DEL HOLOCAUSTO
Y LA MORDAZA
La cantidad de muertos no es lo que importa. Si no murieron en cámaras de gas, igual merecen nuestro respeto. El escándalo en torno a los dichos de Richard Williamson tiene por fin preservar un dogma celosamente cultivado, y de una indudable utilidad política.
“Lo que nos gobierna no es todavía un estado policial, pero están acorralándonos, aquí y en los EE.UU. El Estado policial dio un gran salto adelante con el 11 de Septiembre, y espero que ninguno de nosotros crea que el 11-S fue algo parecido a lo que nos pintaron. Por supuesto que las torres se derrumbaron, pero no a causa de los aviones, sino por una demolición profesional, realizada con una serie de cargas explosivas desde arriba hacia abajo... Esta es una mentira global, la más tremenda mentira de tiempos recientes. Para esclavizar nuestras mentes, y convencernos de que el Estado policial es bueno y necesario”.
¿Se trata de las declaraciones de un anarquista, de un fanático de las teorías de la conspiración, de algún ayatolla radical? No. Son palabras del obispo católico Richard Williamson, durante una misa en su Inglaterra natal, en Diciembre de 2008.(1)
Cuando se analiza el discurso de Williamson en torno al “Estado policial”, el engaño masivo al que son sometidos los ciudadanos, y la precisa denuncia en torno a las patrañas del 11-S, es extraño leer crónicas que describen a su orden religiosa como retrógrada y medieval, paralizada en consignas conservadoras.
Hace pocos días, este controversial sacerdote sufrió un disgusto luego de conceder una entrevista a la TV sueca desde su residencia argentina. El Gobierno, días después del escándalo internacional que se desató porque el religioso dijo que “las evidencias históricas dicen que no hubo cámaras de gas” en la Alemania de Hitler, decidió conminarlo a abandonar territorio argentino. La decisión fue celebrada en casi todo el arco político, en los medios y por supuesto entre los voceros de la comunidad judía internacional. La descripción que dieron los medios lo pinta sin piedad: es un “obispo nazi” que “niega el Holocausto”.
Percepciones comunes y revisionismo
El episodio y la reacción gubernamental aparecen como desproporcionadas. ¿Por qué es grave disentir sobre detalles históricos de matanzas del pasado, y no es grave cometerlas en el presente? El Gobierno, por caso, no expulsó a ningún diplomático israelí durante el último y devastador ataque a territorio palestino. Y nadie, en estos años, declaró “persona no grata” a Bush, Rumsfeld y otros notorios genocidas de Iraq, Afganistán y otros territorios.
Es preocupante que se instale la cultura de la “negación del Holocausto” como un crimen de opinión, como un delito de la palabra tal como existe en Alemania, Francia y Austria, donde hay académicos e investigadores procesados y encarcelados por “negacionistas”. ¿Quién tiene autoridad para decidir que sobre ciertos hechos históricos ya no se puede debatir o investigar?
Williamson es estigmatizado por calificativos como “ultraconservador”, “lefebvrista” o “antisemita”, pero sus puntos de vista sobre el Holocausto son cuidadosamente estudiados. Pueden contrariar las percepciones comunes que tenemos sobre el genocidio de judíos en Alemania, pero no las perspectivas de los historiadores revisionistas, que cada vez son más.
Durante las últimas décadas, los revisionistas —que tímidamente empezaron con unos pocos autores— han acumulado una increíble y cada vez mayor cantidad de argumentos científicos en contra de la versión oficial del Holocausto. Por caso, las dudas en torno a la existencia de cámaras de gas las planteó por primera vez el historiador inglés David Irving hace ya bastantes años.
¿Qué dijo realmente Williamson? El video con sus declaraciones es transparente. En primer lugar, no niega el Holocausto, sino que debate sobre la cantidad de muertos: afirma que según sus estudios “murieron entre 200 y 300 mil judíos, y probablemente ni uno solo en cámaras de gas”. El obispo rechaza explícitamente la palabra “antisemita” durante la entrevista, y sólo se limita a explicar las razones técnicas por las cuales un experto norteamericano en cámaras de gas concluyó que muy improbablemente hayan funcionado en Auschwitz cámaras de gas. Se trata de El informe Leuchter, que tiene más de 20 años. La historia merece un breve desarrollo.
El informe Leuchter
Todo empezó con los juicios a los que fue sometido el ciudadano canadiense Ernst Zündel,(2) acusado de “difundir falsedades sobre el genocidio” y mentir sobre las muertes de millones de judíos. Zündel fue defendido por otros revisionistas, quienes lograron contratar al máximo experto mundial en cámaras de gas: el ingeniero yankee Fred A. Leuchter, que construye y mantiene cámaras de gas para ejecuciones en Estados Unidos y Canadá. Leuchter viajó a Polonia con un equipo de especialistas y visitó los llamados “Campos de Exterminio” de Auschwitz, Birkenau y Madjanek, en los que habrían sido gaseados cuatro millones, un millón y doscientos mil judíos respectivamente, según Simon Wiesenthal, cifras aceptadas como “reales” por los historiadores ortodoxos.
Lo que se desprende de los análisis de Leuchter es que una cámara de gas requiere de extremos cuidados y avanzada tecnología para funcionar a nivel de ejecuciones individuales, como sucede en Estados Unidos. Por lo tanto, es mucho más complicado pensar en hacer funcionar cámaras de gas para ejecuciones masivas.
Es largo detallar todos los estudios técnicos y consideraciones que se realizaron en el lugar, pero la conclusión fue que las condiciones de aislamiento ambiental de las presuntas cámaras eran absolutamente incompatibles con el supuesto de que se usaban para gaseamientos masivos, pues el vapor tóxico hubiera escurrido causado estragos, matando a todos los presentes, operarios y presos por igual.
Por éstas y otras evidencias, la conclusión de Leuchter —insospechable de ser un neo nazi— fue lapidaria: “Después de la revisión de todo el material y de la inspección de todos los lugares correspondientes a Auschwitz-Birkenau y Majdanek, encuentra el autor que las pruebas son abrumadoras: no hubo cámaras de gas para la ejecución en ninguno de esos lugares correspondientes”.
¿Suena disparatado, ideológicamente manipulado o fomentado desde el racismo y el odio? No. Es sólo un informe técnico. Fue terminado el 5 abril de 1988, y significó un duro golpe por los propagandistas oficiales del dogma.(3)
De números y consideraciones morales
Cuando Williamson pide “pruebas” sobre el Holocausto, puede sonar provocativo, pero sabe de lo que habla. Nadie niega los horrores de la persecución del gobierno nazi a judíos, gitanos y otras minorías, y de que hubo miles de muertos. Sin embargo, la cifra “oficial” de seis millones de muertos judíos es una “verdad comúnmente aceptada” pero difícil de probar.
En realidad, según muchos libros y documentos, la cifra de seis millones apareció como un “slogan” que reforzaba las demandas de ayuda y resarcimiento, antes incluso de que terminara la guerra. Los seis millones se convirtieron en un eficaz “sound bite” para la industria de las indemnizaciones que todavía se prolonga, y para la erección mundial del Holocausto como “el mayor de los horrores”.
Las cifras que muestran los documentos oficiales están más cerca de los cálculos de Williamson que de “la historia oficial”: la Cruz Roja, por caso, terminada la guerra informó oficialmente que los judíos muertos entre 1939 y 1945 fueron unos trescientos mil.
Luego están los cálculos en torno al nivel de la población. Es lógico pensar que un descenso de seis millones en la población judía mundial impactaría significativamente en los censos. En 1959, el profesor Einar Aberg publicó en Suecia un cálculo estadístico, en el que la cifra de 6.000.000 de judíos muertos no correspondía con la información de fuentes como la American Jewish Comittee y la Statistical of the Synagogues of America. Los muertos no aparecen (o mejor dicho, no “desaparecen”) en las estadísticas, que muestran una población mundial de judíos relativamente estable en poco más de quince millones durante los años de la guerra. Una caída de seis millones era técnicamente imposible de ser compensada con mayor cantidad de nacimientos. Sería imposible “aun cuando todo judío fisicamente apto se hubiese dedicado exclusivamente día tras día, durante las 24 horas, en los años de 1939 a 1949 a la procreación con cada una de las mujeres de su raza”, razona Aberg.
El debate de los historiadores es mucho más largo y complejo. Pero no hace falta extenderlo aquí, porque el punto es que trescientos mil muertos judíos es de todos modos una cantidad horrorosa de víctimas. Y que hayan muerto en cámaras de gas, por inanición o fusilados importa poco a los efectos de homenajear su memoria.
Entonces, ¿por qué tamaña reacción de indignación por las opiniones de un obispo? ¿Es irrespetuoso investigar y preguntarse hasta dónde es verdad lo que hemos escuchado en forma hipnótica durante tantos años?
La expulsión de Williamson es sólo un capítulo más del acoso político y judicial contra quienes se atreven a revisar la historia oficial. Si el Holocausto se impone como un dogma a fuerza de mordaza, algo huele mal en este mausoleo.
La narrativa de los ganadores
El Holocausto ha sido durante cincuenta años una narrativa efectiva para introducir los puntos de vista de los ganadores de la guerra. Tiene los ingredientes ideales para impactar las conciencias de millones de teleespectadores: como toda película exitosa de Holywood, cuenta con villanos perfectamente odiosos —Hitler y sus lugartenientes—, atrocidades memorables —cámaras de gas, trenes de la muerte, pilas de cadáveres y mucha violencia— y un final feliz: los aliados-héroe que derrotan a los malos y liberan a las víctimas.
Es una historia simplificada que oculta convenientemente las atrocidades cometidas también por el bando ganador (los Aliados), el protagonismo del “tercero ignorado” (la Unión Soviética) y los padecimientos sufridos por otros pueblos y minorías involucrados en el conflicto. Es un relato en “formato TV”, desconectado de la historia, fácilmente transmitible y reproducible en museos, fotos, artículos, películas.
La reacción desmesurada contra los pocos que se atreven a poner en tela de juicio esta urdimbre de historias construida durante décadas, intenta mantener la salud del dogma acallando la voz del revisionismo. Para esta corriente, la historia del Holocausto es una propaganda de guerra creada inicialmente por los Aliados para satanizar a los alemanes y elevar la moral de los soldados. Luego, los sionistas difundieron esta propaganda con la intención de cobrar grandes indemnizaciones para financiar la creación de un hogar nacional judío en Palestina. Además, los revisionistas dicen que:
- El trato de los alemanes hacia los judíos no fue diferente al trato que daban los aliados a sus enemigos en la guerra. A su vez, muchos alemanes y judíos murieron no por la represión del régimen, sino por los bombardeos aliados.
- Los judíos sufrieron los desastres de la guerra, la separación y deportación a campos de concentración, las muertes por epidemias, ejecuciones, represalias o hasta masacres. Pero todos esos sufrimientos los padecieron también otras naciones o comunidades durante la guerra así como también los alemanes y sus aliados.
Polémica o lógica, creíble o no, esta perspectiva “igualadora” de las cualidades morales de todas las partes en la guerra es la enemiga mortal del dogma. Contra ella disparan quienes acusan aquí y allá a los “negacionistas”. Y disparan ferozmente.(4)
Porque, como señala el pensador judío Gilad Atzmon,(5) la narrativa del Holocausto es políticamente vital para la “supremacía moral” de Occidente. Es la historia que explica por qué el eje Estados Unidos - Israel personaliza el “bien” y sus enemigos “el mal”. Es el apoyo ideológico del expansionismo, y una invalorable herramienta para “marcar el campo” y provocar “efectos de sentido” en las audiencias en torno al carácter de personajes y eventos en el mundo (recordemos la analogía de Saddam Hussein con Hitler, y el llamado a rescatar a los iraquíes de “su Auszchwitz”).
El dogma del Holocausto tiene otra ventaja adicional: al funcionar como un argumento autosuficiente contra el racismo, el totalitarismo y el nacionalismo, y al haber combatido Hitler contra los comunistas rusos, también el centroizquierda de todo el mundo adhiere a su “mensaje”.
De horrores y hogueras
Pero sólo la repetición hipnótica, y la inflación de cifras y detalles macabros, le da al Holocausto su pretendido aire de “el mayor de los horrores”. Nada nos obliga a pensar que la represión nazi fue más horrorosa y dañina que los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la invasión de Vietnam o la reducción de Palestina a un campo de concentración masivo. Pudiera serlo, pero sólo la investigación, los documentos históricos y la palabra de estudiosos neutrales puede establecerlo.
Con el dolor y la tragedia humanas no valen especulaciones mezquinas de etnia o de nación: se trata de trabajar creando conciencia para evitar nuevos genocidios, no de ver quién arroja más muertos sobre la mesa. Las víctimas de la Segunda Guerra son de toda la Humanidad. Si algún grupo pretende arrogarse el papel de “damnificado mayor”, es natural que se despierten suspicacias.
Si no se puede revisar el dogma del Holocausto, más razones tenemos para desconfiar de su veracidad. En primer lugar, porque es fácil asociar la estructura habitual de la propaganda imperial con los descubrimientos de los historiadores revisionistas: los mismos “sound bites”, los mismos trucajes de pruebas, las mismas “armas de destrucción masiva”, los mismos “villanos irredimibles” y el mismo “ejército liberador”. Y en segundo lugar, porque es evidente la explotación política del dogma para asegurarle al eje Estados Unidos - Israel el monopolio de la condición de “liberador” y “víctima”, respectivamente. Y también, por supuesto, el monopolio de las “políticas de exterminio” legítimas, es decir, aquellas empleadas contra quienes “se lo merecen”.
Por eso, el escándalo en torno a los dichos de Williamson es una verdadera muestra de intolerancia y persecución política. La lapidación pública del obispo se parece más a la quema en la hoguera de Giordano Bruno, que a un acto de humanismo y corrección política.
Además, no es ocioso pensar en una represalia por la conducta en general “poco apropiada” de Monseñor, teniendo en cuenta su campaña en torno a los atentados del 11 de Septiembre, otro gigantesco “montaje narrativo” sobre el que se multiplican los libros de denuncia y las pruebas que refutan la versión oficial. Aquí también hallamos un cóctel noticioso de impacto, que combina elementos reales con mentiras, falsas pruebas y evidencias sustraídas, un villano demonizado y la escenificación de un “ultraje” que requiere reparación. ¿Será todo pura casualidad?
Claudio Fabián Guevara
Publicado originalmente en: http://blogs.clarin.com/cuba/2009/2/23/williamson-dogma-del-holocausto-y-mordaza
Notas:
1) Un video completo traducido sobre este mensaje se puede ver en http://911allthetruth.wordpress.com
2) Zündel es explícitamente un simpatizante de Hitler como líder político, y escribió libros narrando aspectos de su personalidad normalmente desconocidos. Pero sobre todo la campaña de este hombre nacido en Alemania estuvo dedicada a aliviar a sus conciudadanos del sentimiento de "culpa colectiva".
3) Le costó caro. Fred Leuchter fue sistemáticamente perseguido y descalificado, y hasta se filmó una película sobre su vida titulada: “Señor Muerte”. Por su parte, Ernst Zündel fue declarado culpable por el Jurado, el 11 de mayo de 1988, “por difundir noticias falsas, a sabiendas, sobre el Holocausto”. Fue sentenciado a nueve meses de prisión, y se le concedió libertad bajo caución después de haber firmado una orden mordaza, prometiendo no escribir ni hablar sobre el Holocausto. Se juntó en la historia con el destino de Galileo.
4) Además de los casos de estudiosos enjuiciados y encarcelados por “negacionismo” del Holocausto en diferentes países, son frecuentes además las intimidaciones, los despidos y sobre todo las campañas de desprestigio y descalificación. Hay un verdadero ejército cuidando por la “salud” del dogma. El propio término “negacionistas” es en sí mismo descalificante.
5) La crítica de Gilad Atzmon al “mito del Holocausto” es demoledora. Nacido en Israel, también critica las políticas del Estado israelí y defiende la causa palestina. Vive exiliado en Londres y su trabajo se puede leer en http://www.gilad.co.uk
3 comentarios:
Totalmente. Muy, muy bueno. Gracias
Los judíos deberían ser los mas agradecidos a los investigadores del denominados Holocausto, pues han sido vergonzosamente engañados por sus dirigentes con horripilantes cuentos macabros que los han llenado, durante mas de cincuenta años, de zozobra y terror.
Los gobiernos de EE.UU., la ex-Unión Soviética, el Estado de Israel, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Austria, deberían indemnizar a todos los judíos por haberlos aterrorizado con mentiras que solo pueden ser sostenidas con la represión y la persecución de los hombres de buena voluntad que se negaron a aceptar las míticas fabulaciones.
El Estado Vaticano que desde Juan Pablo II se ha sumado a la Mentira Oficial y a las persecuciones también debería solventar los fondos indemnizatorios a judíos. Otro tanto debería regir para el Arzobispado de Buenos Aires, cómplice también del Engaño Universal.
LOS DERECHOS DE LA ARITMÉTICA
En 1938, había en el mundo 15.688.259 judíos (1). Diez años después, es decir, después de las persecuciones nazis y del supuesto holocausto de los seis millones de gaseados y cremados, habían, en todo el mundo, entre 15.600.000 y 18.700.000 judíos, según un artículo aparecido en el diario ‘The New York Times’ (2) suscrito por Hanson William Baldwin, experto demógrafo.
Tomemos como cierta la evaluación más baja, es decir, la más favorable a la tesis oficial de los seis millones de judíos asesinados, o sea, 15.600.000 judíos, y observaremos que resulta que en los diez años que mediaron entre 1938 a 1948 (época que incluye los años de guerra, de 1939 a 1945, durante los cuales se asegura muy seriamente que Hitler hizo matar a seis millones de judíos) la población judía ha permanecido inalterable, cubriendo, con seis millones de nacimientos, los supuestos seis millones de muertos. Es decir, que en siete años de persecución, y tres años de posguerra, los judíos supervivientes de la matanza, 16 millones menos 6 millones igual a 10 millones, han logrado, en un alarde sexual sin precedentes en la Historia, un incremento de población del ¡60%! Y si se toma la cifra más alta propuesta por Baldwin, es decir, 18.700.000 judíos, resultaría que si Hitler efectivamente hizo matar a seis millones de judíos, nos encontraríamos con un incremento de la cifra demográfica de nueve millones, o sea un aumento de tres millones más otros seis millones de nacimientos para suplir los seis millones de judíos pretendidamente gaseados o cremados por los nazis.
Si en 1948 había en el mundo dieciocho millones de judíos, el nacimiento de nueve millones de judíos durante los diez años del período 1938-1948, o sea un incremento total del 100%, es una imposibilidad física. Ni aún cuando todo judío púber se hubiera dedicado, exclusivamente, veinticuatro horas diarias a practicar el coito con mujeres púberes de su raza (el que hubiesen podido llegar a engendrar, en diez años, nueve millones de retoños), está en pugna total con las leyes de la genética, por muy sexualmente obsesos que se quiera suponer a los correligionarios de Freud.
(1) ‘World Almanac’, pág. 74, 1947. Cifra facilitada al referido Almanaque Mundial por el ‘American Jewish Comittee’ y por la Statistical of the Synagogues of America.
(2) Ejemplar del 22 de febrero de 1948. El propietario de este diario es el judío y sionista Arthur Hays Sulzberger.
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