ELIZABETH WILHELM
Pocas veces como en los días que corren, la conocida y severa advertencia de Horacio en su Epístola a los Pisones, se ha vuelto trágicamente vigente en esta patria enferma: parieron los montes y engendraron apenas un ridículo ratón.
Aunque ningún sentido críptico puede contener tal sentencia clásica en las actuales circunstancias, permítasenos explicitar que con la misma nos estamos refiriendo al engendramiento electoral de la primera farauta, con a.
Un sinfín de razones tornan abominable a la elegida. Mas si la síntesis impusiera ceñirlas a una tríada, diríamos que la primera es su ideología. Muestrario impúdico del incongruente progresismo nativo, a diestra sella en su nombre ententes múltiples con los mandos plutocráticos de la judeomasonería, y a siniestra alimenta y acompaña la revolución gramsciana, preñado su entorno de antiguos asesinos terroristas. Su mano de hiel reposa cómplice sobre los titulares de la usura internacional, a cuyos sones cabalistas todo vejamen nacional se consuma. Su otra mano, impregnada de bilis, alimenta y acrece la programada venganza del marxismo.
La segunda razón es su insolente ignorancia, consecuencia lógica de una vida apartada de la sabiduría, ajena a los saberes de formación, lejana y contraria en todo a la meditación y a la plegaria. Poseedora de los retazos pseudoculturales que le otorgó la praxis partidocrática, a la vera de un hombre inigualablemente necio, su mayor profundidad es su epidermis, y su entidad intelectual la de un jíbaro. Mas llamando temperamento a lo que a secas debiera llamarse temperatura, ha logrado autoconvencerse de que su fraseología vacua es una filosofía política necesaria de ser entronizada.
Denominaremos a la tercera razón disloque feminista, nutrido en la perspectiva del género, a la que no cesa de aludir en cuanto regüeldo público emite de sus colágenos belfos. Feminismo justificador de la contranatura, engendrador del aborto, destructor del orden natural, contrario en todo al plan de Dios y nutriente de una visión dialéctica en la que el sexo es apenas un instrumento más de la lucha de clases. Su irritativa soberbia es calculada manifestación del género que se quiere presentar como vencedor y prevalente; y su ostensible frivolidad —que no inspirará ninguna página de La Dorotea de Lope— es la irrefrenable predilección por las cosas baladíes o fugaces, concorde con un alma a la que Platón pintaría abajada, mas no por corceles negros sino por jumentos grises.
Ya peronista, ya neoliberal, ya chavista o zurda de tacones aguja y pilchas acaudaladas; ya abanderada del sionismo y fregona de sus desmanes; ya amontonamiento de siliconas y liposucciones, Cristina Elizabeth Fernández Wilhelm de Kirchner se escapó del laboratorio de Frankestein para alistarse en las filas del Golem. Lástima su nombre, decía Anzoátegui de Elizabeth II. “Porque Elizabeth es en Inglaterra un nombre con mal nombre, aquel que usó ese marimacho de cartón y corona… ¡Oh reina torpe! Reina no, mas loba libidinosa y fiera”.
A tamaño amotinamiento de vicios féminamente envasado, han dado su cordial bienvenida los obispos, tal vez los más cobardes e infieles de nuestra crónica eclesiástica. Ha dado su guiño congratulador el Cardenal Primado, cabeza de la Iglesia de la Publicidad, socio de la subversión y verdugo de los católicos fieles.
Ha dado, en fin, su legitimidad la clase política toda, puesto que fraude más o menos, su mandato ha surgido de la única deidad tenida hoy por tal, cual es el sufragio universal.
Nuestro repudio categórico e insumiso a la inmensa red de demócratas imbéciles, en especial a la conformada por aquellos que insisten en conciliar su condición de bautizados con la inserción en el masónico sistema.
Para la mujeruca, en cambio, amén del repudio, la prevención acaso profética de un destino de mandato trunco, no suspendido por castrenses jornadas sino por el espantoso caos del que emerge y que siembra a su paso.
¡Desperta ferro!, dicen que gritaban los cruzados de Roger de Flor, mientras golpeaban sus cuchillos contra las piedras, como queriendo personalizarlos y darles ánimo para el combate “¡Desperta ferro!” —cantaron después los nacionales de España— “la espada junto al labio. La espada cara al sol… Es mi camino la senda del honor”.
Que acumulen dormiciones y pesadillas los enemigos, en las apoltronadas butacas de sus despachos oficiales. Nosotros seguimos despiertos, sencilamente de a pie, por esta irrenunciable senda del honor. La esperanza nos dice que algún día, este desvelo nuestro, perpetuo y vigilante, hará que la patria despierte altiva y vigorosa, para reconocerse en sus sueños inaugurales y heroicos.
Antonio Caponnetto
Nota: Este editorial corresponde al número 69 de la Revista “Cabildo”, que está nuevamente en la calle por Dios y por la Patria. Por la Nación contra el caos.
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