LUIS GARRITANI
Pocos días faltaban para la celebración de la Nochebuena del 2006, cuando nos llegó la angustiosa noticia de la muerte de Luis Garritani.
Luis estaba mal enfermo y lo sabía. Con la misma certidumbre con que captaba que, mientras Dios le sostuviese el aliento, era obligación batallar sin fatigas ni quejas; y eso hacía.
Veterano de tantas aulas, preparaba sus clases como si fuesen las primeras, volcando hacia sus alumnos un amor apasionado por la Verdad, que fue su primer sello distintivo. El segundo —si cabe el enunciado— fue su alegría. Juvenil, desbordante, ingenua y fresca. El gozo del bautizado fiel que sabe reír, no porque no conozca de dolores y de penurias, sino porque mejor conoce la promisoria esperanza.
Expansivo, notablemente memorioso, vehemente; y a la par con la benevolencia y la sencillez de un niño. Así era este hombre a quien la virtud de la piedad lo adornaba.
Muchas cosas esenciales nos permitió compartir la Divina Providencia: la vida parroquial, en tiempos del Padre Carlos Lojoya; los estudios de postgrado, el dictado de una cátedra, la militancia política, la predilección por la música lírica y los libros eternos, la mesa hogareña, junto a Alicia, su ejemplar esposa y abnegado sostén. Los mismos enemigos y los grandes amores.
Luis Garritani era Alcuino di Ferro, cálido sobrenombre con el cual, en no pocas ocasiones, escribió para “Cabildo”. Todo un signo de su personalidad. Alcuino sintetizaba el esplendor de la Cristiandad, di Ferro era la lúdica señal del club de sus favoritismos futbolísticos. Porque este grandote de voz potente podía explicar con detalles la vida de Bacon, la teoría de Newton, la Retórica de Aristóteles o el campeonato local de 1940.
Alguna vez, jugando al ajedrez, cruzamos bromas sobre las comunes preferencias monárquicas. Y Luis era imbatible en este clásico juego. Ahora ya estará viendo cara a cara al Único Rey, y a su vera a la virginal Dama, María Santísima, nuestra Reina del Cielo. En el postrer tablero, el Señor sabrá hallarle un condigno puesto.
Amigo y camarada: no vamos a olvidarte. En cada empeño nuestro, en cada compromiso patrio, en cada rezo por la Iglesia, estarás presente.
Presente en nuestro afán, como cantábamos juntos, brazo en alto, los sones del Cara al sol.
Antonio Caponnetto
1 comentario:
Querido Luis:
¡Cuántos cosas mantienen permanente tu recuerdo! ¡Cuántas conversaciones mantenidas qué permanecen frescas!¡Cuántos juicios tuyos que el devenir del tiempo ha confirmado!
Desde tu puesto en la Guardia en los Luceros seguirás las desventuras de tu amada Patria con la pasión por lo noble, lo bello y lo bueno que siempre mantuviste como estilo de vida.
Si bien su campo de acción fue la docencia, también hizo una incursión por el gremialismo. Quizás para frenar el "ladriprogresismo" del rojerío.
Su paso por el mundo sindical fue breve como debía ser. Elegido por el voto de sus compañeros por su honradez y espíritu de justicia necesariamente tenía que apartarse de un ámbito signado por la corrupción, la deslealtad y las apetencias.
Su renuncia, desinteresada como su vida, provocó el estupor de la fauna abisal de las sentinas gremiales: se había ido sin negociar sus fueros. Es decir sin aceptar un peso. Hecho que resultó inconcebible para los profetas de la mordida y el peculado, gente rastrera y vil, para los cuales la palabra caballeros solamente es la de un cartel que señala la ubicación de un mingitorio.
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