A TREINTA AÑOS
DE LA MUERTE DE
JOSÉ MARÍA PEMÁN
A los 84 años de edad, dos meses después de recibir el Toisón de Oro, y tras ocho días en estado de coma, ha fallecido en Jerez de la Frontera, el 19 de julio de 1981, José María Pemán y Pemartín, poeta, dramaturgo y articulista. Y académico.
Con esta figura destacada de nuestras Letras desaparece un hombre singular y en cierto modo paradigmático de la Literatura española contemporánea. Buen poeta, de fácil versificación, luminosas ideas y evidente gracia meridional, este escritor gaditano mostró al final una extraña proclividad que resulta, en cierto modo, incomprensible ante su fama y su ingenio.
Pemán, nunca profundo y bastante frívolo, fue un claro ejemplo de víctima del terrorismo intelectual de los últimos tiempos. Quien tuvo el genio y valentía en 1938 de escribir “El divino impaciente”, que no era tanto una biografía de San Francisco Javier, de proyección universal, como un alegato contra el laicismo de su tiempo que pretendía arrojar a España, ha sucumbido últimamente a las presiones políticas e intelectuales de este aciago período final de la España del Siglo XX. El poeta que prestó sus versos al “Himno Nacional” y al “Himno Eucarístico”, cantó a José Antonio y se entregó fervorosamente a la Cruzada de 1936-39, escribiendo estas palabras referidas al traslado de los restos del Fundador de la Falange a El Escorial: “El traslado a pie, en hombros de sus muchachos, desde Alicante, rodeado de antorchas y hogueras, fue una de las ceremonias más dignas y logradas que hayan podido ofrecer el mundo contemporáneo, tan relajado de estilo, a la estética y a la emoción”, no tiene rubor en prodigarse en artículos triviales y hasta burlones, que han culminado con el póstumo de “ABC”, que hubiera hecho un favor al autor silenciándolo.
Pemán hace tiempo que se había mostrado partidario de “arrumbar gestos, himnos e indumentarias que pueden haber sido sobrepasados”, y no quería recordar su intento homérico del “Poema de la Bestia y el Ángel”, como quiso borrar su adscripción al mundo religioso, siendo católico, con aquella confesión paladina en “ABC” burlándose de sus pías admiradoras y saliéndose por los cerros de Úbeda con “Los tres etcéteras de Don Simón” que deseó que fuese más representación suya que “El divino impaciente”, “Cuando las Cortes de Cádiz”, “Cisneros” y “La Santa Virreina”.
Su monarquismo fundido con un liberalismo que él sabía irreconciliable con el catolicismo (el liberalismo pemanesco, que decía Elías de Tejada) le condujo a considerar liberales a Menéndez Pelayo y Balmes, y su fe llenó de dudas que unidas a la edad, por no parecer viejo o anticuado, le hizo acercarse al progresismo postconciliar, y en este afán se permitió jugar con su habitual zumba gaditana con cosas tan sagradas como el Espíritu Santo. Lo mismo se aferraba a Marcuse que a la televisión, a la que proveyó de su personaje “El Séneca” tan poco próximo al filósofo cordobés.
El Concilio Vaticano II le subvirtió sus esquemas mentales y religiosos y llegó a preferir, tras sus dudas, a la “fe del carbonero”, la “fe del hombre que trae a casa el butano”. Quiera Dios que a última hora San José haya iluminado la mente de este escritor que ha llenado todo un siglo y cuya ingente obra, en medio de la variedad, ofrece momentos de destello, no efímeros como sus artículos de lúdico esparcimiento y malabarismo andaluz, sino de sugestiva meditación. Como buen poeta fue pésimo político, y por eso será mejor siempre recordarle por sus bellas e inspiradas estrofas, a veces de una galanura y belleza impar, que por sus juicios religiosos o ideológicos, donde su naufragio o zozobra fueron constantes. Olvidar su cínica carta a “ABC” el 20 de noviembre de 1953 e incluso su zalamería boba de “El catalán, un vaso de agua clara” y recordarle en “Elogio de la vida sencilla”.
A los 84 años de edad, dos meses después de recibir el Toisón de Oro, y tras ocho días en estado de coma, ha fallecido en Jerez de la Frontera, el 19 de julio de 1981, José María Pemán y Pemartín, poeta, dramaturgo y articulista. Y académico.
Con esta figura destacada de nuestras Letras desaparece un hombre singular y en cierto modo paradigmático de la Literatura española contemporánea. Buen poeta, de fácil versificación, luminosas ideas y evidente gracia meridional, este escritor gaditano mostró al final una extraña proclividad que resulta, en cierto modo, incomprensible ante su fama y su ingenio.
Pemán, nunca profundo y bastante frívolo, fue un claro ejemplo de víctima del terrorismo intelectual de los últimos tiempos. Quien tuvo el genio y valentía en 1938 de escribir “El divino impaciente”, que no era tanto una biografía de San Francisco Javier, de proyección universal, como un alegato contra el laicismo de su tiempo que pretendía arrojar a España, ha sucumbido últimamente a las presiones políticas e intelectuales de este aciago período final de la España del Siglo XX. El poeta que prestó sus versos al “Himno Nacional” y al “Himno Eucarístico”, cantó a José Antonio y se entregó fervorosamente a la Cruzada de 1936-39, escribiendo estas palabras referidas al traslado de los restos del Fundador de la Falange a El Escorial: “El traslado a pie, en hombros de sus muchachos, desde Alicante, rodeado de antorchas y hogueras, fue una de las ceremonias más dignas y logradas que hayan podido ofrecer el mundo contemporáneo, tan relajado de estilo, a la estética y a la emoción”, no tiene rubor en prodigarse en artículos triviales y hasta burlones, que han culminado con el póstumo de “ABC”, que hubiera hecho un favor al autor silenciándolo.
Pemán hace tiempo que se había mostrado partidario de “arrumbar gestos, himnos e indumentarias que pueden haber sido sobrepasados”, y no quería recordar su intento homérico del “Poema de la Bestia y el Ángel”, como quiso borrar su adscripción al mundo religioso, siendo católico, con aquella confesión paladina en “ABC” burlándose de sus pías admiradoras y saliéndose por los cerros de Úbeda con “Los tres etcéteras de Don Simón” que deseó que fuese más representación suya que “El divino impaciente”, “Cuando las Cortes de Cádiz”, “Cisneros” y “La Santa Virreina”.
Su monarquismo fundido con un liberalismo que él sabía irreconciliable con el catolicismo (el liberalismo pemanesco, que decía Elías de Tejada) le condujo a considerar liberales a Menéndez Pelayo y Balmes, y su fe llenó de dudas que unidas a la edad, por no parecer viejo o anticuado, le hizo acercarse al progresismo postconciliar, y en este afán se permitió jugar con su habitual zumba gaditana con cosas tan sagradas como el Espíritu Santo. Lo mismo se aferraba a Marcuse que a la televisión, a la que proveyó de su personaje “El Séneca” tan poco próximo al filósofo cordobés.
El Concilio Vaticano II le subvirtió sus esquemas mentales y religiosos y llegó a preferir, tras sus dudas, a la “fe del carbonero”, la “fe del hombre que trae a casa el butano”. Quiera Dios que a última hora San José haya iluminado la mente de este escritor que ha llenado todo un siglo y cuya ingente obra, en medio de la variedad, ofrece momentos de destello, no efímeros como sus artículos de lúdico esparcimiento y malabarismo andaluz, sino de sugestiva meditación. Como buen poeta fue pésimo político, y por eso será mejor siempre recordarle por sus bellas e inspiradas estrofas, a veces de una galanura y belleza impar, que por sus juicios religiosos o ideológicos, donde su naufragio o zozobra fueron constantes. Olvidar su cínica carta a “ABC” el 20 de noviembre de 1953 e incluso su zalamería boba de “El catalán, un vaso de agua clara” y recordarle en “Elogio de la vida sencilla”.
Tomado de la Revista “Fuerza Nueva”
2 comentarios:
En efecto, el hombre de pensamiento y de buena doctrina que quiere "quedar bien" con el mundo, se aparta de su objetivo que debe ser servir a Dios y al Bien Comun.
Me ha causado profunda pena enterarme de esta defección final del gran Pemán al que siempre admiré, más allá de sus méritos literarios, por su incuestionable amor y fidelidad a la España Eterna. Ignoraba este hecho. ¡Al final, don José María se nos había vuelto chaqueta nueva!
Pero pregunto: a treinta años de su muerte ¿no era preferible un piadoso silencio a reeditar esta necrológica escrita en los días del deceso? A veces hay que cubrir la desnudez del padre, como quien dice.
Un saludo a nuestro estilo.
Mario Caponnetto
Publicar un comentario