DE LA INMACULADA
CONCEPCIÓN DE MARÍA
CONCEPCIÓN DE MARÍA
PUNTO I. En primer lugar, convino al eterno Padre exceptuar a María de la mancha original, porque era Hija suya, e Hija primogénita, como ella misma lo atestigua: “Yo salí de la boca del Altísimo engendrada antes de toda criatura”; cuyo texto aplican a María los sagrados intérpretes, los Santos Padres y la misma Iglesia, particularmente en la solemnidad de la Concepción.
En efecto, ya sea primogénita en cuanto fue predestinada junto con el Hijo en los divinos decretos antes que todas las criaturas, como pretende la escuela de los Escotistas, ya sea primogénita de la gracia, como predestinada para Madre del Redentor después de la previsión del pecado, como quiere la escuela de los Tomistas, sin embargo todos están acordes en llamarla la primogénita de Dios (…)
Sentado esto, replica San Anselmo, el gran defensor de la Concepción Inmaculada de María, diciendo: “¿Por ventura no pudo la divina Sabiduría preparar a su Hijo una habitación pura, a fin de preservarlo de toda mancha del género humano? Dios pudo conservar —prosigue el mismo Santo— ilesos a los ángeles del cielo en la caída de tantos otros, ¿y no pudo preservar a la Madre de su Hijo y a la Reina de los ángeles de la común caída de los hombres?” Pudo Dios, añado yo, conceder a Eva la gracia de nacer sin mancha, ¿y no pudo hacerla después a María?
¡Ah!, no; Dios pudo muy bien hacerlo, y lo hizo, pues bajo todos conceptos convenía, como dice el mismo San Anselmo, que aquella Virgen a quien Dios había determinado dar a su único Hijo estuviese adornada de tal pureza que no sólo excediese a la de todos los hombres y de todos los ángeles, sino que fuese la mayor que después de la de Dios pudiera imaginarse. Más claramente aún se expresa San Juan Damasceno diciendo: “Conservó el alma de María y asimismo su cuerpo, según correspondía a la que había de llevar en su seno al mismo Dios, que siendo santo descansa en los Santos”. Por lo que el Padre Eterno bien pudo decir a su querida Hija: “Hija, entre todas mis demás hijas tú eres como el lirio entre las espinas, pues si ellas están manchadas del pecado, tú fuiste siempre inmaculada y siempre mi amiga”.
PUNTO II. En segundo lugar convino al Hijo preservar a María de la culpa como a Madre suya. A ninguno de los demás hijos le ha sido concedida la facultad de escogerse la madre que les plazca; pero si alguna vez se concediese esta elección a alguno de ellos, ¿quién habría que pudiendo tener por madre a una Reina la eligiese esclava, pudiendo tenerla de elevada estirpe, la quisiese villana, pudiendo tenerla amiga de Dios, la prefiriese enemiga?
Si solamente, pues, el Hijo de Dios pudo escoger a su gusto la madre, no hay duda, dice San Bernardo, que la elegiría tal como convenía a un Dios. Y siendo decoroso a un Dios purísimo tener una Madre exenta de toda culpa, tal se la eligió, como afirma San Bernardino de Sena; a lo que alude lo que escribió el Apóstol: “Tal convenía que fuese nuestro Pontífice santo, inocente, inmaculado, segregado de los pecadores, etc.”. Un sabio autor observa que, según San Pablo, fue conveniente que nuestro Redentor no sólo fuese exento de pecado, sino también separado de los pecadores, como lo explica Santo Tomás. Mas ¿cómo pudiera decirse que Jesucristo se halla segregado de los pecadores, si hubiese tenido una madre pecadora? (…)
Admitido, pues, que María fue digna Madre de Dios, ¿qué excelencia, dice Santo Tomás de Villanueva, y qué perfección puede dejar de convenirle? El mismo Doctor Angélico enseña que cuando Dios elige a alguno para una dignidad, le hace también idóneo para la misma; por lo que dice que habiendo elegido Dios a María para Madre suya, la hizo ciertamente también digna con su gracia; de lo que deduce el Santo que la Virgen jamás cometió ningún pecado actual ni aun venial; de otro modo, dice, no hubiera sido digna Madre de Jesucristo, pues la ignominia de la Madre hubiera recaído en el Hijo, habiendo tenido a una pecadora por Madre. Si María, pues, cometiendo un solo pecado venial, que no priva al alma de la divina gracia, no hubiera sido digna Madre de Dios, ¿cuánto menos si hubiese sido rea de la culpa original, la cual la hubiera hecho enemiga de Dios y esclava del demonio? (…)
PUNTO III. Si convino, pues, al Padre preservar del pecado a María como a Hija suya, y al Hijo como a su Madre, también convino al Espíritu Santo preservarla como a Esposa suya. María, dice San Agustín, fue la única que mereció ser llamada Madre y Esposa de Dios, “pues San Anselmo afirma que el Espíritu Santo descendió corporalmente en María, y colmándola de gracias sobre todas las criaturas descansó en Ella, e hizo a su Esposa Reina del cielo y de la tierra” (…)
Finalmente, los motivos que garantizan la verdad de esta piadosa sentencia son dos: el primero, el consentimiento universal de los fieles sobre este punto. El Padre Gil de la Presentación atestigua que todas las órdenes religiosas son de este dictamen, y un autor moderno de la misma Orden de Santo Domingo dice que aun cuando haya noventa y dos escritores que sostienen la opinión contraria, ciento treinta y seis profesan la nuestra.
Pero lo que sobre todo debe persuadirnos que nuestra piadosa opinión se halla conforme con el común sentir de los católicos, es lo que el Papa Alejandro VII nos atestigua en su célebre bula, “La solicitud de todas las iglesias”, expedida a fines del año 1661, en la que se dice: “Tomó nuevo aumento y se propagó esta devoción y culto de la Madre de Dios... de manera que habiendo adoptado esta opinión, las universidades ya la siguen, y casi todos los católicos la han abrazado”. En efecto, la profesan las academias de la Sorbona, de Alcalá, de Salamanca, de Coimbra, de Colonia, de Maguncia, de Nápoles y otras muchas, en las cuales todos los que se gradúan se obligan con juramento a defender la Inmaculada Concepción de María. De este argumento (…) se vale sobre todo el docto Petavio para probar esta opinión, argumento que (…) no puede dejar de convencer, porque si verdaderamente el común consentimiento de los fieles nos asegura de la santificación de María en el seno de su madre y de su gloriosa Asunción al cielo en alma y cuerpo, ¿por qué esta común opinión de los fieles no nos asegura también de su Concepción Inmaculada?
El otro motivo, más fuerte aún que el primero, que nos hace creer que la Virgen estuvo exenta del pecado original, es la fiesta que la Iglesia universal ha establecido en celebración de su Concepción Inmaculada, sobre lo que por un lado veo que la Iglesia celebra el primer instante en que fue criada el alma de María y unida al cuerpo, como declara Alejandro VII en la bula que se ha citado, en la cual se dice que la Iglesia tributa a la Concepción de María el mismo culto que la piadosa opinión, según la cual fue concebida sin la culpa original. Por otra parte, no ignora que la Iglesia no puede celebrar lo que no sea santo, según los oráculos de San León Papa y de San Eusebio Obispo: “En la Sede Apostólica siempre se ha conservado la Religión apostólica sin mancha”; como enseñan todos los teólogos con San Agustín, San Bernardo, Santo Tomás, el cual, para probar que María fue santificada antes de nacer, se sirve precisamente de este argumento, esto es, de la celebración que hace la Iglesia de su nacimiento, y por esto dice: “La Iglesia celebra la Natividad de la bienaventurada Virgen; es así que no se celebra fiesta en la iglesia sino por algún Santo; luego, la bienaventurada Virgen fue santificada en el vientre de su madre. Si es cierto, pues, como dice el Doctor Angélico, que María fue santificada en el vientre de su madre, pues la Iglesia santa celebra su nacimiento, ¿por qué no hemos de tener también por cierto que María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su Concepción, ya que sabemos que en este sentido la misma Iglesia celebra su fiesta?”
San Alfonso María de Ligorio
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