LUTHER KING
Desde hace más de dos décadas, el aniversario del nacimiento de Martin Luther King —el tercer lunes de enero— es un día feriado en Estados Unidos, para honrar la memoria del “más grande combatiente de los derechos cívicos”, según la terminología oficial.
En realidad, Luther King fue un agitador, un activista de izquierda, un oportunista profesional cuya ascensión entre sus hermanos de raza descansó esencialmente sobre los cálculos demagógicos de dos demócratas, John Fitzgerald Kennedy y Lyndon Johnson, quienes ocuparon sucesivamente la Casa Blanca durante “las marchas de la libertad”.
Estos presidentes necesitaban un abanderado capaz de canalizar la imprevisible efervescencia hasta las orillas más serenas de la legislación integracionista prevista. Luther King se prestó al juego político de un establecimiento preocupado por calmar los espíritus, pero a la vez, consciente de construir un héroe.
Cuando, en 1983, por un voto, el Congreso integró el tercer lunes de enero en la lista de las vacaciones obligatorias, un antiguo gobernador envió una carta a su amigo Ronald Reagan para pedirle que no firmase una ley que “instalaría a un vil impostor doblado de un agente comunista en el Panteón americano”.
En su respuesta, Reagan suscribió a las enormes reservas del ex gobernador y mostró que no se dejaba engañar sobre el personaje que iba a entrar en una falsa leyenda. Sin embargo, firmó la ley, “porque la ilusión es finalmente más fuerte que la realidad”.
La décimosexta edición de ese día feriado coincidió con la reapertura del expediente sobre el asesinato de Luther King, muerto el 4 de abril de 1968 en Memphis, Tennesee.
Algunos meses más tarde, fue arrestado James Earl Ray. Confesó su crimen. Luego se retractó, antes de morir en la cárcel.
¿Ray fue un simple ejecutante? ¿Estamos en presencia de una conspiración? Tal es la tesis defendidad por la viuda y los hijos de la víctima. Ella, ahora formando parte de las figuras emblemáticas del políticamente correcto Attorney General Janet Reno, se apresuró a ordenar una nueva encuesta a fin de evitar ser acusado de “racismo”.
Se retomaron entonces los testimonios, se controlaron viejos indicios, se siguieron otras pistas, pero no se encontró nada determinante.
Según toda verosimilitud, Ray actuó en soledad. Fuera de la sumisión a los deseos imperiosos de una familia, ¿en qué puede ser útil ese gran desembalaje?
En esto: mientras que la gran prensa fingía actualizar un expediente polvoriento, se dispensaba de hablar de un expediente explosivo: las estrechas relaciones de Luther King con los comunistas.
Por ejemplo, se conocían los lazos que unían a Luther King con Stanley Levinson, y a Luther King con Hunter O’Dell. Pero se ignoraba hasta dónde habían podido llegar. Ahora sí se lo conoce. Levinson era un hombre de negocios profundamente implicado en la manipulación de los fondos secretos entregados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas al Partido Comunista americano.
En 1954, se convirtió en el tesorero. Las “fugas” nos enseñan que durante doce años, Levinson no solamente le sirvió como banquero a Luther King, sino que escribió muchos de sus discursos, y le organizó la mayoría de las estructuras del movimiento de los derechos civícos.
Se encontró un testimonio de la viuda del “héroe”, diciendo en 1965 que “la amistad y la ayuda” de Levinson eran “indispensables para el combate por la libertad”.
En cuanto a Hunter O’Dell, entró en el Comité Nacional del Partido Comunista de los Estados Unidos de América, el órgano dirigencial del Partido Comunista americano, en diciembre de 1959, y paralelamente asumió la jefatura de redacción del “Freedomways” (Los caminos de la libertad), una revista de promoción financiada por Moscú.
Luther King reclutó a O’Dell en 1961, debido a las recomendaciones de Levinson para colocarlo a la cabeza de uno de sus tentáculos subversivos, la Southern Christian Leadership Conference. Dos años más tarde se descubrió la pertenencia de O’Dell al Partido Comunista. Algunos diarios se indignaron, y se ejercieron presiones sobre Luther King para que se separara de un colaborador de hecho molesto. Esto fue lo que aconteció, al menos oficialmente. En realidad, O’Dell seguiría hasta el final aconsejando a Luther King y moviendo los hilos de su “circo”.
Las “fugas” nos develan otros detalles importantes, especialmente sobre los pequeños ingresos en innumerables organizaciones (la Southern Conference Educational Fund, la National Lawyers Guild, la Highlander Folk School, especialmente) todas dirigidas, infiltradas o teleguiadas por el Partido Comunista americano.
Así, durante doce años, Luther King se convirtió en el apóstol de la integración racial y de la igualdad política aceptando el sostén de un totalitarismo que vio en él sólo a un cizañero dócil.
La impostura de este personaje alcanzó su cima el 4 de abril de 1967, exactamente un año antes de su asesinato. Ese día, Luther King probó que no solamente estaba infectado por Moscú, sino que también se hallaba engangrenado por sus agentes. En una iglesia de Nueva York, este “cruzado de la dignidad negra”, como habitualmente lo llama el “Washington Post”, pronunció un sermón de odio para decir que los soldados americanos habían transformado a Vietnam del Sur en “un inmenso campo de concentración”, y que los Estados Unidos se habían convertido en “el mayor proveedor de violencia en el mundo”. Ese día, Luther King mereció aplausos del Kremlin: proseguía así con el camino que se le indicaba, siempre instalado en el seno de la cohorte de idiotas útiles.
A pesar de la capa de conformismo, algunos diarios juzgaron excesivos sus propósitos, y un parlamentario se arriesgó a pintar a Luther King con los rasgos de “el más fiel auxiliar que el bloque del Este haya podido encontrar en su país”. Pero el rasgo más mordaz provino del director de un movimiento negro conservador. En 1992, le pidió al Congreso que pura y simplemente suprimiera la “fiesta” del tercer lunes de enero: “Se celebra la memoria de un traidor. Es un insulto a todos los americanos, negros y blancos”.
2 comentarios:
Martín Luther King es uno de los tanto ídolos (falsas imágenes) del hombre moderno.
Todos ellos son execrables, para fabricarlos se acudió a un molde perverso, en él se colocó todo lo vil y sucio que se pudo encontrar.
El paralítico moral Roosvelt, que se disputaba con su lesbiana esposa los favores de sus secretarias, o el dipsómano Churchill embrutecido por alcohol, son otras caras de la misma medalla.
Para no quedar afuera de este moderno y perverso mundo, se ha iniciado en nuestro país el proceso de canonización de cinco probados delincuentes miembros de una banda criminal infiltrada en la Orden Palotina.
Gracias a J. Bergoglio, que conoce perfectamente la filiación montonero marxista de los cinco integrantes de la célula a canonizar, con gran escándalo para los católicos y haciendo burla a la veneración de los santos, superaremos con creces la canallada de Reagan al decretar el feriado en memoria de un agente antinorteamericano.
Había en Martin Luther King, desde su nacimiento, una pesada carga, algo así como una marca que le señalaba un camino de vileza en la vida. Llevaba como segundo nombre el apellido del heresiarca alemán alzado contra Cristo y su Iglesia.
Con Franklin Delano Roosvelt lo relacioné porque ambos comparten un pasado edificado sobre la mentira, pero me olvidé otra cosa en común, que fue certeramente señalada por Ignacio B. Anzoátegui cuando refiriéndose a este gran farsante presidencial consignó: "Cada cual tiene el segundo nombre que se merece".
Porque llamarse Delano de nombre o apellido es toda una señal de advertencia de cual será el escatológico producto de toda su trayectoria.
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