jueves, 11 de junio de 2009

Certidumbres


TOTALITARISMO

La certidumbre que me ha ido ganando en estos últimos años, teniendo en cuenta los dieciséis que contaba con ocasión del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, es que desde “el retorno de la democracia” hasta aquí, el discurso que explica las causas y las características del golpe militar se ha convertido en un discurso de un solo color.

Se trata del posicionamiento dogmático y totalitario de un pensamiento hegemónico consistente en afirmar, entre otras cosas, que las Fuerzas Armadas de la Nación, de la noche a la mañana, se apoderaron del poder político y económico y se dedicaron irracionalmente a arrasar a la mayoría de los habitantes de este país. Desde el discurso oficial, con la complicidad de la oposición partidaria, se induce a pensar las cosas de tal modo que pareciese que no hubiera habido ningún antecedente capaz de justificar tamaño “genocidio” y “terrorismo de Estado” excepto la maldad y la vesania propias de militares mesiánicos.

Por cierto que las premisas de la acción política del Proceso son condenables, pero a causa de una paradoja que suele ser difícil de admitir. En verdad, uno de los objetivos del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, propuesto por la Junta Militar, se ordenaba a dotar a la Nación de “una democracia moderna, estable y pluralista”.

Sin embargo, por otra parte, practicaba actos de un descalabro ético que nadie en su recto juicio debe pasar por alto. Tampoco es posible pasar por alto el hecho de que el Proceso, en su política económica, continuó y acentuó un modelo de dependencia que agudizó la crisis y fertilizó el terreno para las penurias y males económicos que hoy padecemos.

Todo esto ha sido dicho por hombres patriotas y cabales. Con todo, la izquierda en general suele rechazar al Proceso por razones bien distintas, queriendo hacernos creer que no hubo en los ’70 una dura acción militarizada contra la Nación. ¿Acaso puede pensarse que es inocente la deliberada omisión en el discurso presidencial de la actividad específica de los grupos guerrilleros marxistas-leninistas, trotzkistas, representados por la izquierda peronista radicalizada de Montoneros, por una parte, y del ERP-22 de agosto, entre otros, en la gestación y consecución de la guerra revolucionaria que venía teniendo lugar en nuestra Patria aún antes de los ’70?

La verdad es que la auténtica memoria argentina de los hechos sucedidos en los ’70 ha sido devastada mediante un proceso de desfiguración a designio de las causas, de los actores y de las consecuencias de aquella guerra que, finalmente, ha provocado un cuadro monocromático y monotemático.

El segundo balance que hago de esta prejuiciosa conmemoración de los treinta años del golpe es que la dirigencia argentina en general sigue negándonos el pasado y, peor aún, hipotecándonos el futuro.

La funesta raíz de dicha desfiguración histórica consiste en la ideologización marxista de lo que fue la historia de los setenta. En efecto, muchos de aquellos militantes que estuvieron dispuestos a matar y a morir por la instauración de la experiencia castrista en Argentina —comenzando por el mismo “Che” Guevara— se han “convertido” hoy en muchachitos idealistas y románticos que no querían sino “make love and not war”.

Es sorprendente pensar que desde 1983 una propaganda tan homogénea y sistemática haya operado tan milagrosa metamorfosis. Pero hay un pecado que se comete también de cara al futuro cual es el de crear un “sentido común” indiscutible en torno a estos mitos. Es decir, un puñado de verdades, creencias y símbolos que ya nadie podrá discutir jamás. Si viviera Antonio Gramsci se quedaría apabullado de ver lo bien que han trabajado sus discípulos y compañeros de ruta argentinos.

En verdad, esta insensata tergiversación histórica hipoteca las conciencias de miles de adolescentes y chicos que, incapaces de inteligir otro pasado que no sea el “oficial”, serán incapaces también de pensar y armar las bases de una sociedad ordenada al bien común político anclada en las raíces históricas hispanas y cristianas de nuestra tierra.

A la vista de los actos públicos, de las reivindicaciones parcializadas y de los resentimientos crónicos que mandan “juicio y castigo” y no toleran “ni olvido, ni perdón”, la memoria histórica de las izquierdas —comenzando por la del Sr. Presidente, su señora esposa y equipo de gobierno— está bastante deteriorada. Me atrevería a afirmar que está en estado terminal: es una memoria deficitaria que tiene más los vicios de la demencia senil que la esperanza de una memoria de niño, de la cual se puede esperar con confianza y paciencia que sea educada, rectificando sanamente sus limitaciones y errores. Por lo que concierne a la verdad, los propósitos ocultos y también los confesables de la izquierda poco tienen que ver con esa virtud fuerte de hombres enteros.

Y por último, y puesto que se trata de una memoria fallida y de una caricatura grotesca de la verdad; por estas dos razones, esta conmemoración consiste en una agresión grave y gratuita contra la magna virtud de la justicia.

Más bien existe lo contrario, a saber, una flagrante injusticia cometida contra la Nación, contra sus habitantes y contra el bien común natural que es el objetivo ético y político del que gobierna para bien de sus connacionales.

Al fin de cuentas, y por si hiciese falta alguna prueba más, no es esta sino la confirmación más dramática de la ilegitimidad de fondo que definen tanto a este gobierno como a las izquierdas secuaces que lo sostienen con su apoyo y adhesión irrestricta. Y si se me permitiera una última palabra, diría que hablo aquí de izquierda totalitaria no porque me preocupe el signo antidemocrático de las izquierdas todas. Me preocupa lo que es esencial para definir a este enemigo avieso. Pues, en verdad, la izquierda es, ante todo y siempre, antinacional y anticatólica.

Ernesto R. Alonso

1 comentario:

Anónimo dijo...

paso una vez mas a demar el saludo de todo el equipo de Squadristas.
www.squadristas.blogspot.com