MÁRTIRES MODERNOS
No seré yo el que proponga estirar la noción de martirio más allá de lo que la Iglesia ha definido: mártir es aquel que es muerto “por odio a la fe”. Si un conductor pisa alevosamente a una persona y la mata y luego huye, esa conducta cobarde, esa muerte inocente no acredita a la víctima como mártir.
Si unos sacerdotes son asesinados por su notoria participación en la guerrilla marxista, el asesinato es repudiable… y los sacerdotes también. Sólo los cardenales de la Iglesia Mistonga (no la católica, apostólica, romana) pueden concederles a esos sacerdotes el nombre de mártires.
Pero en este siglo de lodo (Bibliografía: tango “Cambalache”) va a haber que encontrar un nombre nuevo para designar a los que mueren víctimas del mundo moderno. Los millones de bebés asesinados por los aborteros no son, claro, literalmente mártires, pero ¿no habría que reservarles algún título, ya que mueren para ser testigos del salvajismo del mundo moderno?
Lo mismo pensé ante una noticia estremecedora que me acerca mi buen amigo el Dr. Raúl O. Leguizamón, a quien todos conocen en “Cabildo” por sus interesantes y eruditos estudios sobre el evolucionismo. Lo primero que llama la atención, en la noticia, es que proviene de una publicación de la red que se llama “El Semanal Digital” y que ningún diario “grande” en la República Argentina y de la mayor parte del mundo la ha incorporado a sus impolutas páginas.
Sucedió en Sudáfrica y relata que una madre lesbiana, Hannelie Botha, permitió que su “pareja”, Engeline de Nysschen, asesinara a golpes a su hijo Jandre, de cuatro años, “por haberse negado a llamarla papá”. Este pequeño muere, pues, como testigo del sentido común. Es imposible, en un chico tan chico, que su negativa proviniera de razones teológicas o jurídicas. Lo suyo ha sido simple, sano, santo sentido común. “Esta arpía desencajada que me golpea no es ni puede ser mi papá. Y por esa sencilla fe doy la vida”. Así se hubiera expresado, de haber podido, la víctima.
Teólogos, a trabajar. Cada día aumentan las víctimas de la cultura de la muerte. Hay que encontrarles un casillero para que sean incorporadas a quienes pueden servirnos de intermediarios ante el trono de Dios. ¿Y alguien puede dudar que es allí donde está Jandre?
Aníbal D'Ángelo Rodríguez
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