CHARLES MAURRAS:
¡PRESENTE!
“Algún argentino debería hacer una
historia del movimiento
político de Acción Francesa para enseñanza nuestra”
Leonardo Castellani, “Jauja”, 7-10-1968, “Periscopio”
Estas cuartillas que estamos publicando
en la imbatible “Cabildo” intentan hacer doctrina con la vida y el pensamiento
de grandes hombres. En ellos las ideas adquieren valor histórico y lo hacen a
través del alma y la sangre del héroe. Este es el caso pues estamos ante
Charles Maurras, el más grande pensador político de siglo XX. El
sesquicentenario de su natalicio lo festejamos este año de Gracia de 2018.
Para ubicarnos en la huella profunda
que el grande hombre dejara en la doctrina política de Occidente debemos
señalar la principal fuente en la que abrevamos. Respecto de ella debemos decir
que estamos inspirados por un argentino que cumplió con gran inteligencia la
propuesta del Santo Sacerdote Don Leonardo Castellani. Caballero sin miedo y
sin tacha a quien por voluntad del Altísimo conocimos aquí, en San Felipe y Santiago
de Montevideo, la ciudad benjamina del Reino de Indias. El autor al cual nos
referimos y que tomó a su cargo la gran tarea cumpliéndola con éxito, se llamó
Rubén Calderón Bouchet y a su notable trabajo lo tituló “Maurras y la Acción
Francesa ante la IIIª República”. El mismo fue publicado, en hermosa edición,
por “Nueva Hispanidad” en el año 2000.
Ahora va la pregunta para llegar al
grande francés. ¿Quién fue Charles Maurras? Para observar su trayectoria
debemos hacerlo a vuelo de águila porque sólo de tan alto como levanta la
señera ave que tomó la Roma eterna como símbolo, podremos aquilatarlo. Cortemos
la cinta blanca flordelisada y comencemos nuestro homenaje a Charles Maurras.
Nació el 20 de abril de 1868 en Martigues (Provenza) muy poco antes del
abatimiento de las banderas imperiales de Napoleón III en la batalla de Sedan
con la consiguiente derrota de Francia por el poder militar prusiano. De ahí en
adelante los primeros 30 años de vida terrenal de Maurras fueron de pesar y
angustia ante el Vía Crucis de su Patria.
En primer lugar luego del desastre,
se produce la imposición de la República por el judío León Gambetta. Esta forma
de gobierno ya fracasada dos veces en Francia llegó acompañada por el
alzamiento de los anarquistas que llenaron de sangre las calles de Paris
haciéndose fuertes en la Comuna. El levantamiento fue aplastado con ferocidad
por Thiers, viejo conocido de los rioplatenses en tiempos de Oribe y Rosas
cuando las intervenciones de Luis Felipe de Orléans entre los años de 1838 a
1848.
A renglón seguido la IIIª República
mostró la hilacha con la corrupción enseñoreada. Primero el “Affaire del Canal
de Panamá” empresa emprendida por el genial ingeniero Lesseps, constructor del
Canal de Suez. Esta vez la empresa terminó en fracaso, con un fraude enorme en
el cual, se vieron envueltos políticos y financieros de dudosa raíz francesa. Al
suceso delictivo antedicho, se agregó lo que en el mundo se conoció como
el “caso Dreyfus”. Éste, en lo fundamental, involucró a un Capitán judío, con ese
apellido, que fue convicto de espionaje contra su Patria de adopción. El traidor
fue degradado y enviado a la prisión de la Guayana Francesa. Francia estalló y
se dividió en bandos irreconciliables que separaron familias, amigos y hasta
regiones.
Encabezaba la lucha como defensor
del “francés” Dreyfus el famoso escritor masón ateo y por ende furibundo
anticatólico, llamado Emilio Zola. Este personaje, perteneciente a la blasfema
escuela literaria naturalista, publicó un famoso libelo con el título de
“J´acuse” que, como sus novelas (“Roma” “París”, “Lourdes”, “Verdad”, etc.) fue
una verdadera bomba contra la tradicional nobleza de la sociedad gala. La otra
parte de Francia se colocó en la defensa de la religión católica y de las fuerzas
armadas. La situación llegó al clímax cuando se descubrieron en el Ministerio
de Guerra y Marina listas de oficiales católicos y monárquicos a quienes se
consideraba peligrosos para la democracia que había lanzado a la Nación, hija
dilecta de la Iglesia, en las manos esotéricas. La triste lista de los
oficiales daba la prueba del camino que seguían las logias. Estos dignos
hombres guerreros, serían postergados en los ascensos y en cuanto, se tuviera
el más pequeño apoyo, pues, les daba la baja en el Ejército. Pero, el poder de
las logias era tal que finalmente, los tripuntes consiguieron “revisar” todo lo
actuado y se declaró inocente al sujeto Alfred Dreyfus quien resultó
reintegrado al Ejército con honores.
Hubo, en medio de la tempestad,
sospechosas muertes por “suicidio” en jerarquías militares. Sin embargo la
batalla había sido ganada por el dreyfusismo meteco y jacobino. Paralelamente
la Masonería, desde el Estado democrático, cerraba colegios religiosos y
conventos. Lo antedicho se combinaba con la expulsión de congregaciones
religiosas, decretándose la prohibición de ejercer la docencia a sacerdotes y
hermanas monjas. Se reformularon los programas de estudio con la mentira laica.
Finalmente, en 1904 el Estado francés rompió relaciones con la Santa Sede. Un
año más tarde se promulgó la ley que separaba la Iglesia del Estado.
A esta altura de nuestra tarea,
expresamos con dolor que tenemos que señalar al Papa que reinaría hasta su
fallecimiento en 1903, dos errores que perjudicaron al catolicismo y al pujante
accionar monárquico. Nos referimos a S.S. León XIII, quien entró en la mejor
historia del papado por su notable Encíclica de 1891 en la que se ocupó de la
justicia social, en cuanto al trabajo obrero, su salario digno, y el justo derecho
al bienestar en el jubileo por su labor sacrificada. Sin embargo las decisiones
que poco después causaron desazón, provocando confusión en el catolicismo galo.
La primera de ellas fue conocida en 1892. La encontramos en la extensa
Encíclica conocida como “Ralliemant”. En sus páginas, León XIII, invitaba a los
católicos a aceptar el régimen republicano y aconsejaba no hicieran una
oposición a ese régimen de gobierno y menos aún se expresaran prefiriendo a
otro.
La reacción ante el problema en que
eran sumergidos los fieles católicos se expuso en una obra de Maurras titulada
“La política religiosa”. En su prefacio el Maestro decía textualmente: “Por muy
dividida que esté la Francia del siglo XIX no lo está más de lo que estaba en
sus comienzos, nuestra “Acción Francesa”. Formábamos un grupo revelador fiel y
exacto de lo que era nuestro pueblo y de lo que será una vez limpio del parásito
meteco y judío”… “Creo que los monárquicos por su actitud deferente y al mismo
tiempo intransigente han salvado en Francia el porvenir del catolicismo”. El
otro tropezón del anciano Pontífice fue la forma de utilizar el término
“DEMOCRACIA” al que le dio la forma de entenderlo propio de la Cristiandad que
la historia llama con malicia: medieval. No reparó que en la época
contemporánea y para el hombre inmanentista moderno que ésta palabreja posee
una carga con ingredientes “mesiánicos” falsos de pie a cabeza que se pueden
mezclar en la doctrina católica con la colección de microbios letales que
conducen a la revolución nihilista. Estas equívocos planteos, tuvieron
consecuencias no deseadas para León XIII. Pero “lo escrito, escrito estaba” y por
esa brecha trataron de entrar la herejía de Lamennais y Sangnier con su
democracia atea y relativista, bautizándola sacrílegamente. Dios no quiso
caballos de Troya e iluminó santamente a su Vicario Pío X que frenó en seco al
modernismo, con la notable Encíclica que llevó por encabezamiento “Contre Le
Sillon”, es decir, CONTRA EL SURCO, que trazaba el Iscariote Sangnier con la dicente
“democracia cristiana”.
La “Acción Francesa” combatió en
todos los frentes con argumentos de Maurras, Daudet, Bainville, Massis, etc. La
reacción victoriosa aumentó el odio de la conspiración de los infiltrados en la
Iglesia comenzando la intriga contra Maurras buscando atacar al Maestro con
escritos juveniles de éste. El ataque artero, contra Maurras no tuvo éxito en
tiempos de Pío X, al que llamó “Defensor de la Iglesia”. Así decía el Santo
Padre en “Notre Charge Apostolique”: “Que los sacerdotes no se dejen perder en
el dédalo de las opiniones contemporáneas y sigan el espejismo de una falsa
democracia; que no tomen la retórica de los peores enemigos de la Iglesia y del
pueblo, un lenguaje enfático lleno de promesas tan sonoras como irrealizables…”
Tampoco prosperó con Benedicto XV pero cobró mucha fuerza en tiempos de Pío XI,
un sacerdote llamado Aquiles Ratti, quien siendo Cardenal papable se le conocía
como de tendencias liberales. A esa mente fértil para la izquierda se le
hicieron llegar ejemplares falsificados, del cotidiano “Acción Francesa”
portavoz del Movimiento monárquico. El grupo realista estaba en esos tiempos,
(1923) en creciente avance. Su zona fortísima se hallaba en la juventud universitaria
y el ruralismo de antiguo arraigo tradicionalista. Es muy penoso tener que
decir que las calumnias tuvieron éxito hasta en Cardenales como Andrieu,
radicalizado en contra de Charles Maurras y su movimiento político. El Cardenal
citado no actuó “motu proprio”. El Maestro estaba seguro que detrás había altos
dignatarios. Así lo aseguró, en carta a estudiantes adherentes al antipartido
que era en realidad la Acción Francesa.
Maurras en su libro “Le Bienhereux
Pie X, Sauver de la France” estampó: “El Vaticano creía obrar bien cuando hacía
múltiples avances hacia la izquierda. Una izquierda que sólo existía en sus
sueños. Discutimos hasta donde la discusión fue posible. Cuando no podía
continuar, un silencio respetuoso no disimulaba la duda que experimentábamos”…
En las elecciones de mayo de 1924 las izquierdas mezclaron en sus programas los
planteos de Pio XI y lo superaron notablemente. “Vuestros franceses han votado
mal”, dijo el Papa Ratti al francés Cardenal Billot. Éste le respondió: “Santo,
Padre, es culpa de Vuestro Nuncio”. “¡Mi Nuncio hace mi política! dijo el Papa,
golpeando la mesa que tembló por el golpe”. El resultado fue claro, la
izquierda se había hecho del poder. Con el Estado en sus garras avanzaría hacia
el Frente Popular con León Blum (Fulkenstein era su apellido de “pura cepa”
francesa).
La excomuníón del insigne pensador
Monárquico había cumplido su objetivo cuando la mayor parte de Francia era
monárquica. En 1928, en la confusión reinante en el mundo católico, se terminó
de entregar el apoyo que se prestaba a los Cristeros mexicanos. El tirano judío
masón Plutarco Elías Calles pudo así, continuar su obra martirizando y
asesinando a decenas de miles de nuestros hermanos en Cristo. En 1932, Pío XI
publica a instancias, tal vez de algunas familias Vaticanas, la Encíclica
llamada “Non abbiamo bisogno” en la que atacaba aspectos del régimen fascista.
El mismo orden político que tres años antes (1929) abrió las conversaciones que
finalizaron con el Tratado de Letrán (hoy vigente) creando el Estado Vaticano.
En esos días se dijo de Mussolini: “Ha dado Italia a Dios y Dios a Italia”. En
Francia mientras tanto estallaba un nuevo escándalo financiero que tuvo
epicentro en las manobras de Staviski otro súbdito “francés” que” honraba” a la
Patria. La incalificable estafa hizo tambalear al nefasto izquierdismo, cuando,
el 6 de febrero de 1934 los nacionalistas y fascistas franceses se alzaron en
París, pero lamentablemente sin éxito.
Durante la Cruzada española, Maurras
viaja a Burgos para ponerse al servicio de la causa de la Cristiandad. Allí, en
las trincheras, no podía estar ausente Brasillach, el poeta de la Francia
eterna. Llevaba un “arma al brazo y estaba bajo las estrellas” y los luceros
que anunciaban el amanecer, como dijera José Antonio: el Octavio de la
Revolución Nacional. En esos tiempos, en su Patria, alguien llamó a Maurras “nostálgico”.
A esa falsedad, de frente y mirando a los ojos de quien eso expresara, le
replicó: “Cuando un enfermo recuerda los tiempos en que se encontraba bien, no
suspira por el pasado, sino por la salud”.
Doctrina luchando contra el marxismo
y definiendo a la democracia como el odio que trae la anarquía, con los
partidos y las clases, todos enfrentados entre sí. De su prédica monárquica
debemos dar al lector amigo una visión que plantee las columnas y los mejores
arcos de ese edificio. Maurras habló siempre de una Monarquía pura,
hereditaria, antiparlamentaria, orgánica y descentralizada. En ella el mando es
único como garantía y orden; es hereditario para asegurar la continuidad de la
estabilidad, para evitar la ambición y la lucha por el poder que debe ser
limitado para evitar la tiranía.
Todo ‒manifiesta Luis María de Ansón
a continuación‒ está basado en la escolástica y en el derecho público cristiano.
Estudia a fondo a Taine Balzac y Fustel de Coulanges. Al comenzar el siglo XX
publica “Encuesta sobre la Monarquía”, el libro político más importante en cien
años. Nacen en esos días los “Camelots du Roi” que se enfrentan en las calles
con la hez marxista y meteca. Dice Luis María de Ansón que “asombran sus dotes
de analista, de captación y síntesis. El provenzal genial se colocó claramente
dentro de la doctrina católica y contra la revolución francesa desgracia de la
desgracias”. “A la democracia ‒expresa‒ es necesario extirparla en raíz, no
basta con contenerla o detenerla”. Y agrega: “El porvenir, como el progreso, es
el orden”. Hace finalmente un llamado que es el siguiente: “Católicos y Ateos,
el Catolicismo es el orden”. Siempre luchó el Maestro provenzal por la Iglesia
Católica verdadera, a la que dedicó su libro “El dilema de Marc Sangnier”,
profetizando y reclamando la condenación de la democracia cristiana.
El acto de condenar la herejía
nefanda llegó, a Dios gracias, con la “Encíclica Le Sillon de Pío X”. Tiempo
después, haciendo oídos a malos consejeros, Pío XI excomulgó a Maurras. Parece
que el entonces Papa, no pensaba en la justicia divina, que siempre llega. Así
sucedió, cuando poco después de ser elegido Papa el gran Pío XII, levantó la
excomunión injusta. En 1939 estalló nuevamente la guerra que tantos estadistas
predijeran por el horror de lo dictado en la reunión de Versalles (1919).
Francia fue empujada al conflicto desatado. El mismo tuvo también otros
gestores. Recordemos lo que declaró, el viejo Kennedy (padre del presidente
asesinado en Dallas) (1963) al ex ministro Forrestal y que éste asentara en su
diario personal con las palabras textuales de su amigo. Así leemos: “Roosevelt
y el mundo judío empujaron el mundo a la guerra en 1939”. La hoja del diario íntimo
de Forrestal tiene como fecha el 28 de diciembre de 1945.
Durante el conflicto y ante la
derrota de Francia debilitada por el desastroso gobierno de Blum y ya a
mediados de 1940 se aceptó el armisticio y con la parte de Francia no ocupada
fue restablecido el Estado Francés gobernado por el Mariscal Pétain con su
Revolución Nacional. A ella adhirió Maurras, quien acusó al mitómano Degaulle
de traidor. Casi al finalizar el conflicto, y ya con la victoria demo
bolchevique en puertas, una saturnal de sangre se desató en Francia contra las
fuerzas tradicionales que enarbolando la tradicional Francisca habían combatido
contra Stalin y las plutodemocracias: Maurras fue “juzgado” por un tribunal masónico
bolchevique y gaullista el que con pruebas falsas condenó al Maestro a prisión
perpetua. El gran nacionalista tenía entonces 76 años. El secuestrado por la
democracia pasó entre rejas miles de días. Desde su celda, observaba el
desastre de la IVª República repitiendo la sentencia de Homero: “El gobierno de
varios no es bueno, que haya un solo Jefe”. La muerte estaba muy cerca y se le
oyó decir: “Mis huesos van a levantar la losa de mis antepasados. Allí buscaré
yo, al caer, la misma verdad”. El poeta autor de “Música interior” volvió a la
Fe por el trato con la Hermana Superior de Carmelo de Lisieux. El Canónigo
Cormier lo asistió en sus últimos meses de vida. El Maestro falleció el 16 de
noviembre de 1952, recitando el “Confiteor”, mientras el Canónigo lo absolvía
en el Nombre de Cristo Jesús.
En el día final expresó a los que lo
rodeaban, que eran: su sobrino, Jacques Maurras, Francois Daudet y Madame
Calzant, esta emocionante meditación: “Toda mi vida he sido un hombre de
esperanza. Para mis muertos he esperado, he anhelado, y pedido la felicidad en
la otra vida; para mi país no he cesado de esperar el restablecimiento y la
salud. Ahora espero para mí. Mi vida se acaba. Mucho he trabajado por Francia,
por este bello país, del que todo lo he recibido. Hubiera deseado vivir todavía
algún tiempo para continuar sirviéndole, para verla surgir de sus ruinas y
entrar en el orden monárquico y católico, para volver a encontrar sus
tradiciones”.
Quien esto firma se cuadra
militarmente ante su tumba y deposita una cruz formada con rosas de Francia expuestas
sobre una tela de seda blanca con tres flores de lis áureas saludando a la
romana expreso: ¡CHARLES MAURRAS! ¡PRESENTE!
Luis Alfredo Andregnette Capurro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario