Para entonces, como era natural, la culminación democrática ya había engendrado la única religión obligatoria. Era la adoración de la Tierra y el culto al Big Bang, todo incorporado coronando las creencias afiliadas a la moderna Unión Democrática de Multicredos y Afines.
Simultáneamente, también se habían ido extinguiendo las convicciones y las garantías de seguridad de las sociedades antirrábicas. Y un violento espíritu revolucionario soplaba entre los perros rabiosos, impulsándolos a la definitiva toma del Poder. (Con los eficaces tratamientos jurídico-terapéuticos, ellos habían neutralizado la antigua dolencia —vergonzosa, temible y mortal— transformándola en la aspiración más noble de la especie).
Paralelamente se fue expandiendo con rapidez entre la gente la filosofía antidiscriminatoria, que abolió la distinción odiosa entre animales racionales e irracionales, logrando igualarlos en una misma dignidad. De modo que, adoptada por las Naciones Unidas la última conquista de los DERECHOS BESTIALES (el bestialismo ya reinaba de hecho, con la consagración del celebrado matrimonio mixto humanimal), no le fue difícil a un Galgo Rabioso, apoyado por varios canes vividores, apoderarse del Gobierno con ayuda de la última encuesta del “Movimiento para una Franca Minoría”, que le adjudicaba un 12,13 % de adhesiones. O sea la abrumadora mayoría consagratoria, publicitada a todo color por los diarios más serios; es decir por todos.
A pesar de su aspecto desleído y de su mirada ambivalente, el Galgo Rabioso tenía sus convicciones y sus condiciones.
En primer lugar había que modificar el Diccionario y la Historia. A fin de torcer el sentido de las palabras, para condenar perpetuamente como criminal feroz al represor de la inocencia mordiente. Y desfondar el pasado, inculcando que todas las perreras fueron centros clandestinos de detención y de tortura; que los dogofóbicos (cazadores de perros hidrófobos) y los veterinarios, no fueron más que torturadores vesánicos. Si hubo algún crimen, fue el cometido por ellos. Porque sí, de buenas a primeras, porque eran corrompidos genocidas ansiosos de sangre y de torturas.
En cambio, como ahora se sabe, los perritos rabiosos no habían pasado de cachorros juguetones, llenos de idealismo y de fervor juvenil. ¿Que alguna vez se habían divertido enterrando vivo a algún dogófobo, mordiéndolo cada tanto? ¿Que de vez en cuando, con sus dientecitos solían arrancarle la vida, pedazo a pedazo, a sus presas inermes? ¿Que fieles al Big Bang, hicieron toda clase de inocentes trapisondas?
En todo caso, ello no era otra cosa que la vital manifestación del rechazo de la exclusión y las estructuras oprobiosas. Porque al revés de algún síntoma hidrófobo, aquello había significado la entrega generosa a los ideales de la comunidad canina.
En conclusión, el gran Galgo (ya reconocido como Dogoloco Iº) resolvió imponer la consigna: HUBO UNA SOLA RABIA, LA DOGOFOBIA REPRESORA. Y para iniciar con ello la era de la Nueva Arcanina, derogó el Código Penal por decreto de necesidad y urgencia.
De inmediato instruyó a los periodistas, los politólogos, los analistas, los artistas, los locutores y demás alcahuetes a su servicio —muchos de los cuales habían colaborado con los dogofóbicos— para que en adelante todo dogófobo fuera un Represor-Ladrón de cachorros y el Instituto Pasteur pasara a ser el Museo de la Amnesia. Creó además un contingente de perros falderos a la orden de la Gran Perra —su lógica sucesora— y otro de sabuesos para perseguir dogófobos hasta la última madriguera.
Finalmente, en el paroxismo de su hidrofobia colgó su retrato de Presidente Perpetuo con la ayuda de Taburete, su fiel descolgador oficial, al tiempo que resolvía expulsar de sus dominios a todos los Perros de Policía.
3 comentarios:
Excelente parabola. Me permito suponer que su autor no es otro que el viejo maestro don Anibal.
Muy bueno. El perrito Taburete debe ser seguramente aquel pequinés perseguido por la Perrera, porque no le cerraban las cuentas, cuando estaba a cargo de un Canil Sureño y recorría veterinarias, comercios de artículos para mascotas, casas de alimentos balanceados y carnicerías, para encontrar facturas que justificasen sus ladridos.
¡Pobre Taburete, víctima de unos numeritos, hay un Instituto Pasteur en tu futuro!
¡Hay que animarse a este género literario! El que lo hizo, ...¡un genio!
Si tuviera los medios, haría un corto animado, lo expondría en el ámbito de la "Educación pública", y dejaría que la moraleja haga el resto.
Saludos!
G. K.
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