LA TIRANÍA MONTONERA
Una seguidilla de felonías, absolutamente connaturales al sistema y repetidas desde antaño con más o menos repercusión pública, ha ocasionado recientemente la desgarradura de túnicas de la ciudadanía y de algunos de sus presuntos dirigentes. Un medicucho felón de onomatopéyico gentilicio, dejó de ser un hombre de pro para venderse al oficialismo. Un canciller famoso por su vacua arrogancia y su ligazón al mundo jurifutbolista, osciló entre Enrique IV y la tortuga Manuelita, armando y desarmando su viaje a París según auscultaba los vituperios de la plebe. Y un bizarro policía, que bien hubiera hecho en no trocar su noble oficio por el de politicastro regiminoso, no pudo asumir su banca, conseguida en olor de multitud, hostilizado por un desvergonzado sicario, de los tantos con los que cuenta el enajenado Kirchner.
En consecuencia, los ayes se repiten por doquier, con el comprensible común denominador de que la voluntad popular ha sido manipulada y defraudada. Y hasta las vestales del Régimen llega el grito horrísono y unánime del gentío, preguntándose sus miembros para qué corno los hacen votar. Como ocurriera hace unos años, el estupor y la indignación se traducen en el deseo de que se vayan todos, acentuado en este caso por la conciencia creciente de que a la estafa electoral se le suma, ya no la inacción presidencial como otrora, sino el despotismo cada vez más insoportable y atroz del jefe de la banda gobernante.
Estamos pues, técnicamente hablando, frente a una crisis de legitimidad, frente a un cuestionamiento fundado, si no aún de la naturaleza, de seguro, del funcionamiento de la democracia. Comprensible será que quieran disimular la tal crisis quienes la causan y medran de ella, y la ignorante legión multimediática, dispuesta a consentir y a ejecutar cualquier ultraje a lo sacro mientras no se roce la populista deidad. Comprensible será que los turiferarios del Modelo propongan curar sus presuntas irregularidades con mayores dosis del mismo veneno en el que a diario abrevan.
La verdad que no quiere decirse ni escucharse es que la democracia es la corrupción de la República, el tumor social de incontrolable metástasis, la rebelión de lo abisal contra lo señorial, la subversión de la ficta soberanía del pueblo contra la soberanía de Dios, la forma impura de gobierno que conduce fatalmente al totalitarismo del número, a la ascensión de los crápulas, a la impunidad de los hampones, a la consolidación de los mercaderes y al triunfo de la contranaturaleza. Y sobre todo, a la autocracia del ungido por el demos, que en este caso, exhibe y resume en Kirchner, desde las formas más degradadas de la vulgaridad hasta los estertores más bestiales del rencor marxista, y las manifestaciones más lunáticas de un ridículo cesaropapismo.
La verdad aquí callada es que no es la voluntad del pueblo la que padece decepción y vejamen, sino la patria, a la que en nombre del mayoritarismo sufragante, una vez más, se la ha despojado de su entidad y de su decoro, de su estirpe y hasta de su más elemental pudicia. Todo se lo ha tragado esta tiranía montonera, consolidada sobre hechos y personajes a cual más depravado e impune.
Es curioso que los ideológos, el vulgo todo y los subsidiados cronistas y pedagogos oficiales, hayan convertido los siete años del Proceso en el eje monopólico del mal de toda la historia argentina. Una especie de horroroso axis mundi que dividiría en dos nuestro devenir, conteniendo todo él la sumatoria de calamidades. Ya saben de sobra amigos y enemigos nuestra oposición absoluta a aquel desdichado ensayo político-castrense. Ya saben asimismo del profundo desprecio que sentimos por las pasadas y presentes cúpulas militares, incapaces de guardar fidelidad a la sangre de los caídos en las batallas justas contra rojos e ingleses.
Pero es curioso, repetimos, que los hipotéticos o reales vicios que le son achacados al Proceso, hayan sido sobrepasados, decuplicados y potenciados con creces bajo la autoproclamada democracia de ininterrumpidos veintidós años, sin que nadie crea conveniente plantearse si acaso no estará el mal en la naturaleza misma del sistema. Si acaso, democracia, no es el nombre y el apellido del oprobio, del espanto, de la traición y de la ruina. Si acaso esta democracia moderna, eficiente y estable anhelada por los jerarcas procesistas, no ha sido la vía para que se instalase impune esta repugnante y montoneril opresión.
Por eso, para reconquistar lo que quede de la argentinidad doliente y restañarle las heridas que la tienen llagada, es necesario que los patriotas lúcidos y corajudos se apronten a resistir. A los tiranos no hay que temerles sino mostrarles los pies de barro, mediante los cuales sucumbirán mañana, cuando no puedan sostener su propia nadería.
Antonio Caponnetto
Nota: Este editorial fue publicado en el nº 52 de la Revista “Cabildo”, tercera época, correspondiente al mes de diciembre de 2005.
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