JAPÓN Y LA IGUALDAD RACIAL
Desde varios números atrás venimos siguiendo con atención los artículos del Sr. Don Carlos García publicados por “Cabildo”, en los que con solvencia se estudian las atrocidades de los vencedores de la segunda gran conflagración mundial. Se plantean las mayores razones que permiten afirmar que los llamados “criminales de guerra” sentenciados por los “Tribunales” al estilo Nüremberg, fueron víctimas de una farsa de la justicia, algo así como un “Hamlet sin el Príncipe de Dinamarca”.
Con verdadero interés al leer la excelente página titulada “Los odios raciales de Franklin Delano Roosevelt”, nos ha parecido pertinente intervenir en el tema. Nuestro objetivo es el de penetrar el escalpelo en los acontecimientos previos sucedidos en París en 1919 durante la llamada Conferencia de Paz.
Por otra parte, nuestro deseo es poder agregar algún dato sobre las raíces de las decisiones del nefasto Delano. Personaje de triste fama, por siempre en la ensangrentada memoria colectiva, dada su culpabilidad en la provocación de Pearl Harbor para entrar en guerra y salvar a la URSS (en diciembre de 1941) amén del criminal acto que fue la entrega, junto a Churchill, de la mitad del mundo a Stalin (en Yalta, febrero de 1945). A lo antedicho no debemos dejar en el olvido, su cínica prepotencia para que, esta América hija de España, declarara las hostilidades contra el Eje que, ya vencido, intentaba detener a los bolcheviques derramándose como muerte roja por Europa (febrero-marzo de 1945).
Nos ocupábamos del tema cuando, un querido amigo, nos dio aviso de la aparición reciente de un trabajo referido a lo que estudiábamos. Cuando llegó a nosotros, y lo leímos tomamos conciencia de lo excelente del estudio. Éste se encuentra en un tomo de 694 páginas impreso por la Editorial Tusquets de Barcelona (2011) y su título: “París 1919. Seis meses que cambiaron el mundo”. Su autora es Margaret Mac Millan, de la Universidad de Toronto. Vamos entonces a nuestro tema teniendo a mano derecha el citado trabajo.
París en 1919, se había convertido en la capital de los vencedores. Allí estaban los Tres Grandes: Woodrow Wilson, David Lloyd George y George Clemenceau, dispuestos a levantar la Torre de Babel que pondría orden y paz para siempre en el mundo. Junto a ellos, sus consejeros. Wilson con Brandeis y Edward House, Clemenceau con varios personajes de ancestros franceses muy recientes. Aquí van: Monsieur Lucien Klotz, Monsieur Brandeis y Jeroboam Rotschild con el nombre de Georges Mandel a secas. El otro “príncipe de la paz”, llamábase David Lloyd George con sus “Caballeros de la Round Table”: Mr. Isaac Kerr y Sir Philip Sasoon. Con muy poca seguridad los suponemos de pura cepa anglo normanda.
En una atmósfera de “Convento Masónico” “a fin de estar en familia”, dice el francés Jean Lombard Coeurderoy, fue excluido el representante de la Santa Sede, tal como había exigido el Barón Sidney Sonnino, protestante (?) descendiente de sefaradíes, nacido en Egipto y sin embargo, ex representante del Reino de Italia en Londres.
En cambio, se aceptó una delegación sionista encabezada por el rabino Stephen Wise.
Antes de entrar en el tema, creemos conveniente decir algo, referente a cómo se veían entre ellos los apóstoles del mundo democrático liberal. Comencemos por Wilson, paladín de la democracia, quien llegó a París (13 de diciembre de 1918) llevando a los mejores expertos, algo así, como un “Trust de Cerebros” (el banquero Bernard Baruch entre otros) que, como se vio con el correr de los meses, dispondrían de la suerte del mundo en secreto de gabinete.
Era el mismo personaje que en 1913 ya Presidente de los Estados Unidos declaró rotundamente que los norteamericanos “jamás añadirían un pie cuadrado por conquista a su territorio”. Tres años después el mismo Woodrow Wilson rapiñaba a Nicaragua la zona de un posible nuevo canal, dos islas y una bahía. Antes de esto, y también en el período wilsoniano, “los rubios del norte” intervinieron en Haití, la República Dominicana y México. En esos momentos así pensaba: “Voy a enseñar a los hispanoamericanos a elegir buenos gobiernos”. Insulto a nuestra dignidad que mostró la soberbia del profesor de cachiporra, con sus treinta y dos enormes dientes postizos.
Se llegó al extremo de un desembarco en Veracruz, mientras los periódicos de la “libérrima” cadena Hearst estampaban en gruesos caracteres “Todo México para la Unión”. Argentina, junto a Brasil con Chile, y el desarrollo de la Guerra, hicieron el milagro de frenar los cañones del matón virginiano. En 1917 Wilson derramó lágrimas por el “Lusitania” que la Casa Blanca aceptó fuera hundido en 1915 para hacerlo “casus belli”, tal como probamos con documentos, en una nota que se publicó en esta Revista. Su Secretario y amigo, el coronel Mandel House, escribió en su Diario sobre “los arranques de mal genio, sus inconsecuencias, la torpeza en las negociaciones y su mentalidad estrecha” (Biblioteca de la Universidad de Yale - “Papeles de House”).
Ahora veamos algunos apuntes biográficos de George Clemenceau, el otro gran personaje de aquellos años locos en los que se sembraron por Europa y el mundo las bombas que estallarían veinte años después. Había Nacido en La Vendeé (1841) pero a pesar de su cuna en una tierra martirizada por su lealtad a Cristo Rey, fue un republicano radical y anticatólico acérrimo. Vivió en los Estados Unidos en los últimos años de la década de 1860. Allí contrajo con enlace Mary Plummer. De ese matrimonio nacieron tres niños a los que, junto a su madre, abandonó en Francia.
Colaboró con Emilio Zola en la reapertura del “Caso Dreyfuss” en momentos en que la persecución anticatólica arreciaba y dividía a Francia. El asunto de las listas de los Oficiales del Ejército que, por profesar el catolicismo, había que trabar sus ascensos, deja bien a las claras el odio jacobino que impregnaba, como de costumbre, al antiteo sistema democrático.
Su vida fue un turbión oscuro donde se encontraban vinculaciones con el “Affaire Panamá” de fines de siglo XIX, sumadas a “demasiadas mujeres de dudosa reputación y acreedores”. Inmoral en su actuación se dijo de él que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de ganar el mínimo pleito. “Procede de una familia de lobos” expresó alguien que le conocía bien (Mac Millan, citando a F. Stevenson, pág. 112).
David Lloyd George en el quinto volumen de sus “Memorias de Guerra” descarga este lapidario juicio: “Amaba a Francia pero odiaba a los franceses”.
Su período de esplendor comenzó el 14 de noviembre de 1917 cuando fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros. “Mi misión —dijo a las Cámaras— es ser vencedor… Yo no os haré promesas. Haré la guerra. Eso es todo”. “Los sospechosos fueron detenidos, encarcelados y ejecutados” (Malet e Isaac: “Historia Contemporánea”, Editorial Hachette, 1949). Se renovó la guerra en todos los frentes… Consiguió entonces una popularidad inmensa que aumentó con la solicitud del Imperio Alemán para firmar un armisticio, el que se concretó el 11 de noviembre de 1918 después de la gigantesca segunda batalla del Marne.
Digamos ahora algo sobre David Lloyd George, premier inglés nacido en Gales en 1863. Hijo de un pobre maestro de escuela, su infancia penosa y casi miserable lo llevó, por resentimiento, a las posiciones extremas de la siniestra. En 1892 debutó en política como diputado, sentándose entre los radicales de izquierda.
Pero su fama comenzó cuando, en diciembre del año 1900, como joven abogado, formuló ante la Cámara una denuncia que hizo temblar los fundamentos de la sociedad británica. De acuerdo con sus investigaciones —dijo— acusaba al Clan Chamberlain integrado por el Ministro de Colonias y Diputado Joseph Chamberlain, con su hijo Austen Secretario de Finanzas, de ser accionistas de fuertes empresas bélicas. Esos grupos excluyendo toda competencia, debido a la ley de “Government Contractors”, habían logrado obtener enormes ganancias en la entonces reciente Guerra con los Boers. Asimismo puso en la picota a Neville (segundo hijo del Ministro de Colonias) quien a la cabeza de Elliot Metal Co., empresa también armamentista estaba vinculado a los contratos con el Almirantazgo. Mr. Neville (el mismo que declaró la guerra a Hitler en 1939) fue acusado, años después, ante el Parlamento por idénticas corrupciones: derivar los pedidos bélicos del Gobierno hacia sus fábricas.
Desde la época victoriana el pequeño grupo de la sociedad inglesa no aceptó jamás que nadie tuviese una posición crítica frente a la vieja práctica de entremezclar negocios con política. La excepción fue Lloyd George, durante la guerra de 1914, cuya presencia en el gabinete se prestó para servir los intereses de la casta. Cumplía con humildad un servicio porque era necesario no intranquilizar al pueblo, que en definitiva soportaba las cargas impositivas de la guerra.
Estas fueron las marionetas en el “Grand Guignol” del París orgiástico de 1919. Dediquemos ahora unos párrafos al asunto del Japón, el motivo clave de estas cuartillas.
El Imperio del Sol Naciente participó en la Conferencia de Versalles pero con perfil bajo. El jefe de la delegación era el Príncipe Saionji, hombre sutilísimo de brillante inteligencia, que se había recibido de abogado en La Sorbonne y Licenciado en filosofía y literatura de Occidente. Sus hombres de primera fila lo eran el Barón Makino y el Vizconde Chindo, quienes demostraban ser orientales: “silenciosos, fríos y vigilantes”.
El Japón era una novedad en la escena mundial. Durante más de doscientos años los Emperadores no habían sido más que figuras decorativas. Virtualmente, eran prisioneros de los Tokugawa, integrantes de los Shogún (Señores de la Aristocracia Militar) los que, por siglos, habían cerrado el Japón a toda vinculación con el exterior.
Esto cambió radicalmente luego que el Comodoro Mattew Perry en 1853, con sus “naves negras”, obligara a los Shogunes, a abrir los puertos con las balas de su artillería. Fue “el gran salto adelante”. El Emperador Meiji y luego Taisho vencieron a los Señores pasando a residir en Tokio. El misterioso Japón de otrora, en poco tiempo se transformó, con fundiciones siderúrgicas, sextuplicando las manufacturas y con ferrocarriles en creciente desarrollo. Un Ejército a la prusiana, y una Marina, cuarta en el mundo, coronaba el potencial.
El avance del Mikado preocupó mucho a los Estados Unidos que en 1898 con la Guerra de Cuba se adueñaron de Filipinas y de la base de Guam, anexándose las islas Hawaii. Teddy Roosevelt con su democrática “política del garrote” comenzó la fortificación de Pearl Harbor impulsando una poderosísima marina la que, con el Canal de Panamá detentado por los yankees, se denominó de “dos océanos”. Los objetivos clarísimos: continuar la expansión en las regiones del “día después”. El Imperio japonés, mientras tanto, vencía a China anexándose Formosa y luego Corea en 1910.
En 1904 sorprendió al mundo destruyendo dos flotas rusas y obligando al Imperio del Zar a solicitar la paz (1905), con la que obtuvo Port Arthur. El “peligro amarillo”, fue lanzado como arma para el “apartheid” en el masónico Estados Unidos de América. De esta manera describe la situación la autora canadiense Mac Millan: “En los años anteriores al conflicto mundial los hombres de negocios japoneses se quejaban de las humillaciones. En California los nipones perdieron el derecho de comprar tierras, luego el de arrendarlas y finalmente de traer a sus esposas. En 1906 el Consejo Escolar de San Francisco, enviaba a los niños chinos o japoneses a clases separadas. A los inmigrantes chinos y japoneses les costaba cada vez más entrar en Canadá y Estados Unidos y les era imposible en el caso de Australia incluso, durante la guerra, cuando los nipones eran aliados del Imperio Británico”.
Pese a todo, el Japón de 1914 entró en la contienda y ocupó Shantung, estratégica zona germano-china que controlaba el flanco sur de Pekín, jaqueando el río Amarillo y el Gran Canal que comunicaba norte y sur, en el Celeste Imperio. En el Océano Pacífico, se posesionaron de las islas Marshall, las Marianas y las Carolinas, junto con los atolones y arrecifes desde Hawaii a las Filipinas. La importancia radicaba en que esos islotes estaban en el camino directo de los Estados Unidos hacia Filipinas.
La movilización y gastos bélicos hicieron que el Emperador Taisho exigiera una “Cláusula de Igualdad Racial” en base a los “principios wilsonianos”. Todo empezó a tambalear porque el Paladín de la Democracia, Mr. Woodrow Wilson, “no era un liberal cuando se trataba de la raza” (Mac Millan, obra citada, página 408).
Finalmente la Comisión de la Sociedad de Naciones votó favorablemente la discutida cláusula. Sin embargo, la misma, fue vetada por Wilson en base “a que las grandes objeciones impedían aceptarla” (Mac Millan, obra citada, pág. 410). El falso profeta quedó desnudo ante el mundo, mostrando impúdicamente su fariseísmo. El camino testamentario de Wilson, como criminal de guerra, llegó a los horrores atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Sus albaceas, con honores, gozaron de impunidad total y se llamaron: Salomón Truman, Winston Churchill y José Stalin.
Luis Alfredo Andregnette Capurro
3 comentarios:
¿Por qué se arrojó una bomba en Hiroshima y otra en Nagasaki, dos ciudades sin ningún valor estratégico?
No podemos pasar por alto la interesantísima observación hecha por el escritor católico inglés, Arthur Kenneth Chesterton, quien recuerda en “Candour” lo siguiente:
1)La primera comunidad católica de Japón se hallaba precisamente en Hiroshima.
2)La primera comunidad protestante y segunda cristiana, en número de practicantes, tras Hiroshima, se hallaba precisamente en Nagasaki.
3)La orden de que se lanzaran esas bombas la dio personalmente el presidente “americano” y francmasón Harry Salomon Schippe Truman.
4)La escuadrilla a la que pertenecía el avión bombardero homicida de Hiroshima, “Enola Gay”, se llamaba “Dreams of David” (“Sueños de David”).
5)El piloto que arrojó la primera bomba atómica, Paul Tibbets, era de la misma extracción racial que el Presidente Truman y el Rey David.
La “verdad” oficial asegura que los libros de Albert Monniot, Julius Streicher y Eustace Mullins sobre crímenes rituales judíos son una falsedad, pero analizando los móviles, los ejecutores y las víctimas de estos dos horrendos genocidios, cabe dar paso a la duda razonable.
El "pagano" y "anticristiano" Adolf Hitler poseía los mortíferos e imbatibles gases Sarín y Tabun, pero consideró la inmoralidad de utilizarlos en una guerra. Él fue protangonista de su uso -eran otros gases menos potentes- en la Primera Guerra Mundial, padeciendo ceguera temporal.
Ahora bien, otra era la moral de los israelitas Truman, Churchill-Jacobson y “Stalin” (Dzhugashvili). Por ejemplo: Hiroshima, Nagasaki, Dresde -el peor horror de todos-, Hamburgo, Colonia, Kiel, etc., etc..
Para el imaginario cristiano, no hay justificación alguna sobre dichos horrores. Pero sí para el presidente Truman y sus siniestros consejeros (Bernard Baruch -Gran Jefe del Consejo Imperial del Templo Masónico y ejecutor de las órdenes del Gran Sanhedrín, o sea el oculto gobierno judío internacional-, Rothschild, Warburg, Schiff, Morgan, Rockefeller, Schroeder, Loeb, Kahn, Weinber, Asxhberg, Henry Morgenthau (hijo), etc.). El móvil fue ideológico y mesiánico, por eso se eligieron las dos únicas ciudades cristianas del Japón.
MUNDO JUDAICO
Cronograma de los hechos que antecedieron al ataque a Pearl Harbor:
http://es.metapedia.org/wiki/Cronograma_de_los_hechos_que_antecedieron_al_ataque_a_Pearl_Harbor
Ataque a Pearl Harbor:
http://es.metapedia.org/wiki/Ataque_a_Pearl_Harbor
Juicios de Tokio:
http://es.metapedia.org/wiki/Juicios_de_Tokio
¡¡¡TODO ES JUDAÍSMO!!!
MUNDO JUDAICO
Rituales anticatólicos; paralelismo entre bombas nucleares de 1945 y el 11-S (1ª parte):
http://forocatolico.wordpress.com/2011/08/06/rituales-anticatolicos-paralelismo-entre-bombas-nucleares-de-1945-y-el-11-s-1%c2%aa-parte/
Rituales anticatólicos y maléfica carcajada de Truman; paralelismo entre Nagasaki y el 11-S (2ª parte):
http://forocatolico.wordpress.com/2011/08/09/rituales-anticatolicos-2%c2%aa-parte-paralelismo-entre-nagasaki-y-el-11-s/
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