miércoles, 5 de septiembre de 2012

In memoriam

DON RUBÉN
CALDERÓN BOUCHET
   
† 4 de septiembre de 2012
      
Sabíamos que los últimos años lo tenían, a don Rubén, más en la Patria que en esta tierra doliente.
   
Blanca, su mujer, y entrañables amigos formaban la legión de leales junto al Supremo, aguardándolo.
   
Lo visitamos hace cuatro años y entre risas, recuerdos y entrevista recobramos, firme, su estirpe y su magisterio.
   
Escuchaba poco y para no llamarse "sordo" se reía de ser, en lenguaje de pedantes, "persona no audiente".
  
Fue mi profesor cuando yo era estudiante; fue de todos el mejor y mejor que ninguno me enseñó la Metafísica.
   
A Tomás nos introdujo sin descuidar a los  antiguos;  Maurras fue su predilecto pero sobre todos amaba al Señor.
   
La Iglesia y la Patria, damas amables de caballeros andantes, fueron tenaz desazón de su criollo corazón.
   
El buen vino no desdeñaba, "Empédocles, el de Agrigento, y Tomás el de Aquino”, le enseñaron cómo "empinar el pico".
  
A los que deseaban investigar, aconsejó siempre "cinco lenguas estudiar", griego para Platón y latín para Tomás.
   
El inglés "porque así es mi amigo"; francés pues es música en los oídos; el alemán para Hegel saber sufrir.
   
Recuerdo con honor que a mí en lo personal me dijo que si amaba filosofar al maestro Guido debía escuchar.
   
Siendo yo adulto, pretexto nunca ha faltado,  “Pax Romana” y “Valija Vacía” mediante, para abrevar en su estilo elegante y sabiduría sin par.     
¡Don Rubén, el Cielo es ahora su morada;  su mujer y los amigos lo abrazan; la Iglesia Triunfante y el Supremo Capitán han coronado su victoria!
  
Ernesto R. Alonso
   

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente evocaciòn del ilustre maestro Calderòn.
La tierra Argentina se ha quedado más triste y màs vacía con su muerte. Nos consuela saber que en el Cielo tenemos un nuevo intercesor.
La última vez que lo vi fue hace un par de años en Mendoza, un mediodìa, a la salidad de Misa. Sabiendo que yo estaba, con increible humildad, me buscó. Lo saludè con la reverencia que es de imaginar. Pero él, obviando toda formalidad, con esa campechanía criolla y señorial de autèntico aristócrata, metió su mano en el bolsillo del abrigo, extrajo un sobre que contenía, luego supe, una suma de dinero, me lo entregó y me dijo: "Dele esto a su hermano, para Cabildo, para que siga puteando... Porque, mire que su hermano putea lindo".
Así era este maestro y señor.
Le encomedamos la Iglesia y la Patria.
Mario Caponnetto