GENÉRICOS
Según la OMS, un medicamento genérico es aquel
se vende bajo la denominación del principio activo que incorpora, siendo
suficientemente bioequivalente a la marca original, es decir, igual en
composición y forma farmacéutica y con muy parecida biodisponibilidad que
aquélla.
Como desde hace unos años se estableció
que los médicos debían extender sus recetas no con nombres de medicamentos en
particular, sino con el genérico de la droga prescripta, para evitar que el
paciente fuera cautivo de un laboratorio en especial, la palabra hizo fortuna y
se popularizó. Ahora casi todos aprendimos, a fuerza de recetario, qué diablos
es “un genérico”.
Sirva esto último para repreguntarnos,
hablando de la palabra en sí misma: ¿qué diablos será una palabra genérica? Con
pasmo se ve cómo van ganando terreno, en detrimento del lenguaje sano, liso y
llano. Del castellano llano, diríamos jugando con la rima.
Hay palabras que, vaciadas de su
contenido, saqueadas de su acepción original, liposuccionados sus significados,
terminan convirtiéndose en genéricas, para uso de cualquier patán, con o sin
guardapolvos. Nos recetan estos genéricos en posología abundante. Repasemos
brevemente las tres más comunes.
Fascista. Tan emocionante vocablo, con su abaratada
versión (para uso popular) “fachista”,
ya no equivale al seguidor y simpatizante de Don Benito, aquel hombre que a
decir de Pío XI “había devuelto
Jesucristo a Italia e Italia a Jesucristo”. Ahora, por esas zarandajas de
la comunicación, el fascista puede serlo de derecha o de izquierda, a diestra y
a siniestra de la mesa electoral. Durante el califato riojano, se escuchaba
repetidamente que Menem era fascista,
dicho sobre todo por los micrófonos de Radio Belgrano (“Belgrado”, en feliz término de un pícaro gordito) y la felizmente
fenecida revista “Humor”. Con el
tiempo, supimos que Stalin había sido fascista, al igual que Fidel Castro,
Franco, Colón y Diana Conti, nombre agregado en última instancia a este listado
sólo para incomodar a los anteriores personajes mencionados. Todos son
fascistas, lo que equivale a decir que nadie lo fue o que por sólo hecho de
nacer una persona lo es. Pregúntese entonces qué ideas defiende el fascismo,
teniendo en cuenta las que profesaron los nuevos -y viejos- fachistas, y el genérico habrá cumplido
su objetivo.
Progresista.
La conmovedora batalla de todos los políticos por autoproclamarse
“progresistas” lleva a recordar un pezzo
di bravura de Álvaro Alsogaray, liberal de toda la vida, quien no podía ser
sospechado de socialista. Pues bien, en un reportaje radial, el fundador de la
UCeDé sostuvo que él “era más progresista
que nadie”, ya que “el verdadero
progreso humano es que la humanidad avance y viva mejor, lo cual sólo es
posible en una sociedad liberal”. Si por un platillo de la balanza tenemos
a Don Álvaro -¡lo que es la fuerza del sino!- postulándose para progre, y por el otro hay un tiroteo
constante de gentes que se acusan de que los demás NO son progresistas como
pretenden serlo, también podríamos pensar que será difícil encuadrar qué sea el
progresismo. Genérico nuevamente eficaz, y palabra diluída.
Patria. Si “la patria es espíritu” como quería
Ramiro de Maeztu, difícil será encarnarla en una sola persona, por más genial
que sea. Quizás sabedores de esto, los recetadores ahora nos expiden esta
fórmula en dosis mayúsculas: “la patria
es el otro”, como haciéndonos pensar que todos lo son. Todos (no todas,
suerte de feminismo genérico también en boga gracias a la falsa boga) serían no ya la patria sino la
Patria: Kunkel, Boudou, Zannini, el supuesto Ausente del 27-O y la mismísima Gils Carbó encarnarían a la Patria,
vuelta un Frankenstein espantoso. O un franKenstein, para mejor mayuscular. La
cuestión es evidente: si esos otros son la patria, ¿debe defenderse esa patria?
¿Será que la patria sólo son los partisanos de La Cámpora, y no -por ejemplo- los miembros de “Radio Buitre”? Genérico que disuelve un país en un vaso de agua
mineral importada de Francia.
Basta ya. Cada cual podrá -si consiente en perder unos
minutos en esto- añadir más ejemplos a la lista. O bien, si quisiera darse un
baño de sensatez, en dejar de incorporar estas palabras genéricas en tan subida
dosis, para volver a las palabras comunes, las de antes, las de siempre: las de
heri et hodie. Si rechazamos las
palabras vaciadas de hoy en día -galimatías perverso, jerigonza babélica que
por definición es castigo a los constructores de una torre sin Dios- podremos
volver a pronunciar palabras veraces que sean eco de la Palabra. Recordemos que
entre tanto vocablo infeliz, que enferma y condena, aún nos queda el recurso -a
pesar de los bergoglios del mundo moderno- la posibilidad bendita de volvernos
hacia Aquel que, con sólo decir una palabra, bastará para sanarnos el alma.
Álvaro M. Varela
3 comentarios:
¡Brillante! Muchas gracias
Tq
Muy bueno el artículo del sr. Varela.Según he podido comprender en mi vida el componente de que la Patria es un sentimiento, es el esencial. Y no necesito dar explicaciones.
Respecto de las expresiones facho y demás que usa el periodismo, hay que pensar que el periodista medio es un orate iletrado que por lo general es además un resentido.No valen un salivazo.
Para terminar cpmento que desde hace muchos años, cuando me preguntan la ideología que tengo digo lo siguiente: "facho, ultramontano, reaccionario y mediavalista, y mi linbro de cabecera son las famosas veladas de San Petersburgo"En general mi franqueza es admirada, pero las mas de las veces, la mención de aquellas veladas del Conde sume a mis interlocutores en una especie de razonamiento de este tipo " que carajos este debe saber de lo que habla!
PACO LALANDA
¿Tan bajo cayeron los "nacionalistas católicos" de Cabildo, que siempre publican los burdos comentarios del inefable "Paco Lalanda"?
¡Dan vergüenza ajena, compatriotas!
Edgardo Tedesco
DNI 14.540.141
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