CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
Durante el Adviento contemplamos y meditamos dos misterios de nuestra Santa Religión. En Navidad conmemoramos la Primera Venida de Nuestro Señor. Pero la Liturgia nos presenta, en perspectiva, su Segunda Venida, el retorno de Jesucristo en gloria y majestad al fin de los tiempos.
¿Cómo debemos armonizar en el presente estos dos misterios, uno pasado y otro futuro? ¿Existe acaso alguna conexión entre la venida del Niño Dios en Belén y el retorno de Cristo, Rey y Juez, en una fecha conocida sólo por el Padre?
Deberíamos estar en condiciones de descubrir que estos dos Advientos no sólo están relacionados entre sí, sino que se complementan recíprocamente, pues constituyen dos fases de un único misterio de salvación. El Primer Adviento no se comprende sin el Segundo… El Retorno de Jesucristo da cumplimiento y perfección a su Encarnación…
Los Padres de la Iglesia, fieles a la Escritura, no disociaron estas dos Venidas, sino que las consideraron conjuntamente y hablaron de ellas sin separar una de la otra. Entre otros, San Cirilo de Jerusalén escribe: “Anunciamos la Venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. En la primera venida fue envuelto con pajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin mido a la ignominia; en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles”.
Además, el término mismo Adviento admite una doble significación. Puede significar tanto una venida que ha tenido ya lugar, como otra que es esperada aún: presencia y espera. En el Nuevo Testamento, la palabra equivalente, tomada del griego, es Parusía, que significa venida o llegada, y se refiere a la Segunda Venida de Cristo, el Día del Señor.
No esperamos un Mesías y un Salvador. La prolongada noche de la espera ha pasado ya, y el Niño de Belén es el Redentor prometido. Nos encontramos en la plenitud de los tiempos. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Es Emmanuel, Dios con nosotros.
Pero a pesar de todo esto, la Iglesia continúa aguardando y esperando. Ella espera y ansía la plenitud de la Venida de Cristo. El Reino de Dios no ha sido establecido aún de manera plena, y su instauración es lo que suplicamos en la segunda petición del Padrenuestro: Venga a nosotros tu Reino…
La Iglesia, consciente de que su esperanza descansa en el futuro, mira hacia la restauración de todas las cosas en Cristo, hacia aquellos Nuevos cielos y Nueva tierra, en que Ella, el Reino de Dios, alcanzará su plena perfección.
La Santa Liturgia nos exhorta a la vigilancia y a la oración. Vigilar significa vivir con el pensamiento puesto en la Segunda Venida de Cristo. Debería ser la actitud constante del cristiano, un estado de ánimo habitual que informe y anime toda su actividad. Esta vigilancia, este estar alertas, no debe inquietar ni angustiar, sino todo lo contrario: es una espera paciente, pacífica, llena de amor y de gozo.
La Santa Iglesia por su Liturgia nos invita a la oración. Estar junto al Pesebre, con la Santísima Virgen y el Buen San José, los ojos fijos en la Manifestación del Verbo Encarnado, y los labios balbuciendo Venga a nosotros tu Reino…
Como preparación para la Venida de Jesús, la Iglesia nos recuerda hoy las exhortaciones del Profeta Isaías y del Santo Precursor para excitarnos a preparar nuestra alma para recibir a Jesús.
Los obstáculos a la venida de Jesús son nuestros pecados y nuestras pasiones inmortificadas. Por lo tanto, debemos purificar nuestra alma a fin de merecer ver a Nuestro Salvador y ser colmados de sus gracias.
Esta preparación es muy necesaria, ya sea que consideramos la excelencia del que viene, ya sea que sondeemos la profundidad de nuestra miseria y de nuestra indignidad.
Antes de ofrecerse al mundo culpable, Jesús ha exigido una larga preparación de cuatro mil años… Y para la preparación inmediata envió a su Precursor para predicar la penitencia… Se trataba de preparar un lugar, no a un simple hombre, sino a Dios…
Un reducido número de hombres de buena voluntad escucharon al Bautista… Y si muy pocos reconocieron y recibieron al Salvador, fue porque muy pocos se habían preparado por una penitencia real y sincera… Y hacer caso omiso de Jesús fue, precisamente, la desgracia de este pueblo…
Es Jesús mismo quien se anuncia; es el Salvador, el Emmanuel, el Hijo de Dios eterno, nacido en el tiempo de la Virgen María; que quiere visitar nuestra alma y establecer en ella su morada. ¡Qué honor quiere hacernos!… Pero es necesario que seamos dignos. Que no haya nada en nuestro corazón que pueda ofender los ojos de este Divino Niño. Purifiquemos y ornemos nuestra alma como lo hacemos con nuestra casa cuando recibimos a un gran personaje.
¿Cómo debemos prepararnos para agradar a Jesús? ¿En qué consiste esta preparación? San Juan Bautista nos lo indica: “Preparad el camino del Señor”:
1) Enderezad sus sendas. Es decir, purificar el alma por la penitencia. La conciencia oscurecida, distorsionada, torcida… hacerla recta, correcta, rectificarla, restituirle su rectitud y simplicidad. Que nada sea obstáculo a la venida de Jesús. Hacer rectas sus sendas, es decir, reformar todo lo defectuoso o deforme en nuestra alma. Que no hay nada impuro e indigno de este huésped divino. Vaciar nuestro corazón de todo lo que sea imperfecto; dejar el alma pura, amplia y espaciosa, para que Jesús la colme con su presencia. Además, en todo lo que hagamos, tengamos intenciones rectas, nobles, puras.
2) Todo valle o barranco será rellenado. Estos valles significan los vacíos producidos en nuestra alma por el olvido de Dios y de sus preceptos, así como por la negligencia de nuestros deberes. Este olvido proviene de nuestro excesivo apego a los bienes de la tierra, de nuestro deseo de satisfacer el placer sensual… más preocupados en lo intereses temporales que en los espirituales… El vacío de las buenas obras y de méritos ante Dios. ¡Cuántos vacíos! ¡Cuánta negligencia en nuestra vida! Falta de generosidad, tibieza en nuestros ejercicios de piedad, en nuestros deberes de estado y en la práctica de las virtudes cristianas. Nos en necesario volver a rellenar, a reparar esos vacíos por nuestra vigilancia y atención en hacer bien lo que hacemos.
3) Todo monte y colina será rebajado. Esto significa que todo orgullo será depuesto, todo amor propio y todo egoísmo renunciado y arrancado. El orgullo perdió a la humanidad… Por esto el Salvador apareció en la tierra pobre y humilde, y se ofrece y entrega a los humildes y pequeños. Nada le atrae y nada le agrada tanto como la humildad… y toda alma que quiera recibirle, debe rebajarse, humillarse. Cuanto más nos humillemos, tanto más descenderá Jesús a nosotros. Dice San Agustín, “Tal vez tengáis vergüenza de imitar a un hombre humilde; pero, al menos, imitad a un Dios que os da el ejemplo de humildad”.
4) Los caminos tortuosos se harán rectos. Es decir, hay que expulsar del corazón toda hipocresía y duplicidad, porque Dios odia la mentira. Esto es lo que explica el endurecimiento de los fariseos. Por lo tanto, si queremos que Jesús venga a nosotros, nuestro corazón debe ser simple ante Dios y los hombres. Tengamos aprecio de la verdad, la rectitud, la justicia. Hagamos todo con pureza de intención y espíritu de fe, en vistas de agradar a Dios y procurar su gloria.
5) Las asperezas serán allanadas. Los caminos o senderos ásperos simbolizan todo lo que es duro, amargo, agrio en nuestra alma, nuestro corazón, en nuestras palabras y actitudes. Son los caracteres difíciles, las desigualdades de estado de ánimo, las susceptibilidades, las aversiones, la ira, la falta de paciencia. ¿Quién no ve cómo estos defectos disgustan a Jesús, manso y suave? Si queremos que Jesús venga a nosotros y permanezca con nosotros, alejemos todo lo que es duro, amargo, y que se oponga a la caridad. Procuremos que no haya en nuestro corazón amargura, resentimiento, odio, ira, deseos de venganza. Al contrario, que haya dulzura, indulgencia, paciencia, caridad sincera y verdadera.
Los frutos de esta preparación están indicados por el Evangelista: et videbit omnis caro salutare Dei. Si nos preparamos convenientemente, Jesús vendrá a visitarnos; se manifestará y nos colmará de todo tipo de gracias y bendiciones. Recibir y disfrutar de Jesús, ¡qué felicidad! Es el Cielo anticipado… Bienaventuradas las almas bien preparadas, bien dispuestas… ¡Cómo se complace Jesús en ellas y las enriquece!
Pero, por desgracia, ¡cuántos se niegan recibir a Jesús!… Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. ¡Cuántos descuidan prepararse bien!
Debemos redoblar la vigilancia y el fervor para disponernos a recibir más dignamente la venida de Jesús. Unos pocos días aún, y veremos la gloria de Dios. Renovemos nuestra alma y recemos a María Santísima y al Buen San José para que nos ayuden y nos den a su dulce Jesús.
1 comentario:
Esta sociedad capitalista lo que ha logrado es opacar el verdadero significado de la navidad, el nacimiento de jesucristo por el negocio que genera.
Es lo mas patetico y la peor humillacion a cristo, su recuerdo, la vida que dejo por luchar por los mas enpobrecidos, desprotegidos, humillados, enfermos por papa noel, el arbol, la garrapiñada, la sidra, los petardos, la coca cola, la joda y el desmadre que generan las fiestas año a año.
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