EMPERADOR ROMANO
Y DE LAS INDIAS
El 21 de setiembre se cumplieron 451 años del tránsito hacia Dios de Carlos V, luego de cincuenta y ocho años recorriendo los caminos terrenales.
Con la muerte de Carlos de Habsburgo se cerraba una de las vidas estelares que para asombro del mundo han pasado por la rueda de las edades. “Carlos, por la Divina Clemencia, Emperador siempre Augusto, Rey de Alemania, de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalém, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Lombardía de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Atenas, Duque de Brabante, Borgoña y Milán, Conde Flandes y del Tirol”. Nombre y jerarquías que conservan su valor aún en presencia de la muerte.
Y decimos “en presencia de la muerte” porque ella da plenitud al sentido de la vida. Durante su transitar, fue el César Imperator emblema de la Verdad, en lo eterno e inmutable que ésta posee y, en la Fe superior que exige culto, sacrificio y abnegación sin límites. Puso en todos sus actos luminosidad y rango haciendo legítimo el vivir para el servicio del Sacro Imperio Católico Romano “donde no se ponía el Sol”.
Voluntariamente y por seguir a Cristo abdicó coronas y tronos para elegir el lugar en el que rendiría las cuentas más esenciales de su existencia. Su retiro lo cumplió en el monasterio jerónimo de Yuste, en la región extremeña, lugar en el que, al decir de Rafael García Serrano, “habían nacido los héroes” y de donde partieron para darle al mundo el milagro americano con su hermosa e imprevista dimensión.
Allí murió en 1558 quien consolidó en España la Unidad política de los Reyes Católicos, para lo cual tuvo que desbrozar el camino cerrado por la oposición de los Comuneros, demagogos pequeños burgueses, que como muy bien escribiera Ximénez de Sandoval “querían administración y no Imperio, querían un Rey y no un César… mientras el Águila del Habsburgo bebía cielos altísimos horizonte adelante…”
Había explotado por entonces la anarquía del apóstata Martín Lutero, merced a la cual se diseminarían todos los males que llegan a nuestros días “con la cristiandad subrogada y secularizada”. Anhela la paz pero se le imponen cuatro guerras con Francia por el maquiavelismo de su Rey Francisco I, quien conspira con los luteranos e intenta una alianza con los Turcos para destruir al Sacro Imperio Romano y a su César.
La victoria le va a permitir a Carlos V dar una pública muestra de su espíritu católico al perdonar a Francisco I, su prisionero luego de la batalla de Pavía dejando de lado la posibilidad de desmembrar al Reino Galo. Moderado en la victoria, desprecia al imperialismo en el sentido avaro que le damos en el mundo de hoy.
Combate y vence a los príncipes protestantes, y en Mulhberg restaña las heridas que ha provocado el liberalismo luterano pariendo entre horrores la demencia comunista de Juan de Leyden y sus anabaptistas. Su firme espada defiende a la Cristiandad de los turcos del Sultán Solimán, que sitiando Viena amenazan a toda Europa.
No es un conquistador, pero ataca Túnez y Argel para eliminar a los piratas sarracenos de Barbarroja y así posibilitar la vida de los cristianos que habitan en las costas del Mediterráneo.
El Águila Bicéfala ostentada en el acero de su escudo marcaba sus objetivos: Misión y Cruzada. Para ello preparó la reconquista de Bizancio y de los Santos Lugares. No pudo llevar adelante la empresa porque Europa tomaba el camino centrífugo de las Monarquías regionales y Carlos defendía una “sociedad corporizada contra el enemigo a la vez religioso y político”.
El César profundamente creyente no podía imaginar el Imperio sin el cimiento de la Fe Católica. A este respecto señala el doctor Florencio Hubeñák, en el estudio titulado “Roma: El Mito Político” (Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1997) “…la experiencia más acabada del pensamiento imperial español tuvo lugar con el Emperador Carlos V. Éste, en un contexto providencialista y mesiánico que retomaba la misión evangelizadora y expansionista de Roma se encargó de «resucitar una ideología que no estaba muerta…» y aconsejado por sus consejeros europeos —especialmente el italiano Mercurino Gattinara— asiduo lector de «De monarchia» de Dante intentó una vez más —con espíritu de Cruzada— la unificación político religiosa del mundo según le correspondía por su función imperial”.
Restauración real de la Cristiandad como Obstáculo. He aquí la gloriosa característica de la historia de Carlos V: luchar contra la desintegración para posibilitar la continuidad del ideal histórico del Sacro Imperio que no podía ser otro que el de la subordinación ministerial del Estado a los fines de la Iglesia Católica.
La concordia del Sacerdocio y el Imperio realizada en los momentos más gloriosos de nuestra Civilización, donde se fundieron los elementos griegos romanos y germánicos con la revelación cristiana alma inspiradora e informadora. Independencia y Unión de ambas potestades expuestas en la enseñanza de los Vicarios de Cristo. Bonifacio VIII con la Bula “Unam Sanctam” y León XIII en las Encíclicas “Immortale Dei” y “Libertas”.
“Por sus frutos los conoceréis”, y ellos justifican el accionar profético de Carlos V de Europa. Con su abdicación y muerte se disipaba la clara visión política de la Unidad de Roma aeterna y el origen Sagrado del Poder, el que como le sentenció Jesús a Pilatos “es dado desde lo alto”. Se removió el Obstáculo y avanzó el secularismo modernista pese a todo resistido hasta 1916 cuando en pleno “suicidio de Europa” fallecía Francisco José de Habsburgo, Emperador de Austria Hungría, última expresión del Sacro Imperio.
A través de Carlos V “Cesárea Católica Real Majestad”, Roma, precedida por la Cruz y la Espada, llegó a nuestra Hispanoamérica. Ella, por Real Cédula de 1519, fue declarada “Reyno de Indias”, “con promesa y juramento que siempre permanecieran unidas para su mayor perpetuidad y firmeza…”
He aquí el por qué somos Cristiano América, y nuestra cultura la del “Cuerpo Místico”. Alma de nuestro ser que hizo que nuestras Ciudades y Universidades hayan nacido alrededor del centro que es la Iglesia. Santa Madre que también impregnó “de contenido espiritual y religioso la civilización rural”. “Mundo —como lo expresa Antonio Caponnetto en un reciente alegato— de significados tradicionales, ritos aldeanos y ciclos litúrgicos, con distancias medidas por los vergeles y el tiempo por las puestas de sol; con ese cristianismo empírico y rubicundo de fervores marianos e impetraciones celestes, y ese horizonte campesino bordado de cruces y de enseñas patrias…”
En los días que corren valoramos como nunca la grandiosa acción religiosa y política del César Carlos de Habsburgo, su comprensión humana con notable sutileza en la Leyes de Indias y su carácter teológico que prevalece sobre cualquier aspecto económico.
Han pasado centurias y continúa brillando lo que expresara en momentos de entregar el símbolo de los poderes a su hijo Don Felipe II: “Y señaladamente cuanto al Gobierno de las Indias es muy necesario que tengáis solicitud y cuidado de saber y entender cómo pasan las cosas allá, y de asegurarlas por el servicio de Dios y porque tengáis obediencia que es razón con la cual dichas Indias sean gobernadas en justicia y se tornen a poblar y renacer”.
El Imperio de Carlos V —dice Menéndez Pidal— es “la última gran construcción histórica que aspira a tener un sentido de totalidad; es la más audaz y ambiciosa, la más conciente y efectiva, apoyada sobre los dos hemisferios del planeta y, como la coetánea cúpula de Miguel Ángel, lanzada a una altura nunca alcanzada ni antes ni después. El reinado de este Emperador euro americano queda aislado, inimitable…”
En este especial aniversario nos ha movido un objetivo: que la figura del Emperador Carlos V estuviera en Internet con su vibrante grandeza. Dios quiera que lo hayamos conseguido.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
1 comentario:
Felicidades por el artículo, lo reproducimos en www.historiaenlibertad.es
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