viernes, 17 de diciembre de 2010

Testigo de cargo

OTRA VEZ “GRAN HERMANO”

Después de lo que escribí en el número anterior sobre “Gran Hermano”, seguí su desarrollo, pero centrándome esta vez en las conversaciones de los participantes.  Me quedaron dos sensaciones: la primera es que el grupo, elegido en todo el país, era bastante representativo, no digo de toda la juventud argentina, pero sí de una ancha franja de ella que responde a los estereotipos, a los usos, costumbres y lenguaje de los actuales participantes de “Gran Hermano”.  La segunda conclusión es que estos pobres chicos son la primera generación que ha crecido con una ignorancia total de toda cosa ajena a lo que ven por televisión, lo que leen en las revistas dirigidas a ellos y lo que aprenden de las canciones que cantan.  Más algunos retazos confusos de lo que aprendieron en su paso por el sistema de enseñanza (estatal o privado, católico o laico, en términos generales, lo mismo da).
                  
Hijos de padres de la generación sesentista, no tienen referencias culturales ni relación emocional alguna que no haya pasado por el filtro de la televisión.  Son, como decía Ortega, los primeros “bárbaros asomados por escotillón” (es decir, bárbaros no venidos de tierras lejanas, sino nacidos en la misma civilización que van a destruir).
               
Su conversación es el bar-bar que originó su nombre y del que se burlaban los griegos.  Usan un lenguaje de quinientas palabras, mechado de muletillas que ya se han convertido en un componente inevitable de lo que se dice.
           
Un episodio significativo: en un momento determinado hacen una especie de apuesta con “Gran Hermano”.  Durante un tiempo determinado no dirán malas palabras.  Ponían en juego la cantidad y calidad de lo que comerían durante una semana.  Pues bien, les fue imposible —materialmente imposible— dejar de decir cada tres minutos la palabreja que empieza con b y que hoy está presente en toda conversación entre jóvenes argentinos.  Perdieron la apuesta.
            
Rectifico, pues, mis conclusiones anteriores.  Lo más importante e impresionante de “Gran Hermano” es la espantosa radiografía de una parte grande de nuestra juventud.  Nada saben que sobrepase el nivel elemental de sus intereses inmediatos, de sus pequeños afectos.  Hay sexo de sobra, pero lo más grave no es la irresponsabilidad con que se maneja, sino la falta de pasión: se trata de un ejercicio agradable y divertido, poco costoso, en el que no ponen más de lo que esa descripción pide.  Sus iguales recibirán sin resistencia, pero con la falta de atención con que oyen todo, las clases de sexualidad que les dará el Estado.  Para ambos —alumnos y Estado— el sexo no pasa de ser una técnica y en él solamente pueden aprenderse métodos.  Cualquier discurso “metafísico” que intente sobrepasar el nivel de lo instrumental será respondido con un cierre total de los oídos.
           
¿Entiende el lector la gravedad de lo que estoy diciendo?  Los bárbaros ya están aquí y se pasean por el interior de las murallas.  Pero esta vez no hay tintineo de los arneses, ni chasquido de las espadas que salen de la vaina, ni resoplar de los caballos.  Estos bárbaros son una tropa pacífica, aburrida, que no tiene nada que dar, ni la fuerza bruta de los de antaño ni el odio de la fracción ideologizada que hoy sale sobre todo de las Universidades.  Estos bárbaros heredarán la tierra —nuestra tierra— y teñirán con su abulia la sociedad entera.  Tenga cuidado, porque en su casa puede haber uno de ellos tirado en la cama del cuarto de su hijo.
                
Es imposible omitir la cita que ya he hecho en otras oportunidades del libro de Tocqueville “La democracia en América” (publicado a mediados del  siglo XIX).  Tocqueville no era un adversario de la democracia, pero poseía lucidez suficiente como para imaginar un futuro al que ésta podía conducir.  Y escribió: “Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos el despotismo puede producirse en el mundo: veo una multitud de hombres semejantes e iguales que dan vuelta sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres de los que llenan su alma.  Cada uno de ellos, mantenido aparte, es como extraño al destino de los demás, sus hijos y su familia forman, para él, toda la especie humana.  En lo que se refiere a sus conciudadanos, está a su lado, pero no los ve, los toca y no los siente; no existe más que en sí mismo y para él solo y si le queda todavía una familia, por lo menos se puede decir que ya no tiene patria”.
                  
Éste es el “homo democratiensis”, encarnado a la perfección en los participantes de “Gran Hermano”.  Sus conversaciones no sobrepasan jamás el nivel de sus pequeñas vidas, de su estrecho contorno, de sus menguadas ambiciones.  Hablan, en efecto, de sus familias, pero jamás de su patria o de cualquier otro tema que exija una comprensión superior a lo ramplonamente concreto.  Las pocas veces que lo hacen, lo notable no son las sandeces que dicen sino la velocidad supersónica con que el tema se agota y desaparece.  Nadie quiere pisar el terreno pantanoso de las abstracciones, que nunca han frecuentado y del que desconfían.  Pequeños placeres, pequeños temas, pequeños seres.
              
Aníbal D'Angelo Rodríguez
           

2 comentarios:

Pampa dijo...

Excelente artículo como todo lo que nos tiene acostumbrado Don Anibal.
Desde el terruño del General San Martín y la Virgencita de Itatí.
¡En Cristo y en la Patria!.

Anónimo dijo...

"BIG BROTHERS": Laboratorio sionista que analiza el nivel de brutalidad de los pobres "goyim" (ganado).