domingo, 13 de noviembre de 2011

Meditaciones dominicales

EL PADRE PÍO Y EL DEMONIO
   
      
El demonio existe y su papel activo no pertenece al pasado ni puede ser recluido en los espacios de la fantasía popular.  El diablo, en efecto, continúa induciendo hoy día al hombre justo al pecado.
      
Por esto la actitud del discípulo de Cristo frente a Satanás debe ser de vigilancia y lucha, no de indiferencia.  La mentalidad de nuestro tiempo desaforadamente ha relegado la figura del diablo a la mitología y el folclore.  Baudelaire afirmó, justamente, que la obra maestra de Satanás en la era moderna es hacernos creer que no existe.  Por ende no es fácil imaginar que el Diablo haya dado prueba de su existencia, cuando ha sido obligado a afrontar al Padre Pío en “ásperos combates”.  Tales batallas, tal como se reconoce en las cartas del Padre, fueron reales combates, siendo la última con sangre.
     
Uno de los primeros contactos que el Padre Pío tuvo con el príncipe del mal remonta al año 1906 cuando el Pío volvía al convento de Sant'Elia a Pianisi.  Una noche de verano no podía dormirse por el gran calor.  De la habitación vecina le llegó el ruido de los pasos de un hombre.  “El Pobre Fray Anastasio no puede dormir” pensó el Padre Pío.  “Lo llamaré para hablar un poco”.  Fue a la ventana y llamó al compañero, pero la voz se le quedó en la garganta al observar que sobre el alféizar de la ventana vecina se asomaba un monstruoso perro.  Así el mismo Padre Pío lo contaba: “Por la puerta, con terror, vi entrar un gran perro de cuya boca salía mucho humo.  Caí sobre la cama y oí que dijo: «Es él, es él» - mientras estuve en aquella posición, vi aquel animal que saltaba sobre el alféizar de la ventana y se lanzaba sobre el techo del frente, desapareciendo.”
           
Las tentaciones que Satanás empleó para hacer caer al Padre Pío se manifestaban de diverso modo. El Padre Agostino nos confirmó que Satanás aparecía bajo las formas más variadas: “Bajo forma de jovencitas desnudas que bailaban; en forma de crucifijo; bajo forma de un joven amigo de los frailes; bajo forma del Padre Espiritual, o del Padre Provincial; del Papa Pío X, del Ángel de la guarda; de San Francisco; de María Santísima, pero también en sus semblantes horribles, con un ejército de espíritus infernales.  A veces no había ninguna aparición pero el pobre Padre era golpeado hasta que le salía sangre, atormentado con ruidos ensordecedores, lleno de escupitajos etc.  Él lograba librarse de estas agresiones invocando el nombre de Jesús”.
          
Las luchas entre el Padre Pío y Satanás se agriaron aún más cuando el Padre Pío liberaba a los poseídos.  Más de una vez —el Padre Tarcisio contó de Cervinara— antes de salir del cuerpo de un poseído, el Malvado gritaba: “Padre Pío nos molestas tú más que San Miguel”.  Y también: “Padre Pío, no nos arranques las almas y no te molestaremos.”
             
Veamos cómo el mismo Padre Pío describe en las cartas mandadas a sus directores espirituales, los asaltos de Satanás.
                 
Carta al Padre Agostino, del 18 de enero de 1912: “…Barba Azul no quiere ser derrotado.  Él ha venido a mí casi asumiendo todas las formas.  Desde varios días acá, me viene a visitar, junto con otros de sus espíritus infernales armados de bastones y piedras.  Lo que es peor es que ellos vienen con sus semblantes.  Cuántas veces, me ha sacado de la cama y me ha arrastrado por la habitación.  ¡Pero paciencia!  Jesús, la Mamá, el angelito, San José y el padre San Francisco siempre están conmigo” (P. Pío da Pietrelcina: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni “Padre Pio da Pietrelcina”, Convento S. Maria delle Grazie, San Giovanni Rotondo - FG).

Carta al Padre Agostino del 5 de noviembre de 1912: “Estimado Padre, ésta también es su segunda carta a través de la concesión de Dios, y ha seguido el mismo destino de la anterior.  Yo estoy seguro de que el Padre Evangelista ya le ha informado sobre la nueva guerra que los apóstatas impuros están haciendo en mí.  Padre, ellos no pueden ganar, a su voluntad por mi constancia.  Yo le informo sobre sus trampas sé que les gustaría inducirme, privándome de sus sugerencias.  Yo encuentro en sus cartas mi único consuelo; pero para glorificar a Dios y para su confusión yo los llevaré.  No puedo explicarle a usted cómo ellos están pegándome.  A veces yo pienso que me voy a morir.  El sábado yo pensé que ellos realmente quisieron matarme, yo no hallaba a qué santo pedirle ayuda.  Yo me dirigí a mi ángel de la guarda, suplicándole ayuda; sin embargo me hizo esperar largo rato, y finalmente, voló alrededor de mí, cantando con su angélica voz himnos de alabanza a Dios.  Entonces una de esas escenas usuales pasó.  Le reñí severamente porque él me había hecho esperar tanto para ayudardarme, a pesar que lo había llamado urgentemente.  Por castigo, no quise mirarlo a la cara; quería que él recibiera más de un castigo de mí; quise huirle pero, el pobre me localizó llorando, me tomó hasta que yo lo mirara.  Lo miré fijamente en la cara y vi que él lo sentía” (P. Pío da Pietrelcina: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni “Padre Pio da Pietrelcina”, Convento S. Maria delle Grazie, San Giovanni Rotondo - FG).

Carta al Padre Agostino del 18 de noviembre de 1912: “El enemigo no quiere dejarme solo, me pega continuamente.  Intenta envenenar mi vida con sus trampas infernales.  Se molesta mucho porque cuento estas cosas.  Me hace pensar en no decir, los hechos que pasan con él.  Me dice que lo narre a las visitas buenas que yo recibo; de hecho él dice que le gustan sólo estas historias.  El pastor ha estado informado de la batalla que yo tengo con estos demonios, y con referencia a sus cartas; él me sugirió que yo vaya a su oficina a abrir las cartas.  Pero en cuanto yo abrí la carta, junto con el pastor, encontramos que la carta estaba sucia de tinta.  ¿Era la venganza del diablo?  Yo no puedo creer que usted me haya enviado la carta sucia; porque usted sabe que yo no puedo ver bien.  Al principio nosotros no pudimos leer la carta, pero después de poner el Crucifijo en la carta; tuvimos éxito leyéndola, aun cuando no éramos capaces de leer la letra pequeña…” (P. Pío da Pietrelcina: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni “Padre Pio da Pietrelcina”, Convento S. Maria delle Grazie, San Giovanni Rotondo - FG).

Carta al Padre Agostino del 13 de febrero de 1913: “Ahora, que veintidós días han pasado desde que Jesús permitió a los diablos descargar su enojo sobre mí.  Padre, mi cuerpo todo se magulla de las palizas que he recibido recientemente por nuestros enemigos.  En varias oportunidades, incluso me han quitado mi camisa, golpeándome de manera brutal…” (P. Pío da Pietrelcina: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni “Padre Pio da Pietrelcina”, Convento S. Maria delle Grazie, San Giovanni Rotondo - FG).

Extracto de una carta al Padre Benedetto de fecha 18 de marzo de 1913: “Estos diablos no dejan de pegarme, mientras que también me tumban de la cama.  ¡Ellos igualmente me quitan mi camisa, para pegarme!  Pero ahora ellos no me asustan ya.  Jesús me ama, Él me alza a menudo y me pone en la cama” (P. Pío da Pietrelcina: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni “Padre Pio da Pietrelcina”, Convento S. Maria delle Grazie, San Giovanni Rotondo - FG).

Satanás fue más allá de todos los límites de provocación, con el Padre Pío; hasta le dice que él era un penitente.  Éste es el testimonio del Padre Pío: “Un día, mientras estaba oyendo confesiones, un hombre vino al confesonario dónde yo estaba.  Era alto, guapo, vestía con algo de refinamiento, era amable y cortés.  Comenzó a confesar sus pecados: contra Dios, contra el hombre y contra las virtudes morales.  ¡Todos los pecados eran molestos!  Yo estaba desorientado por todos los pecados que él me dijo.  Yo respondí trayendo a colación la Palabra de Dios, el ejemplo de la Iglesia, la moral de los Santos, pero el penitente enigmático se opuso a mis palabras justificando sus pecados con habilidad y extrema cortesía, intentando ver como normal, natural, y humanamente comprensible todas sus acciones malas.  Y esto no solamente para los pecados que eran repugnantes contra Dios, Nuestra Señora, y los Santos.  Fue rotundo sobre la argumentación.  ¡Qué pecados mortales tan sucios y ásperos!  Las respuestas que él me dio con experimentada malicia me sorprendieron.  Me pregunté: ¿Quién es él?  ¿De qué mundo viene?  Intenté mirarlo bien, leer algo en su cara.  Al mismo tiempo concentré mis oídos en cada palabra para darle el juicio correcto que merecían.  De repente, a través de una luz vívida, radiante e interior reconocí claramente quién era él.  Con autoridad divina le dije: diga «Viva Jesús por siempre», «Viva María eternamente».  En cuanto pronuncié estos nombres dulces y poderosos, Satanás desapareció al instante en un goteo de fuego, mientras dejaba un hedor insoportable”.

Fray Pierino es sacerdote y uno de los hijos espirituales del Padre Pío que estaban allí presentes. Fray Pierino cuenta: “Un día, el Padre Pío estaba en el confesonario, detrás de las cortinas, las cuales no lo tapaban totalmente.  Tuve la oportunidad de ver al Padre Pío.  Los penitentes estaban en una sola fila.  En donde yo estaba, yo leía el Breviario, intentando siempre mirar al Padre.  Por la puerta de la iglesia pequeña, entró un hombre.  Era guapo, con ojos pequeños y negros, pelo canoso, chaqueta oscura y pantalones bien arreglados.  No quise distraerme, y seguí recitando el breviario, pero una voz interior me dijo: «¡Detente y mira!».  Miré al Padre Pío.  Ese hombre, simplemente se detuvo delante del confesonario una vez que el penitente anterior se marchó, desapareciendo rápidamente entre las cortinas delante del Padre Pío.  Entonces no vi más al hombre de cabello oscuro.  Algunos minutos después, el hombre se hundió en el suelo con sus piernas ensanchadas.  En la silla en el confesonario, de pronto ya no vi al Padre Pío, sino en su lugar a Jesús, pero un Jesús rubio, joven y guapo que miró fijamente al hombre, quien tuvo por tumba al suelo.  Entonces, emergiendo de Jesús, de nuevo logré ver al Padre Pío que retomaba su asiento.  Ahora podía ver claramente al Padre Pío.  Oí su voz inmediatamente: «¡Dense prisa!»  ¡Nadie notó este acontecimiento!  Todos continuamos de nuevo en lo que estábamos”.
   

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En cierta forma tuvo suerte el padre Pío que los demonios le pegaran. Tanto mas incidioso, doloroso y en extremo difícil de combatir ( o tan solo ver el enemigo)es la sutileza de Satanás, una inteñogemcoa amgéñica y mortal.
Carlos Díaz

Anónimo dijo...

Si el coludo se atrevio a tanto con este Santo Varon, cuanto hara con nosotros pobres pecadores. Oremos a Nuestra Señora, para que nos proteja de sus maquinaciones, sobre todo en esta Argentina.

Maria Mater Dei, ora pro nobis, peccatoribus, nunc et en ora mortis notra Amen.
Pehuen Cura.