martes, 28 de agosto de 2007

28 de agosto: Fiesta de San Agustín


LAS OBRAS DE LA IGLESIA

¡Oh, Iglesia Católica, Madre verdadera de los cristianos! Con razón no solamente predicas que hay que honrar purísima y castísimamente al mismo Dios, cuya posesión es dichosísima vida, sino que también haces de tal manera tuyo el amor y la caridad del prójimo, que en ti hallamos toda medicina potentemente eficaz para los muchos males que, por causa de los pecados, aquejan a las almas.

Tú adiestras y enseñas con ternura a los niños, con fortaleza a los jóvenes, con delicadeza a los ancianos, conforme a la edad de cada uno en su cuerpo y en su espíritu. Tú con una, estoy por decir, libre servidumbre, sometes los hijos a sus padres, y pones a los padres delante de los hijos con dominio de piedad. Tú, con vínculo de religión más fuerte y más estrecho que el de la sangre, unes a hermanos con hermanos… Tú, no sólo con vínculos de sociedad, sino también de una cierta fraternidad, ligas a ciudadanos con ciudadanos, a naciones con naciones; en una palabra, a todos los hombres, con el recuerdo de los primeros padres.

A los reyes enseñas a mirar por los pueblos; a los pueblos amonestas que obedezcan a los reyes. Enseñas con diligencia a quién se debe honor, a quién afecto, a quién respeto, a quién temor, a quién consuelo, a quién amonestación, a quién exhortación, a quién corrección, a quién represión, a quién castigo; mostrando cómo no se debe todo a todos, pero sí a todos la caridad, a ninguno la ofensa.
San Agustín
(Tomado de: “De moribus Ecclesiae Catholicae”, libro I, c. 30)


EL PREMIO OCULTO

Muchas veces permite también la Divina Providencia que hombres justos sean desterrrados de la Iglesia Católica por causa de alguna sedición muy turbulenta de los carnales. Y si sobrellevan con paciencia tal injusticia o contumelia, mirando por la paz eclesiástica, sin introducir novedades cismáticas ni heréticas, enseñarán a los demás con qué verdadero afecto y sincera caridad debe servirse a Dios.

El anhelo de tales hombres es el regreso, pasada la tempestad; mas, si no se les consiente volver, porque no ha cesado el temporal o hay amago de que enfurezca más su retorno, se mantienen en la firme voluntad de mirar por el bien de los mismos agitadores, ante cuya sedición y turbulencia padecieron, sin originar escisiones, defendiendo hasta morir y ayudando con su testimonio a mantener aquella fe que saben se predica en la Iglesia Católica.

A éstos corona secretamente el Padre, que ve lo interior oculto. Rara parece esta clase de hombres, pero ejemplos no faltan, y aun son más de lo que pueda creerse.
San Agustín
(Tomado de: “De vera religione”, cap. 6, nº 11)

No hay comentarios.: