domingo, 7 de noviembre de 2010

Sermones del tiempo de Pentecostés

QUINTO DOMINGO DE EPIFANÍA


El Quinto Domingo de Epifanía este año no pudo ser celebrado en su lugar, antes de Septuagésima, como consecuencia del comienzo de la misma; por ese motivo se lo celebra ahora, así como el Sexto Domingo, pues tenemos veintiséis Domingos después de Pentecostés.

Pues bien, el Evangelio de este Domingo nos relata la parábola del Trigo y la Cizaña:

Semejante es el Reino de los Cielos a un hombre que sembró buena simiente en un campo. Y mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Y después creció el trigo e hizo fruto, apareció también entonces la cizaña. Y llegando los siervos del padre de familias le dijeron: Señor, ¿por ventura no sembraste buena simiente en tu campo? ¿Pues de dónde tiene cizaña? Y les dijo: el hombre enemigo ha hecho esto. Y le dijeron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? No, les respondió; no sea que recogiendo la cizaña arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer lo uno y lo otro hasta la siega, y en el tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primeramente la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas el trigo recogedlo en mi granero.


Esta parábola es una de las más misteriosas y más instructivas del Evangelio.

Unos versículos más abajo, San Mateo nos dice que Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: Explícanos la parábola de la cizaña del campo.

Afortunadamente pidieron y obtuvieron una explanación y dilucidación. De este modo, tenemos directamente de Nuestro Señor la interpretación genuina e incontestable.

Él les respondió de este modo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.


Tal es la interpretación que nos da de su propia boca Salvador.

Adoremos esta Palabra divina y meditémosla muy cuidadosamente; porque en estas pocas palabras, ¡cuántas lecciones saludables se encierran para todos los cristianos!


Aquí podríamos concluir el sermón, y dejar para la reflexión personal las consideraciones de Nuestro Señor. Mas nos ha parecido conveniente presentar, no nuestras propias elucubraciones, sino las instrucciones de los Santos Padres, especialmente de San Juan Crisóstomo, San Agustín y San Jerónimo, que, bajo la inspiración del Espíritu Santo han hecho interesantes precisiones.


Según esto, la parábola tiene por objetivo:

1º) prevenirnos contra la malicia y las trampas del demonio;

2º) recomendarnos paciencia con los pecadores, con la esperanza de su conversión;

3º) finalmente, inspirar a los malvados un saludable temor del juicio y del infierno; y a los buenos la esperanza de la gloria eterna.


El hombre enemigo es el demonio… Vemos aquí una diferencia importante entre esta parábola y la del sembrador.

El Señor habló antes, en la parábola del sembrador, de aquellos que no reciben la Palabra de Dios; y ahora habla de aquellos que la reciben alterada, porque es astucia propia del demonio mezclar siempre con la verdad el error coloreado con apariencias de verdad, de manera de poder por este medio engañar fácilmente a los sencillos.

Se trata aquí de los grupos de herejes, corruptores recibidos juntamente con los discípulos. Por tal motivo, no nombró otra clase de simientes, sino sólo la cizaña, que es una semilla semejante al trigo.

San Agustín se pregunta: ¿son éstos los herejes o los malos católicos? Porque manifestándonos que están sembrados en medio del trigo parece significar que son todos de una misma comunión.

Y responde: pero sin embargo, se comprende que habla de los herejes, que se hallan mezclados en este mundo con los justos. De aquí es que a los que son malos, pero tienen la misma fe, se les llama paja mejor que cizaña. La paja, efectivamente, tiene la misma raíz y fundamento que el grano.


El demonio se beneficia de la negligencia o de la ignorancia de los fieles; así como también del abandono y de la falta de suficiente vigilancia por parte de los pastores de la Iglesia.

Un peligro no pequeño se advierte aquí a los prelados, a quienes especialmente se ha encomendado el cuidado del campo; pero no sólo a ellos, sino también a los súbditos. Y se declara cómo el error vino en pos de la verdad. Porque en pos de los profetas llegan los pseudoprofetas; en pos de los apóstoles, los pseudoapóstoles; en pos de Cristo, el Anticristo.

No pudiendo arrancar el trigo que ya ha arraigado, el demonio se vale de otra astucia, y siembra en otros su propia simiente.

Algo parecido sucedió allá a los comienzos. Porque muchos prelados, habiendo dejado entrar en la Iglesia a perversos herejes, dieron amplio lugar a semejantes asechanzas. Porque ningún trabajo le queda al demonio una vez que ha introducido a semejantes hombres.

Una vez que creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña: que es lo que hacen los herejes. Al principio se ocultan: pero una vez que adquieren mayor confianza y facilidad para hablar, entonces derraman su veneno.

Todas estas semillas del mal, en un principio apenas son visibles, como la primera chispa de un incendio; pero crecen imperceptiblemente, causan escándalos, sofocan la verdad, la fe, las virtudes cristianas, la piedad… y se pierden miles de almas.

Véase en la historia de la Iglesia las grandes herejías, del arrianismo al modernismo… al progresismo y conciliarismo… ¡Qué lecciones para los pastores y para los fieles!

La semilla de la cizaña produce un fruto similar al trigo. Del mismo modo, durante algún tiempo, la obra mala del demonio permanece en la Iglesia y en las almas como inadvertida, porque es hábil e inteligente para ocultar sus fatales designios.

Pero cuando ha progresado, la herejía propaga su veneno, ¡y cómo resulta difícil destruir y reparar sus ruinas!


Los siervos, sorprendidos y entristecidos, vienen a informar al padre de familia. Mas ¿por qué causa mete Cristo en la escena a los siervos que cuentan lo sucedido? Para tener ocasión de decir que no se ha de matar a los herejes.

Los siervos quieren arrancar pronto la cizaña, aunque en esto no proceden con suficiente prudencia. Se manifiesta la solicitud que tienen respecto de la simiente y se confirma que ellos sólo atienden a una cosa: no a que el hombre enemigo sea castigado, puesto que por el momento eso no apremia, sino a que no perezca la buena simiente. Piensan pues en ello, pero para que rápidamente se corte la enfermedad.


Esta parábola de la cizaña mezclada con el buen grano en el campo del padre de familia nos da la oportunidad de meditar sobre un extraño espectáculo presente en el mundo, y que es para muchos un sujeto de escándalo; es decir, la mezcla de buenos y malos.

Vemos por todas partes el mal caminar, con la cabeza altiva, al lado del bien; la corrupción junto a la santidad, el error frente a la verdad.

¿Por qué esta mezcla? ¿Por qué la soporta Dios? ¿Cuál será el final? Triple problema que tenemos que considerar.

San Agustín enseña que la razón de esta parábola es que los que son buenos, pero que aun son débiles, necesitan de esta mezcla con los malos, ya para adquirir fortaleza con el ejercicio, ya para que, comparando los unos con los otros, se estimulen a ser mejores.

La cizaña dejada en medio del trigo nos muestra que la Divina Providencia, permitiendo vivir a los inicuos con los buenos, pretende ejercitar la virtud de estos.

Su paciencia y su santidad brillan más intensamente frente a la perversidad de los injustos.

Los defectos y la corrupción de los malvados dan más fuerza a la virtud de los justos, que son purificados y se fortalecen.

Los escándalos del mundo hacen resplandecer mil virtudes sublimes.

La malicia de los malignos aumenta el mérito de los buenos.


Dios sufre esta mezcla, es tan paciente, en vistas de la conversión de los pecadores.

En primer lugar quiere dar a sus ministros una lección y una regla de prudencia, de tolerancia, de longanimidad, de amor misericordioso.

Además, quiere dar una lección a todos los cristianos de paciencia y de caritativa condescendencia.

El padre de familia prohíbe se arranque la cizaña diciendo: No sea que arranquéis juntamente el trigo.

Con dos razones mueve a los discípulos a que se abstengan de tal cosa: la primera para que no vayan a dañar al trigo; la segunda, porque al fin los herejes, enfermos de enfermedad incurable, serán castigados.

De manera que si quieres castigarlos sin daño del trigo, espera el tiempo oportuno.

No es, pues, que vede reprimir a los herejes, cerrarles la boca, quitarles la libertad de hablar, combatir sus reuniones, rechazar sus componendas: lo que veda es matarlos.

Mientras están juntos el trigo y la cizaña, es necesario dejarla, pues puede suceder que se convierta en trigo. Pero cuando sin haberse aprovechado de nada, se aparten y sean separados, entonces les espera un inevitable castigo.

Donde manifiesta claramente, que cuando no hay ese peligro y hay completa seguridad de la permanencia de la simiente (esto es, cuando el crimen es tan conocido y detestado de todos, que no hay absolutamente nadie, o si hay alguno que se atreva a defenderlo, es tan poco notable que no puede dar lugar al cisma), no debe descuidarse la severidad de la disciplina, en la que es tanto más eficaz la corrección del mal cuanto más se respetan las leyes de la caridad.

Pero, cuando el mal ha gangrenado a la multitud, no queda más remedio que el sentir y gemir.

De ahí es que debe el hombre corregir con amor aquello que pueda, y lo que no pueda, sufrirlo con paciencia y gemir y llorar hasta que la corrección venga de lo alto, y esperar hasta la siega el arrancar la cizaña y el aventar la paja.

Cuando se puede levantar la voz en medio de un pueblo, debe hacerse la corrección de las desmoralizadas turbas con expresiones generales, principalmente si nos ofrece la ocasión y la oportunidad algún castigo del cielo enviado por Dios, de hacerles ver que son castigados cual merecen; porque las calamidades públicas vuelven dóciles los oídos de aquellos que escuchan las palabras del que los corrige y excitan más fácilmente a los corazones afligidos a confesarse gimiendo que a resistirse murmurando.

Y aunque no exista calamidad pública, se puede, siempre que se habla en público, corregir a la multitud en medio de la multitud. Porque así como se enfurece cuando se habla en particular, así también suele gemir cuando se la reprende en general.


¿Cómo terminará, finalmente, esta mezcla? Por la manifestación de la justicia de Dios, es decir, por el castigo de los malos y la recompensa de los predestinados.

He aquí dos destinos muy diferentes. Salvo que, tanto el castigo de los impíos como la recompensa de los elegidos, sólo se retrasa…

¡Cómo debemos admirar la bondad y la sabiduría del Señor! Su bondad, soportando así a los inicuos; su sabiduría, haciendo servir a los buenos para la conversión de los malos, y a éstos para la santificación y la gloria de aquéllos.

Dios, que tolerara momentáneamente a la cizaña en aras del bien del trigo, tiene toda la eternidad para ejercer su justicia en los réprobos y castigarlos según su malicia y sus pecados; como también para recompensar a los justos por lo que hayan sufrido por Él.



¿Cuáles son los frutos que podemos extraer de esta parábola?

1º) Primero agradezcamos sin cesar a Nuestro Señor por todas las gracias que se ha dignado sembrar en el campo de nuestra alma.

2º) Vigilemos cuidadosamente sobre nosotros, temiendo que el hombre enemigo, el demonio, venga a sembrar la cizaña en nuestro corazón…, el mal, el pecado, los defectos, las malas costumbres…

Examinémonos seriamente cada día para prevenir tal desgracia o, al menos, para poner a tiempo el remedio adecuado antes de que sea demasiado tarde.

3º) Seamos pacientes, compasivos, condescendientes con nuestro próximo, a pesar de sus defectos; y trabajemos en su conversión, sea por nuestro celo, o por nuestra vida santa, o nuestra oración fervorosa y continua. Esto sería cambiar en buen trigo la perversa cizaña.

4º) Recordemos que finalmente Nuestro Señor retribuirá a cada uno según sus obras.


Que estos pensamientos nos inspiren, por un lado un saludable temor, y por otra parte una animosa confianza.


¡Oh Buen Jesús!, que has sembrado en nuestras almas la buena semilla de tu Palabra y tu Gracia, ayúdanos a conservarla y hacerla crecer sin mezcla alguna de cizaña, de modo que seamos siempre trigo puro, digno de ser recogidos en los graneros celestiales del Eterno Padre. Amén.

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