NO NOS QUEDEMOS SIN ACEITE
La Compañía de las Indias Orientales Británica nació de una reunión sostenida el 24 de noviembre de 1599 entre 24 mercaderes de la City, con motivo del aumento de 5 chelines la libra de pimienta por parte de su homónima compañía holandesa. Tuvo su reconocimiento oficial el 1 de diciembre del mismo año por resolución de Isabel I.
Los ingleses llegaron a la India el 24 de agosto de1600, con la divisa “trade, not territory” (comercio, no territorio). Por algo se empieza. Luego se logró la conquista prácticamente total de la India, cuyo dominio se transfirió a la Reina Victoria por Real Decreto del 12 de agosto de1858. La convicción de los ingleses de su derecho a tamaño despropósito se pone de manifiesto, por ejemplo, en las palabras de Rudyard Kipling: “los white englishmen estaban hechos para dominar a los pobres pueblos privados de sus leyes. Por algún impenetrable designio de la Providencia la responsabilidad de gobernar la India había sido depositada sobre los hombros de la raza inglesa”.
Y para completarla, un administrador del India Civil Service, manifestó que existía “una convicción compartida por todos los ingleses que vivían en la India, desde el más poderoso hasta el más humilde: la convicción, arraigada en lo más profundo de cada uno de pertenecer a una raza a la que Dios había elegido para gobernar y someter”.
Aparte de la opinión que tienen de sí mismos, no necesariamente compartida por otros, lo que poseen los ingleses es un esquema de acción, prácticamente inconmovible, que incluye los principios de: dividir para imperar, lograr mercados y no países, no tener amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes, el poder no se muestra, hay que corromper al enemigo, es decir, a la presa, por dentro, y en lo posible hay que crear bandos que se aniquilen entre sí, dejando que los nativos de los países dominados hagan el trabajo sucio, en una estrategia sin tiempo. Para lograr sus fines cuentan con el Servicio de Inteligencia más antiguo, creado por Sir James Walsingham en 1580 por orden de Isabel I.
Como ejemplo de la estrategia sin tiempo, en nuestro caso, podríamos recordar el hecho poco conocido de que en 1711 se publicó en Londres un panfleto titulado “Una Propuesta para Humillar a España”. Su autor, “una persona de distinción”, cuyo identidad no se conoce, “humildemente propone al gobierno, enviar, a principios del próximo octubre, ocho buques de guerra con cinco o seis grandes transportes, que podrían conducir dos mil quinientos hombres”, y “atacar, o más bien tomar Buenos Aires, que está situada sobre el Río de la Plata”, agregando que “si sólo se tratara de saquear, no dudaría en hacerlo con sólo cuatrocientos bucaneros”.
Luego especifica que “la boca del Río de La Plata está situada a los 35° de latitud Sur”, “que la ciudad se halla en un ángulo de tierra formado por un pequeño riacho llamado Río Chuelo”, “que no tiene otra defensa que un pequeño fuerte de tierra, rodeado de un foso, que monta dieciocho o veinte cañones”. Al fin describe las riquezas de fauna y flora, y afirma también que “corre una noble carretera de Buenos Aires a la Provincia de Los Charcos (Charcas), donde se encuentra Potosí y las más considerables minas”.
Agrega además que “los pobres y aún los comerciantes hacen uso de la telas de Quito para sus vestidos, pero si nosotros podemos fijar nuestro comercio por el camino que yo propongo, con seguridad arruinaríamos, en pocos años, la manufactura de Quito”.
Hay mucho más en el panfleto, pero sólo lo dicho basta para advertir que se trata de un prolijo estudio de Inteligencia, cuya propuesta final se ejecutó en 1806.
También parece coincidir con la premisa de no mostrar el poder, lo expresado por Henry Ferns en “Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX”: “Estas importantes convulsiones registradas en América del Sur”, dice Ferns, “no debieron su comienzo a la política de un gobierno estudiada con profundidad en un comité revolucionario, sino al impulso e imaginación de un solo hombre, el Comodoro Home Popham, de la Royal Navy”. Pese a que supuestamente la invasión fue una iniciativa unipersonal, la primera imposición de los ingleses fue la entrega de los caudales a la Corona, que reconoció y aprobó oficialmente lo actuado. Hacer pasar por iniciativa privada una gestión oficial, es parte del ardid. Si fracasa, se dirá que fue una aventura privada; si triunfa, el Estado Inglés la asume como propia. Tal lo sucedido en 1806, hace ya doscientos años.
Hoy se dice que el imperio ha muerto, por haber desaparecido de los mapas. Pero no desapareció de los hechos, persistiendo su fantasma en organismos de gobiernos, ONGs, organizaciones ecológicas, de derechos humanos, y, fundamentalmente en sus activos bancarios en la City de Londres.
Sus objetivos y métodos siguen siendo los mismos de siempre, basando su estrategia en la fórmula de Sun Tzu “la excelencia suprema consiste en destruir al enemigo sin combatir” —salvo cuando lo considera imprescindible— manipulando conciencias para lograr la corrupción, la división y la apatía ciudadana, aplicando su estrategia sin tiempo.
Ésta, sin embargo, puede transformarse en arma de doble filo. Porque las que sí parecen enviadas por la Providencia para nuestra reflexión son las palabras de Napoleón: “¿Sabe usted lo que más me admira en este mundo? La impotencia de la fuerza para fundar algo. No existen en este mundo más que dos potencias: el sable y el espíritu. A la larga el sable queda siempre vencido por el espíritu”. Siempre que sepamos mantenerlo, recordando gestos y palabras que llegan del pasado, y que señalan el camino.
Al respecto, vaya nuestro homenaje a los héroes de la Reconquista, recordando a dos de ellos.
Al entonces ayudante mayor de Blandengues Don José Gervasio Artigas quien, ante el hecho de que su regimiento debía quedar de guarnición en Montevideo, solicitó y obtuvo la autorización del gobernador Ruiz Huidobro para unirse a la expedición que ayudaría a las fuerzas de Buenos Aires, y que años después diría en su famosa proclama “Unión, caros compatriotas, y estad seguros de la victoria”, frase que hoy deberíamos tener muy presente, ante el peligro de disgregación nacional.
Y en segundo lugar a Don Juan Manuel de Rosas, a la sazón de 13 años de edad, quien, como se sabe, mereció de Santiago de Liniers una carta a sus padres, en la que manifestaba que se había conducido “con una bravura digna de la causa que defendiera”.
Junto a él lucharon algunos amigos suyos de su misma edad, quienes tampoco habían recibido ningún bombardeo psicológico y no sabían qué era eso de “los chicos de la guerra”.
Sucede que —simplemente— ya eran hombres, y entendían desde la cuna que se muere por lo que vale la pena vivir.
Luis Antonio Leyro
Nota: Este artículo pertenece al número 58 de la tercera época de la Revista “Cabildo”, correspondiente a los meses de agosto-septiembre de 2006.
2 comentarios:
Muy interesante lo que ha escrito el Sr. Don Luis Antonio Leyro.
Sin embargo, me atrevo a decir que cae en cierto grado de generalización en el párrafo en que expresa:
"Hoy se dice que el imperio ha muerto, por haber desaparecido de los mapas. Pero no desapareció de los hechos, persistiendo su fantasma en organismos de gobiernos, ONGs, organizaciones ecológicas, de derechos humanos, y, fundamentalmente en sus activos bancarios en la City de Londres."
Generaliza y al hacerlo es injusto con TERRATOX Ong "ambientalista" de la cual soy fundador e integrante. Es una asociación sin fines de lucro conformada por gente de a pie, víctimas y no expertos académicos en desastres ambientales. Nos autofinanciamos y no pedimos ideologías prestadas a nadie. Y mucho menos al rubio imperio sajón (Eso es ya bastante alentador, ¿No es así?).
Pero es entendible y justificable su generalización, Ud. no puede habernos conocido dado que los medios masivos (el sable) no le han informado ni le informarán de nuestra actividad (el espíritu).
Vaya de mi parte un respetuoso saludo.
Estimado amigo:
Le agradecemos mucho su aclaración, y le pedimos las disculpas del caso por la generalización injusta.
También le damos las gracias por haber leído nuestras páginas.
Reciba nuestro más cordial saludo, y hasta cada momento.
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