Se insiste a menudo —sobre todo desde ciertos sectores que luchan con la mejor intención por acabar con la actual mentira histórica oficial— en presentar a Perón como el verdugo de la guerrilla, y el hombre que habría expulsado a sus cuadros de la Plaza de Mayo para combatirlos después de palabra y de obra. Se trata de un error grave en la información, en el criterio y en la interpretación de los hechos. Quienes, además de haber estudiado los mismos los hemos vivido, sabemos que la realidad fue muy diferente.
Es sorprendente e indignante esta exculpación de Perón en el estallido y en el despliegue del terrorismo marxista. Es sorprendente e indigante que se omita una relación ideológico-estratégica como la del peronismo y el marxismo, que está amplia y explícitamente documentada, que se esboza gradualmente desde 1945, que se nutre y se manifiesta en la década siguiente, que se organiza después de 1955, que irrumpe sangrientamente en 1969 y que culmina en la tercera presidencia del líder justicialista con los elogios y las asociaciones públicas a la Unión Soviética, adhiriendo al programa internacionalista previo paso por el continentalismo y el socialismo nacional, según el lenguaje oficial de la época.
Podríamos detallar hasta la minucia la larga nómina de complicidades entre Perón y el Marxismo, y aún con su vertiente armada revolucionaria. Podríamos atestar al lector de inequívocos textos y de acontecimientos concretos en los que se deja ver la crapulosa responsabilidad de Perón en el diseño y la prohijación de “las formaciones especiales”, como llamó técnicamente a las células terroristas. Sólo una confusión muy torpe, un oportunismo absurdo, una cobardía visceral o una mentira desembozada, pueden insistir en presentar a Perón como el gran confrontador del marxismo. Ni siquiera se puede afirmar esto de su tercera presidencia, época bajo la cual, sin duda, sus “jóvenes idealistas” se le escaparon de la mano e intentó vanamente frenarlos, aunque sin pronunciar jamás una palabra pública de arrepentimiento por haberlos puesto en marcha criminalmente. Y sin desdecirse de todos aquellos lineamientos ideológicos que alimentaron el extravío y le dieron sustento. Al contrario, fue durante esta tercera presidencia —supuestamente antimarxista— bajo la que se consumaron, con personajes siniestros gubernamentales como Ber Gelbard, los acuerdos ideológico-comerciales más firmes con la Unión de República Socialistas Soviéticas.
Una de las pruebas más ilustrativas de este funesto connubio peronismo-marxismo la constituye el encuentro en Madrid, en abril de 1964, entre Perón y el Che Guevara. Encuentro en el cual se acordó y se ejecutó la entrega al General de una importante millonada, procedente del castrismo cubano, para financiar “los movimientos revolucionarios en América Latina”, incluyendo, claro, el de la Argentina. Los testigos de la maniobra,como Julio Gallego Soto han sido más que claros en sus relatos. Y los depositarios de los relatos de Soto —Alberto T. López y Rogelio García Lupo— no son precisamente dos maccartistas.
Hacia octubre de 1966, el Che volvió a visitarlo a Perón, para interiorizarlo de su próxima locura terrorista en Bolivia y pedirle una mediación amistosa con el Partido Comunista Boliviano. Perón le aconsejó que no fuera porque las condiciones ambientales y políticas le serían adversas, agregándole paternalmente: “no se suicide”. Cuando por desatender sus prevenciones, finalmente Guevara muere, Perón envía una carta al Movimiento fechada el 24 de octubre de 1967, en la que expresa: “Ha caído en la lucha como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor”.
No se trata de un elogio aislado y ocasional al asesino marxista. Dos años después de la epístola que acabamos de transcribir, le remite otra fechada el 2 de agosto de 1968 a Ricardo Rojo, amigo, biógrafo y apologista del Che Guevara. Dice así: “Estimado amigo: al terminar de leer su interesante obra «Mi amigo el Che», deseo agradecerle la amabilidad de habérmelo enviado y dedicado: ha sido un verdadero placer su lectura. Esta relación histórica complementa admirablemente el contenido del «Diario del Che Guevara» publicado por el Gobierno cubano y da una idea real de los dolores y sacrificios de todo orden que este extraordinario hombre ha debido soportar en su agitada vida de revolucionario (…)
“La «guerra de guerrilla»‚ (…) se practicaba en gran escala ya en la época de Darío II. Desde entonces, hasta la II Guerra Mundial de 1938-1945, no ha dejado de ser en algunos sectores circunstancias, la forma de luchar (…) Yo, como profesional, he estudiado profundamente la guerra en la selva y he sido el creador del Destacamento de Montes, que en la atualidad tiene guarnición en Manuela Pedraza, precisamente cerca de donde el Che tuvo que desarrollar sus tremendas operaciones, sin más medios que su extraordinario valor personal y la firma decisión de vencer que le animaba como hombre de una causa. Sin embargo, cuando se opera contra fuerzas regulares especialmente preparadas para esa clase de lucha, tales virtudes no son suficientes; es preciso, por lo menos, contar con algo seguro en cuanto a fuerzas y medios de subsistir en medio tan inhóspito.
“Pero, pese a todo, yo creo como Usted, que el sacrificio del Comandante Che Guevara no ha sido en vano: su figura legendaria ya ha llegado con su ejemplo a todos los rincones del mundo y muchos anhelarán emularlo. Es que esta clase de sacrificios no sólo valen por lo que hacen, sino también por el ejemplo que dejan para los demás. Hasta su muerte, por la forma miserable en que se ha producido, ha tenido la virtud de mostrar claramente, con la clase de bárbaros que ha tenido que vérselas.
(…) Guevara ha sido el hombre de una causa y eso es suficiente para colocarlo en la Historia con valores propios e imborrables (…) Le agradezco nuevamente su gentileza y lo felicito por su libro tan instructivo para la juventud como útil para todos nosotros”.
El artículo que transcribimos a continuación no tiene nada que ver con nuestra posición doctrinal. No conocemos al autor ni al medio en que publica. Su perspectiva es distinta y opuesta a la nuestra. Pero retrata un hecho olvidado, crudo y veraz, que bien comprendido, y para quien rectamente pueda justipreciarlo, servirá de contribución documental a los efectos de que no sigan prosperando los falsificadores de la historia. Sobre todo aquellos que anhelan militar en las filas de los veraces, pero que no se atreven a decir brutalmente la verdad brutal, como decía Maurras.
Antonio Caponnetto
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DE MAL EN PEOR:
ERNESTO GUEVARA:
PERONISTA PRIMERO; COMUNISTA DESPUÉS
En octubre se cumplieron 40 años de la muerte, en una pequeña escuela de La Higuera, de Ernesto (Ché) Guevara, quien, ya, prácticamente en su treintena, descubrió el marxismo y se convirtió en uno de sus más emblemáticos expositores luego de una larga década de servir al peronismo. Veamos esta triste metamorfosis con tanta frecuencia ignorada.
Juan Domingo Perón, de regreso de haber servido una posición diplomática ante el gobierno de Benito Mussolini, es designado Ministro de Trabajo y Previsión Social en un gabinete que se esforzaba en mantener a la nación argentina alejada del conflicto mundial.
Dos años después, en 1945, ya el entonces Coronel Perón era, además, Ministro de Guerra y Vicepresidente del gobierno del General Edelmiro J. Farell. Contando con el respaldo de altos oficiales militares y la ascendencia de su compañera Eva Duarte sobre grupos sindicalistas, Juan Domingo Perón se convierte en la figura dominante de la política argentina. La mano dura con que quiere —y logra— imponerse, genera una fuerte oposición.
Una mañana de octubre la policía, fiel a Perón, irrumpe violentamente en las oficinas centrales del poderoso Partido Radical que buscaba constituir una coalición con los socialistas, los comunistas y los demócratas progresistas para oponerse a Perón y a su campaña presidencial. Los estudiantes y sectores populares se rebelan ante ese atropello y las medidas represivas tomadas por el régimen. Los partidarios del Hombre Fuerte recorren, con violencia, distintos barrios de Buenos Aires destruyendo vidrieras, golpeando a quienes se encuentran en derredor. Se acercaba un caos.
La presión forzó a un grupo de militares a exigir, el 9 de octubre de 1945, la renuncia de Perón a todos sus cargos y su detención en la isla Martín García. La situación se torna tensa. Los altos mandos militares forman una junta de gobierno. A ésta se enfrentan grupos sindicalistas, ya definidamente peronistas, que con impresionante apoyo militar y policial, organizan, para el 17 de octubre marchas hacia el centro de Buenos Aires solicitando la libertad y el regreso de Perón.
Igual situación se produce en la ciudad Córdoba, donde un joven, Ernesto Guevara, participando de las fuerzas de choque peronistas, destruía las vidrieras del periódico “La Voz del Interior”. En Buenos Aires dirigentes obreros paralizaban el transporte y los servicios públicos y el Coronel Juan Domingo Perón, el Hombre Fuerte, era liberado. Las tropas de choque de Perón, en las que participaba el joven Guevara, habían triunfado.
Con sus ideas y vinculaciones peronistas, Guevara recorrerá varios países de Sur América hasta llegar a Guatemala, donde presenció, indiferente, sin participar en ella, la lucha entre las fuerzas invasoras de Castillo Armas y el izquierdista gobierno de Jacobo Arbenz. En la pensión en que reside lo visita, con regularidad, el embajador argentino Nicasio Sánchez Torranzo, “diplomático peronista que, además, tenía un hermano general, sindicado como uno de los militares más adictos al presidente Perón”.
Se ha relacionado Guevara con Hilda Gadea, la aprista peruana de ideas marxistas y, a través de ella, con el cubano Ñico López, uno de los asaltantes, el 26 de Julio, del cuartel de Bayamo.
Depuesto Arbenz, Guevara, que vivía en la casa de dos mujeres salvadoreñas que se han asilado, se ve obligado a buscar otro alojamiento. Ninguno, más apropiado, que la Embajada peronista de Argentina. Entrará como huésped, no como asilado político, con cuyo nuevo embajador, Torres Gispena, cordobés, mantiene excelentes relaciones.
Hemos visto en su tierra nativa y en Guatemala, los dos países en que ha residido, la estrecha vinculación de Guevara con el peronismo. Ahora el bohemio a quien quieren presentarnos como redentor de las Américas, partirá hacia México. Veremos a que se dedica. Para quien trabajará.
Llega a la capital azteca el 21 de septiembre de 1954. Han transcurrido nueve años desde que el joven Guevara destrozara en Córdoba las vidrieras del periódico opositor “La Voz del Interior”, demandando la libertad de Perón y su reintegro al poder, y un año desde que en la tierra del quetzal fuera espléndidamente atendido por los embajadores peronistas.
Allá, en el lejano país sureño, Perón sigue recibiendo el embate de los grupos de extrema izquierda. Se mantiene en el poder gracias al respaldo de sectores de las fuerzas armadas, del apoyo de los altos intereses económicos y de los viejos dirigentes sindicales.
Quiere el presidente de la patria de Sarmiento mejorar su imagen internacional. Para eso, recién ha constituido una agencia de prensa que tratará de rectificar la “desinformación” que sobre él mantienen los medios norteamericanos. ¿Quién mejor para colaborar en este empeño que el leal y joven Guevara?. Alegre, se incorpora Ernesto, en un trabajo bien pagado, a la filial mexicana de aquella agencia de prensa peronista.
Como Perón es atacado por la prensa independiente norteamericana, Ernesto Guevara, para servir mejor a quien en Buenos Aires gobierna, y paga, dirige sus dardos contra el coloso del Norte; ataca sus instituciones, sus dirigentes. Pero en septiembre de 1955 Perón es depuesto por un golpe militar del General Eduardo Lonardi con el concurso, más doloroso aún para Guevara, de la guarnición de Córdoba. Ha caído su ídolo y ha perdido su paga. En carta a su madre, Celia de la Serna, Ernesto le dice “la caída de Perón me amargó profundamente”.
Es necesario enarbolar otra bandera. Buscar otro líder. Lo encontrará allí mismo, en México. Alguien, a quien el joven argentino no conocía, ha llegado a la capital. Será Ñico López, el locuaz y amistoso cubano que había conocido en Guatemala, quien lo presente. Primero, a Raúl. Luego, a Fidel.
Comienza su entrenamiento. De centinela en el Rancho Santa Rosa ofreció a la policía que asaltaba la finca cuanta información le fue solicitada. No cesó de hablar. Por Guevara supieron el nombre de todos los que en ese campamento se entrenaban para zarpar en la expedición del Granma. Partirá en ella como “médico” hasta que, asesinando a sangre fría al campesino Eutimio Guerra, se convertirá, ésas son sus palabras, en “un revolucionario”. Había llegado a Cuba “sediento de sangre” le dice a su esposa. La saciará con creces.
Dejará entonces, Ernesto Guevara su ya inútil peronismo para, con las nociones de marxismo que le impartió la aprista Hilda Gadea, tomar un nuevo ropaje que, cubierto de sangre, vestirá hasta su caída el 9 de octubre en La Higuera.
Enrique Ros
Nota: Puede verse el original en http://verdaderoche.blogspot.com
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