lunes, 8 de noviembre de 2010

Análisis

NÉSTOR, EL IRACUNDO
    
“Pagarás con tu cuerpo”
      
Se cumplen hoy, sábado 6 de noviembre, diez días de su muerte.
   
Y el ditirambo hipócrita continúa.
   
La muerte de Néstor Kirchner a todos dejó estupefactos, empezando por él mismo, aunque, rápidamente repuestos, muchos alistaron sus manos, y con buena provisión de café disponible, se sentaron frente a infinitas pantallas a vociferar sus diatribas, rimar entusiasmos, o aún, subir sus videos homenaje.
     
Los medios han hecho una cobertura de alcances grandilocuentes, no solo por la vastedad de lo publicado en texto e imágenes; también lo ha sido la elegía rastrera con la que nimbaron la figura del occiso. Como bien se ha dicho del finado: ayer, enemigo irreconciliable y rencoroso de sus adversarios, perseguidor ideológico tenaz de los hombres de armas, de productores agropecuarios y de la Iglesia Católica. Con una política de derechos humanos que siempre fue el impuso rabioso de la cheka soviética leninista y nunca hubiera sido la empresa humana del gobernante justo quien, calibrando el pasado histórico, fuera capaz de aliviar el dolor de tantas heridas abiertas en el corazón de la Argentina esencial. Muerto ya, y diplomados todos los comunicadores mediáticos en proferir boberías románticas de velorio de pueblo, se ha dicho de él que, diferencias mitigables y estilos perdonables, no fue sino un líder indiscutible, un político de raza, o en tribal lenguaje, un “animal político” sin que Aristóteles sea mentado sino más bien el dueño de un circo de salvajes carnívoros, especialmente apetitosos de carne humana. Por fin, un báculo necio de la Santa Democracia Popular y Episcopal se atrevió a decir de él que era un “ungido”.
      
Kirchner es un tributo a la oscura muerte, propia de estos tiempos. En efecto, murió en su propia salsa, como también se ha dicho. ¿Qué quiero decir? Algo se ha escrito sobre los rasgos de carácter del político extinto. El examen psicológico de su personalidad ha estado orientado a mostrar a Kirchner como un hombre perverso, con definidos perfiles psicopáticos, esto es, ornado con el gusto por la persecución y el quebrantamiento feroz de sus adversarios. Un ególatra que invariablemente condenaba a muerte civil a quienes a él se oponían o pretendían ofrecerle alguna resistencia. Un hombre consumido por las pasiones más duras de nuestro corazón: la rabia, los exabruptos tremebundos y la planificación racional de la venganza que no es sino la ira devenida en odio. Un hombre, por fin, que vivía en la continua desmesura y que no se permitía sino la audacia temeraria del perseguidor despiadado.
       
El hombre de nuestro tiempo viene aprendiendo con pena y desengaño que estas desmesuras se “pagan con el cuerpo”. La psicología psicosomática ha mostrado con variedad de ejemplos y explicaciones que una “actitud devoradora” frente a la realidad termina por consumir y devorar la propia actitud devoradora. El revulsivo amargo que se expele como bilis, contra todo hombre percibido como adversario, termina cayendo lastimosamente sobre el alma y el cuerpo del bilioso atrabiliario. Y así termina todo hombre rabioso, estallando en sus arterias, cuando no es su cerebro el que se “quema” con ACV a la vista. Néstor Kirchner ha padecido la muerte de los hombres afiebrados; el mal, casi incurable, de los extremosos temerarios que no registran ningún límite a la concupiscencia que los domina. Equivocado en lo esencial y en lo accidental, su plan de vida no era sino el camino expedito a la “muerte súbita e inesperada”.
       
La soberbia de los infatuados no ha de permitirse jamás el escuchar un consejo. Impenetrable es la prudencia en su corazón hecho cerrojo. Lo único que penetra esa clausura pétrea, sentenciando el fin del tiempo histórico, es la palabra fulmínea que la Providencia Divina profiere con autoridad definitiva e inapelable: “basta, es tu hora; ven a litigar Conmigo y dame cuenta de tu administración”.
      
Un irascible impenitente      
La teoría clásica sobre la afectividad humana siempre distinguió dos modos de apetecer el bien, a saber, el apetito concupiscible —que busca el bien en sí, en cuanto placentero— y el apetito irascible, que desea el bien en cuanto arduo o difícil de conseguir. Notablemente, la ira es uno de los movimientos de la afectividad sensible e irascible. ¿Es condenable la ira, si decimos que el Néstor fue un irascible? No, porque en tanto pasión humana no es ni buena ni mala. No tiene, en principio, coloratura moral. Pero inexorablemente se tiñe de tintes ético-morales en la vida del hombre concreto.
    
Néstor Kirchner encarnó la versión más abyecta del político, en el sentido en que el pedagogo alemán Edward Spranger entiende el término. En esta línea, el político hace del poder su libido dominandi desplegando por doquier una insaciable motivación por la competición y la lucha. Quien busca ostensiblemente saciar el apetito desordenado de poder no querrá de ningún modo sufrir obstáculo alguno en la satisfacción de sus exigencias. Cualquier obstáculo, por lo tanto, ha de recabar para el titular del apetito todos los deseos de acabar con él. De allí que mientras más resistente se perciba el obstáculo, más poderosa será la reacción airada. Mucho de esto vimos públicamente en Néstor Kirchner durante los últimos siete años.
   
Enseña muy bien Santo Tomás, siguiendo al maestro Aristóteles, que la ira se produce por causa de alguna tristeza inferida, supuestos el deseo y la esperanza de venganza. “El airado tiene esperanza de castigar, dado que apetece la venganza como siéndole posible”. El iracundo Néstor parecía estar siempre buscando de quién vengarse. De allí que, por una parte, pretendiera la venganza misma como un bien, en la cual deleitarse. Pero por otra parte, sus enemigos, en quienes buscaba aplacar su venganza, se tornaban males definitivos, o malos incurables sin posibilidades de redención y sin merecimientos de perdón. Gravísimo mal es que el gobernante desquicie la concordia y la amistad necesarias en el orden social, para la prosecución armónica del bien común, a causa de una psicología inundada de pasiones sin el justo orden y el recto gobierno proporcionado por las virtudes. Si esto que digo es un mal para el hombre individualmente considerado, cuánto más lo será para el conductor de la comunidad política que es la Nación.
   
Por obra de prudentes, de magnánimos y de pacientes debe acabar esta política de iracundias y de odios en nuestra Patria. “Un hijo nuestro llegó al sillón de Rivadavia” sentenció Hebe de Bonafini, recordando a Kirchner en estos días. Yo, en cambio, imagino un criollo de apellido hispano contemplando la Patria desde la enjuta roca del oeste andino, fatigando sus pampas con el caballo zaino, abrazando curtido los hondos soles del norte, penetrando los mares salados que acarician la usurpada turba  y esperando confiado la inmortal hora de la gesta noble.
        

Rodolfo Méndez
            

1 comentario:

Anónimo dijo...

que pena k no pudo ver como el alte. massera murio INOCENTE de los delitos de lesa humanidad por el imputados. ni tampoco el agora de su mujer. daniel jorge