LA LEALTAD?
Si se declama tanto, ¿será que aún queda algo de aprecio por la misma…? La realidad parece mostrar otra cosa. La lealtad no sólo no existe como realidad en el ámbito político, es algo en extinción en todos los ámbitos: en el laboral, en el religioso, en el educativo… Parecería hoy reducida a la caricatura del “amor a la camiseta”, con toda la “profundidad” que ello denota. Es más común la fidelidad a la “azul y oro” que la matrimonial, por de pronto es más estimada socialmente; entonces, ¿qué podemos esperar de la lealtad política?
En la conciencia cauterizada del argentino medio la falta de lealtad ni siquiera se contempla como pecado, es una realidad más que parece que deberíamos aceptar con los tiempos que han cambiado. No se guardan lealtades que antes eran obligantes.
Siempre me impresionó, por ejemplo, leer que de Louis de Wohl, sin dudas gran autor hagiográfico, se señale en la nota biográfica de sus libros que siendo alemán de nacionalidad trabajó como espía inglés durante la Segunda Guerra. ¡Es como exhibir que le metía los cuernos a su mujer o que mató de disgusto a sus padres! Y ojo que me molestaría lo mismo si siendo inglés hubiese espiado para Alemania.
Me consta que sus libros le han hecho bien a mucha gente… pero hay algo no me cierra. El Cid, a pesar de que su rey, Alfonso, era un pelandrún, como diría mi suegra, siguió guardando su palabra y su fidelidad… no se pasó al enemigo; altri tempi.
Parecería que todo se transforma en un objeto descartable: si soy jefe, a fulanito lo uso mientras me sea útil, después lo saco y si te he visto no me acuerdo; si soy un subalterno, lo mismo. ¿Lealtad a quien bien me sirvió?
Melancólico, creyendo “como a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”, releo un asombroso fragmento del Tratado del Espíritu Santo de San Basilio Magno. Lo comparto:
“Miremos este cuadro: De los dos lados, terrible, la flota se lanza contra la adversaria; después, en el brillo de una implacable cólera, se lanzan unos contra otros y comienza la batalla. Imagina, si quieres que una violenta tempestad dispersa las naves, que una densa obscuridad caída de las nubes se entretiene, tapando la vista hasta el punto de hacer imposible toda distinción entre amigos y enemigos, porque en la confusión general no se reconocen los pabellones. Añadamos a este cuadro, para darle aún más animación, un mar turbado que se hunde e inflama, cayendo de las nubes violentas cataratas y una terrible agitación de olas levantadas por marejadas enormes. Y he aquí que de todas partes, los vientos se ponen a soplar en la misma dirección. Para la flota entera es la colisión. Entre aquellos que están en la línea de batalla, unos traicionan y se pasan al enemigo en el curso del combate, otros son obligados, todo a la vez, a avanzar contra el asaltante y a masacrarse entre sí bajo el golpe de la revuelta que suscitan el rechazo de la autoridad y el deseo de cada uno de ser el amo. (…) Ya no se oye la voz del comandante, ni la del piloto, es un desorden y una confusión terrible, porque el exceso de desgracias, trayendo la desesperación de sobrevivir, suprime todo temor de cometer faltas. Añade a esto una extraordinaria, una loca pasión por la gloria, tanta y tan buena que el navío tiene a bien irse a fondo, mientras la tripulación continúa disputándose el primer lugar.
“Y ahora, pasa de la imagen al mal que es su modelo (…) ¿La tormenta de la Iglesia no es más salvaje que el tumulto del mar? Todo límite puesto por los Padres se encuentra desplazado, todo fundamento, todo lo que servía de muralla a los dogmas de la Fe está quebrantado, todo lo que se levantaba sobre las bases podridas es trastornado, la menor sacudida los derriba. Nos lanzamos unos sobre otros y nos tiramos unos a otros. Si el enemigo no ha sido el primero en alcanzaros, de vuestro auxiliar viene la herida. Y si herido quedas tirado, tu camarada de combate te pisará al pasar. No estamos unidos más que en la medida en que probamos un odio común. Una vez pasado el enemigo, nos miramos unos a otros como enemigos…”
Hasta aquí el gran Basilio.
No estamos unidos más que en la medida en que probamos un odio común.
¡Esto está escrito en el siglo IV! ¡El siglo de los doctores de la Iglesia, el siglo de oro de la Patrística! ¿Qué nos quedará a nosotros?
Sería demasiado fácil imaginar y criticar a los “compañeros”, a los “correligionarios” o a cualquier otro bicho pululante; sería demasiado fácil si no fuese algo que nos duele también en carne propia. Si alguna vez nos emocionamos escuchando que “yo tenía un camarada”, hoy deberíamos llorar porque muchos de los camaradas que alguna vez tuvimos, aquellos que llenaban las plazas los 20 de noviembre o los 2 de abril, no murieron heroicamente, sino defeccionaron acomodándose a los tiempos. Y algo peor, ni siquiera fue por una “desenfrenada pasión por la gloria”, la más de las veces, la causa fue una rastrera ambición económica, o de poder, o de algo aún más infame. Y, si es posible, algo todavía más execrable, probablemente ni se dieron cuenta de que hacían algo malo, porque los hombres sabemos encontrarnos excusas con facilidad.
Ni por asomo me voy a detener en la poca hidalguía de Lugo pidiendo exámenes ADN, no vale la pena; menos aún me preocupan los excesos de Mr. K., o el encumbramiento de Guevara, Nacha; hay ejemplos más cercanos y dolorosos que nos cuestionan como Judas: “¿seré yo Señor?” ¿Seré el próximo? Si acaso no estamos en la lista de los “desleales” a Nuestro Señor, a su Iglesia, a la Patria, a nuestra familia, a nuestros maestros, a nuestros amigos, es simplemente porque nos sostuvo Su mano. Si no, sería imposible: la lealtad hoy es una Gracia “sobrenatural”.
¿Nos queda simplemente llorar el bien perdido? Sí, lloremos, no queda otra opción si es que lo único que nos une es el odio al adversario común. Ni esas lágrimas, ni el odio (por más justificados que sean) son capaces de hacer algo más.
Una vez que pase el enemigo, nos miraremos unos a otros como enemigos No sabemos si pasarán estos enemigos, si se recambiarán, cambiarán sus caras, o si se quedarán hasta el fin. No lo sabemos.
Nuestra historia reciente nos enseña esto: las divisiones que sufrimos sistemáticamente en nuestras filas, aquellas que nos han destrozado, aniquilado, no hablan de otra cosa que de falta de verdadera caridad. “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo de Pedro…” seguimos repitiendo sin recordar lo principal: “¿Por ventura Pablo ha sido crucificado por vosotros?” Y también es “lo principal” que el ser del Crucificado nos debe unir sustancialmente más que lo que nos desunen las diferencias que puede llegar a haber entre nosotros; muchas de ellas lícitas, dentro de lo opinable.
La falta de unión que exhibimos durante los últimos 50 ó 60 años no es otra cosa que una terrible “falta de lealtad a nuestro Rey”. “Ya no se oye la voz del comandante… el exceso de desgracias, trayendo la desesperación de sobrevivir, suprime todo temor de cometer faltas”. Y esa carencia de todo temor de cometer faltas es el supremo pecado que esteriliza los aciertos parciales que pudiésemos llegar a conseguir: la soberbia.
Conclusiones:
1. Que Dios nos ayude… porque los de afuera ya nos han devorado. Radio Colonia promociona su cobertura de las próximas elecciones diciendo algo así: “Mentiras, fraude, corrupción y más mentiras; Ud. necesita saber la verdad sobre las elecciones en Argentina, escuche Radio Colonia”.
2. No perdamos la Esperanza, porque la victoria final es del Señor de los Ejércitos, también y mejor conocido como el Buen Pastor.
Franco Ricoveri
1 comentario:
Siempre de lo que mas declama es de lo que se tiene una gran carencia.
Así los derechos humanos significan la total negación del Derecho.
Y en cuanto a la Lealtad, así con mayúsculas, uno de los mas caros objetos de la liturgia partidocrática de los autoproclamados herederos de Perón, ésta brilla por su total ausencia en todos y cada uno de los actos de estos burócratas partidocráticos.
Borocotizaciones varias, traiciones, traspasos, infidelidades (políticas y conyugales), divorcios (metafóricos y materiales), cambios de camiseta, son los frutos diarios que cosechan estos felones congénitos, cultores apóstatas de la lealtad.
Su canción identitaria no es la "Marcha Peronista", como algunos desavisados suelen creer, sino aquel vals de Le Pera de la película "Cuesta abajo" (Significativo título para la Argentina democrática), cuyos primeros versos decían:
"Hoy un juramento,
mañana una traición".
Después de 364 días de traiciones, a Dios, a la Patria, al Pueblo, a propios y extraños, y entre ellos mismos, los 17 de octubre de cada año festejan enfervorizados el "Día de la Lealtad" ¡Vaya gentuza!
PD: Hace un ratito nomás me enteré de la borocotización de la apostolada del campo, la Negra Alarcón, que se pasó con armas, bagajes y acólitos a los depredadores del campo. Alarcón que oficiaba de espantapájaros se tranfugueó a los gorriones.
Seguramente en los próximos minutos ocurrirán nuevas traiciones, parodiando a Radio Colonia, citada por Franco Ricoveri, podremos decir ¡Habrá mas noticias para este boletín!
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