CON OCASIÓN DE SU OBRA
“LA DEMOCRACIA:
UN
DEBATE PENDIENTE”
Un sábado de finales de abril,
nos fuimos a la casa de Antonio Caponnetto. Habíamos quedado en filmarlo y
grabarlo con un cuestionario previamente acordado sobre su obra La democracia: un debate pendiente, que
completa prácticamente una trilogía, comenzada hacia el 2007 con La perversión democrática. Fallaron dos
cosas; la tecnología, que no nos permitió filmarlo; y el cuestionario, que se
desarmó a la cuarta o quinta pregunta; y eso debido a las derivaciones que fue
tomando el diálogo. Nos quedamos sin imágenes y sin formalidad. Desgrabado el
audio, Caponnetto lo corrigió, le retocó unos fragmentos poco claros, estuvo de
acuerdo en que reflejaba lo conversado, y quedó lo que sigue, cuyo valor el
lector juzgará. En nuestra opinión, es uno de esos textos que se dejan leer. Después cada quién sacará
o no provecho de lo que ha leído.
Rodrigo Álvarez
Greco
Juan
Carlos Monedero (h)
-Dr.
Caponnetto; conozco de antemano que usted me dirá que no puede escribir dos
veces la misma obra; que son pocos los que se han tomado el trabajo de leerla
íntegra y muchos los que opinan sobre ella, sin prestarle atención ni
comprensión a sus argumentos. Pero ¿aceptaría algunas preguntas, que le dieran
la posibilidad de aclarar y de sintetizar ciertas cuestiones?
Dr. Antonio Caponnetto: - Digamos que acepto con algunas condiciones.
Por ejemplo, que se entienda que esto es una entrevista. No una clase o
conferencia o ponencia académica. Las respuestas resultarán necesariamente
esquemáticas y coloquiales. Y la gente se quedará con el esquema, porque es más
cómodo. Es un riesgo, ¿se da cuenta?
-¿Le
pasó antes esto de que se “quedaran con el esquema” y desecharan la obra; ya
vivió este riesgo?
- Exactamente así no. Me pasó,
verbigracia, que al terminar de escribir los tres volúmenes sobre “Los críticos
del revisionismo histórico” advertí que era y es una obra para pocos. Para
lectores con algún entrenamiento, digamos. O con predilecciones temáticas
específicas. Pero no sucedió lo de ahora, que se podría llamar como la
irrupción de los opinadores seriales. Claro que los tiempos han cambiado. Ha de
ser por eso. En parte es consecuencia de la
democratización de las redes sociales, que tanto festejan algunos. Pero es democratización, claro. Y allí está el
estigma. Hay vida después de las redes sociales. No nos detengamos mucho en
esto.
-A
propósito de lo que nos comenta sobre los lectores restringidos, creo que era
Julio Irazusta el que se quejaba de no haber hallado un solo rosista que
hubiera leído sus ocho tomos de la “Vida política de Juan Manuel de Rosas...”
- Yo mismo lo escuché a Don
Julio decir eso. Recuerdo además que me llamó “lector afortunado” cuando le
comenté que había leído su “El Rosas de Celesia”, libro que él tenía por
extinto y perdido. Creo que, salvando las insalvables distancias, aquí sucede
algo parecido. Pero insisto: a “Los críticos…” lo leyeron unos cientos de
interesados y guardaron silencio, excepto los nobles y representativos casos de
apoyos que, gracias a Dios, no han faltado. Como tampoco han faltado con la
saga de “La perversión democrática...”, por llamarla de algún modo. Un haz de
lectores calificados y prestigiosos le dieron su aval. Me quedo con ese haz y descarto a la hez…
-Aplico
el juego de palabras que me propone, quédese tranquilo. Pero previamente
exorcizado entonces, va la primera pregunta: ¿Usted dice que es
“intrínsecamente malo” votopartidar?
-No; yo empiezo por reírme del
neologismo “votopartidar”, que me parece disonante y absurdo. Y continúo
distinguiendo entre: a) votar; b) votar bajo el sistema de sufragio universal;
c) la categoría partido político y d) por último, la llamada estructura
partidocrática.
De estas cuatro
diferenciaciones o catalogaciones sólo a la b) y a la d) se les podría
adjudicar una maldad intrínseca.
-¿Y
eso por qué?
- Porque el sufragio universal
es una mentira; y no de cualquier clase. Es una mentira maliciosa, diría San
Pío X; una mentira que diluye los contornos sociales, explicaría Santo Tomás;
una mentira victimaria, acotaría el judío y marxista Karl Mannheim. Una mentira
diabólica en el sentido estricto de la palabra; esto es, en el sentido evangélico,
cuando el Señor denuncia al demonio como padre de la mentira y homicida desde
el principio.
Y la partidocracia es una
estructura de pecado, tomando el término de Juan Pablo II y de Monseñor Reig
Pla que, con buena lógica, en su Carta Pastoral “Llamemos a las cosas por su
nombre”, del año 2014, lo aplica al término “estructura de pecado” al poder
conjunto y nocivo de los partidos modernos contra una sociedad cristiana.
-Pero
en consecuencia, ¿podría darse el caso de la partidocracia mala, pero de un
partido político bueno, hablando así, con cierta ingenuidad?
- Teóricamente sí, y yo he
señalado hasta el cansancio las cuatro o cinco razones, requisitos y
condiciones que podría tener un partido para justificar una existencia eventual, acotada y restringida. Pero en
la práctica, hoy, es imposible que un partido pueda sustraerse a la inserción
dentro del espectro de la funesta partidocracia. Porque si se sustrae y la
impugna de raíz, la partidocracia le corta el suministro de aire, lo expulsa de
su seno, y queda boyando sin la menor injerencia. Es lo que le pasaba, por
ejemplo, a los módicos partidos de los hermanos Irazusta. Terminaban siendo,
para su gloria, claro, sólo una expresión testimonial. Pero al impugnar al
régimen y a todos sus principios –entre ellos nada menos que al mismísimo
sufragio universal- el Régimen los rechazaba ab origine; y nadie se daba cuenta siquiera de que tales partidos
existían. Tenga en cuenta que Don Julio llegó a afirmar que “la democracia es
un pecado contra el espíritu”. ¿Cómo le iban a perdonar tamaña petitio principii? En pocas palabras: la
partidocracia, estructura de pecado, no puede consentir que haya partidos que
la cuestionen o que no le rindan vasallaje a la democracia. Es casi, casi, como
si el dueño de un burdel dejara trabajar allí a una mujer que fuera a imponer
la castidad entre los clientes y las meretrices.
-¿No
sería oportuno recordar a esta altura de lo que me dice esa especie de fórmula
de hierro de Maurras que vincula a la partidocracia con la oligarquía?
- Por supuesto. A lo que he
dicho se le agrega la notable aseveración de Maurras sobre la íntima
vinculación entre partidocracia y oligarquía. En otras palabras, si quiere
tener un partido que le garantice la conquista del poder y su conservación y
acrecentamiento, primero hágase socio de Lázaro Báez. No me parece que alguien
en su sano juicio pueda eximir de perversión a la oligarquía o de condición
moral corrupta a un tipejo como Báez, por usar un símbolo de reciente
actualidad.
Pero hizo bien en recordarme el
silogismo maurrasiano, sobre el que he vuelto varias veces en mi obra, porque
en la Argentina
de hoy nadie necesita leer la “Encuesta sobre la Monarquía” para
comprender este drama. En los últimos diez años no gobernaron políticos que delinquieron, sino
delincuentes dedicados a la política, según buena distinción de Aníbal
D’Angelo. Y ahora no gobiernan políticos que se enriquecen, sino mercaderes que
compran el poder político. Tratantes de patrias. Déjeme desahogarme, sea bueno:
¡Delenda est Cartago!
-Pero
de paso, que destruyan también a los que toman como modelo de acción política a
los cartagineses.
- Si son católicos habría que
pegarles primero. Por incoherentes. Por pecadores de incongruencia. Ramiro de
Maeztu decía –hablando de los españoles- que ellos, históricamente, habían
podido vencer a los extranjeros, pero no a los extranjerizantes. A nosotros nos
pasa algo parecido. Los enemigos más irreductibles que tenemos son los enemigos
disfrazados de nosotros. Son políticamente cartagineses, pero asisten al Vetus
Ordo; eso sí. O no se les cae la secunda-secundae
de la boca. Repito para los apisonadores de esquemas: son enemigos, pero
disfrazados de “nosotros”. Y aclaro: lo que tienen que hacer no es dejar de
asistir al rito tridentino o de leer al Aquinate, sino dejar de ser
inconsecuentes. La comparecencia cuando la verdad total nos llama, también es
una virtud. La incomparecencia ante el reclamo de esa verdad total, es odiosa.
-Mejor
no le pregunto quiénes somos “nosotros”.
-Usted sabe que la fórmula o
frase hecha, remite a lo que el mundo llama “derecha católica” o “nacionalismo
católico”, etc. Pero aprovecho para recordarle algo gracioso. Aquella ironía de
Castellani referida precisamente al falso “nosotros”. Al que integran quienes
se sienten miembros de un círculo tan críptico, iniciático y hermético al que sólo
se ingresa por dominio de una erudición intelectual supuestamente inaccesible
para el común, pero faltos de toda caridad, guapeza y coherencia vital. Dice el
cura: “Nosotros somos los buenos/ nosotros,
ni más ni menos/ los demás son unos potros/ comparados con nosotros”.
(Risas)
-Vuelvo al punto, permiso. Hace un instante, Usted distinguió entre: a) votar;
b) votar bajo el sistema de sufragio universal; c) la categoría partido
político y d) por último, la llamada estructura partidocrática. ¿Puede ponernos un ejemplo de un a) “bueno”?
- Si
el gremio de los relojeros se autoconvoca para elegir al más calificado y
actualizado de ellos, a efectos de que los dirija. Si los miembros de ese
gremio no están envilecidos ni son venales ni quedan expuestos por lo tanto a
los malos influjos o sobornos, y de común acuerdo eligen a Fulano, en una
votación de primus inter pares, pues
esa votación es legítima y necesaria. Si algún relojero esclarecido preguntara,
o quisiera saber qué paso, podría agregársele ésto: “vea; usted ha elegido
bien; y su elección equivale a una designación. Pero el don, el poder, la
fuerza o la autoridad para que este Súper Relojero sea tal, no se lo confirió
usted con su voto. Es un don que se lo dio Dios. Usted lo único que ha hecho, y
está muy bien que lo haya hecho, es reconocer ese don en Fulanito y elegirlo”.
Así supo funcionar el orden corporativo, sobre todo en el Medioevo. Pero eso
requiere un cambio en la cosmovisión institucional. El reemplazo de un
institucionalismo artificial e ideológico por otro natural y orgánico, como
dice Gambra. El reemplazo del concepto de
participación y de representatividad. Esto último es clave. Lo digo al
pasar, pero no tiene entidad al pasar.
-
Me acaba de decir, a propósito del ejemplo dado, que lo que puede hacer un
elector, y está bien que lo haga, es reconocer el bien, o al bueno, y
elegirlo o asignarlo.Creo que es un punto crucial: reconocer una realidad
preexistente, no ser el origen ni la fuente de ella.
- ¡Claro que es un punto
crucial! Tanto que nos diferencia de los nominalistas y de sus choznos, los
constructivistas.
Nosotros no estamos para
inventar la realidad, sino para descubrirla. Y para ser capaces de describir,
de explicar y de analizar, como humildes docentes, esa realidad preexistente e increada.
Y además, estamos para ser dóciles a esa realidad, recordando que la docilidad
es una parte constitutiva de la prudencia, virtud fundamental en la vida
política. Hace poco me decía un monje amigo y sabio que la moral cristiana es tan simple, tan pura, tan cristalina como éso: secuela
esse, seguir al ser. Y me agregaba que, a las cosas reales, porque Dios las
hace son; y porque son obligan. Ahora bien, ¿cómo es posible que se pisotee
este enorme principio moral en un ámbito tan trascendente como el de la
política? ¿Cómo es posible que se insista en llamar moral a un acto que viola
la realidad, como es el de adjudicarle la fuente del poder a la masa, y a la
misma masa la autoridad para darle ese poder al Fulano que apile más papelitos?
¿Cómo es posible que no se advierta el pecado de degradar la moral,
sustituyendo el principio de seguir al ser por el de fabricar lo “real”?
¡Fabrico un presidente con mis votos, es increíble! En el medioevo había un
temor reverencial ante el acto de ungir, de ser ungido, de fruto entre el
ungidor y el ungir. Claro; todavía estaba vivo el Gordo Tomás que se valía
incluso de esa metáfora para explicar la Trinidad. Y lo mejor que le podía
pasar a un pueblo cristiano era prosternarse ante el misterio trinitario. Hoy,
la única tripartición que se acepta es la de los “tres poderes” inventados por la Revoluta Francesa.
No sé si reír o llorar ante estos católicos democráticos y votopartidantes.
-Me
quedé pensando en algo que enunció antes; en lo de la estructura de pecado. Una de las objeciones o interpretaciones
de los “opinólogos”, es que usted acusa de pecadores
a los votantes. Algo así como: “el que vota peca”. Suena duro; ¿así piensa
usted nomás?
- Así nomás, no. No. En
absoluto. Por lo pronto, y ya lo dije: no todo acto de votar supone una maldad
inherente. Sánchez Agesta, en sus Principios
de la teoría política, hace un buen análisis de todas las acepciones
posibles del acto de votar. Y algunas de ellas son necesarias y legítimas. Pero
además, y aún yendo específicamente al acto de votar con sufragio universal,
hay que distinguir entre el pobre sujeto víctima de esta mentira infame con
carácter obligatorio, y aquellos otros sujetos que la convierten en negociado,
en mafia, en sistema para capturar el poder y medrar con él. Hay grados de
cooperación con el mal. Hay una casuística legítima de la que supieron echar
mano alguna vez los buenos confesores. Está todo estudiado en la moral clásica
y cristiana. No hay que fabricar nada.
Lo que no puede hacer un
católico serio, responsable y formado es propiciar el sufragio universal –que
es la mentira- o acoplarse a él gustosa y voluntariamente. Ignorando las muchas
falencias inherentes que este procedimiento conlleva, desde el terreno lógico
hasta el teológico.
-¿Aquí
entraría a pesar el concepto de pecado?
- Claro. Sé que es una mentira.
Sé que el liberalismo es pecado, como lo llamó Sardá y Salvany. Sé que incluso
es la iniquidad, según atinada explicación del Padre Bojorge. Sé que la
democracia es una forma impura de gobierno. Sé que la soberanía del pueblo es
una sustitución luciferina de la
Soberanía de Dios. Sé que el constitucionalismo de raigambre
iluminista es un engendro masónico, como lo ha reconocido incluso el mismo
Arturo Sampay. Sé todo esto y tanto más, porque –insisto- estoy hablando de un
católico serio, responsable y formado- y sin embargo, a pesar de todo este
conocimiento que tengo por mi formación, que es un don de Dios, y que el común
no tiene, me acoplo igual al sufragio universal. Y les pido a los demás que se
acoplen.
Pero entiéndase de una vez que,
en estos y en otros casos análogos, el pecado no es propiamente o primeramente
votar. El pecado es la mentira. El pecado también es la incoherencia y la
imprudencia. Sume al pecado de la mentira universal el del liberalismo;
agréguele el de participar en forma activa de una estructura de pecado como es
la partidocracia; incorpórele después la perversión ingénita de la democracia,
que es una religión subvertida. Todo ello combinado da una acción moral, peor
imposible. ¿Por qué debo callarme al respecto, o lo que es peor, por qué debo
ser protagonista de tamaña acción moral?
-Pero
así las cosas, ¿de dónde sale ese cuasi slogan simplista que se le atribuye de
que para usted “votar es pecar”?
- ¿De dónde sale? Es una falacia
y se llama del espantapájaros. Consiste en caricaturizar o parodiar el
argumento de un oponente, para debilitarlo y volverlo refutable. Como no lo
pueden rebatir tal cual es, lo distorsionan. A lo largo de este debate me he
tenido que enfrentar con varias apelaciones ladinas a esta argucia o sofisma.
Se dijo que estoy en contra “de cualquier participación en política”, se me
presentó como un rigorista del que “no se salva nadie”, buscando, al mejor
estilo Diógenes, hombres honestos que no votaran y réprobos que fueran a las
urnas... ¡Por favor! No soy la
Esfinge de Giza.
Además, esto de que se puede pecar votando, de que el acto de votar
no es neutro ni inocente ni aséptico, de que el acto de votar está regido por
la misma ley moral que los demás actos, de que no es un acto ante el cual la
moral no tenga nada que decirle al votante, no es un invento mío ni es un
invento desactualizado. En junio de 2004, el futuro Benedicto XVI remitió una
carta a los obispos de Estados Unidos diciendo que era un pecado mortal votar a
candidatos favorables al aborto. Está claro que el pecado que se condena es el
de pro abortismo. Pero si el voto fuera, como quieren algunos, un mero trámite
administrativo, un mero colocar papeletas en urnas, no se hubiera señalado
tamaña advertencia.
-Lo
interrumpo; pero también creo advertir que a Usted le da dolido especialmente
que lo retrataran como impugnando o señalando con el dedo acusador a algunos de
sus amigos o maestros.
- La calumnia siempre duele;
tome la forma que tomare. Si yo digo que no ir a misa los domingos es un
pecado, puesto que viola el primer precepto de la Iglesia, no se sigue
necesariamente que esté queriendo decir: “¡Ojo, que Juanito Pérez no está yendo
a misa!”. Sigue resultando vigente la conocida máxima agustiniana, según la
cual, hay que odiar el pecado pero amar al pecador.
También ha sido y es un
despropósito acusarme de abstencionista político, cuando toda mi prédica y mi
vida -tengan ambas el valor que se les quiera dar, y me tiene ésto sin cuidado-
han girado en un sentido contrario; ganándome por ello no pocos sinsabores.
Pero se ha llegado a tal grado de dependencia de la forma mentis del enemigo, que aún los supuestamente “nuestros” no
aceptan otro modo de participación política que no sea el dichoso “votopartideo”.
Ni aceptan otro modo de representatividad que la tomada del modelo del
republicanismo liberal.Y hasta se la llegado a insinuar que si negamos estas
premisas o estas prácticas de la política actual estamos negando o cercenando
la politicidad natural del hombre. Aristóteles debe andar a las convulsiones en
su tumba. El de Estagira escribió la
Etica a Nicómaco y engendró políticamente a
Alejandro Magno. No es el autor de “El contrato social”, ni Durán Barba.
-Está
bien; puede admitirse que hay una forma
mentis igual a la de nuestros enemigos, y que ésto es sumamente peligroso.
Recuerdo que era Jean Ousset el que puso de relieve tamaño drama; pero más allá
de este fenómeno, digamos así, de masificación de la inteligencia, no es la
suya una especie de postura solitaria, atípica, sin antecedentes, que...
- Perdón, pero ahora el que
interrumpe soy yo. En primer lugar, he traído a colación para sustentar mi
tesis centenares de antecedentes, registrados todos ellos en una abultada
bibliografía y en una pesquisa fontal de primera mano. Esos antecedentes
corresponden tanto al campo católico, como al cristiano en general y aún al no
cristiano. Yo mismo quedé sorprendido –lo confieso- cuando al investigar el
tema con cierta hondura, me encontré con que, afortunadamente, la pólvora ya
estaba descubierta. Nombres que sólo conocía de mentas, como los del obispo
Jerónimo Osorio, y otros a los cuales él mismo remite, tales: Benito Arias
Montano, Sebastián Fox Morcillo, Diego de Simancas, Juan Azor, etc., se me presentaron
como antiguos aportantes a una causa, en la cual, indudablemente, yo no estaba
solo. Conste que estos nombres son apenas un ejemplo. Vuelvo a abrir el
paraguas para que el lector no se quede con el croquis o esquema de este
reportaje.
En segundo lugar he analizado
caso por caso cada uno de los personajes –pontificios o laicales- que se me
exhibían como otras tantas objeciones; y el resultado de tamaña pesquisa me
trajo un enorme alivio, amén de profundas satisfacciones intelectuales. A cada
paso, tales personajes me otorgaban razones y se las quitaban a mis críticos.
Y en tercer lugar, supuesta la
unicidad y atipicidad de mi planteo de fondo, ¿desde cuándo la veracidad de una
postura depende de que la misma sea esgrimida en soledad o gregariamente? Las
95 tesis de Lutero no eran malas por carecer de antecedentes, sino por tenerlos
en exceso, y casi todos ellos procedentes de la cosmovisión
gnóstico-nominalista. La tesis de James Watson sobre ciertas propiedades y
características del famoso ADN, del que se habla ahora como si nada, no tenía
prácticamente antecedentes de valía; y ahí está, prestando a la ciencia actual
sus relevantes aportes.
-Valió
la interrupción (risas). Iba en ese rumbo la pregunta completa que quería
hacerle. ¿Hubo algún otro “descubridor de la pólvora” que le llamó la atención?
- Mi impugnador me remitía a
casos que yo, en principio, ya conocía. En el plano laical, por ejemplo, desde
los ya citados hermanos Irazusta hasta Ricardo Paz. Pero me sorprendió, en el
obligado paseo por el pensamiento de cada uno de ellos –dieciséis en total-
encontrarme con cierta documentación del Padre Castellani que desconocía, o con
tan contundentes afirmaciones del Padre Alberto Ezcurra, a las que pude tener
acceso. Fue una rotunda confirmación de que no estaba solo en mis planteos
centrales, y de que no estaba desencaminado. Es que nunca partí de otro
principio más que el de las enseñanzas de aquellos maestros que nos
precedieron. Fue un buen ardid querer presentarme en soledad y en disidencia con
ellos, pero no funcionó. Es una ignorancia fatal seguir exhibiendo los casos de
Castellani, Blas Piñar o José Antonio como “pruebas” de la licitud del
“votopartideo”. He probado con creces lo contrario, pero entre el “nosotros”
(¿recuerda?) no rige el principio del status
quaestionis. Maldita sea la máxima maquiavélica, según la cual, un
prejuicio útil es más razonable que la verdad que lo destruye.
-¿Maquiavelo
dijo eso? Perdone el modismo juvenil argentinista, pero “cero ética”...
- No, fue François-Rodolphe
Weiss, un franchute liberal de la segunda mitad del siglo 18, en su libraco
“Principios filosóficos, políticos y morales”. Pero por lo menos, tuvo la
amabilidad de suicidarse: Un préjugé
utile plus raisonnable que la vérité qui le detruit. Esa es la frase. Usé
la expresión maquiavelismo como genérico.
-¿Y
con los Papas, qué pasó?
- Lo mismo, pero aquí todo fue
y es mucho más difícil. No sólo porque hubo que considerar caso por caso –que
también lo hice, como en el rubro anterior de los referentes laicales- sino
porque aún tomando cada pontífice por separado hay que hacer una cantidad
importante de sub aclaraciones y sub distinciones. Una cosa es la tesis, otra la hipótesis, por ejemplo. Una cosa
cuando los Papas meramente opinan y otra cuando ejercen los distintos modos de
la docencia petrina. Y ni hablemos cuando pasamos al antes y al después del
Concilio. De todos modos, y también como en el caso anterior, al profundizar
los estudios, quedé gratamente sorprendido por la claridad casi profética de San
Pío X.
Si se pudiera hacer una broma,
que no se puede, claro, en un tema tan delicado; porque después –¡y en nuestro
ambiente!- hay que estar explicando cien veces que era un chiste, diría que si
yo fuera sedevacantista no esperaría a Juan XXIII para empezar a contar la
vacancia... Una vez vi un grafitti ingenioso, aunque algo insolente. Decía: no
es lo mismo la Santa
Sede que la Santa
cede. Yo en todo caso podría ser “cede-vacantista”.
-(Risas)
¿Llegó a alguna conclusión analizando caso por caso la actitud de los Papas al
respecto?
- Sí; a varias; algunas de las
cuales ya venía rumiando yo en obras anteriores. Para darle pasto a las fieras
esquematistas, podría dividir en dos esas conclusiones: las negativas y las
positivas. Entre las primeras debo decir que la llamada hermenéutica de la
ruptura es anterior al Concilio. También las concesiones ruinosas al mundo y al
siglo. Y entre las segundas –y esto lo quiero subrayar- es que, a pesar de los
pesares, lo substancial en el tema
que yo abordo queda respetado a lo largo de todos los períodos.
-Eso
explíquelo mejor, por favor.
- Hablo de lo substancial, no
de lo adjetivo. Por ejemplo, no hay Papas que hayan hecho el elogio del
sufragio universal o que expresamente hayan declarado abolida la definición de
Pío IX. No hay Papas que no se hayan quejado de la concepción numérica de la
política, en virtud de la cual cada hombre es un voto. No hay Papas que no
hayan protestado contra el relativismo ético, el maquiavelismo, el positivismo
jurídico, el mito de la voluntad popular, el igualitarismo demagógico, el
pragmatismo mayoritarista, la moral del éxito, el pluralismo axiológico
indiscriminado, y otros tantos componentes de la vida democrática. Y hasta en
documentos eclesiales lamentables, como en el de Puebla, son recurrentes las ocasiones en que se critica la conducta
de los partidos políticos, de la manipulación electoral de las muchedumbres,
del poder seductor de las propagandas captadoras de votos, etc., etc. Hay como
un núcleo básico y mínimo de salud
doctrinal que se conserva en estas cuestiones político-sociales.
-Ahora
falta que me remita al Documento de Aparecida...
- Lo he leído. Cada uno elige
el medio de mortificación que está a su alcance, ¿vio? Y le puedo decir que
recuerdo dos cosas significativas. El Discurso Inaugural de Benedicto XVI, en
el que aclara: “La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no
identificarse con los políticos ni con los intereses de partido”. Y un
fragmento del texto, el párrafo 74, del que subrayé esto: “Constatamos un cierto proceso
democrático que se demuestra en diversos procesos electorales. Sin embargo,
vemos con preocupación el acelerado avance de diversas formas de regresión
autoritaria por vía democrática que en ciertas ocasiones derivan en regímenes
de corte neopopulista. Esto indica que no basta una democracia puramente
formal, fundada en la limpieza de los procedimientos electorales.... Una
democracia sin valores, se vuelve fácilmente una dictadura y termina
traicionando al pueblo”. Esto último, claro, tiene una clara inspiración
“juanpablista”.
Pero claro. Para todos aquellos
que creemos poder discernir lo esencial de lo accidental, la presencia de estos
principios nos sirve de referencia. Y nos es elementalmente suficiente. Sin
embargo, para aquellos que desean que sea realidad lo contrario, todo es poco.
La voluntad va por delante de la inteligencia: sólo aceptarán mi postura si
encuentran una suerte de bula papal de
excomunión a los votantes. Y como la bula “no está”, se autoconvencen –y
persuaden a otros– de que todas estas afirmaciones del Magisterio
“evidentemente” no pueden ser suficientes como para impedir o siquiera
desalentar la participación en los partidos o la estafa del sufragio universal.
No sé ya cómo decirlo: no va a existir nunca una Sagrada Congregación Para
Mandar al Infierno a los Sufragantes.
-Pero
¿no hay aquí algo de ese eterno dilema entre la Autoridad y la Verdad?
- Entiendo que sí; que puede
haberlo; a veces en potencia, otras en acto. Se parte de la base de que la Autoridad es el fabril
de la Verdad,
no su servidora. Entonces, aunque una autoridad se esté equivocando, hay que
hacer pasar el error por acierto para no desacreditar esa autoridad. En este
debate que he tenido que llevar a cabo, me pasó con Pío XII. Lo lamento, y
mucho, porque es un Papa que cuenta con mi amor, mi veneración y mi respeto.
Pero en varias directivas políticas concretas se equivocó. Y en varias
decisiones prudenciales lo mismo. Sin embargo, como es Pío XII, lo presentan
como infalible, hasta cuando dice “buenos días” y es de noche. Para colmo, tras
esos errores que debieron simplemente señalársele con caridad y sin
clericalismo, vinieron los clericalistas de derecha e inescrupulosos para
torcer citas, y presentaron a esa autoridad lanzando el grito rugiente de que
votar era un deber sacro. Un disparate todo, desde la confección de la cita
hasta el clericalismo. Además, ¡justo a Pío XII, cuya doctrina sobre la misión
sociopolítica de las élites y de los nobles supera a la de Mosca y Pareto, se
les da por convertirlo en un puntero de la Unidad Básica de Roma!
-Creo
que fue usted mismo, alguna vez, el que ponía el ejemplo de los colores de
nuestra bandera. Si no encuentran una carta de puño y letra de Belgrano,
declarando ante escribano público, que se inspiró en el manto de la Inmaculada, los
historiadores no están dispuestos a aceptar el origen mariano de los colores de
nuestro pabellón. ¿Sirve la analogía?
- Lo recuerdo. Sirve, claro. Fue
hace muchos años, en una notita para Mikael.
Sí; son casos analogables. Si yo no presento una bula papal declarando la
excomunión ipso facto del que sufraga universalmente, y si no existe,como le
decía recién, una especie de Sagrada Congregación de Patadas en el Trasero al
Electorado, entonces, yo estoy en soledad y fuera de las enseñanzas políticas
de la Iglesia. No
se quieren dar cuenta de la existencia de un sinfín de enseñanzas convergentes
que ponen en cuestión las bases mismas del sistema político vigente. Y por
supuesto, celebran alborozados todos los pasos de abdicación y de traición a la
verdad que, en tal sentido, han sabido dar, para nuestra desgracia, distintas y
encumbradas jerarquías de la
Iglesia, antes y después del Vaticano II.
Que conste, por favor, que a mí
tampoco me satisface ese núcleo básico y mínimo de salud doctrinal aún
hallable, al que me refería antes. Al contrario; me preocupa su exigüidad. Sólo
constato que existe y que eso me garantiza el poder decir que no es un invento
mío esto de que, para un católico, no se puede concebir la política como el
arte de hacer de cada hombre un voto bajo el inicuo sistema del sufragio
universal.
-Sáqueme
una duda sobre un comentario que me hizo un buen amigo “lefebvriano”, pero que
se lo escuché a varios aunque cambiando de ejemplos...
- Lo escucho, pero me estaba
acordando de algo que se me quedó en el tintero cuando me preguntó irónicamente
si me había topado con algún otro inventor de la pólvora en mi investigación.
Supe leer a Menéndez y Pelayo, la
Historia de los Heterodoxos Españoles, a instancias
de Castellani primero, y gracias a Espasa Calpe después, que editó la obra en
rústica, a un precio accesible.
-¿Cómo entra Don Marcelino en este debate?
- Bueno;
es una obra monumental por donde se la mire. Y en tanto tal aprovechable. Pero
sucedió que buscando unos datos que había leído hacía añares, me topé con el
caso de Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, dos obispos apóstatas, a
quienes acudían los cristianos cobardes, acomodaticios y felones para obtener
por intermedio de ellos el llamado libelo;
especie de certificación o de patente de idolatría que los ponía a buen
resguardo de las persecuciones. Tener el libelo era lo políticamente correcto,
y a quienes lo ostentaban se dio en llamar libeláticos.
Lo contrario, claro era figurar en el Registro
Nacional de Infractores de la época, con la diferencia de que no se pagaba
una módica multa sino que se terminaba bajo las fauces de los leones.
Entonces,
no sólo entendí aquello de “nihil novo sub sole”, sino que hallé la mejor clave
para comprender la actitud de algunos de mis impugnadores. Son libeláticos.
Podrían fundar un partido con ese nombre, y usar la “L” como saludo, hecha con
el pulgar y el índice. Como hacían los liberales de la UCEDE, en tiempos de
Alsogaray.
Lo
corté. Perdone. ¿Cuál era la duda que me quería plantear?
-No todos serán libeláticos,¿no? Porque hay algunos
que se mueven por la desesperación de querer hacer algo y no ven otra vía más
que la de los partidos. Pero está bien; ya sé que ha hecho distinciones tras
distinciones. Ahora supongamos un dilema que me planteareon: Hay elecciones en
Yanquilandia. El candidato Sanders –judío el hombre- anuncia entre sus
propósitos declarar fuera de la ley al Vetus Ordo. Trump contrataca y dice que
bajo su gobierno, si lo eligen presidente, el rito tridentino va a ser
perfectamente legal. ¿Qué actitud tienen que adoptar los católicos
norteamericanos? ¿El abstencionismo de sufragio universal o el apoyo a Trump?
- Es
chistosa la hipótesis. Hay todo un género de cuentos para chicos que empieza
con el “había una vez...” Porque está estudiado psicológicamente que es un
factor que favorece la concentración. El equivalente en los adultos es el juego
del “supongamos que...”. Hablando más técnicamente tiene un nombre: histórica
contrafáctica, y algunos defensores impresentables como Niall Ferguson.
Pero
se llame como se llamare el truco, no veo mayor dificultad en la respuesta. Al
menos en esto que Usted me propone. Cuando no hay bien no hay que elegir. Entre
Sanders y Trump no hay ningún bien en juego. Segundo: no sólo son malos los
sujetos elegibles, es malo el procedimiento electoral. Hasta ahora tenemos todo
por perder. Recuerdo la broma que me gastaba un amigo: “vayamos a comer aquí,
porque se come mal pero es caro”. Y tercero, ¿qué importancia tiene si el rito
tridentino es legal o ilegal, según la ley positiva? ¿Las consecuencias? ¿Las
represalias? Digamos, por ejemplo, que si usted va a esa misa viola la ley nº
tanto, y lo sancionan o castigan, etc. ¿Era de Enrique de Borbón aquello de “París
bien vale una misa”? De quien fuere, valga el parafraseo. Una misa tridentina
bien vale violar la ley y atenerse a las consecuencias. El Padre Alberto
Ezcurra reía a dos carrillos mientras nos decía: “no se puede hacer la Revolución Nacional
con el Código Penal en la mano”. La metáfora era buena, más allá de la pureza
semántica de la frase. O más fácilmente dicho: al que quiera celeste que le
cueste.
Lo
que me alarma es la mentalidad de quien hace tamaño planteo. Es un libelático
de manual. No quiere saber nada con las catacumbas, ni con las persecuciones ni
con las incomodidades. No quiere hipótesis de conflicto, como Dante Caputo.
Todo legal, ¿eh? Todo incruento, desodorizado, coagulado. Ya tenemos el carnet
de tradicionalistas expedido por el Estado Democrático. Tranquilos a misa.
¡Dios nos libre de estos personajes!
-Parecen escritas para ellos las palabras de Donoso
Cortés del año 1849, según recuerdo: “Cuando un pueblo manifiesta ese horror civilizador por la
sangre, luego al punto recibe el castigo de su culpa; Dios muda su sexo, le
despoja del signo público de la virilidad, lo convierte en pueblo hembra y le
envía conquistadores para que le quiten la honra”.
- Sí;
oportuno recuerdo. Cuando debatí con el judío Rabinovich Berkman (se llama así,
no se ría), sobre la famosa película “La Pasión”, de Gibson, el hombre se quejaba de que
era muy sangrienta. Más sangrienta fue la pasión verdadera, que la fílmica, le
decía yo.
En
las antípodas de este cristianismo sin cruz, está la prédica de Santa Catalina
de Siena, que pedía derramar la sangre por amor a la Sangre. O la ironía de
Anzoátegui diciendo que era peor el eunuquismo que el diabolismo. Porque éste,
al menos, tenía la solución del exorcismo. Pero el primero... no tiene remedio.
– Demasiado gráfico el símil. Dígame una cosa:
¿existen ámbitos de la política oficial no informados por el principio de la
soberanía popular? ¿Cuáles son?
- No sé
qué entenderíamos por política oficial. Supongo que así podríamos llamar a la
política regiminosa o estatalmente controlada o políticamente correcta. En
estos casos y aún en otros análogos, la soberanía popular es una deidad que
domina todo el panteón, despóticamente. Yo mismo he sido tratado como Thomas Stockmann, aquel enemigo del pueblo retratado
por Ibsen, por negarme a arrojar incienso a la bestia. Y los más duros entre
los destratadores pertenecen a ese falso “nosotros” que le comentaba antes.
Lo que sí creo es que existen realidades incontaminadas de
soberanía popular, simplemente porque son ámbitos en los que prevalece un
principio jerárquico natural, cuya autoridad no se delega plebiscitariamente
sino que se acata. En las familias, nadie elige al padre. En las parroquias
nadie elige al párroco. En las agrupaciones intermedias, las elecciones, como
ya quedó dicho, suelen ser con el criterio del primus inter pares. Lo mismo en las asociaciones fomentalistas,
cooperativistas, vecinalistas, profesionales; en las pequeñas y medianas
empresas, en las agrupaciones para la defensa concreta de quienes están en
situación de calle. Hay un sinfín de núcleos sanos en el cuerpo social, desde
los cuales y a través de los cuales se puede servir eficazmente al bien común.
Y éste es el fin de la política. Y el cauce más decente hoy para la natural
politicidad humana.
-Cuanto acaba de enunciar,
¿podrían tomarse como acciones positivas y afirmativas de la política
cristiana? ¿Forma parte de lo que sí podemos hacer, en el orden político, para restaurar todas las cosas en
Cristo?
-Sin
duda son acciones positivas y regeneradoras. Es lo que dice Marechal en su Didáctica de la patria: “basta el peso ladrón de una bolsa de azúcar para que llore un ángel y se ría un demonio”. Traducido en atípicos alejandrinos
por Barrionuevo: “si dejamos de afanar dos años, dos, nos salvamos, nos”. O hablando
seriamente, lo que dice el Evangelio: el que es fiel en lo poco será en lo
mucho fiel. Lo que sucede es que nos cuesta la fidelidad en lo poco. La
subestimamos. Todos creemos estar para la selfie
con los próceres ecuestres.
Ahora bien; yo no diría que estas acciones sirven para
restaurar todas las cosas en Cristo. Me daría previamente un baño saludable de
modestia o de realismo. Creo que son acciones que servirían para cooperar al
bien común restricto y acotado. Lo que no es poco; hoy es muchísimo. Pero
además, si esas acciones están protagonizadas por buenos católicos, en estado
de gracia, por supuesto que pueden ser y son medios eficientes para “abrir de
par en par las puertas a Cristo”, frase feliz de Juan Pablo II, si las hubo.
-Conformar
un movimiento político –no un partido– abiertamente contrario al relativismo
que anida en las venas mismas de nuestro sistema político, y que procurara ese
bien común al que nos acaba de remitir, ¿está dentro de lo que usted considera
como acciones políticas afirmativas y positivas?
- Germán
Bidart Campos, que fue uno de los liberales más honestos e inteligentes que
haya tenido este país, escribió un tratado titulado “Grupos de presión y
factores de poder”. Es interesante tener en cuenta sus consideraciones, aunque
no sean del todo originales. Porque justamente un movimiento bien organizado y
con principios anti-modernos, reaccionarios y contrarrevolucionarios
tajantemente definidos, puede ser una de esas agrupaciones que logre presionar
de tal modo que obligue al poder de turno a rectificar sus yerros, o a no
profundizar en sus errores o a contrarrestarlos con un influjo benéfico sobre
el cuerpo social. Pero el “movimientismo” entre nosotros tiene que expurgarse
de muchos defectos y de múltiples taras internas antes de pretender ser un
factor de poder. Una consigna clara que podría servir de antídoto es que la
unidad sólo puede darse en la verdad. Todo lo contrario del “vayamos todos
juntos que juntos somos más”, típicamente peronista. Ya se probó ser “más”. Ahora
podríamos probar ser mejores.
–Si alguien dijera que la soberanía popular no la
entiende al modo rousseauniano, que efectivamente es opuesto a la doctrina de la Iglesia, sino según la
mente de Francisco Suárez, sacerdote jesuita; y que, entendida así, entonces esta
soberanía popular fundamentaría un régimen legítimo, ¿cuál sería su
respuesta?
- Mi respuesta sería la crítica
al suarismo, desde el punto de vista filosófico. Desde el punto de vista
político recordaría aquello que decía Genta: “las aguas del populismo son
siempre turbias y conducen todas ellas al mismo puerto”. Procedan del
salmantino o del ginebrino. Pero el problema –o la solución- no consiste en si
yo, como particular, o muchos como agrupación, somos rusonianos o suaristas,
sino que las leyes que rigen la vida política, y cada vez más de un modo
tiránico, no dejan ningún lugar para estas lucubraciones. Esas leyes imponen
coactivamente que un hombre es igual a un voto, y que el que suma más papelitos
gana. Sea un caníbal, un salvaje, un bípedo, un truhán o Juan Manuel de Rosas.
Alguno me ha planteado: ¿pero
es que somos tan débiles los nacionalistas como para tener que sucumbir sí o sí
al sistema si nos metemos en él? Ojalá fuera una cuestión de fortaleza
individual o grupal. Es algo más tenebroso. Es como quedar atrapado en un
callejón sin salida. Uno ya sabe que no puede dinamitar el muro que le pone fin
a ese entubamiento; y que aún así, si lo dinamitara, después no se abre tampoco
ninguna salida. Lo prudente es no meterse en ese callejón. Es como si yo
dijera: ¿tan conformistas y maleables y resignados somos ante el statu quo, que no podemos ir a Mar del
Plata, por la ruta dos, de contramano, y conduciendo un vehículo con el volante
a la derecha? Y no, mi amigo. No podemos. No por debilidad, sino por el
vademecum del realista que traza Gilson: res
sunt. La moraleja, a través de esta metáfora simplota, es que hay que
buscar otro camino. El trazado oficialmente me obliga a ir, nolens volens, en la dirección pedida
por “vialidad nacional”.
–Parece convincente la imagen del callejón. Puede
haber otra tentación u otro riesgo, se me ocurre, que repita un slogan ya
antiguo, de los ’70, y que no nos estemos dando cuenta. Pregunto entonces:
¿Cree que los argumentos que sirven para “salvar” la democracia son los mismos
que los teólogos de la liberación utilizaron para “salvar” el comunismo?
- No
lo había pensado así, pero puede ser. De todos modos yo incorporaría un matiz
diferenciador. Los que me impugnan, no es tanto a la democracia a la que quieren
salvar sino a la ineluctabilidad de participar en ella mediante el partido de los buenos. Posibilidad
que hallan bendecida por un santo que votó, por un Papa que pidió votar, por un
amigo que fue candidato a diputado o por un tradicionalista que fue fiscal de
mesa en su distrito.
Yo
veo en todo esto, no sólo una pésima doctrina –que para abreviar llamaré la del
desconocimiento de la doctrina política de la tradición católica- sino también un
utopismo, sin siquiera la gloria herética que le adjudicó Molnar.
-Ese desconocimiento de la doctrina es el que usted
explicó en su “Carta a mis amigos: no se puede servir a dos señores”, a partir
del concepto de homo transfigurationis.
Le digo porque me impresionó sobremanera...
- Por
el momento dejemos lo del homo transfigurationis
(que no es un hallazgo mío, conste) y que sin duda es un tema clave y
vertebral, sin el cual no se entiende lo
que es y a lo que apunta la
concepción católica de la política. Voy a algo más pedestre.
El
mito de la voluntad popular existe, no porque los mitos –en el sentido vulgar
de la palabra- existan, sino porque está legalizado mediante leyes vigentes que
no se dejan conculcar. Yo no puedo exculparme repitiéndome a mí mismo que no es
real porque filosóficamente su consistencia haga agua por los cuatro costados,
o porque en la práctica devenga en un carnaval. No hay una ley que dice que los
fantasmas existen y que es obligatorio creer en ellos, y que si usted no
certifica tamaña credulidad el Estado puede tomar represalias. Pero hay un
funestísimo corpus legal que sostiene que la voluntad popular manda. Y de la
mitad más uno, o sea de ese mito inmundo con
realidad iuspositiva, sale el tipejo que gobierna un país. Esto es lo
penosamente real, a lo que debo oponerme, por lo menos negándome a ser
protagonista de tan ominosa farsa. No cooperando, digámoslo así.
Si
usted cumple con una ley mala y para colmo obligatoria, pero lo hace contra su
conciencia, con terrible violencia interior y llevado por la fuerza de las
circunstancias, etc., etc., por
supuesto que hay un sinfín de atenuantes que impiden que uno le grite en la
cara ¡cómplice del sistema! Sería una
locura en tales situaciones acusar de pecador a alguien. La mujer violada no
puede ser acusada de haber pecado de fornicación. Pero si usted cumple feliz y
complaciente con esa ley mala, la protagoniza sin sobresaltos morales y convoca
a otros a protagonizarla, y después, ante el natural reproche que yo pueda
hacerle me dice: “¡Ah, no! ¿Por
quién me toma? Yo estudié a los clásicos y sé bien que lo de Rousseau es un
cuento. Lo que yo estoy haciendo en realidad es dar cauce a mi natural
politicidad”, entonces usted no está en su sano juicio, o lo que es peor tiene
un serio problema de doblez moral.
-A ver si entiendo: la mentira (el mito, con perdón de
Pieper), en este caso el de la soberanía del pueblo, tiene una maldita fuerza
legal para presionarlo de tal modo, que usted se vea obligado a enajenar su
natural politicidad en aras de ese mito...
- Aprobado. Pero permítame un bocadillo
complementario a su buena síntesis: La mentira de la voluntad popular no altera
su condición de animal político. Aristóteles 1, Rusó 0, diría un futbolero que
yo conozco. De acuerdo. La mentira del garantismo jurídico no altera la naturaleza
homicida del asesino serial, ni la suya de hombre manso. Pero si rige como realidad legal la mentira del
garantismo, y los sicarios salen en libertad y le dan una paliza de aquéllas,
usted no puede argüir: “no me dolió nada. El mito del garantismo no altera mi
natural inclinación a la vida honesta”. ¡Lo han molido a palos!: esa es la horrible realidad del mito impuesto como
realidad. Ergo, usted no debe cooperar con el mito garantista. Ni
disimulando que lo han molido a palos, ni sumándose a la gavilla, aduciendo que
eso no significa dar su consentimiento a Michel Foucault
o a Zaffaroni, sino que está canalizando su natural tendencia a la virtud de la fortaleza. En ese
caso lo suyo es pecaminoso. Dígame que va a fundar una agrupación para capturar
a los criminales, o al menos con el propósito de formar de tal modo a los
ciudadanos que no acaben siéndolos. Y en ese caso su acto será virtuoso. En
otras palabras: ya bastante daño hace este mito devenido en espantosa realidad,
para que encima encausemos a través de él nuestra politicidad natural. Es como
si mi natural vida onírica se la entregara a Stine, aquel personaje de la película “Pesadillas”. O peor
todavía: es cómo si me portara como Stine pero me convenciera a mí mismo y a
mis amigos de que soy Segismundo, el sereno e iluso soñador de Calderón de la
Barca.
-El Estado Usurero y Expoliador me obliga a pagar
impuestos injustos, arbitrarios, desmedidos. Yo los pago para no ir preso, pero
no por eso adhiero o participo del concepto intrínsecamente perverso de ese
Estado. No peco. ¿Cabe la comparanza?
- Como
me la plantea sí. Porque usted está
descalificando por inherentemente maligno a ese Estado, y se está justificando
razonablemente por el mismo clima opresivo que esa basura estatal le impone.
Usted es víctima. Pero todo cambia si usted funda el partido de los
recaudadores de impuestos del Estado Usurero y Expoliador, y se presenta como
candidato a Primer Shylock
del Reyno. Desde que la operación sigue al ser, si uno con la
inteligencia sabe que está ante una mentira siniestra, y luego, con la voluntad
coopera a su entronamiento, esa voluntad
agente lo puede conducir al pecado. Distinguiendo lo que haya que
distinguir, ¡atención esquematistas!: esto es un reportaje.
-Cuando le pregunté si se podían equiparar los
justificadores de las bondades del comunismo con los de las bondades de la
democracia, me dijo que, además de una mala doctrina, veía en esos defensores
de la “participación regiminosa o muerte”
un utopismo. ¿Podría explicarse?
- Veo
utopismo y ucronismo; ambas cosas. Lo primero creo que es sencillo de advertir.
Mañana nos juntamos “los buenos” y tomamos la decisión de formar un partido
político. Como somos “LOS” buenos por antonomasia, y no sabemos de mentiras ni
de simulaciones ni de dobles discursos, convocamos a una conferencia de prensa,
a la que seguramente asistirán enjambres de periodistas nativos y extranjeros,
y les decimos más o menos ésto: “Nuestro partido quiere destruir el perverso
sistema democrático, quemar las urnas, abolir el sufragio universal,
deslegalizar la soberanía del pueblo, romper la Constitución,
restablecer un régimen foral corporativo, convertir por decreto a los judíos y
masones, transformar a nuestros obispos en Atanasios y Agustines, proclamando
al fin, públicamente, la Reyecía Social
de Cristo. Además, como hay unos cuantos carlistas en nuestras vastas filas, se
suprimirá el mes de Mayo para evitar los festejos del 25, y el 9 de julio será
sustituido por el 2 de enero, en recuerdo de la última batalla contra los moros
en Granada. Se sumará al feriado del 1 y será tenido como Feriado Largo del Reyno. En cuanto a ustedes, manga de atorrantes,
irán a parar a un campo de concentración. ¡Ah!, la sede del gobierno funcionará
en el Cabildo, quedando la actual Casa Rosada como porqueriza oficial”. ¿Quién
le parece que llega primero, el SAME, la Guardia del Borda o la Gendarmería?
Aguánteme
la heterodoxia ahora, al citar de nuevo a Mannheim. Pero es él nada menos quien
dice, en su “Ideología y Utopía”, que nunca es bueno salirse de la realidad, ni
en el tiempo ni en el espacio. Y por el amor de Dios, no me pregunte ahora qué
prevalece sobre qué…
-Desopilante; de acuerdo. Castigat ridendo mores. Pero por qué también habría ucronismo en
estos proyectos partidocráticos?
- Estoy
apelando a la risa fácil para que se vea que, aunque no existieran reparos
doctrinales de ninguna índole para formar el famoso partidito político nuestro,
apenas mostremos la hilacha no podremos avanzar. Y si no mostramos la hilacha, por maquiavelismo, oportunismo, entrismo
o cómo vaya a llamarse, entonces ya no es algo nuestro. Empezamos mal.
Empezamos a parecernos a la casa de al
lado, como dice Gilson en “Por un orden católico”. La casa de al lado es la
imagen del enemigo. Lo grave es justamente ésto: que la mayoría de los
“nuestros” que proponen la formación de partidos, buscan afanosamente parecerse
a “la casa de al lado”, o que se inadvierta que tenemos casa propia y
solariega. He seguido de muy cerca este proceso de “partidocratización” o de
“votopartidación” de ciertos amigos, y es curioso cómo empiezan cambiando o
acomodando el lenguaje, tras el lenguaje el pensamiento y tras el pensamiento –inevitablemente–
queda cambiado el ser. Con las palabras no se juega, decía Mallarmé.
Pero lo
ucrónico es lo que está fuera del tiempo, no sólo del espacio, del topos, sino del cronos presente. Y me llama la atención que, habiendo sido acusados
nosotros de inmovilistas, de retrógrados, de senilidad política, los defensores
de la creación de un partido católico o cristiano, o simplemente de un partido
amigo, suelen buscar ejemplos en el internismo ideológico acaecido entre los
creyentes de los tiempos de San Pío X o de San Ezequiel Moreno Díaz, o del
final de la Segunda Guerra
Mundial.
Me
parece bien. No seré yo quien niegue el valor inmenso de la historia como
maestra de vida. Pero las situaciones temporales y espaciales han cambiado;
amén de la atipicidad argentina que no facilita para nada tomar en consideración
ciertos modelos extranjeros.Hoy, nocedalistas o tradicionalistas o
nacionalistas no pueden dirimir sus reyertas, evacuar sus dudas y purificar sus
cursos de acción consultándolo a Poli o a Francisco. No están con nosotros ni
Pedro Goyena, ni Sardá y Salvany, ni Monseñor Aneiros ni Gregorio XVI. El
tiempo es otro. El espacio es otro. Y aquí es donde reclamo la perentoriedad de
una mirada parusíaca, y no sólo praxeológica; sobrenatural y no sólo
escolástica; transida por la gracia, no sólo por el naturalismo y la cruda
inmediatez. El facticismo nos está matando o ensordeciendo. Y quizás no estamos
escuchando las trompetas o los oscuros timbales de la Bestia. Pero esto sería
tema aparte; y mejor si se lo plantea a Federico Mihura, nuestro mayor
“parusiólogo”.
-Mientras lo busco a Mihura, no se me vaya todavía. ¿No caben algunos matices entre la
teoría liberal sobre el sufragio universal y el sistema político que hoy rige
en la Argentina?
En primer lugar, por ejemplo, que el sufragio nunca ha sido universal en la
práctica porque resulta imposible. Está sujeto a mayores o menores
limitaciones, según tiempo y espacio...
- Matices
caben siempre; eso es innegable y positivo. Ahora bien; el sistema político que
hoy rige en la Argentina
es de matriz liberal, de cuño liberal, de cepa liberal. De allí la risotada
nerviosa que provocan quienes se proclaman contrarios al liberalismo, al
neo-liberalismo y a los mauricios boy’s,
pero hacen fila para rendirle tributo al liberalismo político en su más pura
acepción: república, división de poderes, partidos, comités, actividad
parlamentaria, sufragio universal obligatorio, voluntad popular, positivismo
jurídico, etc., etc.
Que el sufragio nunca haya sido universal en la práctica, no anula
el principio constitutivo que lo hace malo. Ese principio es el reino de la
cantidad, del que hablara Guenon, o la numerolatría y la cuantofrenia que
mentara Sorokin, o en términos más clásicos, la rebelión de lo múltiple contra lo uno. Lo inherentemente malo
(que en palabras borgianas sería el abuso
estadístico o el imperio del sistema métrico decimal) es que el poder radica en
la masa; la multitud decide, la cifra manda. El que suma más gobierna, aunque
sume un cuarto de punto más. No importa si los sumandos se restringen en la
práctica porque no votan los bebés ni los santos pacientes de un cotolengo. El
criterio es lo malo. En términos teológicos, incluso, es demoníaco. “Me llamo
multitud, porque somos muchos”, le dijo el demonio expulsado a Jesús, cuando
éste quiso saber su nombre. Es el reemplazo del homo transfigurationis por el homo
calculator.
Pero tenga en cuenta, además, que en la Argentina de hoy, la
tendencia es a universalizar cada vez más el sufragio. Que voten los
adolescentes, los presos, los que deambulan por los neuropsiquiátricos, y hasta
los extranjeros de los países limítrofes, a quienes se les han concedido
ciertas franquicias mientras acepten ser llevados en rebaños a sufragar por el
poder dominante. Algo de esto se vio en las últimas elecciones en nuestras
provincias linderas con Paraguay y Bolivia. Todo fue filmado; lo recordará. Era
una trapisonda más de los Kirchner.
-¿No hay ninguna distinción posible entre el sufragio
universal entendido como acto de votar de 32 millones de personas y el sufragio
universal en tanto soberanía popular?
- Distinción en los principios y en los fines no veo que haya. El
sufragio universal como acto de votar
es la parte procedimental o herramental. O sin palabrejas raras, es el medio o
instrumento a través del cual se ejercita y se pone en práctica el concepto de
soberanía popular. El acto de casarse en un Registro Civil es la herramienta de
la cual se vale el Estado para aplicar el concepto laicista de que el
matrimonio es una unión meramente civil. Pero si no se creyera primero en el
dogma de la voluntad popular no habría después convocatoria a sufragar
universalmente, ni ese clamor del Estado para que voten todos, voten muchos, no
falten, etc.
Pero sinceramente no termino de comprender la distinción que me
formula. Es como si hubiera no uno sino dos sufragios universales.Uno
constituido por “el acto de votar” y el otro por la doctrina de “la soberanía
popular”. Algo parecido a lo que se planteaba en tiempos de Maritain sobre el
psicoanálisis como método y como teoría, rescatando algunos el primero. Si es
así, recuerdo una vez más que los métodos no son inocuos. El método de la
invasión, exploración o manipuación del incosciente, se las trae. El hombre y
las sociedades no son probetas con las cuales pueda experimentar ciertos
procedimientos, y si me salen mal, las lavo y las uso para otros experimentos.
El “acto de votar” no es inocente. Demasiados culpables se agitan
alrededor del mismo. Empezando por los culpables de hacernos creer que “del
vientre de las urnas saldrá la verdad”, como decía Balbín. Usted es muy joven
para acordarse. Balbín fue una especie de gastroenterólogo de la democracia
argentina…
-No lo conocí al “Chino” Balbín, lógico.
Pero por lo que sé era una especie de parlanchín. La verdad es que los
fundamentos filosóficos del sistema me parecen ilógicos, absurdos, dañinos e
incluso hasta estúpidos –así es cómo me parece que estamos– pero permítame
hacer de abogado del diablo: Si votara,
por ejemplo, a alguien a quien conozco y sé que es honesto, no me creería en
pecado. Sigo: Me parece que le estamos dando demasiada entidad al juego de
las papeletas. A mi modo de ver el sistema es una m… (No se escandalice nadie, tomo el término de Marcos Novaro, en
su Guía para votantes perplejos, que
usted cita), porque siempre la peor mafia llega al gobierno. Es una oligarquía,
como usted dice. Y precisamente por eso, acá el tan mentado ‘pueblo’ ni pita.
Eso para mí está claro. Ahora bien, ¿atribuirle maldad intrínseca al sistema al
punto tal de que uno adhiera a sus principios y mentiras por el simple hecho de
poner un papel en un sobre? Me parece, diría sobreactuando, una exageración.
- Menos mal que habíamos empezado recordando que no puedo escribir
dos veces el mismo libro. Veamos qué podemos hacer intentando la síntesis. Pero
son varias las cosas que me plantea este “abogado del diablo”, así que tendré
que ir por partes.
-Todo oídos…
- Primero debo decirle que no es cuestión de que usted “se crea o
no se crea en pecado”, sea votando o robándose una gallina. Existen los actos
pecaminosos y los sujetos que pecan. La moral es objetiva, no necesito
recordárselo. Y por supuesto que, a la hora de juzgar a tal o cual pecador en concreto, caben decenas de graduaciones en
la evaluación moral, sobre las cuales ya he hablado a lo largo de 1500 páginas,
sin metáfora esto último. Decenas de graduaciones y ejercicio de la
misericordia, si se me permite valerme de esta palabra…
Pero el acto pecaminoso existe, y el pecador existe. Debemos
evitar dos conductas, sea la laxitud moral o el rigorismo moral. La psicología
del escrupuloso tanto como la del Padre
Piolini, el personaje de Capusotto, que vive
diciéndole al penitente “¡No es nada, dale pa’ delante!”.
En el caso concreto que me
plantea, si usted es consciente, como me dice, de que “el sistema es una m…”, es el triunfo de “la peor mafia”, es “una
oligarquía”, es una estafa pues “el
pueblo ni pita”, ¿por qué va a ser virtuoso y recomendable que un amigo
suyo, a quien usted “conoce y es honesto”
se involucre en él y lo convalide con su postulación, adjudicándole
legitimidad? ¿Por qué va a ser virtuoso y recomendable que usted, en vez de
convencerlo de que no se sume a la ruindad, le dé su voto? ¿Por qué va a ser
moralmente inocuo o indiferente o neutro, saber que todo es una “m…”, y hacer de cuenta que no lo es
porque tengo un amigo bueno metido en medio del estercolero? ¿O creer que deja
de ser un basura por la presencia de uno bueno?
Recordará mejor que yo el axioma latino: Bonum ex integra causa; malum ex quocumque defectu. El mal necesita para nacer y crecer de un solo defecto. El bien reclama la integridad de la rectitud. La de su amigo honesto y la suya. Dejemos los latines y vayamos a las gloriosas gallegadas que tanto admiramos. Sabrá de memoria la frase de Moscardó a los rojos: “Prefiero que el Alcázar se convierta en un cementerio, y no en un estercolero”.
En segundo lugar, veo una pequeña o inconsciente trampita en esto que me dice: “¿atribuirle maldad intrínseca al sistema al punto tal de que uno adhiera a sus principios y mentiras por el simple hecho de poner un papel en un sobre? Me parece una exageración”.
Perdone, pero este reduccionismo y minimización del problema de
fondo, me hace acordar a la salida de Aníbal Fernández ante el video del clan
Báez contando millones en “La
Rosadita”. “Es gente que está contado plata, no hay ningún
delito”. ¿Tanto lío por poner el dedo en
un gatillo y que el revólver se disparara? Me quedé con el vuelto equivocado, ¿no
es una exageración llamarme ladrón por un paquito de billetes de cien? ¿Tanta
maldad intrínseca tiene la prostitución que uno adhiera a sus principios por el
simple hecho de contratar una noche los servicios de una mujerzuela? No
exagere, che.
No es “el simple hecho de
poner un papel en un sobre” lo que estoy condenando. Eso es escamotear la
gravedad del fondo en la liviandad de las formas. Es escudar el pecado real con
las apariencias de un acto inofensivo.
- ¿Tanto
lío porqué apreté un botón?
- Y, ¿sabe qué pasa, mi amigo? Que ese botón hizo
caer la bomba en Hiroshima…
No es que le “estamos dando
entidad al juego de las papeletas”. Es que ese juego macabro y ruinoso, no
inventado ni querido por nosotros, es el que nos obligan a jugar para seguir
hundiendo a la patria. Y nosotros encima parecemos necios con el Síndrome de
Estocolmo. ¡Qué buenos e inofensivos son
estos jugadores de papeletas! Juguemos nomás con ellos. ¡Si hasta tengo un
amigo irreprochable que está jugando! Si alguien me obliga a jugar a la
ruleta rusa, no puedo decir que le estamos dando demasiada importancia al ludismo
azaroso del cargador y de las balas. Alguien acabará muerto.
No
sé si usted ha visto la película Das Leben
der Anderen: La vida de los otros. No es el momento de analizarla, y mucho menos
conmigo que no sé nada de cine. Pero hay un personaje, Wiesler, que es
aparentemente un pobre tipo, solterón, de vida insignificante. De esos ante los
cuales uno podría decir: lo conozco, es bonachón si se postula lo voto. Pues el
régimen comunista, específicamente la
Stasi, la policía
secreta, para la cual trabaja las 24 horas, lo tiene subsumido, dominado,
asfixiado. Es una pieza más del perverso régimen. Al final puede liberarse, al
menos espiritualmente, que no es poca cosa, sino lo más importante, y se
convierte en el inspirador de la “Sonata para un hombre bueno”,
escrito por quien antiguamente había sido su víctima. Mi moraleja es doble: ¡cuidado
con el vecino bonachón, al que voto porque conozco y confío en el! El sistema
lo puede volver un verdugo atroz, dada su
perversidad inherente. Pero segundo, ese hombre al que creí bueno, puede llegar
a serlo, precisamente si se libera del sistema.
- Veré la película, entonces. Pero
ahora salgamos de la pantalla. ¿No se puede hacer alguna distinción entre
elecciones nacionales y municipales? En el caso de éstas últimas los vicios del
sistema están muy mitigados (falta de conocimiento de los candidatos,
influencia de los medios de difusión masiva, carencia de control por parte de
los ciudadanos luego de haber sido elegido un candidato, etc.).
- Fue un poco el pedido que hacía Rodolfo Irazusta, y del que me
he ocupado de analizar en mi trabajo. Rodolfo decía algo así cómo: si no
podemos evitar el sufragio universal (aclaro que para Rodolfo era algo mucho peor que un pecado, una
verdadera calamidad adjetivada de los modos más terribles y lapidarios),
por lo menos tratemos de atemperar al máximo sus efectos dañinos. Y veía en la
comarcalización o municipalización acotada a márgenes muy estrechos, un
paliativo para evitar los estragos del sistema. El plan era dotar al sistema electoral
vigente de tantas características distintas, que en la práctica se volviera
algo diferente al sufragio universal propiamente dicho. Insisto: era un
paliativo, no una solución de fondo. Personalmente me hace acordar a lo que
intentó hacer Pío XII con la democracia. A la que él llamaba “verdadera”, la
dotó de tantas condiciones, requisitos, facultades, caracteres, finalidades,
etc.; la pintó de tal manera que, en la práctica, de habérsele hecho caso, era
lo menos parecido a la democracia. Era otra cosa. De allí el abuso hermenéutico
que se comete al ampararse en Pío XII para conciliar catolicismo y democracia,
tal como ésta es, existe y se presenta.
Pero en la
Argentina de hoy, lamentablemente, y volviendo al origen de
la pregunta, los vicios nacionales del sistema se han municipalizado también.
Salvo excepciones, que las habrá, no las niego, los sufragios universales de un
municipio son prácticamente efectos dañinos colaterales de la práctica nacional
del régimen. Y cuando detona el tablero, inmediatamente reponen el circuito
alterado. Fue lo que pasó en Tucumán –provincia pequeñita si las hay- cuando
perdió Manzur. Se comprobó el fraude de diez maneras diversas. De diez en
sentido estricto, puesto que fueron contabilizadas; y al final ganó el que tenía
que ganar, según el poder central.
-Supongamos que yo digo: no encuentro
incoherencia en votar un candidato aún suponiendo que pueda ser tentado para
meter mano en la lata y finalmente lo haga. Incoherencia sería votarlo luego de
constatado el hecho. ¿Pero antes? No tiene por qué conllevar una justificación
teórica e interna del sistema.
- Una vez más, estamos obligados a distinguir. Si usted le da su
voto a alguien constatadamente ladrón, más que de incoherencia está pecando de
complicidad con el sujeto delictivo. O, en el mejor de los casos, está pecando
de ingenuidad, de candor político, de frivolidad. Aunque ese voto no sea para
elegir presidente sino al propietario que dirigirá el consorcio de su edificio.
Si usted sabe que Fulano puede ser tentado de meter la mano en la lata y final
o fatalmente parece que lo hará, según su ejemplo, allí el pecado sería contra
ese constitutivo de la virtud de la prudencia que se llama previsión. Pero la incoherencia que yo señalo es otra.
¿Cómo puede un católico adherir al sufragio universal, libre, voluntaria y
gozosamente, si se sabe que en las bases y en los fines y en los fundamentos de
ese sufragio hay toda una ideología explícita contraria a la lógica, a la moral
y a la Religión?
Esto es incongruente.
Hay otro axioma que no debemos olvidar, de tanto peso como aquel
ya mencionado del “bonus ex integra causa...”. Y dice: “interius
non iudicat Ecclesia”. La Iglesia no juzga las intenciones. No se mete en
ese recodo intimísimo y velado a los extraños, que sólo Dios y usted conocen. Y
permítame decirle, de paso, que mucho menos yo me meto en ese “interior”. Lo
aclaro porque mis impugnadores han querido mostrarme como una especie de
inquisidor de urnas, de D.N.I. de cada uno, de agazapado escrutador de cada
cuarto oscuro, a ver qué hace cada quién. Por mí que hagan lo que quieran. No
soy inspector de bragas ni de urnas de nadie.
Me fui del tema. Vuelvo. Le recordé ese principio por lo que
usted me decía recién: “ello
(votar) no tiene por qué conllevar una
justificación teórica e interna del sistema”. Lo que signifique en su
interior ese acto de votar, yo no se lo puedo ni debo juzgar. Pero objetivamente hablando, y sin rodeos, si
usted tiene plena conciencia de que la democracia es una demencia y de que el
sufragio universal es un horror, y luego va y sufraga igual, e insta a
sufragar, y déle con que el mal menor, con que se tapa la nariz cuando vota, y
toda esa serie de lugares comunes que se escuchan en cada elección, luego usted
no puede decir que no es consciente de estar avalando, directa o
indirectamente, un sistema corrupto.
En política cuentan los resultados, no las intenciones, recordaba
siempre Genta. El resultado de ese acto suyo, sumándose mansamente, y hasta con
entusiasmo, a la masa de votantes, ¿cómo le parece que es “leído” o recibido
por el sistema? ¡Uno más que viene al pie! Distinto es que usted me diga:
“mire, si el lunes no certifico que voté pierdo mi trabajo”. Está bien, hombre.
No se puede ser héroe con el pellejo ajeno. Lo viví en carne propia al
desgraciado dilema. Lo entiendo. Fue, puso papel higiénico usado en la urna,
como recomendaba el padre Ezcurra y vuelve en paz a su casa. Pero no me venga
con santostomases y piosdoces o treces
para justificar lo que hizo. Otra vez nos socorre Marechal: “Tu heroísmo ha de
ser un caballo de granja, tu santidad una violeta gris”. Cada uno hace lo que puede.
-¿No es incongruente acudir tanto
a Marechal, sabiendo que era peronista... y qué seguro votaba?
- ¡Me mató! ¡Flor de poetón supo ser! Uno se olvida de que
era peronista ante tanta belleza. Pero va un último latinazgo para justificar
mi pecado: “Omne Verum, a quocumque dicatur, a
Spiritu Sancto est”. La verdad, cualquier verdad,
quien sea que la diga, procede del Espíritu.
-Me da miedo hacerle una última pregunta; no sea cosa que me
tire con un tomo tres o cuatro en la cabeza. Pero es como la fórmula final al
condenado a muerte: “¿Desea decir una última palabra? ¿Cuál es su última
voluntad?”
- ¡Dios mío!
¡Qué comparación! Sí; tengo algo más por decir. Cuando escribí “La Iglesia traicionada”, en
el año 2009-2010, no faltaron quienes me acusaron de exagerado, desmedido,
desproporcionado, exaltado, rigorista y otras lindezas. Y hoy, no le digo que
hacen cola para disculparse, pero no falta algún orate que, cuando me ve, me
pregunta qué número saldrá en la lotería de fin de año…
(Risas generalizadas)
2 comentarios:
Diálogo escuchado hoy:
- ¡Cómo es posible que tengamos que pagar estos aumentos en los servicios!
- Es que el gobierno anterior se robó toda la plata.
- Sí, sí... Y dentro de cuatro años vamos a decir que este gobierno se llevó la plata de estos aumentos, porque no veo ningun plan de obras que se suponía iban a hacer.
...
A algunos les toma cuatro o cinco administraciones darse cuenta de que votar es algo que por algún lado está mal, aunque no sepan demasiado bien qué. (Esperanza de que el malminorista recupere al menos el sentido común).
¿y de quienes son las empresas que realizan las obras públicas y son las que al fin y al cabo se llevan los millnes?¿no serán de testaferros de los políticos?
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