APRENDER A DISTINGUIR
Resulta obvio: el título que encabeza esta nota gira en torno a una circunstancia que involucra a todos, o más bien a casi todos los países del orbe. Las opiniones de “economistas académicos” y las de los que no lo son, difieren tanto en aspectos fundamentales como en aquellos que no revisten siquiera entidad secundaria. No acuerdan entre ellos, ni siquiera los tributarios de unas mismas escuelas: no podría esperarse entonces que surja un mínimo acuerdo al menos entre las figuras más autorizadas. Por lo tanto, en su conjunto, han dicho todo o casi todo lo que con alguna seriedad o careciendo absolutamente de ella pueda haberse dicho.
En lo que respecta al segundo conjunto, denominado también por Paúl Krugman el de los “economistas convencionales”: (periodistas, políticos, empresarios, mercaderes, y hasta ideólogos indoctos de esos que no toleran verse excluidos del convite) ,vale decir todos los que tengan acceso a los medios de difusión (acceso que no comporta haber adquirido derecho alguno) algo han dicho y es de esperar que sigan diciendo. Por ello no tiene sentido.
Quedan pendientes por cierto algunos aspectos que no tienen importancia menor, como:
1) Profundidad y extensión territorial del fenómeno; y
2) el tiempo durante el cual se prolongará este fenómeno indeseado y el que demandará recuperar niveles de actividad, empleo e ingresos satisfactorios.
Sin duda que no pueden distraer la atención de nadie las disimilitudes existentes entre los llamados países desarrollados y los denominados emergentes. Gobernantes y empresarios deben aprender a distinguir estas diversidades, tanto como todas aquellas que tengan su origen en las diferentes y múltiples estructuras. Ahora bien, las incógnitas a resolver escapan de las manos de los economistas: es más tarea de adivinos, ajenos a las disciplinas científicas. No es lo nuestro.
BANDIDOS CON PODER
Pero, sí debemos ocuparnos de lo que ocurre dentro de nuestras fronteras.
Aquí son muchos y grandes los desaciertos en los que han incurrido los que hoy ejercen un poder que nadie les dio, y que lo han tomado en una suerte de golpe comando más propio de bandas de delincuentes desorganizadas y carentes de todo parámetro ético; persiguen la posesión del botín que tienen al alcance de la mano por única disposición del soberano que presume de tribuno republicano. De ética pública no se atisba el más mínimo rastro, se la busque por donde se quiera. En síntesis, los gobernantes son bandidos movidos únicamente por el afán de dinero y de poder. Poder que han ejercido en todo ámbito sin recato, freno o estilo.
El ex presidente, dueño del poder real, no se ha privado de exceso alguno y no hay sector de la economía que no haya destruido. Es tal el desaguisado que ha provocado en todos los ámbitos que ni él mismo, si tuviera algún día la dignidad y la voluntad de arreglarlo no sabría por dónde empezar ni cómo hacerlo. Este es el resultado de haber saqueado el patrimonio nacional y despojado a los habitantes de sus bienes. Quedaron a salvo los amigos de la pareja gobernante que pudieron, asociados a ellos, acumular ingentes fortunas.
Dejo en claro que no intento atribuirles los daños ocasionados por un fenómeno tan indeseado como incontrolable cual es el de la sequía que asuela aún a nuestra tierra. Sí les imputo en cambio haber destrozado lo mejor de la actividad agropecuaria, saqueado las arcas públicas y aquellas que tenían por fin sostener entidades de bien público destinadas en particular a mantener y solventar necesidades de los sectores más carenciados. Es también grave la responsabilidad que les cabe por haber consentido el despojo de industrias y recursos naturales asociados con empresarios que hasta ayer ostentaban caras adornadas con forzadas sonrisas de apariencias angelicales; esta es otra variante de las bandas de bandidos a las que ya aludimos.
LAS UBRES MÁS SUCIAS
Este panorama descripto es del dominio público. Nadie lo ignora ni el menos avisado. Callan muchos por temor a perder la innumerable cantidad de planes que se cuentan entre los mecanismos más corruptores de las virtudes de un pueblo; planes trabajar, jefes y jefas de hogar y otros muchos que al menos desalientan la virtud del trabajo honesto y forzado. Paralelamente proliferan bandas de menores analfabetos en las letras pero abocados a graduarse en el comercio de armas, tráfico y consumo de drogas y siga el muestrario.
Pero todo tiene su razón de ser: El jefe máximo de la banda se encuentra frente a unas elecciones que de perderlas implicarían su muerte política; es así que a caballo de uno de los más perversos sistemas políticos que ha conocido el hombre —la democracia liberal alumbrada por la masonería y alimentada por el sufragio universal que es la leche que mana de las ubres más sucias de la historia— no se ha detenido frente a las maniobras y artilugios con fines electoralistas que se le podrían haber ocurrido. No puedo negarle al hombre que imaginación tiene; tanta como desprecio a los gobernados y a las instituciones.
Va de suyo que el cuadro se enmarca en el desprecio absoluto al bien común, que tanto significa y que se supone que él y su banda ignoran. Si lo supieran no tendríamos derecho a salir en defensa de los desprotegidos, como lo hicimos párrafos arriba. Si lo supieran tampoco tendríamos derecho a proclamar, como raíz única de nuestra identidad la defensa de nuestra tradición hispano-católica.
Alejandro Vera Barros
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