DE ISRAEL
En la reciente Cumbre de la ONU contra el Racismo, se produjo un gran escándalo por las acusaciones del presidente de Irán al Estado de Israel. Los representantes de la Unión Europea abandonaron el recinto, al que tampoco habían concurrido aliados de los israelíes, como Estados Unidos, Alemania, Holanda, Italia y Polonia. Y grupos de manifestantes, disfrazados, perturbaron el discurso. El presente comentario sólo se propone situar los hechos en el razonable quicio. Por de pronto, no es la primera vez que se dicen cosas fuertes en reuniones internacionales, donde incluso a veces se han registrado insólitas actitudes violentas, incluyendo zapatazos. Conforme a noticias firmes que tienen estado público, quedaba claro que en la referida situación lo cuestionado fue expresión del mandatario de un país a punto de sufrir agresiones del ofendido.
Pero hay más y es algo desproporcionado, que no se compadece con la conducta observada en cosas mucho más graves. Se trata pues de un revuelo teñido de hipocresía, parcialidad y obsecuencia, que no se compadece con el silencio o la absoluta inoperancia de la ONU, frente a agravios infinitamente más importantes. Como las blasfemias sacrílegas propaladas por la televisión israelí contra los más sagrado de la Religión Católica; el inhumano arrasamiento de Gaza y el Líbano, o las confesas torturas de Estados Unidos. Por ejemplo, la asfixia simulada de prisioneros de Al-Qaeda en 266 ocasiones (cfr. “La Nación”, 21 de abril de 2009).
AMENAZANTE ETNOCRACIA
Es obvio que los calificativos lanzados por el presidente de Irán a Israel, se inscriben en las tensas relaciones de ambos países. Con los inmediatos antecedentes del cercamiento de pueblos, privándolos, como en Gaza, de alimentos y remedios con mortandad de mujeres, ancianos y niños. Las fuentes de agua cegadas en el Líbano… los bombardeos de poblaciones indefensas, los asesinatos selectivos. Hubo, es cierto por parte de Irán, una dura acusación de racismo en la Cumbre referida. Pero sobre el particular, vienen al caso las conclusiones esclarecedoras del distinguido profesor de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Sand, consignadas en un reciente artículo del diario “La Nación”. El catedrático judío, con gran libertad de espíritu, percibe en Israel una visión que califica de “monolítica y etnonacional”; lo que lleva a convertirlo en un pueblo circunscripto, vuelto sobre sí mismo. Esto hace del actual Israel un Estado étnico, de rasgos liberales, pero etnocracia al fin, que discrimina un cuarto de la población civil del país. El mito de la “nación eterna” le impide a Israel crear un concepto de ciudadanía moderna, porque continúa encasillado como el Estado de los judíos (y no sólo de los que allí viven, sino de los del mundo entero). (“Historia oficial y espíritu crítico”, “La Nación”, del 8 de abril de 2009).Hay algo especialmente humillante para nosotros, que Israel agraviada reaccione a su manera, no es cosa que pueda espantar ni sorprender. Sí extraña y avergüenza que la DAIA haya obligado al Gobierno nacional a dar explicaciones, por la actitud de la delegación nacional que no abandonó la Conferencia. Lo cual dio pie para que las autoridades se disculparan… jactándose nada menos que de haber expulsado de nuestro país al Obispo Richard Williamson, por antisemita. ¿Cómo? ¿No era que la versión oficial había sido que se le pedía su egreso del pais por no tener en reglas los documentos inmigratorios y los vinculados a sus actividades profesionales?
Casimiro Conasco
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