarios que muestran bien la evolución de las mentalidades.
Ya hay padres que se sienten excluidos porque optaron por la valiente elección de la vida. Una civilización que elige entre fuertes y débiles, para eliminar a los débiles, no es digna de ser llamada humana: se autodestruye. Por eso, las obras de compasión hoy son particularmente necesarias para la supervivencia de todos. Ningún criterio razonable puede, ciertamente, distinguir una vida “que vale la pena ser vivida”, de otra “que no lo valdría”.
La compasión puede extraer del Evangelio fuentes de esperanza: “Guárdense de despreciar a ninguno de estos pequeñuelos: sus ángeles en el cielo contemplan la faz de mi Padre”, nos dice Nuestro Señor, y es Él quien, estremeciéndose de alegría, bajo la acción del Espíritu Santo, reza: “Te bendigo, Padre del cielo y de la tierra, lo que has escondido a los sabios y a los inteligentes, lo has revelado a los pequeñuelos”.
En efecto, aquellos que se han acercado a personas minusválidas pueden testimoniar de su fecundidad más allá de los profundos sufrimientos (…) Sin esconder las pruebas que ocasiona la discapacidad y aún sin negar que existan impulsos de rechazo o de muerte ante tanto sufrimiento, estos testimonios son esenciales: ayudan a mirar de frente a una realidad que sigue siendo humana; hacen poner la confianza en la plena humanidad del más pequeño de entre nosotros.
En un mundo médico a menudo “siniestrado”, los testigos de la vida, a tiempo y a destiempo, también son los portadores de la misma esperanza. Tienen necesidad, en un testimonio que también puede reclamar heroísmo, de ejemplos vivos de acogimiento de los más pobres para contradecir a los discursos de absoluto pesimismo.
Las técnicas para matar utilizadas por algunos son felizmente usadas, por otros, para aliviar y curar. Así, el descubrimiento de algunas anomalías ya curables permite a algunos equipos operar in útero a fetos gravemente malformados, sin interrumpir el proceso de gestación. Y algunos científicos siguen buscando los medios para curar las afecciones genéticas sin eliminar a sus pacientes. También hay casos en los que el descubrimiento de ciertas malformaciones muy graves (por ejemplo, la anancefalia) hizo que algunos padres se preparasen en mejores condiciones espirituales y psicológicas para un parto seguido de una rápida muerte del recién nacido, sin por lo tanto recurrir al aborto.
Por esto, el descubrimiento prenatal no es, en sí, un mal; sólo hay que rechazarlo cuando no hay tratamiento prenatal posible, o cuando el descubrimiento de la discapacidad no es útil para adaptar las condiciones del parto a los cuidados precoces necesarios para el bebé.
La resistencia a la eugenesia no es, por lo tanto, un rechazo de la ciencia. Por el contrario, es darle a la ciencia las posibilidades de encontrar y poner en acción todos los medios posibles para curar, respetando la vida. Si toda la energía usada hoy para descubrir antes de eliminar se pusiera en investigar para curar, las posibilidades se multiplicarían.
EVANGÉLICA
FRENTE A
LA EUGENESIA
DEMOCRÁTICA
Entonces, el encuentro entre estos médicos y estos padres induce a una sobrepuja en favor del examen médico preventivo y de la supresión de los fetos que vienen con anomalías. Esta sobrepuja no solamente es un riesgo para el futuro, sino que conduce bien, gracias a los progresos científicos, a la eliminación precoz y legal de cada vez más numerosas vidas humanas: es la eugenesia democrática.
En Francia, por ejemplo, la ley de 1975 autoriza el aborto hasta las vísperas del nacimiento, con la aquiescencia de dos médicos, si “existe una fuerte probabilidad de que el niño por nacer esté afectado por una enfermedad de particular gravedad considerada como incurable en el momento del diagnóstico”.
Este aborto sin límite de tiempo se intitula “Interrupción Terapéutica de Embarazo” (ITE). Los equipos médicos hablan de una ITE, de manera que algunos pueden olvidarse de que se trata en realidad de un aborto. Por supuesto, hay que refutar el empleo de la palabra “Terapéutica”, pues es un acto que aniquila tanto al paciente como a su enfermedad.
Además, en los estudios de algunos equipos que se denominan a sí mismos traumatizados, se encuentran dolorosas descripciones de fetos abortados extraídos vivos mientras son viables a ese nivel de premadurez.
Hay que agregar que la apreciación de la gravedad de la afección depende tanto del cuerpo médico como de los padres: hay médicos que testimoniaron el frecuente pedido de aborto por parte de parejas por discapacidades que la medicina considera como leves (por ejemplo, falta de un dedo) o perfectamente curables (como un labio leporino).
Desde hace muchos años, los progresos de la radiología médica, apoyados por las disposiciones legales, provocaron una disminución considerable de los nacimientos de bebés con ciertas discapacidades graves perfectamente revelables por las ecografías, como por ejemplo la espina bífida (que es una malformación inferior de la columna vertebral). Para la mayoría de los médicos y de los padres (que no dudan en apelar a la justicia en caso de ausencia de examen médico preventivo), el nacimiento de estos bebés es una falla.
Instituciones dedicadas a los niños afectados con estas discapacidades debieron disminuir su capacidad de acogimiento o cerrar sus puertas, pues prácticamente no hay más niños afectados de espina bífida, sin que esta enfermedad haya disminuido: lo que pasa es que los fetos son abortados.
El descubrimiento de anomalías genéticas (empezando por la trisomía 21) abrió luego el camino a otros medios de examen médico preventivo que permitieron la eliminación de fetos para los cuales la imagen ecográfica no daba indicios suficientes.
La técnica de la toma del líquido amniótico (o amniocentesis), seguida por el análisis cromosómico (o cariotipo) se desarrolló así: la observación de un cromosoma supernumerario sobre el vigésimo primer par de cromosomas atestiguando, salvo error de toma o de interpretación, una trisomía 21 según su descubridor, el profesor Jerome Lejeune.
El profesor Lejeune, apegado al respeto por la vida de todos, se rehusaba sin embargo a revelar la anomalía antes del nacimiento, puesto que no había medios para curar la afección, y porque la única consecuencia posible del descubrimiento era el aborto. Este es el caso que hoy sucede siempre.
Al abrir esta técnica en forma gratuita a las mujeres consideradas de riesgo (especialmente aquellas de más de 38 años), se aumenta la tasa de descubrimiento de la más frecuente anomalía genética. Hoy se cuenta en un tercio a las trisomías 21 descubiertas antes del nacimiento (descubrimiento seguido de aborto). Una etapa más en el descubrimiento de la trisomía 21 llegó con los tests sanguíneos maternales: estos nuevos tests, simples y poco costosos, permiten precisar en las mujeres embarazadas cuál es su riesgo más fuerte, según los años que tengan. La población de mujeres así seleccionadas se ve de esta manera propulsada hacia la amniocentesis. Aún si para una minoría se concretara el riesgo, hay que subrayar la angustia producida por el anuncio del riesgo de trisomía 21 mientras que ninguna verdadera terapia ha sido descubierta (…)
Las prácticas preconizadas corresponden bien a una forma de eugenesia. Algunos objetan que no se trata de una verdadera eugenesia, puesto que se eliminan esas vidas sólo por una decisión personal de los padres y con la justificación de hacer el bien, atenuando los sufrimientos.
Pero el profesor Testard, “padre” del primer bebé de probeta francés, habla de eugenesia democrática. ¿Se puede todavía hablar de decisión personal de los padres, cuando se conoce la presión social, legal y médica? De todas maneras, ¿qué “buena” justificación se puede encontrar cuando se trata de matar a un ser humano inocente?
Además, ciertos estudios económicos han concluido que el costo del cargo de una persona trisómica desde su nacimiento hasta su fallecimiento (que llega cada vez más tardíamente, por el hecho de los progresos médicos y, en particular, desde la invención de los antibióticos) es superior al costo de los exámenes de descubrimiento necesarios para revelar si el feto es portador de esta anomalía en la categoría de edad de las mujeres de menos de 38 años que no se beneficiaban con el reembolso de esta prestación. La existencia de estos estudios demuestra que la supresión de los fetos minusválidos no es solamente una elección individual, sino más bien una orientación de nuestra sociedad.
Hay que resaltar que la técnica de la toma amniótica en sí misma continuó siendo peligrosa para el feto, con porcentajes de mortalidad (aborto accidental) de alrededor del 1%, sin contar las consecuencias mal evaluadas de los errores de diagnóstico (nacimiento sorpresa de niños minusválidos a pesar de un diagnóstico tranquilizador, o aborto de un feto “sano”, sospechoso de discapacidad).
Además, sobre este último argumento, en 1988 se hizo conocer una asociación llamada “para la prevención de las discapacidades”. Ella pidió la autorización para esperar el nacimiento para matar, durante los tres primeros días, a los bebés minusválidos, con el fin —decía— de no arriesgarse a matar fetos sanos por medio de abortos terapéuticos. Estos adherentes tomaron el compromiso “moral” de no dejar sobrevivir a los bebés minusválidos.
Muchos testimonios concuerdan en demostrar el desarrollo de la eutanasia de los bebés minusválidos en los hospitales franceses, sea de manera directa o por omisión de los cuidados necesarios. Y en efecto, a pesar de los argumentos de los médicos que intentaban hacer del nacimiento una “barrera sagrada”, no se ve qué argumento puede pesar cuando se autoriza el aborto hasta el último día del embarazo, para prohibir la eutanasia del bebé minusválido. Cada nuevo descubrimiento de una anomalía genética, cada progreso en las técnicas de descubrimiento viene entonces a incrementar el riesgo para los fetos que tienen una discapacidad.
Es así que la investigación acerca de las miopatías llegó a esto: los bebés de familias que habían renunciado —por el riesgo de discapacidad—a tener hijos después de un primer nacimiento de un hijo miópata, han sido concebidos gracias a las técnicas de descubrimiento que aseguraron que en caso de enfermedad se podría recurrir al aborto. Los investigadores concluyeron que, sin los generosos donantes, estos hijos sanos nunca hubieran nacido. Ciertamente, la dialéctica es eficaz: simplemente, se omitirá decirle al hermano mayor en silla de ruedas, que él también, si se hubiera sabido que sería minusválido y se hubiera podido, no hubiese nacido: habría sido eliminado. Mañana será la medicina preventiva la que permitirá decir cuáles de los fetos son susceptibles de desarrollar enfermedades graves en el curso de su vida, con el fin —pero todavía, ¿con qué criterio?— de aniquilarlos.
Y ya la ley bioética francesa autoriza, en ciertas situaciones, durante las “Procreaciones Médicamente Asistidas” (PMA) el “Diagnóstico Pre-Implantatorio” (DPI), permitiendo seleccionar solamente los embriones que no son portadores de graves anomalías genéticas. Pero, ¿quién tendrá el coraje de oponerse a la presión eugenésica, cada vez más grande en nuestra sociedad? Hasta hay médicos cristianos, persuadidos de que el respeto de toda vida es esencial, que permanecen silenciosos ante el sufrimiento tan profundo de los padres en una sociedad elitista y dura para con los débiles.
Primero hay que tomar plena conciencia de los sufrimientos profundos que para una mujer, un matrimonio o una familia ocasiona la llegada de un discapacitado. Es verdad que se dice que la sociedad mejoró considerablemente las condiciones de acogimiento, cuidados, educación y reeducación de los deficientes mentales, sensoriales o físicos, pero el anuncio de la discapacidad sigue siendo, hoy como ayer, una prueba considerable para la cual no hay solución ideal.
La discapacidad se ve siempre como un drama que culpabiliza a los padres, que les da la impresión de ser aplastados. Y el anuncio quizás sea todavía más cruel con los progresos del descubrimiento prenatal, pues revela la enfermedad en un niño que no se ve: sus padres no tienen la contraparte de la presencia física del niño minusválido al que recibir, para aliviar un poco su herida tan comprensible.
Solos, y a menudo sin sostén concreto, están confrontados a las incitaciones del aborto.
Debido a que no se reconoce más el carácter absolutamente inviolable de toda vida humana desde la concepción, la mayoría de los padres ceden entonces fácilmente a las tentaciones de aborto en estas situaciones dolorosas. Y las personas minusválidas, aún aquellas que tienen una discapacidad mental, empiezan a darse cuenta de que si lo hubiesen sabido, no habrían visto jamás la luz del día. Además, en 1994 se descubrió que el descubrimiento sistemático de la trisomía 21 paradójicamente hizo incrementar los abandonos de niños tras el nacimiento.
Para una sociedad que cree en el progreso sin límite, la eliminación simultánea del problema y de la persona es una comprensible tentación. A menudo, el acto se cumple en la mentira y el silencio.
Solamente mucho tiempo después, a veces, los padres, profundamente heridos por haber debido rechazar el nacimiento de un hijo concebido, descubren la profundidad de su traumatismo. Les habían dicho: “Los hará infelices, y lo será él mismo”. Se había evocado el drama para el resto de la familia, y todo eso no era totalmente falso. Igualmente les habían dicho: “Hay que olvidarlo y concebir otro rápidamente”.
Pero… ¿es posible olvidar? ¿Quién puede erigirse en juez de lo que es aceptable o no en esta tierra, como para pretender tener derecho a la vida? Y aún, en algunos casos, el aborto se había escondido bajo otra codificación quirúrgica, como si se pudiera mentirle a una mujer sobre la vida que lleva.
Para muchas familias, el descubrimiento de una discapacidad conduce a ese engranaje mortal que ve su lucidez y su responsabilidad ampliamente atenuadas, pero que dejará una herida abierta. En el extremo opuesto están los padres que, a veces con heroísmo, rechazan con razón los exámenes que los llevarán irremediablemente hacia el aborto, y empiezan a escuchar comentarios que muestran bien la evolución de las mentalidades.
Ya hay padres que se sienten excluidos porque optaron por la valiente elección de la vida. Una civilización que elige entre fuertes y débiles, para eliminar a los débiles, no es digna de ser llamada humana: se autodestruye. Por eso, las obras de compasión hoy son particularmente necesarias para la supervivencia de todos. Ningún criterio razonable puede, ciertamente, distinguir una vida “que vale la pena ser vivida”, de otra “que no lo valdría”.
La compasión puede extraer del Evangelio fuentes de esperanza: “Guárdense de despreciar a ninguno de estos pequeñuelos: sus ángeles en el cielo contemplan la faz de mi Padre”, nos dice Nuestro Señor, y es Él quien, estremeciéndose de alegría, bajo la acción del Espíritu Santo, reza: “Te bendigo, Padre del cielo y de la tierra, lo que has escondido a los sabios y a los inteligentes, lo has revelado a los pequeñuelos”.
En efecto, aquellos que se han acercado a personas minusválidas pueden testimoniar de su fecundidad más allá de los profundos sufrimientos (…) Sin esconder las pruebas que ocasiona la discapacidad y aún sin negar que existan impulsos de rechazo o de muerte ante tanto sufrimiento, estos testimonios son esenciales: ayudan a mirar de frente a una realidad que sigue siendo humana; hacen poner la confianza en la plena humanidad del más pequeño de entre nosotros.
En un mundo médico a menudo “siniestrado”, los testigos de la vida, a tiempo y a destiempo, también son los portadores de la misma esperanza. Tienen necesidad, en un testimonio que también puede reclamar heroísmo, de ejemplos vivos de acogimiento de los más pobres para contradecir a los discursos de absoluto pesimismo.
Las técnicas para matar utilizadas por algunos son felizmente usadas, por otros, para aliviar y curar. Así, el descubrimiento de algunas anomalías ya curables permite a algunos equipos operar in útero a fetos gravemente malformados, sin interrumpir el proceso de gestación. Y algunos científicos siguen buscando los medios para curar las afecciones genéticas sin eliminar a sus pacientes. También hay casos en los que el descubrimiento de ciertas malformaciones muy graves (por ejemplo, la anancefalia) hizo que algunos padres se preparasen en mejores condiciones espirituales y psicológicas para un parto seguido de una rápida muerte del recién nacido, sin por lo tanto recurrir al aborto.
Por esto, el descubrimiento prenatal no es, en sí, un mal; sólo hay que rechazarlo cuando no hay tratamiento prenatal posible, o cuando el descubrimiento de la discapacidad no es útil para adaptar las condiciones del parto a los cuidados precoces necesarios para el bebé.
La resistencia a la eugenesia no es, por lo tanto, un rechazo de la ciencia. Por el contrario, es darle a la ciencia las posibilidades de encontrar y poner en acción todos los medios posibles para curar, respetando la vida. Si toda la energía usada hoy para descubrir antes de eliminar se pusiera en investigar para curar, las posibilidades se multiplicarían.
Tugdual Derville
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