martes, 3 de julio de 2018

Reivindicación de Maurras


CHARLES MAURRAS:
¡PRESENTE!

“Algún argentino debería hacer una historia del movimiento
político de Acción Francesa para enseñanza nuestra”
Leonardo Castellani, “Jauja”, 7-10-1968, “Periscopio”

Estas cuartillas que estamos publicando en la imbatible “Cabildo” intentan hacer doctrina con la vida y el pensamiento de grandes hombres. En ellos las ideas adquieren valor histórico y lo hacen a través del alma y la sangre del héroe. Este es el caso pues estamos ante Charles Maurras, el más grande pensador político de siglo XX. El sesquicentenario de su natalicio lo festejamos este año de Gracia de 2018.

Para ubicarnos en la huella profunda que el grande hombre dejara en la doctrina política de Occidente debemos señalar la principal fuente en la que abrevamos. Respecto de ella debemos decir que estamos inspirados por un argentino que cumplió con gran inteligencia la propuesta del Santo Sacerdote Don Leonardo Castellani. Caballero sin miedo y sin tacha a quien por voluntad del Altísimo conocimos aquí, en San Felipe y Santiago de Montevideo, la ciudad benjamina del Reino de Indias. El autor al cual nos referimos y que tomó a su cargo la gran tarea cumpliéndola con éxito, se llamó Rubén Calderón Bouchet y a su notable trabajo lo tituló “Maurras y la Acción Francesa ante la IIIª República”. El mismo fue publicado, en hermosa edición, por “Nueva Hispanidad” en el año 2000.

Ahora va la pregunta para llegar al grande francés. ¿Quién fue Charles Maurras? Para observar su trayectoria debemos hacerlo a vuelo de águila porque sólo de tan alto como levanta la señera ave que tomó la Roma eterna como símbolo, podremos aquilatarlo. Cortemos la cinta blanca flordelisada y comencemos nuestro homenaje a Charles Maurras. Nació el 20 de abril de 1868 en Martigues (Provenza) muy poco antes del abatimiento de las banderas imperiales de Napoleón III en la batalla de Sedan con la consiguiente derrota de Francia por el poder militar prusiano. De ahí en adelante los primeros 30 años de vida terrenal de Maurras fueron de pesar y angustia ante el Vía Crucis de su Patria.

En primer lugar luego del desastre, se produce la imposición de la República por el judío León Gambetta. Esta forma de gobierno ya fracasada dos veces en Francia llegó acompañada por el alzamiento de los anarquistas que llenaron de sangre las calles de Paris haciéndose fuertes en la Comuna. El levantamiento fue aplastado con ferocidad por Thiers, viejo conocido de los rioplatenses en tiempos de Oribe y Rosas cuando las intervenciones de Luis Felipe de Orléans entre los años de 1838 a 1848.

A renglón seguido la IIIª República mostró la hilacha con la corrupción enseñoreada. Primero el “Affaire del Canal de Panamá” empresa emprendida por el genial ingeniero Lesseps, constructor del Canal de Suez. Esta vez la empresa terminó en fracaso, con un fraude enorme en el cual, se vieron envueltos políticos y financieros de dudosa raíz francesa. Al suceso delictivo antedicho, se agregó lo que en el mundo se conoció como el “caso Dreyfus”. Éste, en lo fundamental, involucró a un Capitán judío, con ese apellido, que fue convicto de espionaje contra su Patria de adopción. El traidor fue degradado y enviado a la prisión de la Guayana Francesa. Francia estalló y se dividió en bandos irreconciliables que separaron familias, amigos y hasta regiones.

Encabezaba la lucha como defensor del “francés” Dreyfus el famoso escritor masón ateo y por ende furibundo anticatólico, llamado Emilio Zola. Este personaje, perteneciente a la blasfema escuela literaria naturalista, publicó un famoso libelo con el título de “J´acuse” que, como sus novelas (“Roma” “París”, “Lourdes”, “Verdad”, etc.) fue una verdadera bomba contra la tradicional nobleza de la sociedad gala. La otra parte de Francia se colocó en la defensa de la religión católica y de las fuerzas armadas. La situación llegó al clímax cuando se descubrieron en el Ministerio de Guerra y Marina listas de oficiales católicos y monárquicos a quienes se consideraba peligrosos para la democracia que había lanzado a la Nación, hija dilecta de la Iglesia, en las manos esotéricas. La triste lista de los oficiales daba la prueba del camino que seguían las logias. Estos dignos hombres guerreros, serían postergados en los ascensos y en cuanto, se tuviera el más pequeño apoyo, pues, les daba la baja en el Ejército. Pero, el poder de las logias era tal que finalmente, los tripuntes consiguieron “revisar” todo lo actuado y se declaró inocente al sujeto Alfred Dreyfus quien resultó reintegrado al Ejército con honores.

Hubo, en medio de la tempestad, sospechosas muertes por “suicidio” en jerarquías militares. Sin embargo la batalla había sido ganada por el dreyfusismo meteco y jacobino. Paralelamente la Masonería, desde el Estado democrático, cerraba colegios religiosos y conventos. Lo antedicho se combinaba con la expulsión de congregaciones religiosas, decretándose la prohibición de ejercer la docencia a sacerdotes y hermanas monjas. Se reformularon los programas de estudio con la mentira laica. Finalmente, en 1904 el Estado francés rompió relaciones con la Santa Sede. Un año más tarde se promulgó la ley que separaba la Iglesia del Estado.

A esta altura de nuestra tarea, expresamos con dolor que tenemos que señalar al Papa que reinaría hasta su fallecimiento en 1903, dos errores que perjudicaron al catolicismo y al pujante accionar monárquico. Nos referimos a S.S. León XIII, quien entró en la mejor historia del papado por su notable Encíclica de 1891 en la que se ocupó de la justicia social, en cuanto al trabajo obrero, su salario digno, y el justo derecho al bienestar en el jubileo por su labor sacrificada. Sin embargo las decisiones que poco después causaron desazón, provocando confusión en el catolicismo galo. La primera de ellas fue conocida en 1892. La encontramos en la extensa Encíclica conocida como “Ralliemant”. En sus páginas, León XIII, invitaba a los católicos a aceptar el régimen republicano y aconsejaba no hicieran una oposición a ese régimen de gobierno y menos aún se expresaran prefiriendo a otro.

La reacción ante el problema en que eran sumergidos los fieles católicos se expuso en una obra de Maurras titulada “La política religiosa”. En su prefacio el Maestro decía textualmente: “Por muy dividida que esté la Francia del siglo XIX no lo está más de lo que estaba en sus comienzos, nuestra “Acción Francesa”. Formábamos un grupo revelador fiel y exacto de lo que era nuestro pueblo y de lo que será una vez limpio del parásito meteco y judío”… “Creo que los monárquicos por su actitud deferente y al mismo tiempo intransigente han salvado en Francia el porvenir del catolicismo”. El otro tropezón del anciano Pontífice fue la forma de utilizar el término “DEMOCRACIA” al que le dio la forma de entenderlo propio de la Cristiandad que la historia llama con malicia: medieval. No reparó que en la época contemporánea y para el hombre inmanentista moderno que ésta palabreja posee una carga con ingredientes “mesiánicos” falsos de pie a cabeza que se pueden mezclar en la doctrina católica con la colección de microbios letales que conducen a la revolución nihilista. Estas equívocos planteos, tuvieron consecuencias no deseadas para León XIII. Pero “lo escrito, escrito estaba” y por esa brecha trataron de entrar la herejía de Lamennais y Sangnier con su democracia atea y relativista, bautizándola sacrílegamente. Dios no quiso caballos de Troya e iluminó santamente a su Vicario Pío X que frenó en seco al modernismo, con la notable Encíclica que llevó por encabezamiento “Contre Le Sillon”, es decir, CONTRA EL SURCO, que trazaba el Iscariote Sangnier con la dicente “democracia cristiana”.

La “Acción Francesa” combatió en todos los frentes con argumentos de Maurras, Daudet, Bainville, Massis, etc. La reacción victoriosa aumentó el odio de la conspiración de los infiltrados en la Iglesia comenzando la intriga contra Maurras buscando atacar al Maestro con escritos juveniles de éste. El ataque artero, contra Maurras no tuvo éxito en tiempos de Pío X, al que llamó “Defensor de la Iglesia”. Así decía el Santo Padre en “Notre Charge Apostolique: “Que los sacerdotes no se dejen perder en el dédalo de las opiniones contemporáneas y sigan el espejismo de una falsa democracia; que no tomen la retórica de los peores enemigos de la Iglesia y del pueblo, un lenguaje enfático lleno de promesas tan sonoras como irrealizables…” Tampoco prosperó con Benedicto XV pero cobró mucha fuerza en tiempos de Pío XI, un sacerdote llamado Aquiles Ratti, quien siendo Cardenal papable se le conocía como de tendencias liberales. A esa mente fértil para la izquierda se le hicieron llegar ejemplares falsificados, del cotidiano “Acción Francesa” portavoz del Movimiento monárquico. El grupo realista estaba en esos tiempos, (1923) en creciente avance. Su zona fortísima se hallaba en la juventud universitaria y el ruralismo de antiguo arraigo tradicionalista. Es muy penoso tener que decir que las calumnias tuvieron éxito hasta en Cardenales como Andrieu, radicalizado en contra de Charles Maurras y su movimiento político. El Cardenal citado no actuó “motu proprio”. El Maestro estaba seguro que detrás había altos dignatarios. Así lo aseguró, en carta a estudiantes adherentes al antipartido que era en realidad la Acción Francesa.

Maurras en su libro “Le Bienhereux Pie X, Sauver de la France” estampó: “El Vaticano creía obrar bien cuando hacía múltiples avances hacia la izquierda. Una izquierda que sólo existía en sus sueños. Discutimos hasta donde la discusión fue posible. Cuando no podía continuar, un silencio respetuoso no disimulaba la duda que experimentábamos”… En las elecciones de mayo de 1924 las izquierdas mezclaron en sus programas los planteos de Pio XI y lo superaron notablemente. “Vuestros franceses han votado mal”, dijo el Papa Ratti al francés Cardenal Billot. Éste le respondió: “Santo, Padre, es culpa de Vuestro Nuncio. ¡Mi Nuncio hace mi política! dijo el Papa, golpeando la mesa que tembló por el golpe”. El resultado fue claro, la izquierda se había hecho del poder. Con el Estado en sus garras avanzaría hacia el Frente Popular con León Blum (Fulkenstein era su apellido de “pura cepa” francesa).

La excomuníón del insigne pensador Monárquico había cumplido su objetivo cuando la mayor parte de Francia era monárquica. En 1928, en la confusión reinante en el mundo católico, se terminó de entregar el apoyo que se prestaba a los Cristeros mexicanos. El tirano judío masón Plutarco Elías Calles pudo así, continuar su obra martirizando y asesinando a decenas de miles de nuestros hermanos en Cristo. En 1932, Pío XI publica a instancias, tal vez de algunas familias Vaticanas, la Encíclica llamada “Non abbiamo bisogno” en la que atacaba aspectos del régimen fascista. El mismo orden político que tres años antes (1929) abrió las conversaciones que finalizaron con el Tratado de Letrán (hoy vigente) creando el Estado Vaticano. En esos días se dijo de Mussolini: “Ha dado Italia a Dios y Dios a Italia”. En Francia mientras tanto estallaba un nuevo escándalo financiero que tuvo epicentro en las manobras de Staviski otro súbdito “francés” que” honraba” a la Patria. La incalificable estafa hizo tambalear al nefasto izquierdismo, cuando, el 6 de febrero de 1934 los nacionalistas y fascistas franceses se alzaron en París, pero lamentablemente sin éxito.

Durante la Cruzada española, Maurras viaja a Burgos para ponerse al servicio de la causa de la Cristiandad. Allí, en las trincheras, no podía estar ausente Brasillach, el poeta de la Francia eterna. Llevaba un “arma al brazo y estaba bajo las estrellas” y los luceros que anunciaban el amanecer, como dijera José Antonio: el Octavio de la Revolución Nacional. En esos tiempos, en su Patria, alguien llamó a Maurras “nostálgico”. A esa falsedad, de frente y mirando a los ojos de quien eso expresara, le replicó: “Cuando un enfermo recuerda los tiempos en que se encontraba bien, no suspira por el pasado, sino por la salud”.

Doctrina luchando contra el marxismo y definiendo a la democracia como el odio que trae la anarquía, con los partidos y las clases, todos enfrentados entre sí. De su prédica monárquica debemos dar al lector amigo una visión que plantee las columnas y los mejores arcos de ese edificio. Maurras habló siempre de una Monarquía pura, hereditaria, antiparlamentaria, orgánica y descentralizada. En ella el mando es único como garantía y orden; es hereditario para asegurar la continuidad de la estabilidad, para evitar la ambición y la lucha por el poder que debe ser limitado para evitar la tiranía.

Todo ‒manifiesta Luis María de Ansón a continuación‒ está basado en la escolástica y en el derecho público cristiano. Estudia a fondo a Taine Balzac y Fustel de Coulanges. Al comenzar el siglo XX publica “Encuesta sobre la Monarquía”, el libro político más importante en cien años. Nacen en esos días los “Camelots du Roi” que se enfrentan en las calles con la hez marxista y meteca. Dice Luis María de Ansón que “asombran sus dotes de analista, de captación y síntesis. El provenzal genial se colocó claramente dentro de la doctrina católica y contra la revolución francesa desgracia de la desgracias”. “A la democracia ‒expresa‒ es necesario extirparla en raíz, no basta con contenerla o detenerla”. Y agrega: “El porvenir, como el progreso, es el orden”. Hace finalmente un llamado que es el siguiente: “Católicos y Ateos, el Catolicismo es el orden”. Siempre luchó el Maestro provenzal por la Iglesia Católica verdadera, a la que dedicó su libro “El dilema de Marc Sangnier”, profetizando y reclamando la condenación de la democracia cristiana.

El acto de condenar la herejía nefanda llegó, a Dios gracias, con la “Encíclica Le Sillon de Pío X”. Tiempo después, haciendo oídos a malos consejeros, Pío XI excomulgó a Maurras. Parece que el entonces Papa, no pensaba en la justicia divina, que siempre llega. Así sucedió, cuando poco después de ser elegido Papa el gran Pío XII, levantó la excomunión injusta. En 1939 estalló nuevamente la guerra que tantos estadistas predijeran por el horror de lo dictado en la reunión de Versalles (1919). Francia fue empujada al conflicto desatado. El mismo tuvo también otros gestores. Recordemos lo que declaró, el viejo Kennedy (padre del presidente asesinado en Dallas) (1963) al ex ministro Forrestal y que éste asentara en su diario personal con las palabras textuales de su amigo. Así leemos: “Roosevelt y el mundo judío empujaron el mundo a la guerra en 1939”. La hoja del diario íntimo de Forrestal tiene como fecha el 28 de diciembre de 1945.

Durante el conflicto y ante la derrota de Francia debilitada por el desastroso gobierno de Blum y ya a mediados de 1940 se aceptó el armisticio y con la parte de Francia no ocupada fue restablecido el Estado Francés gobernado por el Mariscal Pétain con su Revolución Nacional. A ella adhirió Maurras, quien acusó al mitómano Degaulle de traidor. Casi al finalizar el conflicto, y ya con la victoria demo bolchevique en puertas, una saturnal de sangre se desató en Francia contra las fuerzas tradicionales que enarbolando la tradicional Francisca habían combatido contra Stalin y las plutodemocracias: Maurras fue “juzgado” por un tribunal masónico bolchevique y gaullista el que con pruebas falsas condenó al Maestro a prisión perpetua. El gran nacionalista tenía entonces 76 años. El secuestrado por la democracia pasó entre rejas miles de días. Desde su celda, observaba el desastre de la IVª República repitiendo la sentencia de Homero: “El gobierno de varios no es bueno, que haya un solo Jefe”. La muerte estaba muy cerca y se le oyó decir: “Mis huesos van a levantar la losa de mis antepasados. Allí buscaré yo, al caer, la misma verdad”. El poeta autor de “Música interior” volvió a la Fe por el trato con la Hermana Superior de Carmelo de Lisieux. El Canónigo Cormier lo asistió en sus últimos meses de vida. El Maestro falleció el 16 de noviembre de 1952, recitando el “Confiteor”, mientras el Canónigo lo absolvía en el Nombre de Cristo Jesús.

En el día final expresó a los que lo rodeaban, que eran: su sobrino, Jacques Maurras, Francois Daudet y Madame Calzant, esta emocionante meditación: “Toda mi vida he sido un hombre de esperanza. Para mis muertos he esperado, he anhelado, y pedido la felicidad en la otra vida; para mi país no he cesado de esperar el restablecimiento y la salud. Ahora espero para mí. Mi vida se acaba. Mucho he trabajado por Francia, por este bello país, del que todo lo he recibido. Hubiera deseado vivir todavía algún tiempo para continuar sirviéndole, para verla surgir de sus ruinas y entrar en el orden monárquico y católico, para volver a encontrar sus tradiciones”.

Quien esto firma se cuadra militarmente ante su tumba y deposita una cruz formada con rosas de Francia expuestas sobre una tela de seda blanca con tres flores de lis áureas saludando a la romana expreso: ¡CHARLES MAURRAS! ¡PRESENTE!

Luis Alfredo Andregnette Capurro

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