Es cierto que previamente había rendido y cobrado tributo al justicialismo liberal de mercado convocado por ese otro irresponsable que ahora no encuentra sepultura donde descansar, llamado Carlos Saúl Menem.
Luego, ya en el gobierno, buscó nuevos espacios y alianzas que, como fuere, pudieran compatibilizar con ese izquierdismo de pega que lo rodea y lo empapa. Fue el transversalismo, una táctica que de haberle salido bien le hubiera evitado estos encontronazos seguidos de pactos con su propio progenitor político y asegurado una victoria más fácil y menos peleada que la que se producirá en octubre, si así ocurre. Porque el transversalismo intentado le hubiera permitido atravesar los límites del proteico peronismo, crear un movimiento nuevo y aprovechar al máximo la agonía del radicalismo, cuyos segmentos progresistas, alfonsinistas o no, habría absorbido.
Pero no fue. Kirchner no pudo escapar de las redes del peronismo al que sigue prendido, y recurre a su simbología tanto como para no quedar despegado del viejo tronco al que todos puede pertenecer y del cual todos viven.
Si en algo Kirchner se muestra como peronista es en el siguiente aspecto, el de la suerte que acompañó a las gestiones de sus hombres, empezando por el propio fundador, quien se encontró con enormes reservas de oro que se encargó de desperdigar en populismo sin ideas ni previsiones. Es lo mismo que hizo Menem, que habiendo abandonado el estatismo histórico de su partido, también dilapidó sin conciencia los ingresos de las empresas mal vendidas en los años '90. Ahora le corresponde a este peronista “progresista” hacer lo propio que antaño hizo el liberal, y desperdiciar una circunstancia inmejorable que posiblemente no se vuelva a repetir en lo inmediato (de atenernos al ritmo cíclico de la economía argentina). Magníficos precios de los productos primarios de exportación, grandes superavits fiscales, saldos favorables en el comercio exterior, incremento de la recaudación impositiva casi sin antecedentes, recuperación de importantes sectores de la productividad, como la construcción, todo eso va camino de ser perdido, arrojado por la borda. Así en la primera mitad del año creció inexplicablemente el gasto público y el endeudamiento, mientras no se salió de las tenazas de la deuda externa que continúa impertérrita.
Una vez más el peronismo —como demostrando lo que el país sufre desde su aparición— mostró la ineptitud y la improvisación en la gestión. Al igual que el radicalismo, que también dispuso de dos oportunidades malaprovechadas. Ambos fracasaron demostrando que sus dirigencias, aunque se revistan de oropeles y de especialismos varios, no están en condiciones de gobernar ni de jugar a la oposición.
Álvaro Riva
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