DEL APOSTOLADO SEGLAR
Ante el laicismo y el paganismo actuales. Los ataques que provienen del campo laico irreligioso deben contrarrestarse con las ayudas que proceden del campo laico religioso. Antídoto laical contra envenenamiento laical. “Si el laicismo —dice Pío XI—, la peste más desastrosa de nuestro siglo, infesta el orbe de la tierra con las tinieblas de tantos errores, con la muchedumbre de tantos males, que tal vez traigan consigo otros más funestos, aprovechan en gran manera para la restauración del cristianismo, como medicina opuesta al mal contrario, las tropas auxiliares de los seglares que se alistan en todo el mundo, movidas por el soplo de Dios, para promover los intereses de la causa católica” (Carta “Perhumano litterarum”, 28 de agosto de 1934).
De la necesidad de contrarrestar el espíritu pagano con la cooperación de los seglares, tenemos expresivas indicaciones en la Carta “Lætus sane”, de Pío XI (6 de noviembre de 1929): “Ya veis a qué tiempos hemos venido a parar y qué es lo que piden como a voces. Por una parte sentimos que la sociedad humana está a menudo harto destituida de espíritu cristianos y que ordinariamente se lleva una vida propia de paganos; que en muchos ánimos languidece la luz de la familia católica y, por consiguiente, casi se extingue el sentimiento religioso y cada día empeora misérrimamente la integridad y santidad de las costumbres… Es, por tanto, sumamente necesario que los seglares no vivan desidiosamente, sino que estén prontos a la voz de la jerarquía eclesiástica, y que de tal modo ofrezcan a ésta sus servicios, que orando, sacrificándose y colaborando activamente, contribuyan en gran manera al incremento de la fe católica y a la cristiana enmienda de las costumbres”.
Escasez de sacerdotes y dificultad del ambiente. Aún en el caso de que no hubiera ahora el mismo número proporcional de clérigos que en otros tiempos, no bastarían para hacer frente a las actuales necesidades espirituales del mundo; porque éstas han crecido en una proporción enorme con la acción conjunta del laicismo estatal, laicismo social y laicismo escolar, que han sembrado en vasta escala el indiferentismo y la más crasa ignorancia religiosa: con la influencia deletérea de las sectas masónicas, de las propagandas socialistas, de las utopías comunistas; con la atracción corruptora de los cines inmorales, de los espectáculos licenciosos, de los bailes impúdicos, de las lecturas dañosas, de las modas atrevidas y del ambiente pagano que se respira en todas partes. Si antes tenía el clero cien apóstoles del bien contra cien apóstoles del mal, hoy, por el contrario, sus cien apóstoles de Cristo tienen que enfrentarse contra mil apóstoles de Satanás. Por eso, hoy en día, el clero es insuficiente, aunque guardase la misma proporción numérica de otros tiempos.
Pero, desgraciadamente, hasta su número ha decrecido, casi universalmente, en una proporción lamentable. Y, para mayor desventura, existen grandes sectores sociales que están cerrados a la acción del sacerdote, por los prejuicios sembrados contra ellos por una propaganda malintencionada y tenaz.
Ahora bien, donde no puede penetrar el sacerdote, encuentra fácil entrada el seglar, sobre todo entre los compañeros del propio ambiente; y donde escasean los apóstoles eclesiásticos, se pueden multiplicar indefinidamente los apóstoles seglares, como auxiliares de aquéllos.
“No nos causa poca pena —escribía Pío XI en la misma carta— que en muchos lugares el clero sea insuficiente para las necesidades de nuestros tiempos, ya por la exigüidad excesiva de su número en algunas partes, ya porque no se puede hacer llegar a algunas clases de ciudadanos ni sus amonestaciones ni los preceptos de la doctrina evangélica, por encontrar interceptada su benéfica aproximación a ellos”.
El seglar en su ambiente. El más eficaz de los apostolados populares, y el de frutos más permanentes, es el llamado apostolado de ambiente, que tiende a cristianizar no solamente a los individuos aislados, sino también al medio social en que se mueve cada uno de ellos. Así se logra que la influencia del ambiente no destruya, como frecuentemente sucede, las buenas disposiciones de los individuos; antes por el contrario, predisponga para el bien a los mismos que están mal formados. En un ambiente frío, se enfría el que entra caliente; en un ambiente cálido, se calienta el que entra tiritando de frío.
Ahora bien, el apostolado de ambiente es imposible sin el concurso apostólico de los elementos del mismo ambiente que se ha de cristianizar. Por eso el Papa Pío XI, en su Encíclica “Quadragesimo anno”, hablando de la misión de la Acción Católica, escribe: “Como en otras épocas de la historia de la Iglesia, hemos de enfrentarnos con un mundo que en gran parte ha recaído casi en el paganismo. Si han de volver a Cristo esas clases de hombres que lo han negado, es necesario escoger de entre ellos mismos y formar los soldados auxiliares de la Iglesia que los conozcan bien y entiendan sus pensamientos y deseos, y puedan penetrar en sus corazones suavemente, con una caridad fraternal. Los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser obreros; los apóstoles del mundo industrial y comercial, industriales y comerciantes”.
Necesidad de la organización. No faltan quienes crean que, con intensificar el apostolado particular de las antiguas asociaciones católicas, podría suprimirse la misión encomendada por la jerarquía eclesiástica a la Acción Católica.
Se trata de un error parecido al que cometería un militar enamorado de los guerrilleros de la era celtibérica… sin cuadros generales de mando, sin distinción ordenada de cuerpos y almas, sin un gobierno único, encargado de ordenar aquella inmensa behetría. Los adversarios de aquel guerrillero celtibérico redivivo aplaudirían, sin duda, su arcaica técnica, mientras ellos lanzaban admirablemente unificados sus cuerpos de ejército, precedidos de poderosos tanques, apoyados por la artillería y protegidos por una nube de aviones.
La Iglesia quiere oponer al ejército formidable del mal otro ejército igualmente formidable del bien, con un mando único, bajo la dirección inmediata de los pastores propios de los fieles, con suficiente autoridad jerárquica para constituir la unión de todas las fuerzas que trabajan por la extensión del reino de Dios.
Apostolado obligatorio derivado del amor. En su carta al Episcopado argentino del 4 de febrero de 1931, Pío XI afirma: “El apostolado de la Acción Católica obliga tanto a los sacerdotes como a los seglares, aunque no de la misma manera a ambos, puesto que estamos obligados por precepto común a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Quien ama a Dios no puede menos de querer vehementemente que todos lo amen, y quien ama verdaderamente a su prójimo, no puede menos de desear y trabajar por su eterna salud. En este principio, como en su fundamento, radica el apostolado, porque el apostolado no es más que el ejercicio de la caridad cristiana, que obliga a todos los hombres”.
“Además…, el apostolado es obligatorio como acción de gracias a Jesucristo. Porque, cuando hacemos a los demás copartícipes de los dones espirituales que nosotros hemos recibido de la divina largueza, satisfacemos los deseos del Corazón dulcísimo de Jesús, que no anhela otra cosa sino ser conocido y amado, según Él mismo lo dice en el Evangelio: «Fuego vine a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?» (San Lucas, 12, 49)”.
El 29 de septiembre de 1927 dirigió Pío XI estas palabras a los directores del Apostolado de la Oración: “Todos están obligados a cooperar en pro del reino de Jesucristo, por lo mismo que todos son súbditos felicísimos de este dulce reino, de la misma manera que los miembros de una familia deben todos hacer algo en pro de ella. El no hacer nada es un pecado de omisión, y podría ser gravísimo. Todos deben obrar, y para todos hay puesto y modo”.
Monseñor Zacarías Vizcarra
(tomado de la recopilación de sus obras)
(tomado de la recopilación de sus obras)
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