DEL NÚMERO 13
LA DOBLE MEDIACIÓN
DE MARÍA Y
DEL SANTO PADRE
Una solución a este interrogante se encuentra en el libro del Apocalipsis. De la mencionada Mujer revestida del sol se dice que lleva una corona de doce estrellas. Las doce estrellas representan, según los exégetas de las Sagradas Escrituras, a los doce Apóstoles, sobre los cuales ha sido fundada la Santa Iglesia. En esta imagen de la Mujer convergen tanto María como la Iglesia. Empero, 13 es igual a 12 + 1. Es decir: María y los 12 Apóstoles de entre los cuales uno, San Pedro, era la cabeza como primer Papa, mientras que, por otra parte, María es la Reina de los Apóstoles. El 13 de octubre la Virgen María se aparece en Fátima adornada con 12 estrellas, es decir rodeada por los 12 Apóstoles, cuyos sucesores hoy en día son los obispos del mundo entero encabezados por el Papa. El número 13 entonces, llevado a nuestro tiempo, representaría a María junto al Papa y a los obispos. Este esbozo elemental nos orienta hacia lo medular del mensaje de Fátima: María ha venido para indicarnos el medio por el cual Rusia, que subyugada por el comunismo ateo llegó a ser el azote de Dios para la humanidad, puede ser salvada y convertida.
Esto será posible sólo por la doble mediación de María y del Papa en unión con sus obispos. Esta doble mediación será el instrumento que elevará y hará brillar nuevamente la Mariología, diluida en la actualidad por los errores del ecumenismo y del protestantismo, y también el medio que rectificará la Jerarquía Eclesiástica, actualmente minada en su estructura por la arremetida de una democracia y una colegialidad que van en contra del orden original establecido por su Divino Fundador, Jesucristo.
Asimismo, esta doble mediación será la fuente por la cual afluirán al mundo las gracias salvadoras en superabundancia. En el número 13 encontramos, entonces, un resumen simbólico del mensaje de Fátima, a la luz del Apocalipsis.
A modo de comprobación, algunos ejemplos que muestran claramente que Fátima está basada desde el principio en esta doble mediación de María y del Papa.
El 13 de junio de 1912, el Papa San Pío X recomienda una forma de devoción del primer sábado de mes muy similar a la pedida en Pontevedra y la enriquece con indulgencias diciendo: “Para fomentar la devoción a la Virgen Inmaculada y Madre de Dios María, y para reparar las ofensas que los ateos hacen a su nombre y a sus privilegios de gracia, concedemos a todos los fieles, bajo los requisitos habituales, una indulgencia plenaria el primer sábado de cada mes”. Exactamente cinco años más tarde, el 13 de junio de 1917, se aparece la Santísima Virgen en Fátima y, mostrando su Corazón torturado por los pecados de los hombres, pide que se establezca la devoción reparadora a su Corazón Inmaculado diciendo: “[Jesús] quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. En la siguiente aparición, el 13 de julio, anuncia que vendrá a pedir la comunión reparadora de los primeros sábados (lo cual hará al aparecerse a Sor Lucía, en Pontevedra, el 10 de diciembre de 1925). Así, la Madre de Dios, actuando a la par del Sumo Pontífice, confirma lo que el Santo Papa Pío X ha introducido poco antes como forma de devoción: María y el Papa obran al unísono.
El 13 de mayo de 1917, el día mismo de la primera aparición de Fátima, el Papa Benedicto XV ordena leer en todas las iglesias una carta apostólica, en la cual expone que la paz en el mundo es efecto del rezo del Santo Rosario. Esta carta también será leída en la parroquia de Fátima. Mientras que el Santo Padre se dirige así a la Reina de la Paz, a su Corazón Inmaculado y a la Mediadora de Todas las Gracias, la Virgen María, con su aparición en Fátima, viene a respaldar, de un modo nunca visto, la exhortación magisterial del Papa.
Otro ejemplo. Margherita Guarducci pudo reconstruir exactamente la fecha del martirio de San Pedro Apóstol, primer Papa: fue el 13 de octubre del año 64. Así, el 13 de octubre, día de la última aparición y gran milagro del sol, establece una profunda relación entre Pedro, Papa, y la Virgen María. Esta notoria concordancia sitúa de nuevo las apariciones de María Santísima en Fátima dentro de un contexto muy amplio y significativo. El 13 de octubre del año 64 significa, en su momento, una victoria del impío César Nerón. Pero a partir de esta victoria de las tinieblas, se produce la victoria luminosa del Papado, pues a través del martirio de San Pedro se arraiga la cátedra pontificia en Roma. De igual manera, se puede observar también hoy una cierta amenaza de las tinieblas contra el trono de San Pedro; sin embargo, se puede confiar en que esta humillación desembocará, de igual modo, en un gran triunfo del Papado.
La estrecha relación entre la fecha de la última aparición de Nuestra Señora en Fátima, el 13 de octubre, y la instauración, por deseo pontifical, del mes de octubre como Mes del Santo Rosario, señala una vez más esta “cooperación” entre María y el Papa, que llevará finalmente a la victoria. En efecto, la Santísima Virgen quiso demostrar su beneplácito ante el decreto de octubre, como Reina del Santo Rosario.
Encontramos así confirmadas las palabras del eminente teólogo de la Alemania del siglo XIX, Matthias Joseph Scheeben († 1888): “María y la Cátedra de Pedro están […] estrechamente unidos en el plan de Dios y en la historia de la Iglesia”. Aparecen unidos también en la aceptación y hasta el rechazo por parte de los hombres; así, por ejemplo, los protestantes no solamente niegan la autoridad del Vicario de Cristo, sino que también rechazan a María y su condición de maternal intercesora y Mediadora.
Las fechas de Fátima, elegidas por la Divina Providencia, amarran también relaciones muy precisas con los Papas, incluso con los pontífices marianos del siglo XIX. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la vida del Beato Papa Pío IX. “El «Papa de la Inmaculada» nace 125 años antes de la primera aparición de Fátima, el 13 de mayo de 1792, […] y en el mismo día es bautizado como Giovanni María y consagrado en forma especial a la Madre de Dios. Así, toda la vida de este Papa de la Inmaculada transcurre bajo el signo de María […] Si se considera […] que luego de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María [el 8 de diciembre de 1854] […] el 8 de diciembre de 1869 inauguró el Concilio Vaticano I, en el que él mismo definirá la infalibilidad del Papa, se puede entender que ya en 1870 el gran teólogo de M. J. Scheeben haya visto singularmente encarnada en la persona de Pío IX la notoria relación entre el dogma de la Inmaculada Concepción de María, sedes sapientiæ, y el dogma de la Infalibilidad Papal, como cathedra sapientiæ”.(1) También las revelaciones del siglo XVI en Quito (hoy Ecuador), que han sido reconocidas por la Iglesia, predicen que el mismo Papa que definirá el dogma de la Inmaculada Concepción definirá también el de la Infalibilidad Papal.
El Papa León XIII, fervoroso promotor del rezo del Santo Rosario —escribió 15 encíclicas con cálidas recomendaciones para exhortar al rezo del Santo Rosario—, tuvo una visión en la cual se le mostró que Dios concedía al demonio un siglo para minar su Iglesia. Fue a raíz de esta aterradora visión que León XIII introdujo el rezo de las tres Avemarías y la oración a San Miguel Arcángel al final de la Santa Misa. Distintas fuentes señalan que esta famosa visión, que recuerda la visión del Tercer Secreto de Fátima, ocurrió un 13 de octubre.
Esta doble mediación, que se hace visible ya desde el comienzo de las apariciones de Fátima, continúa orgánicamente en la promesa de que Rusia se convertirá si el Papa la consagra al Inmaculado Corazón de María. La gran promesa celestial no podrá cumplirse ni sin María, ni sin el Papa. Si la Bienaventurada Virgen María quería iniciar y concluir victoriosamente su lucha sólo en conjunción con el Papa, entonces también es seguro que los frutos que Dios ha querido no sólo consistirán en una inmensa glorificación de María y en un confiado amor de los hombres hacia Ella (“Pero, finalmente, mi Corazón Inmaculado triunfará”), sino, paralelamente, en una verdadera glorificación del poder sobrenatural y de la autoridad del Santo Padre y en una gran confianza filial de toda la Cristiandad en el papado restaurado. Esta victoria lucirá tanto más, cuanto que la teología progresista busca rebajar tanto la condición de María como Mediadora de Todas las Gracias, como también la mediación sacerdotal del Papa como Vicario de Jesucristo y cabeza visible de la única verdadera Iglesia, fuera de la cual no hay salvación.
Sin embargo, esta victoria del Papado no tendrá mal entendidas características triunfalistas. No es triunfal el momento en que Jesucristo, luego de su resurrección, confiere la autoridad sobre toda su Iglesia a San Pedro Apóstol, ya que, a través de su triple pregunta, “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (San Juan, 21, 15-17), le recuerda su triple negación. Así también, el gran triunfo del Papa vinculado al del Corazón Inmaculado de María, estará unido al recuerdo de faltas cometidas durante varias décadas. Por lo tanto, tendrá este triunfo, evidentemente, un carácter muy sobrenatural, que no permitirá ser confundido con presunción.
La beata Anna María Taigi, describiendo el Papado renovado y glorificado, durante e inmediatamente antes del tiempo de paz que seguirá a la gran prueba, habla de un Papa muy santo que renovará la Iglesia: “El Papa, elegido según el Corazón de Dios, será apoyado por Dios a través de inspiraciones muy especiales. Su nombre será honrado en el mundo entero y aplaudido por todos los pueblos. Es él el santo Papa escogido para resistir la tormenta. El brazo de Dios lo apoyará y lo defenderá contra los ateos, quienes serán humillados y avergonzados. Finalmente, poseerá el don de obrar milagros”. Se complementa este vaticinio con las visiones místicas de Bartholomäus Holzhauser quien, sobre Apoc. 14, 15 dice: “El ángel, que procede del Santuario […] es aquel santo y magno Papa que Dios en aquellos días […] suscitará”.
Hay aún más números simbólicos en relación con Fátima. El tiempo transcurrido desde la primera hasta la última aparición, o sea, desde el 13 de mayo a mediodía hasta el 13 de octubre a mediodía, es exactamente de 153 días. Ahora bien, 153 es también el número de Avemarías del Salterio, del Rosario completo con sus quince misterios. Este simbolismo es nuevamente una reafirmación de la petición de rezar el Rosario, lo que la Madre de Dios reiteró a todas sus apariciones. Así el Cielo confirió un misterioso sello a las apariciones de Fátima, lo cual los pequeños videntes jamás habrían podido inventar.
El número 153 se encuentra también en los Evangelios. Después de la resurrección de Cristo, ocurre la milagrosa pesca de San Pedro. Los Apóstoles no han pescado nada en toda la noche; pero, obedeciendo a Cristo, quien les dice: “Echad la red a la derecha del barco, y encontraréis”, logran inesperadamente una abundante pesca. San Juan Evangelista escribe: “Subió Simón Pedro [a la barca] y sacó a tierra la red, llena de 153 grandes peces” (San Juan, 21, 11). Se propone una interpretación profética con respecto al rezo del Santo Rosario: Pedro, es decir el Santo Padre, obedeciendo ciegamente a su Divino Maestro Jesús, mediante la confiada invocación a la Reina del Santo Rosario, hará un día de “pesca” absolutamente milagrosa.
Padre Gérard Mura
(Tomado de su libro: “Fátima Roma Moscú. La Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María aún está pendiente”, cap. V: El triunfo del Corazón Inmaculado de María)
(1) Holböck, Ferdinand: “Geführt von Maria”, Stein am Rhein 1987.
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