domingo, 6 de junio de 2010

Sermón de Corpus Christi


EL SACRAMENTO
DE LA EUCARISTÍA

La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad, es decir, toda la Persona de Cristo, vivo y glorioso, bajo las apariencias de pan y de vino.

El Concilio de Trento define claramente esta verdad, fundamental para la vivencia y adoración de Cristo: “En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad, Cristo íntegramente”.

Como católicos, creemos que Jesucristo está personalmente presente en el altar siempre que haya una Hostia Consagrada en el sagrario. Es el mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que andaba por los caminos de Galilea y Judea. Creemos que Él viene ahora como nuestro huésped personal, cada vez que recibimos la Santa Comunión.

La Eucaristía es uno de los Siete Sacramentos instituidos por Cristo para que participemos de la vida de Dios. Es el mayor de todos los Sacramentos, porque contiene a Cristo mismo, el Autor Divino de los Sacramentos.

Hay tres aspectos o momentos en la Eucaristía: El primero es la Presencia Real de Cristo en el altar, siempre que haya una Hostia Consagrada en el Sagrario. Segundo, la Eucaristía como Sacrificio, que es la Misa. Y tercero, la Santa Comunión.

La palabra Eucaristía, derivada del griego, significa “Acción de gracias”. Se aplica a este sacramento, porque Nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es para nosotros el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios.

La Sagrada Eucaristía es el verdadero centro del culto católico, el corazón de la fe. Y porque creemos que el Hijo de Dios está verdaderamente presente en el Sacramento del altar, construimos bellas iglesias, ricamente adornadas.

El Sacrificio de la Misa no se limita a ser mero ritual en recuerdo del sacrificio del Calvario. En él, mediante el ministerio sacerdotal, Cristo continúa de forma incruenta el Sacrificio de la Cruz hasta el fin de los tiempos.

La Eucaristía es también comida que nos recuerda la Última Cena; celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa ya el banquete mesiánico del Reino de los Cielos.

Por la Eucaristía, se da Jesús mismo, Pan de Vida, en alimento al cristiano, para que sea más grato a Dios, amándolo más, y al prójimo por Él. Se reserva la Eucaristía en nuestras iglesias como ayuda poderosa para la oración, y para servir a los demás.

Reservar el Santísimo Sacramento significa que, al terminar la Comunión, el Pan consagrado que sobra, se coloca en un copón en el Sagrario y allí se guarda reverentemente. La luz roja que brilla al costado de un altar indica que en el sagrario del mismo se conserva la Presencia Real del Señor. Asimismo, la cortinita o conopeo que cubre la puerta de un sagrario avisa que en él se guarda la Sagrada Eucaristía.

La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos.

Debemos agradecimiento, adoración y devoción a la Presencia Real de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento.

Las tumbas de los mártires, las pinturas murales de las catacumbas y la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento en las casas de los primeros cristianos durante las persecuciones, ponen de manifiesto la unidad de la fe en los primeros siglos del Cristianismo sobre la doctrina de la Eucaristía, en la cual Cristo realmente se contiene, se ofrece y se recibe. De la Eucaristía sacó fuerzas toda la Iglesia para luchar valerosamente y conseguir brillantes victorias. La Eucaristía es el centro de toda la vida sacramental, pues es de capital importancia para unir y robustecer la Iglesia.

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA

El Sacrificio de la Misa no se limita a ser un mero ritual en recuerdo del Sacrificio del Calvario. En él, por ministerio sacerdotal, Cristo continúa de manera incruenta el Sacrificio de la Cruz hasta el final del mundo. La Eucaristía es también comida, que nos recuerda la Última Cena, celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa ya el banquete mesiánico del Reino de los Cielos.

Jesús se hace Él mismo alimento de nuestras almas, el Pan de Vida. Se ofrece a Sí mismo como Sacrificio en la Cruz. En la Sagrada Comunión participamos del Cuerpo que fue entregado a la muerte por nosotros, y de la Sangre que se derramó para nuestra salvación. Este sagrado banquete nos recuerda lo que sucedió en la Última Cena, cuando Jesús mandó a sus apóstoles a hacer lo mismo en memoria de Él.

Comulgar en la Misa es comer el Cuerpo del Señor que nos alimenta con la vida de Dios y nos une a Jesús y entre nosotros mismos. Atrayéndonos a la unión con Jesús, nuestro Padre celestial nos acerca más entre nosotros, porque participamos de la vida de Cristo en cuanto Dios por medio de su gracia. La Sagrada Eucaristía es signo de unidad y amor que nos estrecha con Jesús y a unos con otros. Además nos da la gracia que necesitamos para que ese amor sea fuerte y sincero.

La Sagrada Comunión nos da ya una parte del banquete de Cristo en el Reino de los Cielos, porque es el mismo hijo de Dios hecho Hombre quien se unirá a nosotros en gozo para siempre en el Cielo. Jesús prometió que también nuestro cuerpo disfrutará algún día de su presencia. Él dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día” (San Juan, 6, 54). La comida que Dios Padre nos ha preparado nos dispone a participar en aquella comunión espiritual con Jesús y su Padre.

En la Eucaristía, Jesús mismo, Pan de vida, se da como alimento a los cristianos para que sean más agradables al Padre, con mayor amor a Dios y al prójimo.

La Santa Comunión es Cristo mismo, bajo las especies de pan y vino, que se unen al cristiano para alimentar su alma. Dijo el Señor: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (San Juan, 6, 51).

La Santa Comunión nos ayuda a amar más a Dios por la gracia divina que aumenta en nuestras almas. La misma gracia nos ayuda a amar a los demás por amor de Dios. Jesús nos fortalece con la gracia actual y sacramental, para que superemos la tentación y no pequemos contra Dios ni contra el prójimo. Sólo con la ayuda de su gracia podemos verdaderamente vivir vida de caridad y cumplir el mayor de sus mandamientos. Por eso, la Eucaristía es Sacramento de unidad, pues une a los fieles más con Dios y entre sí mismos. Comiendo el Cuerpo del Señor estamos aumentando nuestra unión con Dios y con los demás. Dice San Pablo: “Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (I Corintios, 10, 17).

“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de Mí no podéis hacer nada”.
(San Juan, 15, 5)

“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.
(San Juan, 5, 53)

“…y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entrego a sí mismo por mí”.
(Gálatas, 2, 20)

“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
(San Lucas, 12, 34)


PARA COMULGANTES FRECUENTES
Amable Jesús mío, viniste al mundo para dar tu vida divina a todas las almas. Quisiste hacerte nuestro alimento diario para conservar y fortalecer esta vida sobrenatural, frente a las debilidades y faltas de cada día.
Te pedimos humildemente que derrames tu Espíritu Divino sobre nosotros por amor de tu Sagrado Corazón. Vuelvan a Ti las almas que llevadas del pecado han perdido la vida de la gracia. Que acudan frecuentemente a tu sagrado Altar todos los que se hallan en gracia, para que, participando en tu Sagrado Banquete, reciban la fortaleza que les haga victoriosos en la batalla de cada día contra el pecado y así crezcan siempre ante tus ojos en pureza y santidad hasta alcanzar la vida eterna en tu compañía. Amén.
Un Sacerdote Fiel

No hay comentarios.: