NOSOTROS Y LO QUE ESTÁ PASANDO
Ante los hechos desencadenados vertiginosa y confusamente en las últimas semanas, a partir de extraños atentados primero, del homicidio de un ex combatiente de Malvinas después, y de la súbita detención de un puñado de ciudadanos acusados de acciones o intenciones terroristas, el Nacionalismo Católico —al que Cabildo cree expresar con justicia desde hace quince años— se siente obligado a declarar editorialmente lo que sigue:
I - Que el Nacionalismo nada ha tenido ni tiene que ver con el terrorismo ni con ninguna forma de violencia partisana. A quienes habiendo pasado alguna vez fugazmente por sus filas se haya podido encontrar luego en alguna organización facciosa, les caben las palabras evangélicas: estaban con nosotros pero no eran de los nuestros.
El Nacionalismo, en cambio —en consonancia con el Magisterio Auténtico y Tradicional de la Iglesia— conoce, predica y reivindica para sí, la doctrina de la resistencia a la autoridad tiránica y la posibilidad de la guerra justa para restablecer la paz y la concordia, como sucedió históricamente en el seno de muchas naciones cristianas. Pero una cosa es que Dios nos ponga ante el límite de tener que librar el Buen Combate de un modo entero —para el cual le pedimos entonces que nos sostenga con Su Gracia— y otra cosa muy distinta es difundir o ejercer la violencia anónima, criminal, cobarde e inconducente.
No se trata pues de eludir responsabilidades sino de distinguirlas y jerarquizarlas. Nuestra lucha contra el Régimen es frontal y directa, a plena luz del día y a cara descubierta. Una lucha política —y en el fondo teológica— sin más armas y recursos que una voluntad inasequible al desaliento. Una lucha antigua, librada siempre en puestos de avanzada y en el terreno más difícil: el de la inteligencia.
El Nacionalismo tiene el orgullo de haber llegado con su doctrina y con su aliento al corazón mismo de las dos epopeyas militares de nuestros días: la de la guerra contra el Marxismo y la del Atlántico Sur. Tiene asimismo el orgullo de haber sido amenazado y obstaculizado de diversos modos por los enemigos esenciales de la Argentina, y de haber perdido a dos de sus maestros insignes acribillados a balazos por la guerrilla. Bueno es recordar que mientras esto sucedía, los actuales acusadores y sus socios militaban en las gavillas erpianas o en las células montoneras, actuaban en la defensoría de los terroristas y convalidaban sus tropelías en nombre de “la violencia de abajo”.
II - Que el Nacionalismo Católico —salvo por boca de algún mercenario repugnante descalificado por su propia trayectoria— no ha sido ni se siente involucrado en los actuales episodios. Nadie ha osado pasar de las insinuaciones difusas o de las sugerencias elípticas. Pero es el caso aclarar que así como nos hcemos responsables de todas y cada una de las posturas que nos enemistan irreconciliablemente con los actuales gobernantes, no estamos dispuestos a que se nos quiera hacer pasar por lo que no somos. Ni el nazismo, ni el fundamentalismo, ni el peronismo, ni el golpismo, ni el ultraderechismo nos definen. Peleamos por la restauración de todas las cosas en esta tierra en Cristo. Como fue en el principio, cuando el trazo exacto de la Cruz y la Espada marcó su Origen y su Destino en el marco de la Historia Universal. Peleamos por la soberanía física y metafísica de la Nación contra todas las variantes del Régimen —oligárquicas, populistas, socialdemócratas, liberales, civilistas, procesistas o las que fueren— que la tienen atenazada y herida de muerte desde la gran derrota de Caseros. Peleamos como Nacionalistas Católicos de la Argentina: y aceptamos el riesgo y el desafío de proclamarnos así y de obrar en consecuencia. Todo lo demás que se nos diga fuera de esto, agravia a quienes por ignorancia o estulticia lo sostengan.
III - Que acusamos formalmente al Gobierno de estar llevando a cabo, una vez más, el montaje y la puesta en escena de una conjura terrorista y desestabilizadora, al solo efecto de justificar en el plano civil las mismas purgas y vindictas que se están llevando a cabo en el campo militar contra todos aquellos que representan una oposición manifiesta al actual estado de cosas. Tal vez sea esta la anunciada “extracción” que anticipó el Presidente en junio del año pasado, cuando ante los miembros de la Fundación Roulet volvió a repetir por enésima vez sus nerviosas amenazas y su desequilibrada retórica punitiva.
Prueba de este montaje es que, a pesar del despliegue canallescamente cómplice de los medios masivos y de su prontitud para calumniar nombres y famas, nada ha pasado del terreno vaporoso de las suposiciones, de las ambigüedades y contradicciones varias, de las imputaciones genéricas y abstractas, de los silencios ominosos y de las “desprolijidades” múltiples, para usar la hueca terminología radicaloide. Hasta la ridiculez de llamar “hallazgos espectaculares” al encuentro de armas en una armería, al de helicópteros en un hangar, o al de los comunicados de un Teniente Coronel que aparecieron en todos los diarios. Hasta la burda puerilidad de fabricar una crudelísima organización fantasma que tendría la gentileza epistolar de anunciar sus delitos y la temible puntería política de arruinar la matinée de algunos cines porteños.
Como en 1985 —pero esta vez con la gravedad de un muerto en su haber y de varios detenidos, cuya hermética clandestinidad no impidió que los hallaran en sus respectivas casas— el Régimen ha vuelto a fabricar la gran conspiración ultraderechista. Con la diferencia de que ahora, no solo nadie la cree, sino que entre el agobio inaudito de un despojo económico humillante, nadie tiene ánimo ni interés de seguir estas novelerías oficiales. Pero con la diferencia también de que ahora, parece no haber ningún límite ético para lanzar acusaciones temerarias primero, para negar sistemáticamente los recursos de habeas corpus, después, para envolver a hombres de bien en el narcotráfico o en la delincuencia, y para hacerlos objeto de un espionaje continuo y de amedrentamientos con grupos especiales, cuya existencia, al parecer, no inquietan ni mayormente ni al Jefe de la Policía Federal, ni al titular de la SIDE, ni al Ministro del Interior.
IV - Que advertimos por este medio —pues los otros, regularmente nos están vedados— que si mañana fuésemos afectados personalmente por esta campaña sediciosa y persecutoria, el Nacionalismo Católico y los compatriotas cabales en general, que miran hacia él respetuosamente, deben estar dispuestos a no dejarse ganar por el desánimo. A no dejarse vencer por la adversidad y la infamia. A no dejarse atropellar por la mentira organizada. A aunar esfuerzos y virtudes para seguir inclaudicablemente, en esta lucha sin pausa por Dios y por la Patria.
Ricardo Curutchet
Antonio Caponnetto
Antonio Caponnetto
Nota: Este editorial, toda una declaración de principios, firmado por los últimos dos directores de “Cabildo” en abril de 1988, para la segunda época de nuestra Revista, en su número 122, nos demuestra la dramática actualidad de sus líneas, y también nos confirma que nosotros sí resistimos un archivo. Y quienes en él busquen, encontrarán la sencilla exposición de nuestra doctrina, semper idem.
1 comentario:
Cuando murió Curutchet el M.N.de R. desapareció, era demasiado verticalista.
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