UNA DISTINCIÓN
PEREGRINA
EN UN TEXTO ANODINO
Distinguir para
confundir
No
me siento precisamente feliz de tener que habérmelas con los Obispos argentinos
cuando como Pastores se expresan sobre temas de particular gravedad como es el
caso que aquí me ocupa. Confieso que me aflige un poco abandonar mi burguesa
comodidad cincuentona y exclamar con contundencia, “Yerran Señores Pastores y
confunden seriamente al rebaño”.
Se
trata de la Declaración titulada “Distingamos: Sexo, Género e Ideología”
emitida por las Comisiones Episcopales de Laicos y Familia, de Catequesis y de
Pastoral de la Salud, el pasado viernes 26 de octubre. El título suscita los
primeros temores al sostener la distinción entre “sexo” y “género”, por un
lado, separando de ambos la noción de “ideología”. Y el desasosiego se instala definitivamente
en el ánimo cuando se advierten los subtítulos que temáticamente dividen el
texto, a saber, “perspectiva de género” e “ideología de género”.
Justificase
la separación pues se discierne “sin separar, el sexo biológico del papel
sociocultural del sexo, es decir, el género”, citando el número 56 de Amoris
Laetitia, la Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco. “Sexo y
género son realidades profundamente conectadas, pero no son exactamente lo
mismo”, se dice completando el punto.
Cuando el texto de la Declaración afronta la distinción
propuesta entre “perspectiva” e “ideología de género”, asevera paladinamente
que “los estudios de género pueden ofrecer una herramienta de análisis que nos
permita ver cómo se han vivido en las diversas culturas las diferencias
sexuales entre varones y mujeres, e indagar si esta interpretación establece
relaciones de poder y cómo las establece. No se vive igual la condición
masculina o femenina hoy, que hace cien años (…) El Papa lo advierte al afirmar
que «la historia lleva las huellas de culturas patriarcales» (…) En este
sentido, «género» es una categoría útil de análisis cultural, un modo de
comprender la realidad. Mirar la sociedad teniendo en cuenta los roles, las
representaciones, los derechos y deberes de las personas de acuerdo a su
género, es adoptar una perspectiva de género. Situación que es necesaria para
ver que todas las personas sean tratadas según su igual dignidad”.
Se me excusará la extensión de esta cita. ¡Señores, debemos
agradecer profundamente la llegada de la “perspectiva de género” pues ella ha
quitado las vendas de nuestros ojos y admirablemente nos ha enseñado que las
culturas son diferentes, que históricamente ha habido diferencias sexuales
entre el varón y la mujer, afincadas esas diferencias en las culturas mismas; con
dicha perspectiva el Santo Padre parece haber aprendido el ´arte de
interpretar´ las huellas recónditas de “culturas patriarcales”, horroroso
fundamento de las aún más odiosas ´relaciones de poder´, que fundan la
asimetría de los géneros, cuidando, claro está, de no develar aquí que estamos parafraseando
a Michel Foucault!
Sí, debemos retribuir a la “perspectiva de género” estas
gloriosas revelaciones y haber descifrado para nuestros torturados caletres, y
gratuitamente, verdades insondables como las nociones de rol, de representación
(social), las de derechos y deberes de las personas y, más maravillosamente
aún, la de “igual dignidad de las personas”, pues parece notable que ingenio
humano alguno haya jamás inteligido cuestiones tan arduas hasta la novísima
aparición de la “perspectiva de género”.
Debiera reprenderse tamaña ignorancia en los Obispos
argentinos que no parecen leer otra cosa que no sea “Amoris Laetitia” para
documentarse seriamente sobre la “perspectiva de género”. Señores Obispos, Google
ha sido inventado hace años, suficientes como para que una descansada navegación
arroje como resultados un par de textos de Bella Abzug, ex diputada del
Congreso de los Estados Unidos en los noventa, interviniendo para explicar la
novedosa aparición del término “género” en la Cuarta Conferencia Mundial de
Beijing sobre la Mujer (1995).
Expresó esta feminista en aquellas jornadas que “el sentido
del término «género» ha evolucionado, diferenciándose de la palabra «sexo» para
expresar la realidad de que la situación y los roles de la mujer y del hombre
son construcciones sociales sujetas a cambio”. Y en otra ocasión, un poco
acorralada por las Delegaciones que manifestaron perplejidad por la decidida
intromisión del término en las argumentaciones en torno a la mujer y las situaciones
de violencia, sentenció la Abzug para despejar toda duda: “el concepto de «género»
está enclavado en el discurso social, político y legal contemporáneo. Ha sido
integrado a la planificación conceptual, al lenguaje, los documentos y
programas de los sistemas de Naciones Unidas (…) los intentos actuales de
varios Estados Miembros de borrar el término «género» en la Plataforma de
Acción y reemplazarlo por «sexo» es una tentativa insultante y degradante de
revocar los logros de las mujeres, de intimidarnos y de bloquear el progreso
futuro”.
En dicha Conferencia, las feministas batallaron laboriosamente
para asociar el término “género” a nociones tales como “hegemonía/hegemónico”
(aludiendo al dominio hegemónico de la “matriz heterosexual” en la cultura
occidental), “deconstrucción” (denunciando la idea de “naturaleza humana”,
reguladora de la “tendencia heterosexual”), “patriarcado/patriarcal”
(resistiendo la institucionalización del control masculino sobre la mujer, los
hijos y la sociedad que perpetúa la posición subordinada de la mujer), “sexualidad/perversidad
polimorfa” (enseñando que los hombres y las mujeres no sienten atracción por
personas del sexo opuesto por naturaleza sino más bien como resultado de un
condicionamiento social y que, si es así, el deseo sexual puede dirigirse a
cualquiera), “preferencia u orientación sexual” (imponiendo como tesis
científica la idea de que existen diversas formas de sexualidad, homosexuales,
lesbianas, bisexuales, transexuales y travestis, equivalentes a la
heterosexualidad).
Suficientes para no abrumar con esta enumeración incompleta
de términos asociados a “género” desde hace veinticinco años, por lo menos. Y
cabe agregar que la batalla feminista ha dado una abundante y tenebrosa
cosecha, de la que nuestros mitrados no han tomado debita nota. Si se me
permite una suerte de “analogía marxista” me atrevería a afirmar que nuestros
Obispos no ven del “género” sino la “super-estructura”, pulcramente revestida
de una fachada humanista, justiciera y derecho-humanista; ignorando por completo
la “verdadera realidad” que sienta sus reales en la “infraestructura”,
dominando el “género” despiadadamente la auténtica naturaleza del hombre, varón
y mujer. Carecen, nuestros Obispos, de “inteligencia crítica” si es que no
existiesen los dones de Sabiduría y de Consejo del Santo Espíritu que nos exijan
hablar el lenguaje de Dios.
De la “perspectiva” a la “ideología”
en una
visita guiada
La palabra “talismán”, escribiera Gustavo Corbi en “Lenguaje
y Logomaquia”, y que Abzug suelta como al pasar es “construcción social”. Es
palabra obligada de la Neo-Lengua disolvente que introduce el Caballo de Troya
en la Conferencia Episcopal Argentina para abatirla sin demasiado derramamiento
de sangre.
El constructivismo, social y pedagógico, es ideología
opresora, ella sí hegemónica, y no tiene nada de útil, ni de valioso. Brillantemente
lo fustigó entre nosotros un Obispo casi desahuciado, Monseñor Héctor Aguer, en
una disertación del año 2007 a propósito de la introducción de la asignatura
“Construcción de Ciudadanía” en la provincia de Buenos Aires, denunciando también
la ideología de la transformación educativa.
En resumidas palabras, dice allí Aguer que con el término
construcción “se trata de emplear un nuevo lenguaje gnoseológico, un nuevo
lenguaje para describir el conocimiento humano (…) pergeñado y promovido por
una escuela de pensamiento (…) de nombre constructivista” (…) Es así como suele
decirse que el conocimiento se hace, se elabora, se construye; al afirmar que
el objeto del conocimiento se construye se está confesando qué se piensa acerca
del conocimiento humano. El objeto del conocimiento no es ya el ser, la
realidad, que posee una inteligibilidad intrínseca (…) sino el resultado de un
proceso de construcción, de organización, de múltiples enlaces. Una producción
(…) identificándose el conocimiento como poder”. Con razón, observa Monseñor
Aguer que “el antecedente histórico de este constructivismo se encuentra en la
filosofía de Kant. Según Kant nosotros no conocemos la cosa en sí, la esencia
de la cosa, sino que sólo conocemos fenómenos, una representación de la
realidad que arma nuestra mente. Nuestras facultades producen una
representación de la realidad, que es en sí misma incognoscible (…)”.
Por lo tanto si el “género” es la construcción socio-cultural
del sexo, o bien la interpretación psicológica del “sexo asignado al momento de
mi nacimiento”, en términos de auto-percepción, esto es, la “vivencia interna e
individual del género”, o bien “la vivencia personal del cuerpo, la cual puede
corresponder o no con el sexo asignado” (artículo 2 de la Ley 26.743 de
Identidad de Género); luego, entonces, el “género” no resulta una “categoría
útil de análisis cultural” sino una categoría perversa de demolición
antropológica y cultural que pretende reducir la realidad del varón y de la
mujer, la de la familia y de los hijos, a los siempre “malvados” roles,
estereotipos, prejuicios y discriminaciones provenientes del sexismo, del
patriarcado, de la burguesía, de los curas y de la Iglesia.
Si el “género” no está sujeto sino a procesos históricos de
construcción social y cultural, entonces, en buena lógica, lo que fue, no debe
ser más; y lo que hoy tiene vigencia, no deberá reclamarla mañana. De allí que
la “teoría queer”, como lo he dicho en otra parte, no consista sino en la evolución
natural ‒¡pecado de leso constructivismo!– del “género”, pues de la
reivindicación de identidades sexuales “emergentes”, homosexualidad y
lesbianismo, habrá que pasar a una sexualidad dinámica y polimorfa (trans,
inter, bi, queer, cyborg, etc.).
Llegados a este punto de una imaginaria “visita guiada” hete
aquí que el/la guía(a) nos da la bienvenida a la sala llamada “ideología de
género”. “¿Pero cómo?” –preguntarían tal vez azoradas las tres Comisiones
Episcopales– “¿no estábamos en la sala de la «perspectiva de género»?” –
“Bueno, es el mismo Salón apenas dividido por esa puerta minúscula, que acaban
de traspasar”.
El guía ‒¡y no puedo quitarme de encima el “binarismo de género”!–
adopta una pose un tanto academicista y pontifica que en la, así llamada, “ideología
de género” “el género es pensado como una actuación multivalente, fluida y
autoconstruida, independientemente de la biología, por lo que la identidad
propia podría diseñarse de acuerdo al deseo autónomo de cada persona”.
“¡Pero eso no es otra cosa que el «género» como construcción
social! ¡Lo que nos dijo usted de la tal Abzug!”, exclama entre enfático y
agitado un Prelado de alguna de las Comisiones. – “Exacto, Señor, es el género
como construcción social”, replica el guía. “Es el detalle un tanto inadvertido
en la pintura «perspectiva de género» que acabamos de admirar en la sala que
lleva su nombre”, concluyó con precisión matemática nuevamente el guía.
Nadie entendió nada más y la confusión agobió a todos los
Prelados, dominados por la penosa sensación de no saber en qué sala estaban
realmente parados, y, peor, incapaces de hablar de pinturas y de salas a los
fieles seguidores que los aguardan.
Abandonado ya este ´Louvre de ensueño´, y queriendo poner fin
a esta nota, un cielo celeste y limpio me confirman que para hablar de
sexualidad, y Dios quisiera que poco debiésemos hacerlo, no necesitamos apelar
al “género”, moneda cuyas caras son la “perspectiva” y la “ideología”, dependiendo
todo de cómo caiga.
Más ponderado y más riguroso es el término, y la realidad por
el significada, de “identidad sexual” articulado con el de diferenciación
sexual mediante las beneméritas influencias que ejercen factores de naturaleza
biológica y genética pero también mediante un número relevante de factores de
muy diversa índole ‒educativos, familiares, comunitarios, sociales y
culturales, a gran escala– que modelan el estilo comportamental con el que cada
varón y mujer se hacen presentes en la realidad. Es evidente que la “natura” y
la “nurtura”, la naturaleza y la cultura, el cerebro y el aprendizaje, están
presenten en la constitución personal, única e irrepetible, de la identidad sexual
del varón y de la mujer.
Y si es absolutamente cierto que “se nace varón o se nace
mujer”, no debiera escandalizar, por otra parte, que en cierto sentido “se
aprende a ser varón y se aprende a ser mujer” pues el padre y la madre han de
ser “ejemplares” de imitación y de identificación para sus hijos, varones y
mujeres. En efecto, ambos padres, en su genuina y bien lograda diferenciación y
complementación, ayudarán a sus hijos todos a conquistar su madurez personal,
psicológica y espiritual, en la que la identidad sexual habrá de estar bien delimitada
en los fines y propósitos de la educación de la afectividad, del carácter y,
finalmente, de la voluntad en orden al bien ético de la personalidad humana.
Bien ético para cuya consecución no precisamos de la
perspectiva de género bajo ningún punto de vista; no necesitamos que se nos
aleccione con la teoría de la construcción social de la sexualidad si sabemos,
y estamos convencidos, que un joven, una niña, siendo lo que cada uno son por
naturaleza, irán desarrollando sus propias virtualidades en el marco de un
aprendizaje más hondo, más rico y más humano cual es el de “ser hombres”, sobre
todo, a través de las virtudes morales y de las sobrenaturales, que sanan y
elevan.
¡Género, no quiero tu “perspectiva” y resisto la “ideología”
que ocultas con malicia! ¡Prelados, cesen vuestras falaces distinciones, gritad
ya las rectas definiciones!
¡Y a Dios, mi Padre, ruego que sean los niños los victimarios
de quienes quieren arruinarlos, esos “perversos polimorfos” que deambulan como “leones
rugientes”!; lo proclama el Salmo VIII que hoy hemos rezado en Laudes: “De la
boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos, para
reprimir al adversario y al rebelde”.
Ernesto
Alonso
5 comentarios:
No se puede tolerar ni la idea ni quienes toleran la idea, combate sin descanso contra estos hijos de puta perversos. Saludos. Perdón por el improperio pero para algunos no hay otro calificativo.
Que decadencia la Iglesia Católica, esos obispos confunden el bien con el mal, que lean el génesis.
¿Qué dice Cabildo de este gobierno plutocrático, corrupto y vendepatria de Macri? Tanta pteocupación por el tema del "género" nos hace olvidar que tenemos un gobierno que promueve la invasión cultural anglosanona protestante y ababdona la lucha por Malvinas
La iglesia fue destruída por los modernistas desde el comunista usurpador roncalli, anónimo no sea ingenuo por favor a estas alturas de los acontecimientos.
¿Sucesores de los Apóstoles? ¡Qué va! ¡Sucesores de Caifás!
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