domingo, 4 de enero de 2009

Guiones homiléticos


CON LOS OJOS FIJOS
EN EL NIÑO DIVINO

En la fiesta de la Epifanía, la Iglesia celebra la primera manifestación de Jesús a los pueblos gentiles, como Salvador del mundo. En su nacimiento se había manifestado a los hijos de su pueblo, los pastores que fueron avisados por los ángeles; ahora, como en un acto oficial, el Niño Dios quiere dar audiencia a los poderosos extranjeros, los Magos o sabios que llegan hasta su trono guiados desde el Oriente por la estrella prodigiosa. “Hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”, dicen en Jerusalén. Se cumplía así el vaticinio de Isaías: “Levántate, oh Jerusalén, ilumínate porque ha venido tu luz y ha aparecido sobre ti la gloria del Señor”. Y de igual manera se cumple el anuncio más reciente del anciano Simeón cuando tomó en sus brazos al Niño: decía a Dios en el “Ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, al cual tienes destinado para que, a la vista de todos los pueblos, sea luz que ilumine a los gentiles y la gloria de tu pueblo de Israel”,Nunc dimittis.

Esos sabios de Oriente conocían algunos anuncios de esta venida, y por su buena voluntad fueron inspirados por Dios y guiados por la estrella prodigiosa. Como ellos, aprendamos a recibir los llamados del Señor que nos hace en los gozos o en las pruebas, aunque nos cueste sacrificio: ellos hicieron un largo viaje sin temer la distancia ni las molestias consiguientes. Fueron dóciles y generosos.

Pero fijémonos en el Niño. ¡Qué pronto va a cumplir el vaticinio que Simeón le hiciera a su Madre, la Santísima Virgen María! Oigámoslo: “Mira, este Niño está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel y para ser blanco de contradicción. He aquí que una espada traspasará tu alma”.


Mientras los Magos averiguan en Jerusalén dónde está Jesús para adorarlo, Herodes, inquieto de envidia, quiere también saberlo para eliminarlo. Ya tenemos en el Niño el “signo de contradicción” entre los hombres. Desde entonces van caracterizándose tres clases de hombres: la de los que no buscan a Cristo, sino el engaño, las riquezas y la vanidad; los impíos que lo buscan con odio e hipocresía para combatirlo, y los fieles que lo buscan para adorarlo. Nosotros vayamos a Él por la verdad y el bien. Ofrezcámosle el oro de nuestro amor, el incienso de la adoración y la mirra de nuestras penitencias.

Ser mago en Oriente es como ser sabio; esos Reyes buscaban la verdadera sabiduría en las cosas creadas por Dios, y de las criaturas llegaban al conocimiento del Creador. Cultivemos nosotros el temor de Dios que es el principio de la sabiduría. Admiremos en esos Reyes la fe que obedece a las inspiraciones divinas y corresponde a la gracia. Seamos fieles y constantes en nuestros buenos propósitos, que Dios allanará todas las dificultades. Él invita a todos los hombres a formar parte de su Iglesia o Reino espiritual: sigámoslo con la estrella de la fe en su Evangelio y en sus mandamientos, para llegar un día como aquellos Magos hasta el trono mismo de su gloria. Que así sea.

Padre Francisco Donoso

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