UNA SILENCIADA AGRESIÓN
Una gravísima noticia vio la luz el pasado 19 de septiembre, y rápidamente fue silenciada por los escasos medios que breve difusión le dieron. Ocurrió en Neuquén, con ocasión de una de las infinitas y depredadoras marchas organizadas por las izquierdas de toda marca y cruza. Esta vez, el motivo de la siniestra andadura era el reclamo por el desaparecido López. Al pasar por el Barrio Militar correspondiente a la IV Brigada de Montaña, una gavilla de manifestantes atacó cruel y cobardemente al Tte. Cnel. Walter Rom, que estaba solo, desarmado y sin uniforme en la puerta de su casa. Dándole palazos a él —dice la crónica de “La Nación”— y agrediendo a su automóvil y a su propiedad, siguieron la singular caminata arremetiendo a mansalva y arbitrariamante contra otras casas del mencionado barrio, sin privarse de arrojar bombas molotov contra la sede del Comando de la IV Brigada. La policía provincial se abstuvo de intervenir, una “alta fuente castrense” expresó “el malhumor militar” (sic) ante el episodio, los infantes de Carrió y otros detritos presidenciables pidieron que “dejara de humillarse a los uniformados”, y la escacharrada Garré emitió un comunicadillo de circunstancias, aclarando: “no se puede culpar a los militares en actividad por la represión ilegal de los '70”. Y a otra cosa. A seguir bailando por un sueño.
Mal haríamos en sorprendernos, pues a episodios similares o peores nos tiene acostumbrados este tiempo luctuoso de la patria vejada. Pero mal haríamos asimismo al no trazar aquí el perfil de los culpables, y el porvenir previsible de espanto y de ruina que ha de seguirse si una reacción condigna no pone freno a la tiranía.
Culpable es el gobierno:amontonamiento despótico de cuanto criminal ideológico o físico participó de la guerra revolucionaria marxista. Culpable es la partidocracia, que ha convalidado en pleno este asalto terrorista al poder, como decía Genta. Culpables son las cúpulas militares, cuyas conductas cobardes, cómplices y rastreras han convertido a las Fuerzas Armadas en paralíticos golpeados para la sádica diversión de sus enemigos. Culpable es el Generalato, complacientemente prosternado ante los homicidas de sus antiguos camaradas, y quienes mansamente se le subordinan a mandos tan insensatos. Culpables son los medios masivos, instilando a toda hora sus inocultas predilecciones por los subversivos y sus odios rencorosos a quienes los combatieron. Culpable es la Conferencia Episcopal que se coloca entre las damnificadas de la represión, abandona a su suerte a los capellanes castrenses ultrajados, y está más pronta a festejar con la Sinagoga una celebración que niega la Encarnación del Verbo, antes que erigirse en custodia espiritual de los soldados argentinos. Culpable es esa roña que se ha vuelto ingente, se exprese en piquetes, estudiantinas, manifestaciones, escraches, cortes de ruta, toma de colegios o asambleas populares, que sólo son por norma rejuntes de activistas ácratas y delictivos, convenientemente subsidiados.
Que se encuentre de una vez a López o a quienes son los responsables de sus desventuras; que se apliquen castigos condignamente si hay culpables en este oscuro episodio. Que ni un solo delito, si lo hubo, quede consentido o apañado. Pero mantener a perpetuidad el fantasma de un desaparecido al solo efecto de incrementar a mansalva el resentimiento hacia las Fuerzas Armadas y de Seguridad o, lo que es peor, a los efectos de elaborar un montaje oficial para encarcelar y difamar a presuntos sospechosos, es y será siempre de una repugnancia moral invencible, amén de una ruina política sin atenuantes. No es al supuesto aparato represivo intacto al que hay que investigar. Es al concreto, visible, poderoso, multiforme y oficial aparato marxista dominante, que dispone de la vida, de la honra y de la libertad de quienes considera sus opugnadores. Ninguna agrupación militarista estuvo tras la hipotética tragedia de Gerez. Todos los resortes estatales saltaron en cambio tras la descubierta parodia. Están buscando nazis y el Eje fue derrotado en 1945. En el país mandan Castro, Chávez, Evo Morales, los Kirchner y su lobby judaico, pero cae una hoja y la culpa la tienen los conjeturales émulos de Hitler.
En la célebre Carta a un Militar Español, José Antonio le decía a los guerreros: “no podrás, aunque quieras, ser sordo y ciego ante la apremiante angustia de España. Y por mucho que acalles las inquietudes de tu propio espíritu, no podrás eludir, en las largas vigilias del servicio, estas preguntas inaplazables: ¿qué es lo que está ocurriendo?, ¿este Estado en cuya defensa arriesgo la vida, es el servidor del verdadero destino patrio?”
La respuesta a estos interrogantes no es el golpismo, cuya última mamarrachada funesta seguimos padeciendo. La respuesta es el honor y el valor, la doctrina recta, el ánimo firme, y la espada siempre pronta para repeler las injustas y procaces agresiones de esta izquierda depravada, que hedionda e impunemente ha posado sus zarpas sobre aquello que no les pertenece: La Argentina.
Antonio Caponnetto
Nota: Este editorial pertenece al número 68 de “Cabildo”, correspondiente a los meses de septiembre/octubre de 2007, que se halla a su disposición en los kioscos.
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