miércoles, 6 de julio de 2011

El veneno que nos surten

ENSEÑANZA SEXUAL EN LAS ESCUELAS
   
  
“Educación sexual integral” se llama la nueva tropelía en que han incurrido los funcionarios del Ministerio de Educación. Se trata de un programa nacional y su correspondiente revista, que se distribuye obligatoriamente en las escuelas para ser extendida a las familias, ofreciendo a éstas y a sus retoños una técnica de “sexo seguro” —con manual de instrucciones de uso de los órganos venéreos— a la vez que un decálogo del nuevo ciudadano que se intenta modelar, libre de pudor y reo de hedonismo desde su niñez.
  
Podría decírselo parte de un programa de corrupción integral, como para que ésta no quede circunscrita a sólo unos cuantos episodios de defraudación económica perpetrados desde el fisco. Porque de lo que se trata, ya sin embozo, es de corromper las conciencias de los niños, inmolándolos en masa vaya uno a saber a qué demonio que honrarán los ministros de nuestra definitiva liquidación en la lobreguez moral de sus gabinetes.
      
No valdrá la pena redargüir a esta canalla, si vamos a lo de integral, por el recurso al hilemorfismo. Dispensaríamos honras y flores a estos ideólogos si les enrostráramos su descuido de que el hombre es una unidad sustancial de dos principios. Una antropología al fin de cuentas sociologizante y enteca, deliberadamente amputada, de un positivismo entre cínico y brutal, no habrá de entender al cuerpo —a instancias de la lección paulina— como a templo, sino como a instrumento de los propios antojos. Y como por donde salta la cabra salta la que le mama, ¿a qué solicitarles se pregunten por el ser del hombre, si ya su maestro J. P. Sartre —el mismo al que Papini motejó, con inmejorable cuño, como a “parásito histérico”— supo burlarse de toda apelación a una presunta condición humana?
    
El contenido de la revista se comenta a sí mismo, no requiere addenda ni apostillas que subrayen sus aberraciones: “todas las familias son diferentes. Hay familias con un papá y una mamá, con un papá solo o una mamá sola, con dos papás o dos mamás…”; “la masturbación cumple un papel importante en el desarrollo sexual, forma parte del desarrollo sexual esperable…”; “es un derecho de cada persona decidir cuándo iniciar sus relaciones sexuales…”, etc. Para que no quepan dudas sobre el alcance totalitario de la fornicaria Ley 26.150, la publicación ofrece cuadros de apretada síntesis de los temas tratados bajo la rúbrica “La escuela enseña”: un florilegio de los ítems que el Estado pedagogo tendrá a bien dispensar a los niños y a sus padres.
    
Vamos solamente a sobrevolar el libelo, a detenernos apenas en su premisa y en sus consecuencias explícitas de aplicación —ambas ilustran a suficiencia todo un perverso plan pedagógico— sin necesidad de detenernos en los escabrosos detalles expresivos de la revolución ética en curso.
  
1- “Cuanto más sepan, mejor”: tal la consigna sofística que encabeza la publicación. Una especie de amplificatio balbuciente, de alcances los más vastos y demenciales, de la célebre sentencia con que Aristóteles abre su Metafísica. Acaso remecidos por la ideología de la no-discriminación, no han parado mientes nuestros funcionarios en que debe distinguirse el conocimiento útil del fútil, la estudiosidad de la vana curiosidad, que no hay modo de equiparar el saber dimanado de la templanza intelectual (saber capaz de abarcar, reunir y jerarquizar) con la dispersión de una mente aplicada a objetos fugaces y en trágico desorden. A esto también apunta aquello de “todo me es lícito” pero no todo aprovecha. Hay cosas que deben llegar a conocerse recién a su tiempo; hay otras que es incluso preferible no conocer. Ya lo asentó Nicolás Gómez Dávila al referirse a la abrumadora colección de datos superfluos con que se fatiga a la conciencia de nuestros contemporáneos: “el hombre culto no se define por lo que sabe sino por lo que ignora”.
  
2- Como colofón del deplorable pasquín, la subsecretaria de Equidad y Calidad Educativa (sic) insta a recordar “el proverbio africano que dice que para criar a un niño se necesita una aldea”. Al margen el panfilismo de tanto funcionario, ignorante de sus propias tradiciones pero listo para acarrear sapiencia del continente negro, lo que se destaca es el intencionado olvido de la familia, lo único realmente necesario para criar a un niño. Nos preguntamos si por “aldea” debemos reinterpretar “Leviatán”, llevando a Hobbes a sus últimas nauseabundas consecuencias. Yes, of course, responderán los ministros, satisfechos de ofrecer en sacrificio las nuevas generaciones de argentinos a la —con eufemismo llamada— “aldea global”.
    
El Infante Don Flavio
    

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