EL BOTELLERO RODRÍGUEZ
Y EL MAR DE COSME
“Caballero vil solamente debe cabalgar en asno”
(Raimundo Lulio)
En un intento tan servil cuanto lastimero de sumarse al ataque de Beccar Varela contra mi persona, un miembro de la cofradía La Botella al mar, el botellero Ernesto Martín Rodríguez, me ha dirigido un carta, fechada el 25 de junio, a la que dio en llamar Dos pesos y dos medidas. (cfr. La botella al mar, Correo de Lectores, nº 1994).
El auxilio al desasosegado agresor —que no es precisamente el célebre De auxiliis entre Molina y Báñez— tendrá suerte adversa entre los epistolarios de conceptuosa monta y castellana sintaxis, pero bien podrá ocupar, con derecho propio, algún período fecundo de la historia local de la infamia. Porque la misiva, lo adelantamos, es un resumidero de bajezas.
La primera infamia del botellero Rodríguez consiste en adjudicarle a la doctrina católica que sustento la consecuencia práctica de “dejar el camino de la política libre para los sinvergüenzas que constituyen la dirigencia corrupta e inepta y que copa todo el espectro político de nuestra Patria”. Amén de la hipérbole que significa la adjudicación de tamaño corolario a quien, como en mi caso, ningún poder posee, resultaría que la vía libre para los desmadres de nuestros canallas brota de quienes no queremos tener con ellos ni el lenguaje en común —según recomendación de San Jerónimo—,exigiendo en cambio la batalla frontal contra el Régimen que los prohíja y sostiene. El bastión contra los malos, en cambio, lo constituirían los presurosos sustentadores de sus gananciosas reglas de juego, desde la soberanía del pueblo que la Constitución proclama hasta el sufragio universal y la compulsiva representatividad partidocrática.
La verdad es que el triunfo mayor de los sinvergüenzas es constatar que quienes debieran reprimirlos compiten con ellos en la inverecundia democrática. El logro más empinado de “la dirigencia corrupta e inepta” es doblegar a los decentes, obteniendo de ellos la resignada y pública aceptación de su encuadramiento regiminoso. Todo partido político forma parte de la partidocracia, como todo triángulo forma parte de las figuras geométricas, y no hay sustentación lógica para argüir lo contrario. Uniformizarnos y contenernos bajo el carácter conminatorio del sistema, es el verdadero camino libre que necesitan los sépticos. Los liberales católicos le prestan este inmejorable servicio desde el bando felón en que se han posicionado.
La segunda infamia, ya algo más desatada y chafallonera, es calificar como “gratuita, malévola, y con absoluta mala fe” mi afirmación, según la cual, la nota de Beccar Varela titulada Un error que paraliza a los buenos patriotas “rezuma un penoso tributo a la Revolución y a la Modernidad, categorías ambas con las que no ha de andar jamás en maridaje alguno un católico íntegro”. Probándose además la malicia de mi juicio sobre “la patética pérdida de rumbo” de Beccar Varela al sostener que había que votarlo a Macri, en el hecho notable de que “apenas 6 días después” de haber lanzado aquella alternativa la desdijo, proponiendo en cambio echar algún pliego en las urnas para anular el voto.
Que Beccar Varela rinde tributo explícito a la Revolución y a la Modernidad, está muy lejos de ser una afirmación con los caracteres torvos que la presenta el botellero Rodríguez. Antes bien, es una de las tantas evidencias que me obligo moralmente a constatar con fines preventivos. Por lo que dice alguien que ha sabido ser autoridad prestigiosa para el acusado, Plinio Correa de Oliveira, en su clarificadora obra Revolución y Contrarrevolución (Barcelona, Cristiandad, 1959). Gran parte de los caracteres revolucionarios y modernos allí descriptos —principalmente en el ámbito de la política con la aceptación de la democracia como “legítima, justa y evangélica”— se le aplican literalmente a Beccar Varela, incluyendo el luminoso párrafo sobre el “semi-contrarrevolucionario”, espíritu flojo y contemporizador, en cuya alma comienza a entronizarse “el ídolo de la Revolución” (ibidem, p. 56 y 69).
La “malevolencia y mala fe” no está en verificar un extravío sino en cometerlo. Está en convalidar la legitimidad de las opciones democráticas, del sufragio universal que es la mentira universal —según enérgica reprobación de Pio IX en la Maxima quidem— de la soberanía del pueblo contenida en la Constitución, de la representatividad partidocrática, del igualitarismo electoralero y de toda la normatividad laicista y naturalista impuesta por el sistema liberal. La malevolencia y la mala fe es desdeñar la distinción entre autoridad y poder, minimizar el magisterio de los héroes vandeanos, el carácter testimonial y apostólico de la militancia pública, ignorar el magisterio clásico, tradicional y contrarrevolucionario y sustituir en la acción política el deber ser por la veritá effetuale, tal como lo anuncia Maquiavelo. Pero no han salido de mí estas lecciones cochambrosas y horrísonas, sino del defendido de Rodríguez.
Tiene gracia, si no fuera trágica, la revelación del botellero sobre el cambio de criterio de Beccar Varela, pidiendo que no se lo votara a Macri “seis días después” de haber anunciado que le daría su sufragio. Nuestro movilizador de patriotas —rectilíneo y estable cual cedro en su toma de decisiones— no es hombre que vaya a cambiar de timonel o rumbo en una semana. En ocasiones como esta sólo necesita seis días. Balmes me mira sonrojado y pídeme piedad a esta altura de la respuesta. “El voto no es un cheque en blanco” —me dice Rodríguez que escribió Beccar Varela para retirarle su enorme caudal electoral a Macri. Una vez alzado con la tómbola sufragista, coincidió el vencedor porteño con quien tan furtivo en amoríos urneros le había sido. “La gente no da más cheques en blanco”, dijo Macri (Cfr. “La Nación”, 26 de junio de 2007, pág. 1). Bien apunta Rodríguez que es necesario bucear en el “recóndito pliegue de la psique”.
La tercera infamia, próxima al hedor, consiste en suponerme incurso en una fea incongruencia. Consistiría la misma en “descalificar con adjetivos injuriantes la posibilidad de cualquier forma de participación en un sistema al que califica como intrínsecamente perverso”, y “sin embargo”, a pesar de “esta rígida postura”, no privarme “de participar de ciertos beneficios que tal sistema le brinda como el de ser profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, o formar parte del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONYCET [sic]) como parte del personal registrado en el Instituto Bibliográfico «Antonio Zinni»‚ (sic) de dicho organismo”.
La ilogicidad compite con la ignorancia, y ambas con la vileza en párrafo tan prieto. Acaso para percibirlo hiciera falta que Sciacca nos siguiera ilustrando sobre las múltiples posibilidades de la estupidez que oportunamente retratara en El oscurecimiento de la inteligencia.
Para la acuidad arguyente del botellero, cultivar una carrera docente universitaria y consagrarse a la investigación científica —actividades ambas que en nuestro país, como bien se sabe, están reñidas con el lucro o el posicionamiento económico— son “beneficios” equivalentes a los que disfrutan los políticos regiminosos o los legitimadores del modelo. Beneficios transidos de sospechas indecorosas y de inimaginables complacencias y renuncios frente el sistema. Tanto que, quien como yo dice detestarlo, debería coronar mi coherencia renunciando a mi oficio pedagógico y a mi actividad académica. En la casuística de Rodríguez, quienes nos oponemos al sistema, deberíamos abjurar asimismo de otros “beneficios” del mismo, como el uso de los hospitales públicos, de los transportes colectivos, de los espacios municipales y hasta de las mismas calles y aceras, que el Régimen asfalta o embaldosa con democrática aplicación. Sólo entonces nuestro sentido de lo congruo sería completo y el perspicaz crítico bendeciría nuestro obrar. ¿Es que estoy tratando propiamente con un cernícalo?
He de agregar algo al respecto, para que el oprobio deje sentir su fuerza sobre la testa febril de Rodríguez. Nunca he sido profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, de la que he egresado como Profesor de Historia. Y lo lamento, pues no fueron pocos los hombres de bien que en tal casa de estudios supieron alzar su voz para defender la honestidad intelectual en medio de las ruinas del Régimen. Es posible que este dato mentiroso lo haya extraído Rodríguez, irresponsablemente, de algunas de sus excursiones por el Buscador Google, de las que más adelante él mismo da cuenta. Usarlo sin verificación previa y con un pretendido afán descalificatorio, le adiciona una cuota más de procacidad a este catálogo de infamias.
Sí, en cambio, he de decir, y con orgullo, que pertenezco desde hace casi dos décadas al Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, del que el botellero ignora todo. Desde cómo se escribe su nombre, hasta que fue fundado por el Padre Guillermo Furlong y dirigido por genuinos maestros de la historiografía, tales Julio Irazusta y Roberto Marfany. Desde que ha editado una ingente bibliografía del más alto nivel profesional y de la mejor orientación científica, hasta que en su seno se alberga —merced al trabajo arduo de sus miembros— una de las hemerotecas más importantes, si no la mayor, del pensamiento católico y nacionalista. Desde la austeridad de recursos con que sobrelleva sus múltiples tareas, hasta las aborrecibles persecuciones, castigos y penas a las que lo sometió el Régimen, en una nueva prueba de su malignidad congénita. Como esto último no es un enunciado retórico sino la ratificación de un hecho gravísimo, sucesiva y oportunamente denunciado, remito al desinformado Rodríguez a la abundante documentación probatoria. Los dos tomos titulados: Informe Documental. Destrucción de equipos de investigación y persecución de científicos. Buenos Aires, Comité Argentino contra la discriminación de investigadores científicos, 1988-1989.
De mi situación en el Conicet: persecución, sumario, cesantía, nuevo sumario, amenaza gremial, hostilización continua, rechazo de Informes; y todo ello y tanto más que abrevio, explícita e impunemente ejecutado por mi militancia católica y nacionalista, también lo ignora todo el fiscal Rodríguez. Y como tampoco es giro retórico lo que estoy diciendo, sino la cruda realidad, remito a la fuente documental más reciente de éstas mis peripecias frente al Régimen. El Epílogo Galeato del volumen dos de mi obra Los críticos del revisionismo histórico, Buenos Aires, Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, 2006, págs. 539-569.
Pechisacado y orondo, el botellero acomete su cuarta infamia. Detector de incoherencias en ristre, me registra una nueva. Haber participado “en forma repetida como conferenciante invitado por el Partido Fuerza Nueva de España, organización que ha participado (y suponemos que continúa participando) de la vida democrática española, habiendo logrado mediante el execrado sistema del sufragio universal, que su máximo representante y mentor, el notario Blas Piñar, fuera elegido diputado. ¿Cómo puede Ud. compartir una mesa con estas personas tan integradas a un sistema intrínsecamente perverso? O para ser coherente y absolutamente fiel a su postura, ¿no debería haber rechazado cualquier participación en actos convocados por autoridades elegidas por ese método (el voto universal)? […] Parece que Ud. utiliza dos medidas distintas para medir la perversidad de la democracia de forma tal que en España le resulta lícito alternar con personas que se manifiestan defensoras del catolicismo y la tradición y que se han integrado al sistema como una forma válida y lícita de luchar políticamente para tratar de llegar al gobierno y cambiar la dirigencia, pero en cambio ello es imposible para un «católico íntegro» en la Argentina. ¿O es que acaso en España se dan las condiciones determinantes que enumeró Santo Tomás en su Comentario a la Política de Aristóteles? La respuesta parece obvia”.
He escuchado antes una observación parecida, aunque dicha en castellano. La respuesta es sencilla de comprender sólo para quien conozca o valore la talla ilustre y gloriosa de los personajes españoles aquí acremente mentados, y el honor consiguiente de compartir con ellos el combate por Dios y por la Hispanidad Eterna. La respuesta la formularé en epítomes sucesivos. 1) En España y en la Argentina mi prédica nunca ha variado; y mi prédica ha sido pública, documentada, sostenida, constatable con todos los registros que hoy permite la técnica. La cultura googlística de Rodríguez puede prestarle en la ocasión una invalorable ayuda. 2) Parte sustantiva de esa prédica ha sido mi rechazo y mis adhesiones políticas a las mismas cosas que aquí rechazo o apruebo, con la libertad de los hijos de Dios para coincidir o discrepar con quien corresponda. 3)A nadie se le ocurrió suponer que mis principios paralizaban patriotismo hispánico alguno, y a mí jamás se me ocurrió suponer que debía tener inopinada injerencia en la praxis pública de estos entrañables camaradas. 4) No he sido invitado a España para realizar actividades reñidas con mis convicciones, ni llevé a cabo la más mínima acción que me involucrara en enjuagues democráticos, electoralistas, partidocráticos o de cuño liberal. Mi actividad fue la misma que aquí procuro llevar a cabo: la del apostolado intelectual y el testimonio de la Verdad. 5) Quienes han tenido la generosidad de llevarme a disertar por rincones múltiples y significativos de la Madre Patria, no han sido precisamente los “integrados al sistema”, los “favorecidos por el sufragio”, los “partícipes de la vida democrática española”. Han sido los egregios parias, los excluidos hidalgos, los heroicos desterrados, los bizarros destituidos, las víctimas del castigo inaudito de la morralla gobernante por su condición de guardianes insobornables de los ideales de la Cruzada. Los grandes marginados por los medios y el poder político, a causa de su lealtad irrevocable a aquel Alzamiento contra el Comunismo, bendecido oportunamente por Roma. Al lado de esos hombres extraodinarios —Blas Piñar, el adalid y el primero— muchos de ellos con las cicatrices de su veteranía en cuerpo y alma, y con años de dura prisión sobre sus espaldas, por causa de su oposición al sistema, de su resistencia empecinada y solitaria, me he sentido honrado y urgido a ratificar mis ideales.
Rodríguez me pregunta cómo pude compartir la mesa y los actos de homenaje junto a Blas Piñar. Sólo por el despliegue de su magnanimidad y por los cuidados de la Divina Providencia que me dispensó esta gracia. El tersitismo del botellero —mentalidad minúscula de ayuda de cámara, éso quiere decir— no le permite inteligir las grandezas. Desde su pequeñez, Blas Piñar es “un notario” o un ex diputado. ¡Seguro! Y el Cid fue el que cambió las monedas de oro por piedras, y San Agustín el que fornicó repetidas veces, y el Rey Fernando el que tuvo problemas de alcoba y San Martín el que escupía coágulos de sangre. Sólo cuando se es merecedor de lo egregio, enseñaba Genta, se tiene un alma noble para saber contemplarlo. En cambio, cuando se está irremisiblemente condenado a las menudencias, el demonio apenas si nos permite avizorar miniaturas y parodias. Haría bien Rodríguez en callarse la boca ante los temas que no conoce, e intentar una aproximación a la trayectoria de Blas Piñar —incluyendo su balance de la gestión pública— estudiando pausadamente los cinco tomos de Escrito para la Historia, publicados en Madrid, Fuerza Nueva, entre los años 2000 y 2004. Haría bien asimismo en renunciar a todo intento de construcción sarcástica, porque su alusión a las condiciones analizadas por Santo Tomás para que rija o no el derecho positivo a la elección de los gobernantes, sólo desnuda un aspecto más de su rusticidad e insipiencia.
Una quinta infamia trae la misiva del quincallero, y no quedará sin respuesta. En ella —Google mediante, nuevamente— me presenta dictando “dos conferencias los días 2 y 3 de Abril de 1997 en la III Feria del Libro organizada por la Biblioteca Pública Provincial Juan Hilarión Lenzi, evento (sic) que contó con la presencia del entonces Gobernador Néstor Kirchner”.
Repárese especialmente en el procedimiento aquí utilizado por Rodríguez, y en la inmoralidad del recurso, habitual en el periodismo de las izquierdas. Ha construido lo que se llama una verdadera asociación ilícita, por ahora sólo idiomática. Pero juega con la anfibología que ella suscita, para que no quede en claro si fue la Feria del Libro o mi conferencia la “que contó con la presencia del entonces Gobernador Néstor Kirchner”.
En aquel año 1997, un grupo de amigos constituidos en una Asociación Sanmartiniana, abocada principalmente a la defensa de nuestros Hielos Continentales, me invitó a dictar sendas conferencias en homenaje a la guerra justa de Malvinas, en las localidades de Río Gallegos y Caleta Olivia. De allí que las fechas “denunciadas” por Rodríguez sean precisamente los días 2 y 3 de abril. Dí cuenta de este gozoso momento en el Editorial de “Memoria”, nº 20, Buenos Aires, abril-mayo de 1997, pág. 3, pues nada que ocultar había o hay.
Una de esas conferencias tuvo lugar, en efecto, en el predio de la Feria del Libro que entonces se estaba desarrollando en aquella provincia santacruceña. Ignoro si a la tal Feria asistió Kirchner, y parece cuerdo suponer que así tuvo que haber sido, como es de rutina. Pero no ignoro que nada tuvo que ver el susodicho Kirchner con mi conferencia, de la que es absurdo suponer que se haya enterado siquiera, como no ignoro que la presencia del mencionado sátrapa o de Satanás en aquel predio no me convierten a mí en sospechoso o en cómplice. También presenté un libro de mi autoría en la Feria del Libro de Buenos Aires, en el año 1996, y dicté una conferencia en 1998 (en ambas ocasiones bajo el auspicio de la Editorial Santiago Apóstol), y todo hace suponer que a tales “eventos” asistieron en sus respectivas jornadas inaugurales los malhadados funcionarios oficiales de turno. ¿Hay alguien en su sano juicio que pueda imputarme incoherencia o complicidad con el Régimen por dictar conferencias, presentar mis obras o firmar ejemplares en la Feria del Libro, bajo el patrocinio de una editorial amiga, que precisamente por católica sería desalojada del predio compulsivamente? Me parece mentira tener que estar explicando estas obviedades. Pero la casuística farisea del objetor y el abanico de sus sofismas ad hominem, nos han llevado a este punto.
A modo de estrambote, el botellero nos otorga su sexta infamia. Por la misma, tendría que explicar yo qué “razonamiento utilizo” para que mi “conciencia no se altere y quede sin mancha ni duda la pureza inmaculada de mis principios”, cuando “comparto la cátedra de una organización como la Universidad Autónoma de Guadalajara, que no tiene empacho en celebrar convenios con una organización como el Banco Mundial”.
Va quedando nuevamente clara la logicidad del impugnador. Ser amigo de Blas Piñar, miembro del Instituto Zinny, conferencista en la Feria del Libro o profesor en la Universidad Autónoma de Guadalajara, sea anatema. Estar a favor del sufragio universal, de la perversión democrática, del partidocratismo y del electoralismo, de una Constitución que sostiene el principio de la soberanía del pueblo y de las reglas políticas del Régimen, está bendecido, guarda coherencia con la fe católica, da sosiego a las faltriqueras capitalistas, a la moral invicta y las buenas costumbres. En esto consiste precisamente el tener “dos pesos y dos medidas”, expresión que certeramente usara Jean Ousset para descalificar a los liberales católicos que quieren “combatir la Revolución con métodos revolucionarios”. En esto radica la invencible y malsana bipolaridad de personajes como Rodríguez. En esto pensaba Nuestro Señor Jesucristo cuando habló de los sepulcros blanqueados o lanzó ante la tartufería de los fariseos la condena rotunda contra los que lavan lo de afuera del plato.
No “comparto la cátedra de una organización como la Universidad Autónoma de Guadalajara”, como dice el botellero. Soy profesor honorario de la misma y doctorado en filosofía, desde el 8 de febrero de 2002, con una tesis titulada Poesía e Historia. Una significativa vinculación. Me place y me honra ser amigo de muchos de los profesores y de las autoridades de dicha casa de estudios, y el poder concurrir anualmente —acompañado de un nutrido y calificado número de compatriotas— a dictar clases, cursos o conferencias. No conozco otro ámbito universitario hispanoamericano donde la epopeya cristera con su sangre mártir y el tradicionalismo católico sean institucionalmente asumidos como patrimonio espiritual, intelectual y moral digno de ser conocido y legado. Ni unos claustros que, a fuer de méritos testimoniales propios en el ámbito de la Fe y de la devoción a María de Guadalupe, tengan la paternal y explícita aquiescencia del pastor de la diócesis, Cardenal Juan Sandoval Iñíguez.
Con su probada capacidad para colocar el tacho de basura como centro de mesa, al buen decir de Octavio Paz, el botellero me apunta que la Universidad Autónoma de Guadalajara ha formado convenios con el Banco Mundial. Como corresponde a mi simple carácter de docente en dicha institución, es algo que no está en mis facultades de aprobación, sanción, control o beneplácito. Ni siquiera me consta el dato, y sin cuidado me tiene saberlo o ignorarlo. Supongo que iguales o parecidos convenios tendrá la serie de bancos en los cuales, durante el transcurso de mi vida, he tenido que cobrar mis salarios. O las grandes compañías en las cuales he tenido que oblar el pago de mis tarifas. Pero si a Rodríguez le parece que todo esto es complicidad con el Régimen —repito, como caminar por las calles o fatigar las aceras de la más rancia propiedad municipal— estoy pronto a irme al desierto o emular a Simeón el Estilita. En ese caso, lo presiento, mi culpa sería beneficiarme de las regiminosas arenas o de las columnas del Estado.
Quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí, habrá advertido sin esfuerzo alguno el rumbo elegido por Rodríguez para su facciosa mediación en mi desencuentro con Beccar Varela. Ningún argumento, razonamiento, prueba, asunto, trama o análisis conceptual. Ningún aporte filosófico, jurídico, histórico o teológico. Sólo una serie de sofismas ad personam, el uno más injurioso y necio que el otro. El resultado es que no estamos propiamente ante una carta, sino ante una canallada imperdonable. Posiblemente ante la carta más ruin que yo conozca.
No tendría tanta gravedad el episodio si no concurrieran dos circunstancias. La primera, que quien ha preferido revolcarse en una misiva abyecta, me acuse de “agresivo e injurioso”, sosteniendo que en mi respuesta a Beccar Varela he “preferido la descalificación, la diatriba y la injuria”, y ello “como señal inequívoca de que faltan argumentos”. En psicología de la conducta, a tamaña chifladura se la llama proyección.
La segunda circunstancia que carga de pecaminosidad este hecho, es el aval explícito que le ha dado Cosme Beccar Varela a la carta de Rodríguez, no sólo al publicarla en su hoja digital sino al escribir como posdata de su nueva contestación, literalmente lo que sigue: “Recomiendo leer la respuesta dada al Profesor Caponnetto por el Dr. Ernesto Martín Rodríguez, publicada en la Sección «Correo del Lector». CBV” (cfr. Respondo al Profesor Caponnetto aunque me ignore, La botella al mar, nº 795, 25 de junio de 2007).
Tamaña debilidad en la conducta —nada menos que avalar una colección de infamias— me ratifican plenamente en el convencimiento ya manifestado en mi anterior misiva. No tiene que haber ni segundas ni terceras respuestas, ni hay que seguir la corriente de estas esporádicas provocaciones. Únicamente cabe la caridad de rectificarle a las víctimas de su liberalismo revolucionario y moderno, los errores a los que son inducidas. Algo que seguiré haciendo cada vez que juzgue pertinente.
Tamaña debilidad en la conducta, repito, me eximen moralmente de darle réplica a las sucesivas notas de Beccar Varela en la que se viene ocupando de mi persona. Desde su antigua inserción en las enajenadas huestes Tefepianas, se atrevió a agredir a maestros de la talla de Meinvielle y Genta con infundados dicterios y similar perspectiva ideológica de la que ahora se vale para montar su módica reyerta. Si a tanto osó con aquellos arquetipos, no detendrá conmigo sus cíclicas agresiones. Hablará solo. Pero ¿qué mejor homenaje podría tributarme, que ponerme en la misma mira de sus blancos predilectos de antaño? Con sencillez sincera confieso que no merezco tanto.
No obstante, hay algo que antes de cerrar este capítulo de un debate que no inicié estoy presto a rectificar. Dije en la anterior ocasión epistolar que poseía Cosme Beccar Varela “una solvencia intelectual poco entitativa”. Se trata de un grácil eufemismo. En rigor es, sencillamente, alguien que no entiende ni atiende. Alguien a quien su botella se le negó a navegar por el mar, y llena de una extraña pócima, entre el tósigo y la jumera, le reventó en las manos. Alguien, al fin, al que en adelante no habrá que considerar sino como sujeto de eutrapélico mester:
“La democracia es un sistema puro,
aunque lo niegue el griego y el magín
del Aquinate o del de Hipona. Juro
que yerran sabios, santos y Merlín.
En vano Roma condenó al perjuro
del trono, de la mitra y del clarín,
en las urnas se templa el varón duro.
Lo dice Dios o yo, que soy Cosmín”.
Pero Cristo perdió el primer sufragio
y Rey se declaró, que no tribuno
de la plebe caída en el naufragio.
Nunca contó con la mitad más uno,
lleva cetro sin voto lacayuno.
Monarca invicto lo cantó el Trisagio.
aunque lo niegue el griego y el magín
del Aquinate o del de Hipona. Juro
que yerran sabios, santos y Merlín.
En vano Roma condenó al perjuro
del trono, de la mitra y del clarín,
en las urnas se templa el varón duro.
Lo dice Dios o yo, que soy Cosmín”.
Pero Cristo perdió el primer sufragio
y Rey se declaró, que no tribuno
de la plebe caída en el naufragio.
Nunca contó con la mitad más uno,
lleva cetro sin voto lacayuno.
Monarca invicto lo cantó el Trisagio.
Antonio Caponnetto
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